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Rosario: el asesinato es una religión cotidiana

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El homicidio del ex concejal de Ciudad Futura y pastor evangélico Eduardo Trasante, padre de Jeremías, uno de los chicos de un movimiento social asesinados en 2012 en Villa Moreno, Rosario. La cárcel, el contacto con los que mataron a su hijo, los juramentos narco en Rosario y la nota de MU en la que Trasante y otrxs familiares de las víctimas explicaban cómo movilizarse, cómo superar el odio, describían la realidad de los barrios y anrticipaban lo que sigue ocurriendo en tiempo presente.

Eduardo Trasante, quien como pastor evangélico atendió y asistió en la cárcel a los autores del crimen de su propio hijo, fue asesinado de un balazo en la cabeza, disparado con puntería y sin palabras en su casa de Rosario, provincia de Santa Fe.

Dijo alguna vez a MU sobre cómo hizo para evitar que lo ganara el odio frente a quienes balearon a su hijo Jeremías, que tenía 17 años: ”Lo que se piensa debe ser filtrado por el corazón. Aprendí eso. Pero aprender no es saber, sino aplicar lo que se sabe”.

Como pastor había trabajado siempre en los barrios y las cárceles, cercano a movimientos sociales como el 26 de Junio e integrando luego el partido Ciudad Futura.  

Este martes 15 de julio a las 14.47, según las cámaras callejeras, dos personas llegaron hasta el lugar y obligaron a la compañera de Eduardo a guiarlos hasta él. Un balazo dio en su mano: acaso un reflejo para cubrirse. La bala definitiva le perforó la frente.

Rosario: el asesinato es una religión cotidiana
Eduardo Trasante en Villa Moreno. Uno de los motores de la movilización frente al Triple Crimen de Rosario. (Todas las fotos: Lina Etchesuri)

Los asesinos salieron seis minutos después, a las 14.53. No se conoce aún la causa, pero se sabe que no fue un robo. El diputado provincial y periodista Carlos Del Frade enmarcó el asesinato en lo que viene explicando hace años: “No fue venganza, esto es un mensaje político mafioso, para que no se desarticulen los enormes mercados de armas que hay, el narcotráfico y el lavado de dinero”.

Del Frade explicó que desde dentro de la cárcel sigue habiendo una lucha por el control del negocio narco: “Han juramentado tirar un muerto cada día para que se empioje la política y no se saque de lado las mafias de las fuerzas de seguridad”. La violencia narco podría ser considerada una epidemia, aunque mata mucha más gente que el Covid-19. Sus víctimas ni siquiera deben pasar por las terapias intensivas.

En seis meses hubo en Rosario más de 100 homicidios. Tal vez no sean todos casos el negocio narco, pero la contabilidad de los cadáveres, sin contar los feriados, se acerca a poder cumplir el juramento carcelario.    

Matando jóvenes

Eduardo Trasante era el padre de Jeremías, Jere, que tenía 17 años cuando en la en las primeras horas de 2012 fue asesinado también a balazos junto a dos de sus amigos, Adrián Patóm Rodríguez (20) y Claudio Mono Suárez (19), por una banda narco. Se lo conoció como el Triple Crimen de Villa Moreno. Se supone que fue un error: los narcos los confundieron con otra banda de “soldados” de la droga. Un libro de homenaje a los tres chicos muertos se llamó Soldaditos de nadie.

Otra posibilidad, tal vez no opuesta sino complementaria a la anterior: los chicos participaban en el movimiento social 26 de junio en el barrio, una de las instancias de contención y desarrollo de la vida en términos no delictivos que existen en esos (y tantos) territorios. La participación en el movimiento había cambiado la vida de esos jóvenes, por lo pronto alejándolos de la droga y el mundo narco. En barrios como Villa Moreno, el Estado sigue siendo muchas veces un fantasma o, peor todavía, un actor necesario para que el crimen fluya gracias a lo que hacen y dejan de hacer las policías.  

Trasante se dejó evangelizar de algún modo por lo social. Contó aquella vez a MU sobre la incidencia que tuvo en su hijo Jere el trabajo en el movimiento social: “Le hizo muy bien empezar en el M26 porque vimos un cambio extraordinario, muy particular: salir de las drogas, y con un entusiasmo que no había puesto ni en casa ni en los estudios”. 

