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Primero, el doctor

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El neuropediatra Rodolfo Páramo fue el primero en difundir los efectos del modelo transgénico al denunciar cómo los casos de su consultorio quebraban las estadísticas y la salud pública. Cómo entre el consultorio y sus paseos en bicicleta detectó los efectos del modelo. Y cómo se ganó el calificativo de loco, que considera un título nobiliario.

Primero, el doctor

Un día Lolo decidió mudarse para no morir. No quería terminar sus días ulcerado ni despedirse de este mundo con un infarto, cosa que se veía venir como consecuencia de las situaciones que se le colaban por los ojos, las manos y el alma, de tanto ver y tratar bebés enfermos.

El doctor Rodolfo Páramo –Lolo– era neonatólogo y neuropediatra en el Hospital Cullen de Santa Fe. “Mi maestra Lydia Curiat me había dicho: cuando no aguantes más, dedícate a clínica pediátrica. Imaginate lo que es el estrés de neonatología”.

No lo imagino.

Dice Lolo, mirando fijo: “Es el estrés de ser vos el verdugo de una pareja que espera un bebé normal, pero aparece uno con problemas neurológicos. Que a veces son inviables y mueren al poco tiempo, o a veces quedan mal de por vida. Eso en neonatología. Pero como además era el único que hacía neurología infantil, me derivaban todos los casos del hospital”.

Lolo jamás fue un páramo en lo que se refiere a la seriedad científica ni a la sensibilidad humana con la que se toma las cosas. “Un día, no pude más”.

Decidió mudarse entonces a un lugar ubicado 289 kilómetros al norte de la ciudad de Santa Fe, de nombre inquietante: Malabrigo. Allí había sido feliz en los veranos de su infancia, cuando descubría el mundo en casa de su abuela, aprendía a jugar el juego de la vida por las calles y los campos, y leía El Tigre de la Malasia. En 1988, a los 45 años, se instaló como pediatra en ese oasis de su infancia, para vivir más tranquilo. No contó con la Ley de Murphy, en versión criolla: algo extraño estaba pasando.

Empezó a observar en Malabrigo:

Anencefalias: nacimientos de bebés sin cerebro.

Hidrocefalias: agrandamiento o dilatación cerebral por exceso de líquido céfalo raquídeo.

Malformaciones del pabellón auricular, brazos y piernas.

Agenesia de la pared abdominal: “Nacen bebés con las tripas afuera”, explica el doctor.

Agenesia de diafragma: “Todos los órganos concentrados en el pecho”.

Mielomeningoceles: la falta de cerramiento de la columna a nivel lumbar o cervical (columna bífida) que hace que la médula quede expuesta al exterior.

Lolo agrega: “Y lo que quieras imaginarte”. Aún quienes hemos visto fotos de bebés con estas malformaciones acaso tengamos apenas una ínfima noción de lo que significa esa pesadilla.

El otro problema era el tamaño del problema: “En Santa Fe yo veía un caso así entre 8.500 a 10.000, que es lo estadístico”. Esto es el 0,01% de los casos. “Pero aquí, en 1994, para una población que tenía de 120 a 150 nacimientos vivos por año, había 12 casos anuales. ¿Cuánto es eso porcentualmente?”. Nunca sé si los números dicen algo sobre las pesadillas de la vida real, pero en el caso de Malabrigo se trata de una proporción 1.000 veces mayor de malformaciones que lo que dictaba la estadística de un universo llamado normal.

Desde que el doctor Arthur Conan Doyle creó a un investigador llamado Holmes, se sabe que entre la clínica médica y la labor detectivesca puede haber espejos.

Con mucho de cada cosa el doctor Rodolfo Páramo –Lolo– se hizo una de las preguntas más tremendas de su vida: “¿Por qué pasa esto?”

Realismo mágico

Rodolfo Páramo hoy está jubilado, pero no es un pasivo sino un activo que cumplirá 72 años el 18 de julio. Sigue despertándose entre 5 y media y 6 de la mañana. “Me levanto para no molestar a Elba”, la esposa de toda la vida con quien han tenido dos hijas. Se conecta a Internet y comienza a interactuar con colegas, organizaciones sociales, redes virtuales, para recibir y difundir información sobre qué está ocurriendo con la salud de las personas y del país en estos extraños tiempos. También le gusta ver documentales que hay que saber buscar en televisión. “No me digan que es la caja boba. El bobo es el que se dedica a mirar estupideces”.

