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Futuro perfecto
Coya Boyz. Cumbia electrónica es el género que los une, pero no alcanza para definir todo lo que resume esta pareja de artistas que crean nuevas músicas y formas de alegría.
Hablan del futuro pero no son profetas ni se explican por medio de parábolas. Además de gozar del beneficio de estar vivos, son algo que hoy nos resulta mucho más interesante: son músicos. Bien visto, no hay un punto del universo en el que no esté naciendo, ahora, algo nuevo, pero en Haedo, partido de Morón, provincia de Buenos Aires, este año, dos hombres hicieron algo que destruye los relatos habituales: concibieron un hijo. El parto no fue doloroso ni necesitó de anestesias. El recién nacido es genéticamente extraño; en vez de una cabeza, un torso, dos piernas y dos brazos, su cuerpo es de nueve canciones y parece durar menos de una hora. Su nombre es Mayo Bless. Las primeras palabras que trajo al mundo fueron:
No sé si entendés lo que está pasando
Es la nueva era lo que estás escuchando.
Vamos a visitar a los padres de semejante criatura. Para viajar hay dos opciones: furgón o vagón común. Estoy hablando del tren Sarmiento y de cómo llegar desde la Capital hasta Haedo. En el vagón común hay un paisaje que se repite: miradas al vacío consumiendo una pantalla, el mundo atravesado por dos auriculares, la mano rígida sobre la cartera o la mochila. Lo que parecen tener en común todos estos pasajeros es llevar en la cabeza los implantes de ese antiguo cirujano, el miedo. En el furgón, eso que llamamos vida, existe. La gente tiene ojos para sostener la mirada ante otros ojos, gestos para devolver gestos y manos que aferran poco y ofrecen mucho: antes que uno pida algo, ya fue convidado. No hay asientos –mejor dicho, los hay improvisados–, hace mucho calor y circula el mate, el porro, la charla casual, la sonas con mercaderías de todo rubro maniobran y transportan como pueden los ridículos encantos de nuestra vida moderna. La un espacio en el que algunas buenas costumbres se imponen al delirio de la regulación viciosa. No es que estemos al costado del paraíso, pero viajar en un asiento confortable, con momias al lado, en comparación a esto, es sumamente desagradable. Pienso eso y entonces algo me golpea en la cara. No hay ningún puño, no hubo cachetada, es una idea, una que los filósofos repiten hace miles de años: la comodidad a veces nos vuelve un poco más estúpidos.
Nueve días
Frente a la tranquila estación de Haedo me esperan dos personas que grabaron hace poco tiempo su primer disco: uno es Coya, el otro es Boyz. Su historia no comienza ni hoy ni en la superficie.
La historia comienza un poco antes y más abajo, en los misterios de Haedo subterráneo. Coya y Boyz no saben si son hermanos. Por si alguien comprendió mal el comienzo de la nota, tampoco son pareja. El primer recuerdo que tienen de sus vidas es compartido: están juntos. Sus nombres reales no interesan; son como esos escritores que se desdoblan en un otro ficticio porque creen que la obra merece más atención que la suma de algunos minuciosos rasgos biográficos. Piensan que el nombre es, después de todo, una etiqueta que no elegimos; eso significa, también, creer que el arte vive ajeno a un documento de identidad, que existe para ser hecho por todos y que asociarlo a un nombre es más producto de una vanidad que del amor por una obra cualquiera.
No fueron a un colegio ni tienen padres. Fueron educados por un “Sensei” –así lo llaman– que durante algunos años los crió de una manera particular. Coya: “Al Boyz lo criaron rodeado de teclados y con códigos de la red. A mí, desde el lado natural, y más con animales. No sabemos si somos un experimento o qué. En un comienzo era aprender sin darnos cuenta. Nuestra crianza fue distinta a la de cualquier chico común. La escuela era el día a día. Fuimos educados sin saberlo con códigos de barrio y psicodelia”.
Muchas preguntas sobre el pasado no responden, sino que prefieren hablar del presente y del futuro, del que advierten: “A nosotros nos gusta decir que ya está pasando, eso es llevarlo a algo tangible. Todos los proyectos que vos pienses de acá a diez años, están pasando ahora”. La música que hacen es la mezcla feliz entre dos géneros: la cumbia y la electrónica. La llaman cumbia psicodélica, y es en verdad un cóctel que suma entre sus compuestos al ritmo andino y al folklore. “El Coya y Boyz terminan haciendo algo como el Ying y el Yang, lo electrónico y lo natural. El choque termina provocando algo distinto”. Coya encarna la posibilidad de conectar con la tierra, con el folklore, con la cumbia. El Coya es Latinoamérica. Boyz lleva el aspecto tecnológico y representa la era electrónica.
El de ellos es un sonido espacial y terrenal al mismo tiempo. Cerrar los ojos, escuchar, “ser agua” –como recomiendan los dos– y dejarse llevar por la música, es un ritual que la humanidad practica, a veces: si se hace con este disco se escucha un barrio. Por eso dicen: “El barrio y su tranquilidad como leit motiv hicieron nacer este disco. Fue compuesto en el mes de mayo. Cada tema es una bendición. Mayo nos dio la posibilidad de estar juntos y nuclear esas experiencias y conocimientos, plasmarlo todo en un disco”. Explican: “Con poco, tratamos de hacer lo más posible”. Coya y Boyz compusieron los nueve temas del disco en nueve días. “Nos quisimos correr un poco de la ecuación, dejar de ser un número. Nuestro trabajo es llevar la nueva data y cambiar las cosas. ¿Qué cosas? El ritmo de vida, el pensamiento de que para que las cosas estén bien hechas tienen que ser sufridas. La gente tiene que empezar a ablandarse y darse cuenta de que tiene que hacer lo que le gusta. Es la forma, el cambio está ahí,” dice Coya. Y Boyz: “Pero creo que todo se remite al combate. Pero no confundir combate con agresión ni violencia. Combatir la falta de data, buscándola, encontrándola. Creo que la información es vital. Pero en la búsqueda de la información te encontrás con otro combate que es qué información elegís, de donde la sacás. Yo la saco de la vida. No miro tele, no escucho radio”. Me avisan: “La música es nuestra herramienta y los instrumentos nuestras armas”.
Para este verano preparan un viaje de tiempo indefinido por toda América. No tienen un plan rígido. Dicen que no tienen miedo a las sorpresas. Les creo. Quieren grabar en el camino, sumar géneros desconocidos, crear nuevos vínculos y sentir la vida de frente, de costado. Mientras tanto, estos muchachos, cuando viajan en tren, lo hacen en el furgón. Explican por qué: “En el furgón, sin darte cuenta, aprendés algo del otro”. Ahora hay que volver. Cuando me subo al tren, una frase del disco me queda flotando en la cabeza como un mantra: “Prepárense para la nueva era”. Pero para entender bien de qué estamos hablando tendrían que conocer a semejantes humanos: uno es Coya, el otro es Boyz.
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Ágora
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