Dijo también: “El triple crimen rompe el corazón del barrio, pero por todo lo que nos movilizamos con el apoyo del Movimiento, se generó una apertura y apoyo de la gente”.

Por esa masacre fueron acusados a fines de 2014 los integrantes de la banda Los Quemados, cercana a la de Los Monos: Sergio Quemado Rodríguez, 44 años, Daniel Teletubi Delgado (24), Brian Pescadito Sprio (26) y Mauricio Chupín Palavecino (23). Sprio terminó absuelto, Rodríguez quedó condenado a 32 años de prisión, Palavecino a 19 y Delgado a 26.

Trasante, como capellán carcelario durante casi 20 años, conoció a los que intervinieron en el crimen de su hijo.

Contó a MU: “Estuve con dos de la banda de Los Quemados. Uno se escondía. Al final hablamos, reja de por medio. Me preguntó por qué iba a hablar con gente como él, si yo sabía lo que había hecho. Le dije que mi tarea es una pasión por los privados de libertad. Que Dios me dio amor para llegar al preso. Se largó a llorar y cayó a mis pies. Yo podría haberle roto la cabeza contra la reja, o podría haber aceptado la oferta de los presos: si yo decía ‘mátenlos’, asesinaban a cualquiera de los que mataron a mi hijo. Pero uno camina otros principios. Sé que hay una justicia bastante injusta y corrupta, pero creo en otro tipo de justicia”.

Cuando le preguntamos si su trabajo en las cárceles le sirvió para detectar si los presos pueden cambiar a salir, dijo: “La mitad no”.

Luego de aquella conversación, Trasante se unió a través del 26 de junio al partido Ciudad Futura, lo nominaron primer candidato a concejal y ganó la banca en 2017. Un año después fue denunciado por acoso, por lo que renunció inmediatamente a su banca, se alejó de Ciudad Futura y se sometió a un protocolo contra el abuso machista. Otro de sus hijos también había sido asesinado tras una pelea en un boliche. Su primera esposa, la mamá de Jeremías, había muerto de un tumor cerebral. Así son las cosas, mientras habrá que ver de qué modo se comporta el poder judicial.

Aquí reproducimos aquella nota de MU. Una investigación y una conversación con Eduardo, el papá de Jere, Lita, mamá de Mono, y Maxi, hermano de Patóm, que prefigura mucho del presente en el que, efectivamente, aprender no es saber sino aplicar lo que se sabe.  

Rosario: el asesinato es una religión cotidiana

Triple prueba

El asesinato de Jere, Patóm y Moro: la hora del juicio. Una pelea territorial de narcos sembró tres muertes que marcaron una diferencia: los chicos pertenecían a una organización social, sus familiares se movilizaron y lograron vencer la impunidad. Hoy acampan frente a Tribunales para garantizar que se haga justicia. Por Sergio Ciancaglini.

Rosario: el asesinato es una religión cotidiana
Lita, mamá de Mono, Maxi, hermano de Patóm y Eduardo, padre de Jere y pastor evangélico: cuando el barrio enfrenta al crimen.

La banda de narcotráfico rosarino conocida como Los Quemados no la tiene fácil. Mientras esta nota está siendo escrita y leída, ocurre algo inusual: tal vez se haga justicia.

Rosario es la ciudad con más crímenes violentos del país. Es, a la vez, la que tiene la menor tasa de esclarecimiento: la mitad. Pero este 11 de noviembre comenzó el juicio oral y público por los asesinatos de tres jóvenes, obviamente pobres y de barrios periféricos. Y Los Quemados están probando la  textura del famoso banquillo de los acusados.

Los asesinados eran tres amigos de Villa Moreno: Jeremías Jere Trasante (17 años), Adrián Patóm Rodríguez (20) y Claudio Mono Suárez (19). Además integraban una organización barrial: el Movimiento 26 de Junio, cuestión que los había alejado de la oferta habitual de sustancias psicoactivas y alcohólicas. Tres jóvenes con el cerebro en funciones, y con ganas de hacer su vida.

No los dejaron.

Los narcos, como otras profesiones criollas, ejercen un mal mayor: la crueldad. Pero no son ajenos a un mal nada menor: la imbecilidad. La hipótesis más firme es que Los Quemados, buscando venganza, mataron a estos tres chicos por error.