Es un hombre amable, cálido, se emociona y me emociona al recordar pacientes a los que no pudo salvar. Le gusta hacer preguntas para dejar pensando a sus interlocutores. Se le nota a la vez un carácter volcánico ante determinadas cuestiones, como cuando en 2010 calificó públicamente a los ingenieros agrónomos que apoyan el modelo transgénico de un modo que no se presta a la confusión: “Genocidas hijos de puta”. 

Páramo ceba mate y hace algunas precisiones: “Dije eso en agosto de 2010 en un acto de la Facultad de Medicina, en el salón de Actos del Pabellón Argentina de la Universidad Nacional de Córdoba. Expliqué que quienes promovían y sostenían este modelo agroindustrial son tan genocidas e hijos de puta como lo fueron en su momento los militares. Seis colegios de ingenieros agrónomos me mandaron cartas documento diciéndome que me retractara o me llevarían a juicio. Estoy esperando que me llame un juez, porque no me retracté”.

Entre sus argumentos, escribió a quienes amenazaban demandarlo: “El Código de Ética del Ingeniero Agrónomo en su Artículo 16 expresa claramente su obligación de advertir al cliente errores en que éste pudiere incurrir, relacionados con los trabajos que el profesional proyecte o conduzca, y no ‘lavarse las manos’ después de extender la receta agronómica, y no controlar ‘in situ’ las aplicaciones de lo que receta, pretendiendo eludir así la responsabilidad que les cabe y obtener impunidad, lo que hace deleznable su proceder, y cobarde pretender que quienes incurren en tal omisión, negligencia e ilícito son otros actores”.

Según el diccionario, páramo es un “terreno yermo, raso y desabrigado; lugar sumamente frío y desamparado”. Es, paradójicamente, lo que Lolo teme que termine ocurriendo con la tierra de continuar el actual modelo de monocultivo y agrotóxicos. Lolo contradice su propio apellido con entusiasmo fértil.

Malabrigo es una localidad de 10.000 habitantes cuyo nombre viene de un arroyo que desembocaba en un puerto al que llamaron así porque no era muy reparado para las crecidas del Paraná, cuenta Páramo. Como su nombre no lo indica, llaman Ciudad Jardín a Malabrigo, que es muy bella.

Lolo conoce pero no leyó a fondo el libro considerado disparador del realismo mágico latinoamericano, Pedro Páramo, del mexicano Juan Rulfo. El realismo mágico en los pagos argentinos no viene de la literatura.

Transgentina

Páramo, recordemos la secuencia, estaba preguntándose en 1994 qué era lo que generaba tan terribles y asombrosas malformaciones de bebés. “Primero me habían llamado la atención, en el consultorio del hospital de Malabrigo, los problemas alérgicos por el contacto con los sembradíos. Empezaba a atender a las 6 de la mañana, para que pudieran venir las madres de los barrios, que a las 7 de la mañana entraban a trabajar como domésticas o como empleadas. En el centro de la ciudad estaban funcionando los silos de la cooperativa agropecuaria local. Aprendí que los silos ventean los granos, se les manda aire caliente para quitarles la humedad, pero ese aire caliente arrastra a la atmósfera el polvillo que hay en la cáscara de la soja, el girasol, el maíz”.

Por ese venteo los vecinos habían denunciado a la cooperativa, porque no se podía tender la ropa. “El polvillo ennegrecía todo con una materia grasa que costaba lavar. Eso era lo que estábamos respirando”.

Otro hallazgo: “Había aprendido en neurología infantil que para evitar las malformaciones es fundamental el ácido fólico, que se usaba en Malabrigo para tratar a las embarazadas que iban al hospital. Pero sospeché que si había tantas malformaciones, algo estaba inhibiendo esa acción del ácido fólico. Entré a investigar, a leer y supe que en ese 1994 se estaba usando el glifosato de Monsanto. ¿Suena raro?”

Suena raro. ¿Por qué? Por la fecha. La aprobación de los transgénicos y sus herbicidas fue en 1996: Menem presidente, Felipe Solá secretario de Agricultura. Páramo: “Aquí ya les permitían cultivar soja transgénica y aplicar el glifosato antes de la aprobación oficial. No se usaban aviones, sino mosquitos (vehículos fumigadores terrestres). Derramaban el veneno en los campos, y después circulaban acá por las calles, chorreando glifosato. Ahí aparecieron las malformaciones de todo tipo”.

