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En busca del último Walsh

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Facundo Barrio reconstruye en esta investigación el destino del último cuento de Rodolfo Walsh: Juan se iba por el río. Un relato que, como el escritor, desapareció en la ESMA. Quién era el personaje de Juan y qué contaba su historia. Por qué representaba una alegoría de esos tiempos.

En busca del último Walsh

Ésta debería ser la historia de un cuento póstumo, pero es la historia de un robo ensañado. De una desaparición tan triste como la de Rodolfo Walsh: la de Juan se iba por el río, su última obra de ficción, escrita durante sus últimos y clandestinos meses de vida y apropiada por los represores de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) un día después de su secuestro, en 1977. Es la historia de la caída de Walsh, de su desaparición, del saqueo de su casa y del secuestro de su obra inédita. Del archivo que los militares armaron en la ESMA y de los militantes sobrevivientes que recuerdan haber visto allí los papeles perdidos del escritor. Es, también, la historia del paisano Juan Antonio Duda, protagonista del cuento, de cuya existencia sabemos gracias a la memoria de las únicas dos personas en el mundo que pudieron leer el relato. De la batalla judicial por recuperar los textos secuestrados. De la certeza testimonial de que sobrevivieron al desmontaje de la ESMA. Y de una incertidumbre que vertebra todo lo demás: ¿Los represores conservan todavía hoy los papeles inéditos de Walsh?

La última vez

¿Qué casualidad, no? Al último cuento le puso Juan se iba por el río, y después lo secuestraron a media cuadra de San Juan y Entre Ríos. Patricia Walsh dice que esa ironía le hubiera causado gracia a su papá, que tenía un particular sentido del humor negro. Pero no le parece factible que Walsh se haya burlado de su propio destino en el título de su obra final. Patricia cree, en serio, que fue una casualidad. Porque Walsh desapareció el 25 de marzo de 1977, y el cuento era un desglose de una novela que hacía tiempo había decidido abandonar. El paisano Duda ya existía para cuando el escritor supo que su próxima –y, como el cuento, última cita clandestina- sería en una esquina de la avenida San Juan, en el barrio de San Cristóbal. Aquella tarde, la patota militar le disparó hasta que se desplomó sobre el asfalto y después se lo llevó a la ESMA. Su cuerpo sin vida fue visto por última vez en la escalera que conducía al sótano del centro de detención.

Juan Duda también fue visto por última vez en el sótano de la ESMA. El cuento llegó a la Escuela de Mecánica luego de que un grupo de tareas de los militares reventara la casa de Walsh en San Vicente y se robara una vasta colección de memorias, cuentos, notas periodísticas, cartas personales, material de archivo, documentos internos de Montoneros y borradores de futuros proyectos literarios que el icónico periodista había producido y acumulado durante la clandestinidad. Varias carpetas de escritos inéditos del Walsh maduro, casi vírgenes de lecturas. “No sería raro que hayan conservado los escritos como trofeos de guerra”, dice Patricia, que no solo busca los huesos de su padre.

El personaje desaparecido

La desaparición de Juan Duda –paisano arquetípico y derrotado del siglo diecinueve, soldado de guerras ajenas, compañero generacional de Martín Fierro– no solo ocurrió en la realidad, sino también en la fantasía walsheana. En el final de Juan se iba por el río, el Río de la Plata de pronto baja y se vacía, dejando a la vista peces muertos, restos de barcos y seres fantásticos. Con el agua retirada, Juan se lanza a cruzar el río a caballo, para cumplir con su crecido anhelo de pisar la orilla de enfrente. Pero el viento cambia de dirección y la sudestada trae consigo una tormenta fenomenal. La silueta del protagonista se esfuma en el horizonte. No se sabe si Juan llega o no al otro lado. El final es meditadamente abierto.

Algunos años atrás, Lilia Ferreyra, última compañera de Walsh y una de las dos personas que leyeron el cuento, reveló que cierta vez le preguntó al escritor si Juan alcanzaba la otra orilla. “No sabemos. Lo importante es que se animó a cruzar”, le respondió Walsh.