¿Por qué en este caso se llegó a un juicio, contra los usos y costumbres locales? Para entender ese enigma, en la Agrupación Infantil Oroño, junto a la canchita de fútbol, en el mismo banco de madera en el que los chicos pasaron muchos minutos de sus vidas incluyendo los últimos, están Lita, mamá de Mono, Edu, papá de Jere y Maxi, hermano de Patóm.

Lita Gómez es la que empieza a contar algo que casi nunca se entiende: ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de un crimen?

Ser hijo es un trabajo

«El 1º de enero de 2012 a las 3 y media de la madrugada le avisaron a un sobrino que Mono estaba en la canchita, con otros pibes, herido. Yo vivo acá, a media cuadra. Estábamos en casa festejando el Año Nuevo con música, todos en ronda. Tengo 12 hijos, en realidad ya no, tengo 9. Estaba mi ex marido con su familia, mis nueras, mis nietos, los más chiquitos bailaban, la música estaba al palo así que no escuchamos. Mi sobrino salió corriendo. No me dijeron nada pero yo también salí corriendo. Todos venían para la canchita”.

Lita lleva los anteojos de lectura incrustados en el pelo, tiene un vestidito con el dibujo de una flor, y en la espalda la imagen de Jere, Mono y Patóm. Habla entrecerrando los ojos, como si estuviera viendo las imágenes de aquel infierno.   

“Cuando llegué, el Mono estaba allá (señala a unos 20 metros del banquito) tirado contra las casas. Decía que tenía frío. No había luz, estaba todo oscuro. Uno de mis hijos se sacó la remera para abrigarlo. Pero Mono estaba como mojado: cuando quisimos levantarlo nos dimos cuenta de que estaba lleno de sangre y barro, se ve que se había caído en la zanja”.

“Decía: ‘mami, tengo frío, miren que allá en el banquito están el Jere y el Patóm heridos. Vayan a ver’. En ese momento prenden la luz del club y se vio que había policías ahí, parados, con las manos atrás. Los chicos tirados en el piso. Jonathan, otro de mis hijos, fue a buscar el auto, lo cargaron al Mono, todo el camino decía ‘tengo frío’. Yo le decía: ‘Bueno Mono, aguantá’. El hermano le gritaba: ‘No te vas a morir’, y yo le decía ‘no me vas a dejar sola, aguantá’. Mono decía: ‘aguanto, pero me duele mami, y tengo frío’. Cuando llegamos al hospital me dijo ‘mami ayudame a respirar’. Levantó los brazos y me agacha la cabeza para que yo le de respiración. Le sentí fría la boca. Cuando me levanto para tomar aire, se le cayó la manito”.

Rosario: el asesinato es una religión cotidiana
Junto a la cnachita, en el asiento donde estaban los jóvenes integrantes del Movimiento 26 de junio, asesinados cuando la banda de Los Quemados los confundió con «soldaditos» de otro grupo narco. (Foto Lina Etchesuri)

“Llegaron los médicos. Él era grandote, gordo. Lo suben a la camilla. Ahí trajeron a Patóm en un auto y a Jere en una chata. Un montón de gente lloraba. Al rato, me llamaron, me dieron la ropa y me dijeron que estaba muerto. Yo tiré la ropa y les dije que se fijen bien, ¿cómo va a estar muerto? Después no me acuerdo nada. Y después estábamos todos gritando, llorando, abrazándonos. En realidad no lo podíamos creer. Supe que le habían pegado como 8 tiros. Tenía balazos hasta en las manos”.

¿Por qué estaban en la canchita? “Era su lugar de encuentro, iban a salir los tres. ‘Gordita’, me decía así, ‘nos vamos a festejar a otro lado porque acá andan a  los tiros’. Le dije ‘cuidate’. Me dijo ‘vamos con los pibes, mañana te llevo a pasear’. Cuando yo le decía que buscara un trabajo me decía: ser hijo tuyo es todo un trabajo. Hacía los mandados, changas con el padre, peleaba con los hermanos, un chico grande, sin maldad”, dice Lita con una sonrisa, hasta que levanta los ojos que empiezan a inyectarse: “De golpe lo ves que se está muriendo, y él no quería, porque me decía: mami ayudame a respirar”.