Páramo volvía a sentirse verdugo de parejas a las que debía informarles, por ejemplo, que su bebé había nacido sin cerebro. “Empecé a atropellar. Fui al Concejo Deliberante, hablé con el entonces intendente Carlos Spontón, le dije que si no hacían algo los iba a denunciar a todos. El intendente dijo: ‘¿Me estás amenazando?’. Le contesté: ‘No, te estoy avisando lo que voy a hacer’. Lo cierto es que se logró prohibir la venta de estos productos dentro del perímetro urbano, y se prohibió el ingreso de los vehículos con glifosato. Y las malformaciones desaparecieron como por arte de magia”.

Desde la bicicleta

La vida siguió como siempre en Malabrigo. “Me gusta visitar Buenos Aires de vez en cuando, pero vivir ahí ni loco, se las regalo. Aquí salís, saludás, conversás, es otra cosa. Sos alguien. Allá sos un número”. Lolo andaba además en bicicleta entre los campos unos 60 kilómetros por día. El consultorio, sus conversaciones y sus paseos, dispararon nuevas alarmas. “Empecé a enterarme desde 2004 de muchos cáncer en personas jóvenes, menores de 50 años, y linfomas en chicos. Después me enteré por Internet de las demandas de Ecuador contra Colombia por las fumigaciones con glifosato, que eran parte del Plan Colombia impulsado por Estados Unidos para atacar las plantaciones de coca y amapolas”.

Páramo supo así que el glifosato cruzaba la frontera de Ecuador hasta 80 kilómetros y que una universidad de ese país investigó las consecuencias en los humanos: riesgo de contraer cáncer, infertilidad, nacimiento de bebés con malformaciones. Todo esto no era un relato para él: era parte de lo que había visto demasiadas veces. “Y a los cánceres raros, inusuales, se agregaron 5 ó 6 mujeres jóvenes, embarazadas, sanas ginecológicamente, que venían bien en su gestación, pero abortaban. Es un número enorme para un lugar como éste, y eso sigue ocurriendo”.

Lolo trataba de distraerse de estos temas haciendo largos paseos en su bicicleta. “Un día veo un mosquito fumigando un campo. Paso a los 3 ó 4 días, y esa zona estaba amarilla. Llovíó, no pude andar por unos días, y al volver veo que la vegetación del otro lado del alambrado y en la cuneta estaba seca. ¿Cómo? ¿No me habían dicho que el glifosato se degradaba en contacto con la tierra? No se degradaba nada, se escurría, mataba todo lo que encontraba y se infiltraba naturalmente a las napas de agua”.

En el hospital la alarma era cada vez mayor. “Hablábamos todos: médicos, enfermeras. Todos coincidíamos: alguien tiene que hacer algo. Y pensé: bueno, lo hago yo. Llamé a Luis Nardín, periodista de radio, me invitó a su programa. Fue el 3 de marzo de 2007: le conté todo, desde las malformaciones hasta el cáncer, todo el resto de enfermedades y los abortos y lo que se notaba de estos venenos en los campos. Dije que Monsanto miente. Eso lo pasaron también por Reconquista y se desparramó”.

Fuera de moda

Páramo pronuncia palabras fuera de moda para explicar su decisión. “Creo que era un deber moral y ético decir lo que pasa. Me eduqué en una universidad pública. Mis viejos me pagaron la comida y la pensión. Los profesores los pagó la gente con sus impuestos. La sociedad. Hice un juramento de trabajar por la salud. Entonces si te callás, sos cómplice. Y no sos coherente con la vida”.

Empezaron los viajes, congresos, conferencias: “Nunca cobré nada, en 2008 estuve en Mu. Punto de Encuentro hablando del tema, en la Universidad de Córdoba, en Santa Fe. Decidí jubilarme ese año para poder dedicarme full time a este tema. Conocí a Andrés Carrasco que hizo su investigación en el Laboratorio de Embriología Molecular demostrando los efectos del glifosato. Un día teníamos que hablar en la cámara de Diputados de Santa Fe y yo le dije a Andrés que no quería, que estaba harto de hablar con gente que no quería entender. Me contestó: ‘Ojito: vas a hablar. Por culpa tuya hice la investigación’”. Carrasco había percibido que en las denuncias de madres, vecinos y médicos rurales había una realidad que la ciencia debía investigar.