“Hasta allí acompañó a su personaje; no quiso definir su destino –escribiría Ferreyra años después–. Por eso Juan no ‘se fue’; el verbo no cerraba la acción. Juan ‘se iba’ por el río”.

Los papeles de Walsh fueron apropiados por el Grupo de Tareas 3.3.2 de la ESMA, la misma banda de asesinos que mató al escritor y luego desapareció su cuerpo. El robo de los escritos está contenido en la investigación judicial en torno a la desaparición del autor. En la justicia argentina llegó a dilucidarse que, entre 1977 y 1978, algunos detenidos vieron los escritos dentro de la Escuela de Mecánica.

Lo que casi nadie sabe es que, en 1979, los textos también fueron vistos por una sobreviviente fuera de la ESMA. Los encontró en una casa operativa a la que el Grupo de Tareas había trasladado parte del botín obtenido en los asaltos a los secuestrados. Pero con la obra perdida del autor de Operación Masacre ocurre lo mismo que con un detenido desaparecido: podemos reconstruir una parte del derrotero posterior a su secuestro, pero no conocemos su destino final.

En cierto punto se nos escapa el rastro. Y entonces solo nos queda ilusionarnos con su reaparición.

Los textos desaparecidos

Conocemos con exactitud lo que había entre los papeles robados gracias a una presentación judicial que Ferreyra hizo en mayo de 1997 para reclamar la restitución del cuerpo de Walsh y de sus obras secuestradas, “que forman parte del patrimonio cultural de la sociedad por la que vivió y murió”. Había documentos críticos sobre Montoneros; memorias de Walsh separadas en tres temas: política, literatura y afectos; páginas de su diario personal; borradores de proyectos no consumados; material de investigación; selecciones de notas periodísticas; una carta que escribió a su hija Victoria luego de su muerte; otra al militar que dirigió el operativo para que “usted, coronel, sepa quién era la joven de 26 años que ustedes mataron”, y copias de la célebre Carta abierta de un escritor a la Junta Militar.

Pero la pérdida mayor tal vez sea la de cuatro cuentos inéditos: cosechas literarias tardías, robadas por sujetos incapaces de dimensionarlas. En su reclamo judicial, Ferreyra reseñó brevemente esos relatos, cuyos borradores pudo leer durante los últimos meses que compartió con Walsh en la casita de San Vicente:

El 27, año del nacimiento de Walsh y evocación de la memoria de su padre y de su propia infancia en el campo, parece ser una precuela de El 37, publicado en 1960, acerca de la angustiosa etapa de su niñez que el autor pasó en un colegio irlandés para huérfanos y pobres.

El aviador y la bomba (sin título definitivo) reconstruía la historia de uno de los aviadores navales que bombardearon la Plaza de Mayo durante el intento golpista contra Juan Domingo Perón del 16 de junio de 1955, que un joven Walsh apoyó.

Ñancahuazú, en cambio, se inscribe en otra era ideológica de Walsh: la de su admiración por la Revolución Cubana y sus corolarios. El cuento recreaba la experiencia guerrillera que el Che Guevara comandó en la selva boliviana entre 1966 y 1967. El relato se basó en un reportaje que Walsh le hizo en Bolivia al mayor Rubén Sánchez, quien había sido prisionero de los guevaristas, y a quien el escritor ya había citado en Bolivia: el general proletario, un retrato publicado en 1970 en la revista Panorama sobre el efímero y popular presidente boliviano Juan José Torres.

El cuarto cuento robado –el único terminado y en versión definitiva– es Juan se iba por el río.