La Itaka en el pecho

Maximiliano, el hermano de Patóm: “Me avisaron que mi hermano estaba herido, salí, estaba todo oscuro, y una señora me dice ‘andá a buscar un auto para llevarlo al hospital porque está la policía y no hace nada’. Llego con el auto y los policías estaban mirándolos. Estaba Patóm abajo del cuerpo del Jere. El Mono estaba más lejos, no lo vi. Mi hermano estaba lleno de sangre, me agacho para levantarlo y un policía me dice ‘no lo puede tocar’. Le grito: ‘pero está vivo, se está muriendo, llévenlo’. El policía me ponía una Itaka en el pecho. Lo empujé. A Jere lo pusieron en una chata, yo subí al auto a Patóm. Los policías se subieron al patrullero, y en vez de ir adelante para poner la sirena y poder ir rápido, iban atrás nuestro, como paseando”.

Maxi trabaja en una empresa de construcción, tiene 2 nenas. “En el auto mi hermano decía que le dolía la panza. Yo le gritaba que aguante. Y decía: ‘bueno, yo aguanto, pero manejá con cuidado, a ver si chocás y terminamos los dos en el hospital’. Llegamos, lo puse en la camilla y al rato viene un policía y me pregunta si soy familiar de Maximiliano Rodríguez, el hijo de El Quemado. Le digo que yo me llamo así, pero no soy esa persona. ‘Me confundí’, dijo y se fue. Al rato nos anunciaron que habían muerto. Dijeron que era por un ‘paro respiratorio’, o algo por el estilo”.

En Argentina los muertos por torturas o balas policiales, los chicos que cruzan descalzos la General Paz y son atropellados, casos como el de la canchita, o incluso quienes mueren de cáncer en los pueblos fumigados, entre otros rubros que se quieren disimular, suelen figurar fallecidos por paro cardio-respiratorio: otro aporte de la ciencia a la verdad.   

La doble venganza

El fusilamiento es el resulado de una secuencia que explica Pedro Pitu Rodríguez, amigo y compañero de los chicos, e integrante del Movimiento 26 de Junio que es parte del Frente Darío Santillán: “Había dos bandas que regenteaban bunkers. La de acá era la banda del Negro Ezequiel, marginal, pibes empastillados que le mejicaneaban kioscos a Los Quemados, una banda mucho más importante que trabaja con la de Los Monos”. Según ha sido evidente en Rosario, eso significa operar con la venia policial.

“Como les robaban los kioscos,y les espantaban a los clientes, el 29 de diciembre de 2011 Maximiliano Quemadito Rodríguez, y dos pibes más balean a uno de acá, Facundo Osuna, de la banda del Negro Ezequiel. El 1º de enero a la madrugada el Negro Ezequiel, con otros pibes en moto buscan al Quemadito, que estaba en su BMW con unas amigas. Le pegan 8 tiros. Se van y se esconden acá en el barrio. Pero no lo habían matado. Los amigos del Quemadito lo llevan al hospital, se ve en las cámaras de seguridad que hablan con el cabo policial, que anota la entrada y después la tacha para que Los Quemados puedan cobrar venganza y no aparezca ahí el motivo. Ahí estaba Sergio Quemado Rodríguez, el padre del Quemadito. Vienen para el barrio. Aparentemente el Negro Ezequiel y su banda habían estado acá, en la canchita, y se fueron sabiendo que venían a buscarlos. Ahí llegaron Mono, Jere y Patóm y Marcelo Moki Suárez, que iban a salir juntos. Llega el Quemado con su banda en una Kangoo, esto era todo oscuridad. Los chabones ven a los pibes, los confunden con los soldaditos del Negro Ezequiel, y los fusilan directamente, cobardemente. Moki pudo escaparse, y por eso es testigo en el juicio”.

Esa matanza dejó como acusados al Quemado Rodríguez, 44 años, Daniel ‘Teletubi’ Delgado (24), Brian Pescadito Sprio (26) y Mauricio Chupín Palavecino (23).

El Quemado dijo que no quiere asistir al juicio porque teme por su vida. En la puerta de los Tribunales, familiares y amigos de las víctimas hacen un acampe que hereda de todas las luchas por este tipo de crímenes un detalle notable: jamás las familias se tomaron venganza. Lo que exigen es justicia.

