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Ni la puta ni su hijo

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Marcelino Cereijido. Es argentino y vive en México desde la última dictadura. Dirige una investigación que acaba de descubrir el funcionamiento y aplicación de una hormona que puede ser decisiva para la cura del cáncer. Y de escribió un ensayo donde analiza, con mirada de biólogo, el insulto más famoso. Su teoría permite deducir quién es el autor. Y culpable.

Ni la puta ni su hijo
El doctor Marcelino Cereijido, el que estudió Medicina en Buenos Aires, el que es discípulo del Premio Nobel Bernando Houssay, el que se especializó en Biofísica en Harvard, el que hizo carrera en las difíciles arenas de la fisiología celular y molecular, el que dirige un programa de investigación del prestigioso Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional de México, el que acaba de descubrir en su laboratorio el funcionamiento y la aplicación de una hormona para la cura del cáncer, el que en su tiempo libre escribió varios ensayos en los que aplica su rigurosa formación bio-lógica para abordar temas sociales, me dice:
– Llamame Pirincho.
Está sentado frente a su computadora, mirándome por la pantalla de Skype, con una sonrisa divertida: sabe que la charla es un juego, una distracción o una fuga hacia territorios salvajes que él transita con paciencia docente y humor de safari.
Él sabe y yo también que la ciencia y el periodismo no se llevan bien. Uno sabe demasiado y él otro no sabe que es ignorante y confunde investigación científica con Farmacity. Por eso mismo, cuando creí haberme preparado leyendo varios de sus libros y buscando en Google el significado de algunos términos de su investigación… ¡zas! En el primer saque me hace un ace y coloca la pelota en un ángulo imposible: jamás podré llamar Pirincho a este encantador señor.
15-0.

La ciencia de la autogestión

El doctor Marcelino Cereijido es argentino y vive en México desde la última dictadura militar, por eso mismo. Dirige una investigación en un laboratorio estatal y esto significa tener a su cargo un equipo de científicos: un puñado de elegidos filtrados por la exigencia que sostiene el prestigio de esa academia. Los últimos años los ha dedicado a investigar el funcionamiento de una hormona, la ouabaína, y su relación con el cáncer. Los resultados acaban de ser enviados para su publicación, lo que significa que ya gritó ¡Eureka!, pero también que restan cumplir una serie de requisitos para que se convierta en medicación y tratamiento. Es decir, para él es una realidad, para mí una primicia y para el resto de la Humanidad, una esperanza. Pirincho la resume así: “Concretamente lo que investigué es cómo las células se ponen de acuerdo para hacer un hígado, hacer un corazón o hacer del sistema nervioso un cerebro que piensa. Es decir: observar cómo se llevan a cabo los programas celulares. Nuestras contribuciones más preciosas fueron en los últimos años. Ahora hay una cosa en que la pegué y es ésta: hay una hormona que se llama ouabaína –recientemente identificada, aunque en realidad se conoce desde la época de los egipcios, pero nunca se reconoció como una hormona– que le hizo preguntar a muchos científicos qué función fisiológica cumple. Ahí nosotros salimos a proponer una respuesta: la ouabaína modula los contactos celulares. Para que se entienda, te lo explico con un esquema comparativo: suponete que hay una marca de ladrillos que vos los ponés y ellos, tocándose, se ponen de acuerdo y te hacen un baño, un comedor, dos dormitorios… Vos los mirás y decís ¿qué se están haciendo esos ladrillos?
En su caso, sería como ver la autogestión celular…
Exacto. Y yo propongo y estoy demostrando que la hormona ouabaína modula esos contactos.
O sea ¿es la responsable de poner en funcionamiento esa autogestión?
No diría en funcionamiento, sino de modularla. Imaginate esto: vos estás sentada lo más pancha y tu corazón está latiendo normalmente, pero si de repente vos te excitás porque estás viendo una película de terror o te dan una mala noticia, tu corazón también se excita. Entonces, modularlo quiere decir frenarlo o, en otros casos, hacerlo andar más, menos, de acuerdo a cómo le resulte más adecuado a la fisiología de todo el organismo. La hormona que les dice “por favor conéctense, háblense” a todas las células para que hagan ese trabajo es la ouabaína. Ahora imagínate esto, para darte cuenta de la importancia que tienen los contactos celulares: se piensa que muchos tipos de cánceres se deben a la falta de comunicación adecuada. Es algo así como si vos, yo, tus colaboradores, todos somos arquitectos y hacemos una casa, pero no nos hablamos y no nos ponemos de acuerdo: esa casa no va a ser una casa. Sin comunicación, sin modulación, un tejido no va a ser un tejido. Es decir que el cáncer es resultado de una mala comunicación o modulación celular.
¿Cómo se relaciona la ouabaína con el tratamiento del cáncer?
Bueno: se ve que muchos cánceres ocurren porque se diferenció mal la célula, eso es lo que demostramos en nuestros últimos trabajos. Entonces, si muchas patologías surgen porque las células no se ponen de acuerdo y vos tenés una hormona que hace que se pongan de acuerdo, es muy probable que dentro de no mucho tiempo estemos curando o mejorando ciertos tipos de cáncer.
¿Pudieron ver esa mejora en sus investigaciones?
Nosotros ya tenemos en nuestros laboratorios el resultado de que muchas células, en cánceres que estamos estudiando, no se comunican bien. Y cuando le ponemos la ouabaína sí se comunican bien. Eso ya lo demostramos en una línea celular de cáncer de mama. Te lo digo con mucho recelo y con mucha razón: vos sabés que cada vez que uno abre la boca ustedes los mediáticos salen a batir el parche y después hay mucha gente que depende de eso y se puede angustiar porque estamos hablando de cosas graves que la afectan directamente.
Yo creo que la forma natural de organizarse es la autogestión, pero que las instituciones imponen otras, para controlar la producción humana. Lo que usted me está señalando con su investigación, ¿me da la razón? ¿Hay una forma natural de organizarse y la enfermedad es la expresión de su ruptura?
Tenés toda la razón del mundo, pero no es tan neto. Hay mucho de autogestión, pero hay mucho de influencia externa. Evidentemente si vos hacés fecundar un óvulo de una elefanta con un espermatozoide de un elefante, no te va a generar una jirafa o un lagarto, sino un elefante. También hay mucha influencia de muchas interacciones con respecto a la madre que lo alberga. Desde las biológicas –si le manda más glucosa, menos glucosa– hasta las sociales. No va a ser igual el bebé de una madre que se quedó embarazada por un tipo que la violó y se mete agujas de tejer para abortar que el de la mamá que está chocha de la vida. Ese chico percibe las cosas que hacen a su aparato físico y las cosas que van haciendo a su aparato afectivo.
Parece haber llegado el momento de hablar sobre su otra investigación reciente: los hijos de puta. Pero lo reconozco: me la dejó picando: 30-0.