En la ESMA

Martín Gras es el último testigo que vio el cuerpo sin vida de Rodolfo Walsh. Fue el mismo día del asesinato y desaparición del escritor. A Gras lo subían del sótano de la ESMA –donde estaban las salas de tortura y la enfermería– cuando vio bajar por las escaleras a un grupo de militares que llevaban a Walsh sobre una camilla. Tenía el pecho abierto por una ráfaga de balas. Gras también es –además de Lilia Ferreyra, fallecida en marzo de 2015– la otra persona que leyó el último cuento inédito del escritor. Un par de días después de la llegada del cadáver del autor a la Escuela de Mecánica, encontró la versión acabada de Juan se iba por el río en la oficina del marino represor Antonio Pernías.

Sentado en su despacho anexo a la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, donde trabajó durante años, Gras recuerda bien aquella mañana. “Pernías tenía una oficina chiquita en el sótano donde solía citarme –cuenta Gras, ex oficial mayor de Montoneros–. Ese día me llevaron ahí y me dejaron esperándolo en su escritorio. Pero Pernías no estaba, y podían pasar quince minutos o quince horas hasta que viniera: en la ESMA, el tiempo no existía para los detenidos. En el fondo de la oficina había un trastero con papeles. Aproveché para curiosear un poco, porque cualquier dato que obtuviera podía servir a nuestra estrategia de supervivencia”.

Gras no tardó en identificar a quién pertenecían las cosas robadas que encontró allí. “Primero vi unos archivadores con recortes periodísticos. Después, la colección completa del periódico de la CGT de los Argentinos. Y finalmente unas carpetas con escritos a máquina. En ese momento me olvidé de mi situación, de Pernías, de todo. Me senté en el piso y me puse a leer, fascinado. Había una serie de documentos críticos sobre Montoneros y sobre la línea política y militar que había adoptado la conducción, en los que se planteaba la necesidad de un repliegue ante la ofensiva estratégica del enemigo. Y también estaba Juan se iba por el río. No era copia carbónica: era el original”.

El argumento

En los primeros días de 1977, Rodolfo Walsh se había impuesto dos objetivos para el 24 de marzo de aquel año, primer aniversario del golpe de Estado: terminar su último cuento y escribir una denuncia pública de los crímenes de la dictadura. Las pinceladas finales de Juan se iba por el río fueron, por lo tanto, simultáneas a la elaboración de la Carta abierta a la Junta Militar. Ambas obras corresponden a la etapa clandestina en San Vicente, tal vez el momento de mayor clarividencia política de Walsh y el de mayor peligro para su propia vida. Esas, y no otras, fueron las condiciones de producción de su última ficción.

“Juan Antonio lo llamó su madre. Duda era su apellido. Su mejor amigo, Ansina; y su mujer, Teresa”. Lilia Ferreyra era capaz de recitar de memoria las primeras líneas del cuento, que ella misma ayudó a pasar en limpio tres días antes del secuestro de Walsh. En esas hojas mecanografiadas, Ferreyra pudo leer la historia de Juan Duda, exponente de la generación de paisanos argentinos inmediatamente anterior a las grandes oleadas inmigratorias del siglo diecinueve. Sobreviviente a su época y ya viejo, Juan se sienta en un banquito a la vera del río y rememora su vida. Se acuerda del día en que vio pasar el féretro con los restos repatriados del general San Martín. De la noche anterior a la batalla de Cepeda, cuando a él y al negro Ansina los hicieron formarse para escuchar la arenga patriótica del general Mitre. Y del negro diciéndole al oído: “En la patria de ellos, yo me cago”. Desde la orilla, Juan fantasea con llegar al otro lado del Plata, donde las casitas blancas de la colonia se dejaban ver en los días de sol. Hasta que la bajada del río lo invita a arriesgarse.

Pero volvamos a la escena lamentable de Martín Gras: un prisionero en la oficina de un torturador, vestido con ropas harapientas y sentado en el piso, con grilletes en los tobillos y capucha al hombro, leyendo el último cuento de un escritor asesinado y desaparecido. “En ese momento sentí que, a través de Juan, Walsh hablaba de sí mismo y de todos nosotros: del aniquilamiento de una generación de militantes que no sabíamos si llegaríamos o no ‘al otro lado del río’. Me desesperaba no conocer la respuesta. Pero probablemente no hubiera contestación posible. Lo importante era haberlo intentado”.

