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Hacer memoria

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Revelaciones de una época en la que algunos periodistas eran invitados a sesiones de tortura en la ESMA. Detalles de su paso por la revista Gente en tiempos de Vigil y Videla y de la entrevista “por la que ahora todos me dicen que soy un sorete”.

Hacer memoriaEl bar donde me cita se llama Épico, pero por teléfono le entiendo Ético. Le entiendo mal, por supuesto.
El primer día lleva una camisa de jean, el segundo una blanca, el tercero lo que luce en esta foto. Hablamos, cada vez, todo lo que quise. Tres horas, primero; casi dos después y un viaje en auto, luego, donde saltan los chismes.
Maneja Chiche porque es Chiche y él maneja. Al lado, su Personal Panda, un oso tierno y educado, que hasta hace poco fue guardaespaldas de Ricardo Fort. Estoy en el asiento trasero y desde ahí no puedo mirar otra cosa que la nunca del Panda: parece la panza de un elefante y tiene tatuada una araña. Es enorme y se mueve.
Ayer se largó una tormenta y Chiche, que es un caballero, obligó a su Panda a llevarme en su auto hasta donde fuera. Era otro auto. Hoy le pregunto cuántos tiene y Chiche me responde: “Ni mi mujer sabe cuántos autos tengo”. No le creo. Mejor dicho: no lo creo.
Me cuenta, entonces, la anécdota del Minicooper. En la playa de estacionamiento del canal un periodista del noticiero le ofreció comprárselo. No quiso. Le insistió. No quiso. Lo desafió a ponerle el precio que se le ocurriera. Salía 15, le tiró 21 como para desalentarlo. El tipo aceptó. Esa noche no pudo dormir. Se dio cuenta de que tenía un problema y llamó por teléfono a un amigo psicólogo para consultarlo. “Vendelo ya”, lo obligó. “Me cuesta desprenderme de las cosas: es un trauma”. Las cosas…
Dice que Bernardo Neustadt murió creyendo que era pobre. Que sabe que 4 ó 5 días antes de morir Neustadt llamó a su ex mujer y le rogó que lo llevara a comer hamburguesas a Mc Donald´s. Pidió 4 y se las devoró. Sabe que esa imagen me atrapa: Neustadt muerto de hambre. Le pregunto cómo piensa que va a morir él. Responde otra cosa: Neustadt le dejó de herencia un reloj y unos gemelos de lapizlázuli con las iniciales BN. “Fui el único periodista al que le dejó algo”.
En el semáforo el limpiavidrios se acerca y lo saluda: ¡“Grande Chiche!”.
Seguimos. Cuenta que cuando era redactor de la revista Gente pasó seis meses en la selva boliviana esperando que el ejército capturara al Che. Que estuvo presente cuando lo atraparon y también cuando, al día siguiente, mostraron su cadáver como un trofeo. Fue el único momento en el que sentí escalofríos: me imaginé cómo sería querer esperar, como un cazador, que llegue el momento de hacer tu gran nota: asesinaron al Che.
No grita. No es grosero. No es baboso. No es pesado. No es severo. No es gracioso. Nunca lo vi obligando a nadie a hacer aquello que no quiere: si algo aprendió en más de medio siglo de fabricar noticias es que siempre habrá otro periodista dispuesto a hacer lo que él quiera.
Sí: hablamos de eso. De la dictadura y de la revista Gente. De cómo entre 1976 y 1978 se hizo cargo de la redacción y llevó adelante todo aquello de lo que no se arrepiente. Fue una conversación amable y paciente, porque yo ya sé y él también que no estoy ahí para entender.