Proxenetas y prostituyentes

El ensayo se titula Hacia una teoría general sobre los hijos de puta: un acercamiento científico a los orígenes del mal. Y antes de que saquen el látigo las burócratas de género, aclaro: es una mirada feminista sobre la maldad. Pirincho recibe la palabra “feminismo” como un piropo y lo agradece. (Es amigo de Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe, pero no me lo cuenta a mí sino a Lina, nuestra fotógrafa, cuando lo retrató en su laboratorio mexicano. No se lo dijo para alardear, sino para recomendarle que visite la casa que esas artistas compraron en Talpan, una colonia de DF, para darle refugio a las prostitutas más viejas. “No es la prostitución el oficio más viejo del mundo sino el proxenetismo”, le dirá también, mientras una investigadora cubana entra y le pregunta si le pueden prestar al Dr. X un poco de citofasoguitos. O algo que suena así).
El libro tiene un capítulo sobre las putas y otro sobre los hijos de las putas y la prostitución está presente a lo largo de todo el recorrido que traza con puño de “biólogo que analiza una ruta de 3.700 años de llamada evolución”. Una de sus conclusiones es, cuando se la lee, evidente: el hijo de puta no es el hijo de una puta, sino el prostituyente. De él, seguramente, nace ese insulto y su permanencia en el tiempo y en el espacio y hasta su omnipresencia cultural es una prueba más del perverso poder patriarcal.
El doctor Marcelino Cereijido advierte que este hijo de puta no sólo prostituye a la mujer: “Hoy se llega a violentar el suelo y todos los seres vivos mediante el uso de plantas transgénicas y los así llamados fertilizantes artificiales que, es cierto, por un tiempo hacen rendir al suelo más granos, pero cuyos efectos a largo plazo son deletéreos (Diccionario, please: “que provoca prejuicio, deterioro y daño”). Hay agrónomos y genetistas que comparan estas prácticas no sólo con la prostitución, sino con obligar a las prostitutas a que usen estimulantes para mantenerse despiertas y rendir más. Se trata de una verdadera guerra contra los cultivos tradicionales que venían practicando los aborígenes y sus descendientes campesinos. Abundan también los terrenos desforestados y quemados por fertilizantes artificiales. Pero los gobiernos siguen ensalzando, premiando y financiando a los proxenetas de la naturaleza”.
El libro repasa algunos ejemplos, a manera de “casos”, que hilvanan la historia de la prostitución. Uno, para mí menos conocido: cuenta que los faraones se casaban con sus hermanas para impedir que se diluyera el poder de la dinastía. Sin embargo, no hay registro de hijos que accedieran al trono y padecieran “los desastres de la consanguinidad familiar”. Los modernos estudios de ADN dieron la respuesta: elegían como faraones a los hijos que tenían con sus amantes, a las que seguramente en su época consideraban prostitutas. Este y otros ejemplos le sirven al doctor Cereijido para concluir que durante varias civilizaciones los hijos de las putas no eran marginados socialmente, al menos con la misma intensidad con la que eran segregadas sus madres. No encuentra en ellos, entonces, la explicación del insulto, pero sí en la prostitución como práctica sistemática para destruir el poder y la autoestima femenina. Y la describe en términos biológicos. Pirincho me lo explica así:
“El hombre siempre ha sido más vigoroso y siempre abusó de esa fuerza para joderle la vida a la mujer. Las mujeres son muchísimo más cuidadosas porque para ellas es más fuerte la carga biológica. ¿Entonces? Hay más varones con ganas de copular que mujeres con ganas de copular. No es una particularidad de determinada época: es una tendencia biológica. Y crea un mercado: ¿vos querés copular y no conseguís? Bueno: yo te consigo por dinero. Y agarran a las mujeres y las obligan a ejercer la prostitución. Esto es lo que se ha hecho con las mujeres a lo largo de la historia y lo que se sigue haciendo. Es tan horrible, como perversa sea la masculinidad.