Algunos días después, Gras ya no volvió a ver los papeles en la oficina de Pernías.

La carta robada

Lila Pastoriza regresa casi todos los días al predio de la ex ESMA, donde hoy funciona el ente público Espacio para la Memoria y la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos. Desde hace años trabaja vinculada a las políticas sobre memoria. Estamos dentro del extenso terreno que perteneció a la Escuela de Mecánica, a unos pocos cientos de metros del sitio donde se encontraba el Casino de Oficiales, núcleo del centro clandestino de detención. En general, Pastoriza evita entrar a ese edificio donde, entre junio de 1977 y octubre de 1978, vio morir y desaparecer a compañeros y amigos.

Lila conoció bien a Rodolfo Walsh. Además de la militancia compartida en Montoneros, trabajaron juntos en la  Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA). Pastoriza dice que no le costó reconocer los escritos que cierto día encontró en la Pecera, la oficina transparente que los militares habían montado en la ESMA. “Ya desde el 76, ellos habían empezado a hacer trabajar a algunos detenidos. A fines del 77, construyeron la Pecera en el tercer piso. Era un recinto con un corredor en el medio y muchas oficinas pequeñas a ambos costados, separadas por tabiques de acrílico, en las que guardaban libros y papeles obtenidos en allanamientos. El pasillo estaba controlado por cámaras colocadas en el fondo del corredor, que no llegaban a tomar las oficinas”.

Existen distintas versiones sobre el nombre de la Pecera. La más difundida dice que, en los primeros meses, los oficiales pasaban a mirar a los presos que trabajaban allí y los veían hablar, pero no llegaban a escuchar lo que decían. Entonces a alguno se le ocurrió que parecían pececitos moviendo la boca. “A mí me llevaron por primera vez ahí en diciembre del 77 –continúa Pastoriza–. En la Pecera pude ver los cables de la ANCLA. Y en uno de los cuartos había un mueble donde habían separado papeles que pertenecían a Rodolfo, entre ellos, textos críticos sobre Montoneros y algunas cartas personales. En esas carpetas yo no vi los cuentos”.

Lo que sí vio Pastoriza fue la carta que Walsh había dedicado a su hija María Victoria, muerta en un enfrentamiento con una patota militar. El 29 de septiembre de 1976, al verse rodeada por sus perseguidores, Victoria dejó a un lado su ametralladora, se subió a una terraza y, antes de llevarse una pistola a la sien, les gritó a sus enemigos: “Ustedes no nos matan: nosotros elegimos morir”. Lila rescató de la Pecera la carta a Vicki escrita por su padre. “Un día me dijeron que me iban a llevar a ver a mi familia, entonces me metí a la oficina donde había visto la carta y la saqué. Estaba escrita a máquina, con tinta roja. Me la llevé para dársela a Lilia Ferreyra, como prueba de que Rodolfo había pasado por la ESMA. El acto no tenía nada de heroico: en ese momento, ni soñábamos con que una cosa así pudiera servir algún día como evidencia en un juicio. A lo sumo fantaseábamos con que, si sobrevivíamos, haríamos una película sobre lo que nos había pasado”.

La pista de las cajas

Mercedes Cuqui Carazo es la única persona que dice haber visto los escritos robados de Walsh fuera de la ESMA. Lo dice a través de Skype, desde Lima, donde se exilió en abril de 1980. A los 73 años, y después de 35 fuera de la Argentina, su pasado le queda lejos: la militancia en Montoneros, el asesinato de su marido, el hecho de haber sido la mujer guerrillera de más alto rango capturada por los marinos, los tormentosos meses en la Escuela de Mecánica. Pero el afecto personal por Walsh y su familia la estimula a recordar el día en que se topó con unas cajas marcadas con las iniciales R. W.