Recuerda Páramo, con una combinación de orgullo y modestia, cuando Gustavo Irico, el entonces decano de la Facultad de Ciencias Médicas de Córdoba, lo presentó como el primer médico que denunció el impacto de productos como el glifosato en la salud. Y una charla que compartió en 2010 con Carrasco, el biólogo Raúl Lucero y el médico misionero Hugo De Maio, entre tantos y tantas que desde entonces se atrevieron a romper el silencio, bastante antes de que la Organización Mundial de la Salud, en abril 2015, empezara a reconocer tímidamente los efectos del glifosato. “Pero el problema no es sólo el veneno –dice Lolo en el atardecer de Malabrigo-, sino también los transgénicos, lo que comemos, y todo un modelo de producción que no va, que no tiene futuro porque es insustentable, y va a provocar una debacle económica cuando haga implosión. Hay que pensar otros estilos de producción, agroecológicos, formas comunitarias de producir y de consumir, otros estilos de vida, porque con este no tenemos garantizado el futuro”.

Páramo se apoya en su bastón y en varias convicciones. “A todos los que hemos dicho las cosas como son, nos han dicho locos. Si eso es por mostrar la realidad, no hay que hacerse problema. Que me digan loco: para mí es un título nobiliario”.

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La salud no calla

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Mechi Méndez es enfermera especialista en cuidados paliativos y trabaja desde hace 20 años en el Hospital Garrahan. Sus pacientes son niñas y niños con cáncer. Ellos le enseñaron a relacionar la enfermedad con los agroquímicos. Y la convirtieron en un medio de comunicación. Las claves del amor y el humor, y por qué la silla es terapéutica.
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Mal educados: los manuales censurados de Educación ambiental

Los ejemplares del manual “Educación Ambiental”, publicado en 2011 por el Ministerio de Educación y la Secretaría de Medio Ambiente, fueron censurados y guardados en un galpón por presión de las corporaciones mineras y sojeras y de diversos funcionarios. Acá lo podés descargar completo, en formato PDF.

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Como lo planteamos en la nota Mal educados publicado en el número de mayo de la revista Mu, difundimos aquí el PDF completo del censurado manual Educación Ambiental. Ideas y propuestas para docentes, realizado en 2011 por el Ministerio de Educación y la Secretaría de Medio Ambiente, presentado a la prensa el ministro Alberto Sileoni y el secretario Juan Mussi. Se imprimieron 350.000 ejemplares que tuvieron que ser guardados desde entonces en un galpón por presión de las corporaciones mineras y sojeras y de diversos funcionarios (ministros y gobernadores).
Mal educados: los manuales censurados de Educación ambiental
Se trata de un trabajo de calidad inédita, en forma y contenidos, cuya libre divulgación es relevante en momentos en que el debate sobre los bienes comunes es crucial para gran cantidad de comunidades afectadas por el modelo extractivo, pero inexistente en la llamada agenda política, pese (o por) el año electoral. Desde el punto de vista estrictamente educativo, es una herramienta más para que docentes y estudiantes puedan conocer y debatir estos temas.

En este link podés descargar el manual en formato .pdf (33Mb)