Retrato de época
Samuel Gelblung -hijo de un comerciante y miembro activo del Partido Comunista-, no terminó el secundario. Su primer trabajo formal fue en la revista Gente, a los 22 años, cuando Roberto Fontarrosa era su director y la publicación vendía 450 mil ejemplares. La hiperinflación, que por entonces se llamó Rodrigazo, la tiró a 100 mil y Aníbal Vigil, el dueño de editorial Atlántida, decidió tomar el timón en plena tormenta. “A partir del año 76 empieza el proceso de transferencia del poder. En realidad, yo ya era como un director en funciones sin serlo, pero a lo máximo que llegué en el staff fue a subdirector. Aníbal me decía: `Usted es ruso. Y acá hubo sólo dos judíos que hicieron carrera: León Bouché, cuando hacíamos El Hogar, y usted`”. La cuestión judía de Vigil reaparece cuando le pido que trace un retrato de quien fue su dueño. Dirá Chiche: “Era un producto clásico de la alta burguesía porteña, con una mujer de apellido Patrón Costas, con cierta audacia y talento empresario, bruto, con una madre muy abierta, que se había vuelto a casar con un judío”.
Hipótesis Vigil
Le explico mi hipótesis: Aníbal Vigil representa, en la maquinaria períodistica de la época dictatorial, el eslabón entre Videla y Martínez de Hoz. Chiche me da su visión: “Te explico cómo fue el proceso. Cuando llega Cámpora al poder la editorial estaba convencida de que estaba en riesgo. Atlántida empieza a hacer sus movidas en función de que iba a desaparecer sí o sí. Ahí hace una alianza con José Lata Liste (dueño de la mítica Mau Mau), Teddy Vicuña (cuyo nombre completo es Eduardo Sainz Vicuña Soriano, español, casado con la hija de Otto Bemberg y uno de los accionistas de ese grupo) y Dominguín (torero español, muy ligado a Vicuña) para instalar la editorial Cosmos en España. La idea era tener una salida de emergencia. Año 74-75. Pero después veíamos que no se cerraba Atlántida. Llegamos así al final del gobierno de Isabel, con toda la sociedad civil queriendo el golpe. Yo en particular no lo veía como una salida y armamos, con un grupo de publicistas, a principios de marzo del 76, una campaña alertando cuántos días faltaban para votar. Aníbal nos prestó su conformidad. De alguna manera quería resguardar la institucionalidad porque sabía, no era gil, que pasara lo que pasara iba a ser un desastre. Pero cuando llegó el golpe lo sintió como una liberación. Yo creo que ingenuamente cayó en eso porque pensaba que se salvaba su editorial. Les creyó. Hasta que un día Aníbal me manifiesta cierta preocupación cuando volvió de una reunión con militares. Lo vi asustado. Me dice: `Hay que tener cuidado con estos tipos: son unos hijos de puta´. Y me muestra una lista de las cosas que habían prohibido: no se podía hablar de Cien años de soledad, no se podía mencionar a García Márquez, no se podía hablar de un montón de películas… Eso lo asustó. Me acuerdo que fue justo después de la bomba en Coordinación Federal”.
Pero la bomba en Coordinación Federal fue en junio de 1976, y luego de esa fecha en las revistas de Atlántida se publicaron varias notas que eran operaciones de prensa de la dictadura. ¿Vos veías antes el material?
Yo jamás en mi vida recibí ni publiqué material que no haya sido producido por nosotros. Jamás. En Gente había dos personas que podían determinar la publicación de algo: Aníbal o yo. Yo, en particular, no tenía una buena relación con los militares, especialmente con la Armada. Nuestra relación era tensa. Fundamentalmente porque era una revista frívola para los conceptos cívico-militares de esa época.
¿No tenías reuniones con militares para recibir instrucciones?
A mí no me invitaban. Yo tenía el control, digamos, de la producción periodística y Aníbal (Vigil) de la línea editorial. Hasta que a partir del 78 comenzaron a circular las historias negras…
Pero antes del 78 ya había periodistas de esa editorial que habían tenido contacto con personas desaparecidas y que estaban secuestradas…
Sí, eran muchos…
Entonces, sabías…
Sí, sabía lo que… A ver: “sabía”. Teóricamente tenías información… Algunos periodistas me dijeron que asistieron –dijeron, yo no puedo confirmarlo porque no estuve con ellos ahí– a sesiones de tortura.
¿Me estás diciendo que estuvieron adentro de un centro clandestino y en una sesión de tortura?