“A mí me sacaron de la ESMA y me mandaron a Europa para usarme en el Centro Piloto”, cuenta Carazo. El Centro Piloto fue un proyecto del almirante Emilio Massera para blanquear la imagen de la dictadura en el exterior. “Cuando regresé a la Argentina, en abril del 79, ya no volví a la ESMA, sino que debía ir a trabajar todos los días a una casa en la calle Zapiola, a la que también iban otros detenidos. Nos obligaban a hacer tareas vinculadas con un plan de Massera para convertirse en presidente electo”.

Ubicada en el barrio de Núñez, a pocas cuadras de la Escuela de Mecánica, esa casa en la esquina de Zapiola y Jaramillo pertenecía a los padres del marino Jorge Radice. Funcionaba como base del Grupo de Tareas de la ESMA y en ella eran forzados a trabajar algunos prisioneros. Los militares la habían puesto operativa a comienzos de 1979, tras un cambio de mando en la ESMA que había obligado a la vieja gestión del represor Jorge El Tigre Acosta, vinculada con Massera, a reubicar sus materiales en distintos domicilios.

“En Zapiola acumulaban cosas robadas a los secuestrados: ropa, cuadros, libros –recuerda Carazo–. Nosotros trabajábamos en el segundo piso. En el primero había un cuarto largo al que teníamos prohibido entrar. Pero estábamos tentados de hacerlo porque ellos se jactaban de tener cosas de Walsh. Un día, la puerta quedó sin llave ni vigilancia, y entramos con el Pelado Diego (Nelson Latorre, jefe de la columna Capital Federal de Montoneros, fallecido en 1998). Vimos muchísimas cosas del archivo del diario Noticias. Y unas cajas marroncitas que decían R. W., llenas de hojas manuscritas y escritas a máquina. No llegamos a leerlas: salimos de la habitación justo antes de que volviera la vigilancia”.

Escritos escondidos

Carazo se exilió en 1980 y no sabe qué ocurrió después con la casa de Núñez. Pero intuye: “Si hubieran querido eliminar los escritos de Walsh, no se hubieran tomado el trabajo de mudarlos desde la ESMA. En el fondo creo que ellos tenían respeto por cierta gente, aunque también la odiaran. Y Walsh era un tipo que merecía respeto”.

En Carazo se pierde el rastro: desconocemos lo que sucedió con las cajas que quedaron bajo llave en Zapiola. Pero lo significativo del recuerdo de Cuqui es que nos revela que la obra inédita de Walsh –o al menos una parte de ella– sobrevivió a la ESMA. Por vocación archivística o por orgullo criminal, los militares conservaron los escritos hasta años después del asesinato del periodista. Razón suficiente para preguntarse si no los habrán escondido incluso hasta hoy.

Pero, ¿preguntarle a quién? ¿A los perpetradores, cuyo pacto de silencio se mantiene 32 años después del fin de la dictadura? Los represores no hablan. En la última década, la actitud general de los ex militares condenados por delitos de lesa humanidad ha sido la negación de sus crímenes y el ocultamiento en torno a las desapariciones. “La esperanza de recuperar los escritos es parte de nuestra necesaria postura frente a lo que nos ocurrió –dice Patricia Walsh, querellante en la causa ESMA–. Mi padre se hubiera reído de que no pudiéramos encontrar sus restos óseos. Pero la desaparición de su obra inédita, de su último cuento, le causaría dolor”.

El mensaje

En su Mensaje a los trabajadores y el pueblo, el primero de mayo de 1968 Rodolfo Walsh escribió: “Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante; y el que, comprendiendo, no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”.

Walsh comprendió y actuó. Para el escritor, enfrentar la realidad fue tan necesario como interpretarla. Por eso quiso que Juan se fuera por el río.

Y allí lo dejó; allí lo dejamos.

Hasta que algún día lo veamos volver.

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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Actualidad

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

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Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».

Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.

Por Tiempo Argentino

Fotos: Antonio Becerra.

En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.

“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.

“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Represión como respuesta

La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.

“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Un reclamo federal

La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.

Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes, resaltó.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.

El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.

Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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