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Nuestras hermanas

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Crónicas del más acá

Esta vuelta no voy a subirme a caballito del Conurbano ni burlarme de garcas y cotillón. Ni siquiera voy a reflexionar mirando el ácido de la ciudad urgente. No puedo. Porque esta vuelta se trata de personas. De una persona que son muchas y es ella sola.
Ella sola.
Esta Carmen no es la de Bizet.
Lejos de la presencia imponente de esas bailarinas de manos como palomas y cuerpos como espadas, esta Carmen se desliza por la vida con sutileza. Esconde sus casi 40 años en un inoxidable aspecto juvenil y desde su metro y medio sonríe a puro rostro, medida, contenida. Es la brisa que anuncia el huracán que nunca se desata. Y aunque su pelo negro insinúa el trueno, esta Carmen es (aun) un suspiro que late.
Se ha asesinado a millones de palabras en nombre del Amor.
El Amor, un eterno malentendido.
La excusa perfecta, la frazada mágica para esconder nuestras miserias.
Se miente, se mata, se traiciona, se renuncia en nombre del Amor, como si fuese una cosa ajena y no nosotros mismos.
Un prestigio injusto, una meta borracha de absurdidad, un desencanto inexorable, un tesoro del Arco Iris lleno de serpientes, un Yo que no se completa y como no puede ser solo, canibaliza al Otro.
Esta Carmen fue atropellada, el pasado domingo de Pascua, por la confesión de una madre moribunda, a minutos de partir, de su condición de adoptada. Carmen fue arrojada sin piedad a los espinosos brazos de una verdad sin filtro, sin posibilidad de réplica y de repregunta, porque la portadora del secreto guardado hasta el borde final, ya partía. Carmen se quedaba así vacía de porqués, habitada por la ausencia y la duda.
En el País del No Me Acuerdo, Carmen era informada, con las urgencias de la muerte, de un cerrojo de 40 años y una multiplicidad de complicidades que le cancelaron el acceso a lo que le pertenecía.
En el misterioso País de Sur del Mundo donde hay Abuelas que buscan Nietos que están en manos de Otros, Carmen supo así de una hermana melliza, de una madre biológica viva, de una historia que la dejaba parada al borde del abismo. Sola.
La portadora del Amor partía, apurada por salvar su alma y liberarse del equipaje de la culpa.
¿De qué se trata el Amor en el País donde se queman mujeres con una frecuencia propia de la Cristiana Edad Medieval?
¿Cuál es el Amor que se construye en base a la mentira y al miedo?
¿Cuál es la gloria del engaño en nombre del Amor? ¿O es una invocación siniestra de nuestros fantasmas?
¿Qué se hace con lo que Uno es cuando ya no es más lo que es?
Pero Carmen sigue siendo… Carmen.
Carmen no grita ni reprocha.
Camina.
Carmen salió a buscar a su madre biológica y la encontró a los dos días.
Carmen salió a buscar a su melliza y la encontró a los tres.
Así, lo que parecía Troya cayó fácil y rápido.
Luego, organizó una reunión y le presentó a su madre biólogica a Lucía, su otra hija. Su hermana melliza, que la buscaba hacía 10 ó 12 años. Que trabajaba en una feria que Carmen recorrió mil veces y no se vieron. No pudieron verse.
¿Cómo verse a Uno mismo?
Carmen, la que tiembla en algún atardecer, se encontró con los nuevos suyos en un lío de relatos, asombros, miradas, en un mundo de cosas perdidas y cosas encontradas.
Llora. Dice que no mucho, pero llora. No sabe bien por qué llora. Por qué se desplaza entre nosotros como un fantasma, ajena al estupor con que la miramos.
Carmen dice que todos sus familiares sabían. Hasta sus compañeras de primaria. En el País de Marita Verón, todos sabían, pero nadie decía nada.
¿Amor o Temor? ¿De qué se tratan estas complicidades indecibles? Una bestia bifronte en las pesadillas diurnas de eso que algunos llaman vida.
Carmen sabía. Siempre sabemos. Sabemos con el cuerpo, sabemos con los silencios, sabemos con lo que no se puede nombrar. Pero Carmen, que no atrona al Mundo con un taconeo sobre el tablao, necesitaba una verificación cartesiana o una confirmación empirista.
Por eso no tardó en creer lo que ya sabía. Por eso vio los límites de la Arquitectura Amorosa en segundos líquidos. Y liberó a todos los que sostuvieron el secreto. Los llenó de vergüenza al no reprochar nada.
Y ahora, la que llora (poco) es Ella.
En el País de Luciano Arruga y Julio López, Carmen, que no es fuego ni tormenta, quiso buscar y pudo encontrar. Supo, quiso, pudo. No todos.
Ella camina Buenos Aires y recorre la plaza donde unas ancianas dan vueltas cada tanto en una indefectible búsqueda quijotesca de lo que algunos llaman verdad y justicia.
¡Qué cosa las madres!
Mis maestros de la vida me han enseñado que la verdad fluye en la disputa entre Parménides y Heráclito, y como en algunas de las Ciudades Invisibles de Calvino, se construye permanentemente; su proyecto final es el cielo.
Tuve que aprender solo, sin maestros, que la mentira también se construye, también fluye, aunque no sé aún cuál es su proyecto final.
Tuve que aprender solo que la mentira tiene poderosos aliados, humanos sencillos, despojados de la fanfarria de la figuración o el poder, sin uniformes.
Personas que eructan compasión, cuidado y amor, mientras arrastran los horrores de sí mismos.
Carmen no va a tener más líneas que estas porque en el País de Tantas Cosas, lo suyo es menor. Lo sabe, sonríe con una dulzura que asusta y se va, tejiendo y destejiendo la maraña incomprensible y bestial de lo que no se puede nombrar.
Esta Carmen que no es de Bizet, que no es bailaora, no quiere más cuentos.
Prefiere el zapallo a la carroza.
Y caminar.
Por suerte acá, al lado nuestro y desde hace 9 años, cuando pudo, quiso, supo elegir no ser de nadie y hacer lavaca.
 

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Ni la puta ni su hijo

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Marcelino Cereijido. Es argentino y vive en México desde la última dictadura. Dirige una investigación que acaba de descubrir el funcionamiento y aplicación de una hormona que puede ser decisiva para la cura del cáncer. Y de escribió un ensayo donde analiza, con mirada de biólogo, el insulto más famoso. Su teoría permite deducir quién es el autor. Y culpable.
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Batallas por la ley de la vida

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Autogestión sin minas

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