(Silencio). Uno de ellos vive en España, creo que todavía vive en España. Y por entonces era muy amigo de estos dos periodistas que llevó a una sesión de interrogatorio y tortura en la ESMA cuando la ESMA estaba en pleno auge de…
¿Quién era el periodista que los llevó?
El tipo era una especie de adscripto vocacional de la Armada. Un periodista siniestro, jugaba de amigo. Se sabía que era informante, trabajaba en Télam creo… ¿Viste esos tipos que son gelatinosos? Cada hecho que pasaba en la calle el tipo estaba. ¿Entendés? Y se manejaba con cierto poder de guita y cierto poder de fuego periodístico. Y este tipo llevó por lo menos a dos. Lo sé porque ellos me lo contaron.
¿Te contaron que fueron a la ESMA…?
(Silencio). Sí. Así eran las cosas entonces: se sabía, pero no se sabía. Era una locura…
Esos dos que fueron a las sesiones de tortura, ¿son periodistas que están en ejercicio hoy?
Sí.
Nombres…
Ni bajo tortura te lo diría.
Pero el archivo habla: en 1983, el juez Baltazar Garzón señaló en sus investigaciones sobre la dictadura argentina al periodista criollo radicado en Madrid, Héctor Sayago, quien en esos momentos estaba trabajando en la televisión pública española. El diario El País lo entrevistó. Dijo entonces Sayago: “No voy a negar que estuve en la ESMA, como otros periodistas”. Y agregó: “No vi a nadie ni torturado ni engrillado. Aquello era un tablao flamenco. No era un campo de concentración; era una institución militar abierta con gente que se recuperaba tranquilamente”.
Otro dato: cuando Silvina Labayrú declaró, en octubre de 2011, en la causa que investiga el plan sistemático de robo de bebés, aseguró que mientras estuvo secuestrada reconoció, entre los invitados de Jorge El Tigre Acosta a la ESMA, a José Lataliste, socio de Aníbal Vigil en la editorial Cosmo, según me reveló hace un momento Chiche. A él tuvo que reportarse Labayrú, por orden del represor Acosta, cuando la liberaron y viajó a España, donde hoy reside.
El plan diabólico
Los periodistas, en esa época, ¿hablaban habitualmente con militares?
Algunos tenían entrada libre con el sargento Miguelito.
¿Quién era?
Sargento Miguelito era un nombre clave. Era un tipo que estaba en el Batallón 601. Yo lo conocí. Era un groncho que había estado en Tucumán y, supuestamente, a varios les salvó la vida porque la orden era ahogarlos en el río ese que pasa por Tucumán… Él los llevaba ahí, les ponía la cabeza en el río, cuando cuatro veces no respondían, él los liberaba porque pensaba que ese no sabía nada… Era, digamos, de la pesada de Bussi. Tenía un respeto sacramental por Bussi.
¿Cómo se llamaba?
A ver: si el sargento Miguelito era un sargento, un general o un civil, nunca lo voy a saber. Pero era el contacto con muchos periodistas. Muchos periodistas.
¿Qué tipo de contacto?
Les decía: “Venite, venite acá a Viamonte que tenemos toda la…”. En ese entonces era como si te dijera hoy: yo tengo contacto con De Vido. No sé si me entendés. Estamos hablando de esos periodistas que se hacen los bananas y dicen “a mí me recibe Boudou”… Ahora, si después se descubre que Boudou era un demonio…
Pero de ahí a asistir a las sesiones de tortura…
Te estoy diciendo que fueron a sesiones de tor-tu-ra, donde se explicaba la metodología… Y mostraban cómo en la ESMA se trataba a los presos.
No estaban presos: estaban secuestrados…
Pero les mostraban cómo trabajaban para el proyecto Massera. Massera tenía enamorados a los periodistas. Él les vendió el proyecto de que era el nuevo Perón. Es decir, ellos también mostraban que los tipos podían salir a comer con periodistas, por ejemplo.
¿Los periodistas iban a comer con secuestrados?
Sí. Era tan diabólico el plan, que los tipos circulaban, podían visitar a sus familiares… Era imposible imaginar eso…
¿Era imposible?
A mí una vez me ofrecieron tener una reunión con ellos… Yo no soy un analista político, pero tengo un olfato para saber qué es siniestro y qué no es siniestro. Y no fui.