Mal educados: los manuales censurados de Educación ambiental

El árbol de los problemas ambientales

La nota de Mu 88

Por primera vez en la historia el Estado Argentino elaboró, bajo la órbita del Ministerio de Educación, manuales de alta calidad de forma y contenidos referidos a lo ambiental, titulados Educación Ambiental – Ideas y propuestas para docentes. Hay tres versiones para los niveles Inicial, Primario y Secundarios, han sido considerados “extraordinarios” por especialistas en el tema, y fueron presentados en conferencia de prensa por el propio ministro Alberto Sileoni y por el secretario de Ambiente y Desarrollo Sustentable Juan José Mussi el 18 de abril de 2011. Informaron entonces que se imprimieron 350.000 ejemplares en total.
Agregó el ministro Sileoni: “El desafío que tenemos por delante, no es sólo que estos materiales lleguen a todas las escuelas del país, además tenemos que garantizar que en cada una de sus aulas transcurra esta transmisión de saberes para mejorar la sociedad en la que vivimos”.
El desafío salió mal: los libros jamás llegaron a las escuelas ni hubo transmisión de saberes para mejorar la sociedad, como resultado de la presión ejercida por el lobby sojero liderado por AAPRESID (Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa), que incluyó el trastornado título Los chicos, rehenes de guerra, para el artículo del activista transgénico Héctor Huergo (editor del diario Clarín, que nunca explica cuál es la guerra ni por qué los chicos serían rehenes), y llamadas densas a las zonas centrales del Ejecutivo por parte del secretario de Minería, Jorge Mayoral, el ministro de Ciencia y Técnica Lino Baranhao, y de los gobernadores de San Juan (José Luis Gioja), La Rioja (Luis Beder Herrera) y Catamarca (Eduardo Brizuela del Moral en aquel entonces).
Ese ejercicio de lobbistas estatales y privados del modelo extractivo frenó inmediatamente la distribución de los libros y del proyecto de capacitación que, según había informado el propio gobierno, involucró una inversión de 7.900.000 pesos (de 2011). Desde entonces los ejemplares para los tres ciclos, en papel ilustración y a todo color, reposan en un galpón posiblemente de la zona de Barracas, por el cual se paga un alquiler del que no se obtuvieron cifras pero que parece ser lo suficientemente oneroso como para haberse convertido en un karma inexplicable con el que nadie sabe qué hacer.
En aquella conferencia se repartieron algunos ejemplares al periodismo, incluso la versión en CD, y el ministro Sileoni brindó otras definiciones significativas:

  • “A los grandes nos cuesta mucho modificar conductas que tenemos arraigadas, mientras que si los chicos aprenden desde edades tempranas la importancia de cuidar el lugar donde vivimos, sin duda, van a incorporar mejores hábitos y una mayor conciencia”.
  • “Se trata de tomar conciencia de que formamos parte de un colectivo, y desde ahí ver cómo hacemos para transformar el mundo cuidándolo. Este es el mensaje que tenemos que transmitir, empezando en la mesa familiar, para continuar en las 45 mil escuelas, con los 900 mil docentes del país, que constituyen un extraordinario escenario para que estos temas se transmitan”.

El entonces secretario Juan José Mussi agregó a ese cúmulo de buenas intenciones:

  • “Los docentes y los alumnos son centrales para llevar adelante políticas de prevención. Así como para extender la idea de que es importante que haya desarrollo, pero es fundamental que éste se lleve adelante cuidando el medio ambiente. Y para ello es imprescindible brindarles a los chicos información seria y con propiedad, como la que proponen los nuevos materiales que preparamos”.

La información de prensa brindada por el propio gobierno aclaraba que los libros llegarían a 104.000 establecimientos de todos los niveles, como parte de un plan de capacitación para al menos 10.000 docentes de todo el país, con el objetivo de “facilitar e impulsar la inclusión de la Educación Ambiental en la currícula escolar”.

¿Qué dicen los libros?

El manual, cuyo PDF completo para el nivel Secundario (320 páginas) puede leerse, bajarse, copiarse y distribuirse desde www.lavaca.org, plantea que la Educación ambiental es política, social, multidisciplinaria, humanista y ética (destaca, por ejemplo, la ética del bien común, de la participación democrática, de la restauración y reconocimiento de la diversidad ecológica y cultural). En una lectura veloz puede verse “El árbol de los problemas ambientales”, en cuya raíz figuran la “alta producción industrial contaminante”, la “inequidad en la distribución de oportunidades y riqueza” y el “consumismo/ consumo irresponsable”.
Entre los problemas ambientalds globales menciona la pérdida de biodiversidad, el cambio climático, el adelgazamiento de la capa de ozono, la desertificación y la escasez de agua. Aclara a los docentes: “Es importante recordar que el sentido crítico del lector debe conducirle a seguir profundizando en los temas tratados. Las siguientes páginas actúan simplemente como disparador”.
En la página 79 comienza el capítulo Problemas ambientales en nuestro país. Informa por ejemplo, con datos del Sistema de Indicadores de Desarrollo Sostenible, que el 20% de la población no tiene acceso a agua segura. En la página 88 se mencionan los Impactos de las actividades extractivas del subsuelo mencionando primero la minería, actividad a la que califica como “doblemente destructiva por su gran escala y por la tecnología que ha acrecentado su capacidad productiva”. Señala que “actualmente se están desarrollando en el país una gran cantidad de proyectos mineros, generándose amplios debates y movimientos por parte de pobladores locales y organizaciones de la sociedad civil que cuestionan este tipo de emprendimientos”.
Menciona los impactos mineros.