La pieza de la nena

Maxi: “Al principio decían que los chicos eran soldados, o barrabravas, que era un ajuste de cuentas. Ahí entendí que dicen eso para no hacer nada. Se mataron entre ellos, caso cerrado. Mi mamá decía: ‘nunca nos van a escuchar’. Pero apareció Pitu en televisión, explicó que eran pibes buenos y la policía tuvo que salir a retractarse. Nos vino una alegría, por lo menos paraban de mentir y salimos a la calle a mostrar que no eran narcos ni barrabravas, y a pedir justicia”.

Pitu: “Ponen en el noticiero lo del combate contra el narctráfico, y vienen a los barrios pobres como si el problema fuera acá y no en el centro, donde se consume y donde están los grandes desarrollos inmobiliarios que canalizan la plata, las concesionarias de autos y el poder. Mientras tanto, los kioscos siguen en los barrios porque tienen acuerdo con la policía. No es el tipo de narcotráfico que exporta desde el puerto: es la persona que tenía un maxikiosco en el 2001, y hoy vende la merca desde la ventana de la pieza donde duerme la nena”.

“Desde el punto de vista de los pibes, el narcotráfico les da una identidad: ser el más poronga del barrio. Si custodiás esta cuadra armado, el que pasa agacha la mirada. Una identidad que no te da la escuela, el club o el trabajo formal. El Estado tampoco compite con el narco, ni tiene este diagnóstico: no ofrece nada. Debería estar convocando a las organizaciones barriales para hacer políticas públicas. Pero desconocen olímpicamente lo que pasa en los barrios. La cuestión acá es utilitaria: cortar el eslabón de mando del narcotráfico. Tumbando bunkers no cambiás nada, reemplazás soldaditos, igual que el empresario que cambia al playero de la estación de servicio. El problema es pegarle a la gerencia”.

Maten al asesino

Rosario: el asesinato es una religión cotidiana

Eduardo Trasante es pastor evangélico de la iglesia Vida para tu vida. Transmite serenidad, tiene una voz profunda y dicen que canta como los dioses, con perdón de la herejía. Pero su hijo Jeremías jamás vivió en la iglesia esa contención y alegría que encontró en el Movimiento 26 de Junio. Eduardo lo reconoció así en el libro Soldaditos de nadie, dedicado a Mono, Patóm y su hijo: “Le hizo muy bien empezar en el M26 porque vimos un cambio extraordinario, muy particular: salir de las drogas, y con un entusiasmo que no había puesto ni en casa ni en los estudios”. 

Para Eduardo “el triple crimen rompe el corazón del barrio, pero por todo lo que nos movilizamos con el apoyo del Movimiento, se generó una apertura y apoyo de la gente”. Pitu: “Fue el caso que permitió que se hable del narcotráfico, de la policía como reguladora de la economía delictiva. Con la teoría del ajuste de cuentas nunca se investigaba nada”.

Eduardo levanta la mirada y dice algo tremendo, con calma. “En el asesinato de mi hijo, para mí se hizo justicia. Un año después de lo de Jeremías, asesinaron al hijo del Quemado, el Quemadito, de un balazo que le explotó en la cabeza. No lo celebro. Conocí a ese chico como pastor, fui un papá para él mientras estuvo preso. Ni el padre iba a verlo. Pero siento que Dios hizo justicia”. Eduardo es capellán carcelario desde hace 17 años: “Estuve con dos de la banda de Los Quemados. Uno se escondía. Al final hablamos, reja de por medio. Me preguntó por qué iba a hablar con gente como él, si yo sabía lo que había hecho. Le dije que mi tarea es una pasión por los privados de libertad. Que Dios me dio amor para llegar al preso. Se largó a llorar y cayó a mis pies. Yo podría haberle roto la cabeza contra la reja, o podría haber aceptado la oferta de los presos: si yo decía ‘mátenlos’, asesinaban a cualquiera de los que mataron a mi hijo. Pero uno camina otros principios. Sé que hay una justicia bastante injusta y corrupta, pero creo en otro tipo de justicia”.

¿Cómo hizo para controlar el odio?

“Lo que se piensa debe ser filtrado por el corazón. Aprendí eso. Pero aprender no es saber, sino aplicar lo que se sabe”.

¿Cambian los presos al salir?

“La mitad no”.

Lita: “Estos no creo que cambien. Ojalá les den 50 ó 100 años”.

