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Historia de nosotros
El nuevo libro de Ezequiel Adamovsky. Una historia de las clases populares que relee un sinfín de investigaciones con una mirada nueva: desde abajo. Un hilván que permite iluminar tensiones del presente.
“Me parece que las historias que heredamos no están a la altura del momento” es una sospecha que a Ezequiel Adamovsky le significó una tarea interesante: reescribirlas.
Historiador, autor de una obra que puso en cortocircuito las bases conceptuales de las cuales pastaron por años las vacas sagradas de la sociología (el libro en cuestión es Historia de la clase media argentina: apogeo y decadencia de una ilusión), activista político y además profesor de Historia Rusa en la UBA, Adamovsky se propuso esta vez generar una nueva lectura sobre un sector que la historiografía argentina tradicional despreció en el curso de su larga siesta racista; la referencia se dirige directamente a ese conjunto humano que es la caldera misma de todos los cambios: las clases populares.
Para huir del confortable replay académico, Adamovsky captó que ya no podemos entender el presente a través de los ojos de los muertos, sino que parte esencial de una buena sacudida a la interpretación histórica exige observar al mundo desde otro ángulo: él lo hace desde abajo. Y abajo significa indígenas, prostitutas, desocupados, todo aquel sector que los libros de historia consideran, cuando no fantasmas o molestias, carne de cañón o materia prima renovable al servicio del Progreso. Abajo es también un terreno: la calle, las zonas pobres, espacios donde la presencia del estado sea incompleta o turbia y donde, como contracara, ensayar una gestión de la vida colectiva sea posible. Historia de las Clases Populares en la Argentina desde 1880 hasta 2003 es el título de su nuevo libro.
Había una vez
“Empecé a estudiar Historia pensando que las historias pueden cambiar el mundo. El libro tiene que ver con esa vocación que tenía de adolescente: la idea de que las comunidades construyen un Nosotros contándose historias. Entonces, en ese sentido es vital tener disponibles historias que den sentido a la experiencia popular de este país”.
Adamovsky hace con la historia una jugada intelectual que, en primer lugar, abre grietas en lo común del relato; en segundo orden, recupera un discurso de lo que se tomaba por invisible. Uno de sus principales aportes es incluir a los pueblos originarios en el marco de la experiencia popular, concepto que estuvo reducido por largo tiempo a los trabajadores formales, y en un sentido estrictamente económico. Fundada sobre un genocidio, Adamovsky explica qué pasó en el génesis de la patria con las clases populares: “Otro de los esfuerzos del libro es correrse también de una mirada según la cual la historia de las clases populares en Argentina empieza con la formación de la clase obrera migratoria. Antes de eso, en verdad no hay historia de las clases populares y en el libro hay un esfuerzo primero de visualizar eso, la violencia que supuso la inclusión de Argentina en el mercado capitalista internacional, que es una dinámica en la cual no solamente hay una formación de clase en el sentido económico (es decir, personas que son despojadas de los bienes económicos y convertidas en trabajadores), sino que hay una dinámica étnica muy presente que combina la desigualdad de tipo estrictamente económica con desigualdades étnico-raciales. La idea es que en realidad las clases sociales –salvo en algunos países europeos que son siempre el modelo de análisis histórico– no están formadas por diferencias únicamente económicas. Las clases sociales se asientan, en distintas regiones, en aquellas diferencias sociales que encuentran más a mano. Y en muchos países, incluido el nuestro, las diferencias étnicas fueron cruciales para determinar a quién le toca estar abajo y a quién le toca estar arriba.”
Siguiendo con ese análisis explica que las clases populares argentinas estuvieron fragmentadas en el aspecto político hasta la llegada del peronismo ¿Qué fue lo que pasó?: “En el contexto del peronismo lo que ocurre es un fenómeno interesante: se termina de articular un sujeto popular unificado no en torno del movimiento sindical, sino en torno del movimiento peronista, que combina eso sindical con otras cosas que quedan afuera. Para empezar, cantidad de sectores que no eran parte de la “clase trabajadora”. Por ejemplo, la integración de distintos pueblos originarios, que a través del peronismo adquieren cierta incidencia política.”
Observa también que la potencia creativa y de lo nuevo está justamente en estas clases populares. Explica que lo que hace el mercado es convertir a un formato consumible aquello que nació como resistencia y en un escenario que le es ajeno. Dice Adamovsky: “Trato de ver la propia manera en que la industria cultural, justamente por su idea de ser masiva y de vender, retoma elementos de la cultura popular. No es la industria cultural transmitiendo únicamente valores de élite, sino influencias recíprocas que se mantienen hasta hoy. La cultura de masas sigue siendo un campo de tensión. En esa tensión es donde uno ve la productividad de la cultura popular”. Como ejemplo concreto, toma el caso de la cumbia villera y el proceso que la atravesó, tanto de apropiación comercial como de identidad.
Recuperar el habla
Todo el camino desemboca en esa última gran pueblada que fue el 2001 y que funciona como botón de muestra de la capacidad insurgente y creadora de las clases populares. Adamovsky: “Es un momento muy interesante porque deriva de un periodo previo de descolectivización brutal, que son los años 90, donde la vida de buena parte de los sectores populares se convirtió en algo desesperante, muy solitario. Sin embargo, también está marcado por todo un proceso e intento de recolectivizar a partir de organizaciones territoriales”.
Hacer anotaciones ahí donde antes había páginas en blanco, señalar con el dedo el espacio gris, poner la lupa sobre lo marginal como usina de transformaciones, denunciar los grandes tópicos que tomamos por normales y que son máscaras del poder, volver a fundar la memoria con el testimonio de algunos relatos perdidos, ir aclarando el camino para que de a poco, esos que estaban prisioneros puedan hablar por sí mismos: eso es lo que hace Adamovsky cuando reescribe la historia.
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Expo Asco
Cuando la fotógrafa Lina Etchesuri fue a Expo Agro trajo una cosecha, de la que aquí publicamos apenas una selección. El azar, que nunca es casual, nos entregó un link: Amador Fernández Savater, desde España, nos informaba de la salida de un interesante libro, Teoría de la Jovencita, editado por Acuarela. Se trata de un texto cosido a imágenes (a nuestro gusto, mucho menos reveladoras que éstas) donde se analiza la relación entre el uso del cuerpo femenino y la máquina que vende capitalismo en tiempos de crisis terminal. Lo interesante de este texto, además, es que no lo escribe ni un autor ni un colectivo: Tiqqun.
“Tiqqun es el nombre de un medio, un medio para construir enérgicamente una posición. Toda posición es una taxonomía, una topografía espiritual, una inteligencia política de la época: una toma de partido”. Este planteamiento encontró lugar en una bella revista publicada en francés de idéntico nombre y breve existencia: Tiqqun 1, en 1999 y Tiqqun 2, en 2001. Los contenidos pueden consultarse en su web.
Ahora, Tiqqun dibuja en este libro el campo de batalla: de qué modo un bolso, un culo, una sonrisa, un perfume, pueden ser armas en una guerra. Librada entre nosotros y en el interior de cada uno.
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El planeta soja
Una vuelta por el campo según Expo Agro. Nuestro enviado especial, Darío Aranda, recorrió el escenario donde monta su marketing el agronegocio. Clarín y La Nación son los dueños del tinglado. Las corporaciones exponen allí ideología, marketing y estrategias. Y el Estado, también.
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