  • Flora y fauna: “Deforestación de los suelos con la consiguiente eliminación de la vegetación (esto es más grave en los casos de mineras a cielo abierto y en las megaminerías)”.
  • Suelo: “Importantes modificacines del relieve por excavación, desgaste de la superficie por erosión, generación de montones de residuos de roca sin valor económico que suelen formar enormes montañas”.
  • Agua: “Alto consumo de agua que, generalmente, reduce la napa freática del lugar (agua subterránea), llegando a secar pozos de agua y manantiales. El agua suele terminar contaminada por el drenaje ácido de las minas”.
  • Aire “La contaminación del aire puede producirse por el polvo que genera la actividad minera, que constituye una causa grave de enfermedad, causante de trastornos respiratorios de las personas y de asfixia de plantas y árboles. También por emanaciones de gases y vapores tóxicos”.

Describe el uso de cianuro y derivados “que son muy tóxicos y perdurables en el tiempo”, de “productos químicos peligrosos” y se explica que la actividad genera “un vertido autoperpetuado de material tóxico ácido, que puede continuar durante cientos o incluso miles de años” (como lo sabe cualquier persona que haya visitado alguna vez minas abandonadas hace 100 años, que siguen drenando esos ácidos).

Sobre Transgénicos

El capítulo La transformación rural informa sobre el avance de la frontera agropecuaria. Este profundo proceso de cambio de uso de la tierra configura un verdadero reemplazo de ecosistemas naturales (pastizales, bosque y humedales) por agroecosistemas artificiales, simplificados y mantenidos por una intervención tecnológica intensiva y sostenida, con consecuencias para la estructura social de la población rural, cambios en la tenencia de la tierra y riesgos para la salud humana”. Agrega: “La soja transgénica, con una o dos siembras anuales, es en la actualida el cultivo predominante que impulsa el proceso de transformación agraria en Argentina”.
El manual describe qué es un organismo modificado genéticamente, comúnmente llamado transgénico, al que se le otorga la característica de “resistir al herbicida glifosato”.
Se explican las consecuencias sociales entre las cuales se señala la falta de compromiso de los pooles de siembra “con la planificación del uso de la tiera y su conservación”. También refiere “el endeudamiento y desaparición de amplios sectores de productores pequeños y medianos” con datos de los censos agropecuarios, y el éxodo de las poblaciones rurales, más evidente con el uso de las tecnologías intensivas “con la consecuente merma de la mano de obra necesaria”.
El manual plantea entre las consecuencias ambientales el “deterioro creciente del suelo y los acuíferos”, el “aumento poco controlado del consumo de pesticidas, herbicidas y otros agroquímicos que impactan en la fauna y la flora”, y los problemas y trastornos en la salud: “La absorción de pequeñas dosis de agroquímicos se traducen en afectaciones de la salud que van desde intoxicaciones a daños potenciales del material genético celular”.

Off the record

El trabajo es prologado por Mussi, Simeone, y Fernando Melillo, y figuran en la realización de contenidos la Secretaría de Ambiente, el Ministerio de Educación y la fundación Educambiente. Tan guardados como los libros parecen estarlo los funcionarios y funcionarias que podrían dar explicaciones sobre el tema, excepción hecha del clásico off the record que brindó a Mu una elevada y asombrada fuente oficial: “La verdad es que se hizo el trabajo, se mandó a todas las provincias para que las áreas de Educación estuvieran en cada caso al tanto de los contenidos, y nadie dijo nada. Para cuando se presentó yo creo que pasaron dos cosas: obviamente los altos funcionarios no lo habían leído, y de ahí para abajo todos los intermedios tampoco. O algunos lo leyeron, y nadie estuvo en desacuerdo, o no percibió el efecto que podían provocar”.
¿Qué pensar del universo de funcionarios que recibió el manual y no hizo ni una lectura superficial? Respuesta en off: “Chantas”. La pregunta sobre qué cosas más importantes habrán estado haciendo no recibe respuesta alguna. “No tengo dudas de que en algún momento esos ejemplares se rescatarán y finalmente se distribuirán” dice la fuente oficial, otra demostración de que entre los distintos funcionarios y niveles oficiales existen disputas, incompatibilidad de caracteres, o reacciones mutuamente alergénicas.