Como especie, ¿el varón es perverso?
Sí. Y la hembra también. La diferencia es otra: en todos los medios la fuerza bruta hace la diferencia y el hombre se ha impuesto por esa razón. La fuerza muscular siempre fue preponderante… hasta ahora. Estamos entrando en una etapa de la evolución en que la fuerza del vigor está perdiendo totalmente la ventaja. Una computadora no distingue si la está operando una mujer o un varón, por ejemplo. Toda la ciencia es independiente de ese factor.
Pirincho no espera mi pregunta y saca la suya de volea: “Alguna gente te va a decir: ´Si las mujeres fueran inteligentes como dice este tipo, ¿por qué hay más Premios Nobel varones?´ Y vos le tenés que preguntar:´¿Usted es idiota o se hace? Hace un siglo, las mujeres no podían ni entrar a las universidades. Entonces, ¿cómo te vas a destacar si no te dan la oportunidad? Y las mujeres recién hace 50 años que están teniendo la oportunidad de hacer ciencia. Y acá viene una de las ideas más originales del libro: yo creo que a medida que continúe su desarrollo en la ciencia, la mujer nos va a recontra superar a los hombres.
¿Por qué?
Porque ella puede. Puede más que nosotros. Está mucho más preparada, más desarrollada en el nivel del inconsciente donde se generan las ideas. Te pongo un ejemplo: una mujer agarra un bebé y todos sabemos que ese bebé va a hablar castellano, o chino, o hebreo. La manera en que se comunica la mujer con el bebé y qué hace es lo que importa en el campo que estamos hablando: piruetas, cosquillas, cantos, muecas. Todo un arsenal de recursos. Hay estudios que demuestran la importancia de estas herramientas.
¿Por qué? ¿Qué construyen?
Yo creo que la parte más noble de la ciencia es la originalidad. Un científico mediocre y un científico genial no se diferencian por quién puede manejar mejor y desde hace más tiempo tales aparatos. La diferencia es que al mediocre se le ocurren trivialidades y al genial se le ocurren genialidades. A Henry Miller, el dramaturgo, le preguntaron ¿dónde se origina su creatividad? Y él contestó: ´Si yo lo supiera iría más frecuentemente´. Nadie sabe de dónde viene la originalidad… Hay quien dice que para ser investigador hay que mirar lo que todos miraron, pero ver lo que nadie ha visto.
¿Y usted qué ve?
Dos cosas. Andá a mirar un cuadro de Quinquela Martín y vas a ver a todos los monos que están cargando bolsas. Andá hoy al mismo lugar que pintó Quinquela y vas a ver que con un dedo se levanta un conteiner de un barco y se lo pone arriba de un ferrocarril. Ya la fuerza muscular no te da ventajas. Entonces, creo que a medida que entremos en un predominio de la ciencia también va a predominar cada vez más la capacidad creativa de la mujer. Y lo que veo, en la actualidad, es que el trabajo científico tiende a ser en equipo, con expertos en distintas disciplinas, con edades heterogéneas y diferentes formaciones, dimensiones estéticas y manejo inconsciente. Y para poder trabajar en equipo, nuestras ´protoideas´ tienen que armonizar, ser acopables con los fragmentos de ideas y corazonadas. Como en el ejemplo del bebé, la mujer tiene esa experiencia de rescatar lo que alguien quiso decir aunque no haya logrado expresarlo taxativamente. Es capaz de no usar sólo la herramienta racional, sino de interpretar naturalmente una variedad de procesos inconscientes, donde se crean y surgen las ideas originales. Yo sé que la mujer tiene esa capacidad: la reconozco. No es que la apoyo o la prefiera. Es totalmente independiente de lo que me guste o no. Así yo odiara a la mujer tengo que reconocer que su capacidad de originalidad nos recontra supera. Pero también reconozco que para que eso suceda, primero alguien tiene que quererlo”.
Con su libro y desde el título, el doctor Marcelino Cereijido nos señala quiénes hacen todo lo posible para que no nazca ese deseo.
Match Point.

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