La nota que no es nota
¿Por qué publicaste las fotos del operativo de Lagomar, la foto de Alejandrina Barry, las armas…?
La verdad: no me acuerdo. El otro día releía el reportaje que le hicieron a Constacio Vigil en la revista Noticias donde le cuestionaban esa nota, aunque Constancio nunca tuvo nada que ver con Gente porque sólo se dedicaba a El Gráfico, y yo me preguntaba por qué había salido: la verdad no tengo ni idea. Y por eso tengo la duda: no sé si salió en Gente.
Salió en Gente. Y en Somos y en Para Ti.
De esa nota no me acuerdo. No tengo ni idea. ¿De quién eran las fotos?
Del operativo…
¿Pero tienen firma esas fotos?
No. Pero me decías que veías antes todo el material que se publicaba…
Eso es lo raro: yo jamás publiqué material que no haya sido producido por nosotros. Jamás. En esa época, en Gente había sólo dos personas que podían determinar la publicación de algo: Aníbal o yo. Nadie podía disponer de una página así.
No fue una página, sino dos…
¿Cuando fue?
Diciembre el 77…
Quiero ver una cosa (consulta Internet desde su celular).
¿Qué buscás?
La fecha de la revolución en Irán, porque yo viajé varias veces ahí en esa época. (No dice si encuentra el dato, pero la revolución iraní fue en el verano de 1979. Chiche deja de lado el celular). Pero además, a ver… Si el operativo era de la ESMA, era Massera. No me extrañaría nada que pudiera haberlo apretado a Vigil para que publique esa nota… Siempre la relación de Gente con la Armada fue un quilombo… Por eso no me llamaría la atención si fue un precio que se pagó por algo… Esas operaciones eran siempre de la Armada, era la que fabricaba el tema… No te olvidés que ellos tenían mayoría en la Junta, estaban ya pergeniando el proyecto Massera-Montoneros… un proyecto delirante…
¿Alguna vez estuviste con Massera?
Nunca le conocí la cara. Pero él tenía una especie de guerra personal conmigo desde que se enteró que Marta Lynch, (escritora, autora de La señora Ordoñez, viajó en el charter que trajo a Perón de regreso Argentina, se pegó un tiro el 8 de octubre de 1985) que era muy amiga mía, me confesó que eran amantes.
Censura y reacción
Chiche se fue de Gente en 1978 y se hizo cargo de la dirección de la revista La Semana, de editorial Perfil, propiedad de Jorge Fontevechia, quien festejó el pase como si Excusionistas hubiera logrado contratar a Maradona. De allí salió en 1982 y rumbo a España, cuando “sentí que estaba poniendo en peligro a mis hijos. Después de Malvinas empezó mi pesadilla y me la banqué hasta el día en que un tipo fue a la puerta del jardín de infantes y le colocó a mi hijo en el bolsillo del delantal una amenaza de muerte. La Marina me quería liquidar, ya me habían puesto tres bombas y me di cuenta de que la cosa no daba para más.”
¿Por qué te amenazaban?
En Perfil fuimos muy críticos con la guerra de Malvinas, especialmente en La Semana. El peor momento fue cuando publicamos la nota de Jon Lee Anderson (periodista norteamericano especializado en temas latinoamericanos), donde aseguraba que iba a haber guerra y la íbamos a perder. Eso fue imperdonable. Al otro día de la salida de la revista, me mandó a buscar a casa, a las 5 de la mañana, la gente del Estado Mayor Conjunto.
¿Quién te mandó a buscar?