Pensamiento único

Pablo Sessano fue de los primeros que denunció la decisión de no distribuir los libros. Es educador ambiental, especialista en Planificación del Medio Ambiente y reúne la condición de trabajar en ese rol técnico tanto para el Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, como para el programa Escuelas de Innovación de Conectar Igualdad (Anses), además de asesorar a la Comisión de Cambio Climático en la Legislatura Porteña. “Esos manuales constituían una política pública que se suspendió de hecho por presión de las corporaciones a través de los propios ministerios, que no quieren una mirada crítica frente a estos procesos. Son manuales de absoluta calidad, extraordinarios, es la primera vez en la historia del país que el Estado genera un material de educación ambiental de este nivel. Lo que llama la atención es cómo el Estado se subordina de inmediato a la presión de los intereses corporativos”.
Otra idea: “No hay que olvidar que es material para los docentes, y plantea dudas, preguntas, para motivar la investigación y el aprendizaje. Si no hay ese debate, en las escuelas caemos en un pensamiento único que plantea que el agronegocio o el modelo de minería a cielo abierto son sustentables o los únicos posibles. Y ese pensamiento único que oculta los problemas, más allá de lo que cada uno opine, no sirve para educar sino para adoctrinar”.
Otra duda que se genera: se dice que frente a estos modelos productivos el rol de control lo tiene el Estado. “¿Quién puede creerle a un ministerio que va a controlar a la minería o las fumigaciones, cuando el propio Estado suspende sus políticas públicas en educación por presión corporativa?” se pregunta Sessano sobre este caso que es difícil definir si se trata de censura, autocensura, o silencio por conveniencia mutua, del que ni medios oficiales ni hegemónicos volvieron a hacerse cargo luego de que los manuales desaparecieron del mapa.

Otro peligro

La vicepresidenta de AAPRESID, María Beatriz “Pilu” Giraudo habló en 2013 en el programa Hombres de campo, entrevista que puede escucharse en la propia página de AAPRESID. Allí relata que su entidad activó también a AEA (Asociación Empresas Argentinas, que reúne a las principales corporaciones). Y que antes de estos manuales oficiales, habían entrado en contacto con editoriales educativas privadas (gracias a la gestión de la ex ministra bonaerense Silvina Gvirtz) y con la Cámara Argentina de Publicaciones, cuestionando citas en los manuales escolares sobre el tema del modelo sojero. Mencionó especialmente el caso de Ediciones Santillana, por uno de sus manuales para 5º grado al que adjudica “un abordaje totalmente basado en el desconocimiento, se habla de fumigaciones cuando en el campo y en la agricultura se hacen pulverizaciones”. La declaración demuestra las maniobras de estos grupos para controlar no sólo la información, sino los procesos educativos.
Santillana, a través de su gerente editorial Mónica Pavicich, tuvo la gentileza de enviar a Mu las páginas cuestionadas de aquel manual de 5º grado que ya ha quedado relegado por versiones más actualizadas. Se muestra, por ejemplo, un dibujo de un avión fumigando un campo, y un corte terrestre del subsuelo: “El producto que utiliza se introduce en la capa subterránea de agua, Después, el agua contaminada llega a un río y afecta a los peces que viven allí, y luego esa misma agua sale al mar. Así es como una acción en un lugar determinado puede afectar a zonas muy alejadas de donde se originó el problema”. En la página 56 explica qué significa la degradación de los suelos: “El uso prolongado de pesticidas y fertilizantes químicos provoca la contaminación de los suelos y las capas de agua subterránea. A ese tipo de contaminación se la conoce como contaminación por agroquímicos”.
Pavicich reconoce que recibieron llamadas de organizaciones como ACSOJA (Asociación de la Cadena de la Soja Argentina) con la que no tienen ningún inconveniente en intercambiar materiales y posturas acerca de distintos temas. “Pero los libros son solo herramientas para la tarea que realiza el maestro/a; es el docente el que, con su trabajo en el aula, promueve en sus alumnos el desarrollo de su pensamiento crítico”. Santillana sigue editando lo suyo, mientras 350.000 ejemplares guardados en un galpón muestran cómo puede intentar congelarse tras la enfermedad del silencio a esa sana intención de que exista pensamiento crítico.

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