El almirante Menéndez. (Mario Benjamín Menéndez fue, en realidad, general, no almirante). Me dicen: “Te vinimos a buscar, no te estamos secuestrando”. Menéndez me atendió recién a las 2 de la tarde. Me recibió diciéndome: “Bueno, usted se ganó la primera medalla de esta guerra: la del traidor a la patria”. A todo esto, Neustadt les había dado manija durante toda la mañana por radio… Como siempre, era un oportunismo raro el de Bernardo, decía que esa nota era una vergüenza, que ese Andersen era un espía… Siguió Menéndez: “Mientras mis soldados están pelándose el culo en Malvinas usted lo único que quiere es vender ejemplares”. Le contesto: “Mire, sus soldados son mis soldados. ¿O usted cree que porque me llamo Samuel Gelblung no soy argentino?”. Medio se quedó cortado. “Me quiere decir que soy antisemita”. Le contesto: “No, pero son mis soldados también. Y nuestra posición es diferente: nosotros sabemos que contra el pacto del Atlántico Norte no se puede pelear, que va a haber guerra y que la van a perder”. Me responde: “Esto no es una guerra, es un acto de soberanía”. Y así me tuvo dos horas rompiéndome las pelotas. Cuando terminó, me dijo: “Bueno, de cualquier modo a partir de ahora hay censura de prensa”. Le respondí: “Mejor: a mí no me preocupa la censura de prensa. ¿Dónde hay que entregar los originales?”. Ahí metieron una leve censura de prensa.
¿En qué consistía?
Venían algunas veces a la redacción de La Semana, miraban la tapa, no decían media palabra… Porque en realidad los que tenían buen material era los de Gente, nosotros teníamos material muy malo. Lo que sí, no decíamos “Estamos ganando” ni nada por el estilo, todo lo contrario.
¿Quién era el que censuraba?
Tipos de civil. Milicos.
¿Y entendían de periodismo?
No entendían un carajo. Tampoco jodían demasiado… A ellos no les preocupaba lo que publicáramos nosotros: les preocupaban los diarios. Pero mirá qué curioso: la guerra de Malvinas mató las revistas y no a los diarios. Fíjate vos que ninguna revista se recuperó de Malvinas. Y los diarios sí. ¿Porqué los lectores le creyeron a los diarios que mintieron igual que las revistas? Porque los diarios tuvieron más capacidad de reacción. En esa época los diarios despreciaban a las revistas. Y ahora toda la gente de esas revistas terminó trabajando en los diarios.
Es cierto: Agustín Botinelli, editor de Para Ti, está a cargo de la sección Información General del diario La Prensa. Héctor D´amico, jefe de redacción de Somos y Gente, es ahora secretario general del diario La Nación. En 1997 fue distinguido con el Premio Konex como Mejor Editor de Revistas (categoría que ese año tenía a la especialísima redactora de Gente, René Sallas, como jurado) y ocupa en la Academia Nacional de Periodismo el sillón de Bernardo de Monteagudo, el redactor de la proclama de la Revolución de Chuquisaca, que comenzaba diciendo: “Hasta aquí hemos tolerado…”.
Lo siniestro
“No me arrepiento de nada”, dirá Chiche al comienzo de la charla y lo repetirá después, hasta que finalmente abandona esa actitud de “me la banco” y cambia el tono: “Uno puede cometer errores, como cuando fui a entrevistar a Marek Halter y es por lo que me dicen ahora que soy un pelotudo y un sorete… Probablemente me haya podido comer algunas de estas cosas, como la de este tipo que a mí me pareció siniestro…”
¿Por qué te pareció siniestro?
Es algo que sentí en ese momento. Yo le decía “en Argentina no sé si pasa todo lo que ustedes dicen que pasa” y el tipo me mostraba todas las fichas con los datos de los campos de concentración. Pensá que era antes del Mundial 78. Y el tipo me daba una sensación rara: no sabía si yo lo estaba entrevistando o él me estaba entrevistando a mí…
Imagino la escena. Marek Halter, escritor, sobreviviente del gueto de Varsovia, sentado frente a Chiche. Marek Halter, el amigo judío de Arafat, el que escribió:
“El arma más fuerte es la palabra. No hay que perder la fe en la palabra. En mi caso, incluso me hubiese sentado a discutir con Hitler. Hitler hubiese preferido verme convertido en ceniza, como a tantos otros judíos, pero si aceptaba dialogar conmigo, algo estaba perdido para él: la palabra abre una posibilidad de confrontación en el terreno de la conciencia”.
Entiendo, entonces, lo rara que puede haber sido para Chiche esa sensación. Entiendo mal, por supuesto.

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