Le pregunto a Pitu cómo ve esa cuestión evangélica, desde una experiencia tan distinta como la de una organización con una perspectiva ideológica, política y militante. Se rasca la cabeza: “Es que también tenemos una fe religiosa, si querés, en que el cambio que anhelamos sea posible. Tenemos rituales, hacemos mística, en un plenario o un fogón te hermanás con los otros compañeros y es una experiencia visceral, religiosa, que te junta y te da un espaldarazo de valentía para seguir adelante. Así que no es tan distinto”.

Eduardo agrega: “Lo que es seguro es que sin la acción del movimiento y de los familiares, este hubiera sido un caso más, que pasaría totalmente desapercibido”. 

¿Cómo evitar que los chicos caigan en el negocio de los narcos? Lita: “En el Movimiento les mostramos que hay proyectos, que no discriminamos a nadie, que somos iguales, que hay otra forma de vivir”. Cuenta que las mujeres armaron una cooperativa que fabrica jabones, champúes naturales de ortiga, cremas de la caléndula y manzanilla. Hay talleres para chicos, radio abierta, deportes.

Pitu la observa: “Siempre decimos que queremos condenas ejemplares. Pero ojalá que en estos casos la sociedad encuentre que lo ejemplar es otra cosa: lo ejemplar son estos familiares que pudieron transformar todo el dolor en acción y en justicia”

Lita le sonríe: “Es que si nos quedamos esperando sentados nunca va a pasar nada”.

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Más allá de tu vereda: un documental sobre personas en situación de calle en CABA

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Más allá de tu vereda.

Así, a secas, es el nombre del documental que acaba de estrenarse. 

No es un documental más. Así se llama el programa de radio de y para personas que viven o vivieron en la calle, que se realiza semanalmente en la organización Sopa de Letras. Esta cobija y aborda la problemática así como la salud mental, desde hace más de 10 años en el barrio porteño de Parque Patricios.

El documental explicita la importancia de la radio, el valor de la comunicación, la potencia de lo colectivo, la necesidad de comunicarse, y que alguien escuche del otro lado, o mejor aún: al lado. Y también refleja la historia de Víctor Rodríguez Lizama, su director, que tiene 64 años y vivió varios en situación de calle.

El Cuervo, como le dicen a Víctor por su fanatismo por San Lorenzo, visibiliza en primera persona junto a otrxs protagonistas lo que se ve a diario, pero no tanto. Lo que se sabe, pero no tanto. 

En Más allá de tu vereda, Víctor entrevista a muchos de los integrantes del programa que se emite en Radio Parque Vida (105.9) desde hace más de tres años.

Marcela dice que antes sólo escuchaba. Y que ahora se animó a decir.

Luciana dice que perdió un poco la timidez. Y que, quizá, eso la ayudó a crear la sección “la música que nos hizo”. 

Cata dice que encontró un espacio para hacer arte. Para animarse a leer sus poesías.

Alicia dice que antes hablaba “poquito”. Y que ahora “habla un poquito más”. 

Lautaro habla cuando llora, emocionado. Dice que no tenía experiencia. Y que ahora se sorprende de sí mismo.

Juan Bautista dice que es el encargado de informar las noticias. Y que ahora sí, alguien escucha su punto de vista.

Cristian dice que está más atento a su alrededor. Tanto, que ahora se anima a opinar.

Víctor dice que hasta no hace mucho, había personas que no agarraban el micrófono. Y que ahora no lo quieren soltar.

Termina el documental, con una última imagen; pantalla en blanco y una sola línea en letras negras.

«A todos los que estuvieron en situación de calle y ya no están».

Hay aplausos, hay felicidad, hay valoración. 

Hay orgullo.

Luego, se abre el micrófono para que quien quiera diga lo que quiera. 

Jorgelina: “Hagamos más radios”.

Adrián: “Podría estar en cualquier otro lado, haciendo cualquier otra cosa en este momento y gracias a ustedes estoy acá, me ayudaron un montón desde lo emocional”.

Cierra Víctor Rodríguez Lizama, con la remera puesta de su San Lorenzo querido y su pelo repleto de canas:

“La finalidad de este documental es mostrar cómo a través de la salud mental podemos llegar a la gente invisibilizada, que está ignorada. Ojalá que se reproduzca en otros lugares, que sirva de herramienta para salir adelante. Hoy hay mucha más gente viviendo en situación de calle. Además de haber vivido mucho tiempo, participé de los censos populares. Recientemente censamos en la comuna 1 (Retiro, San Nicolás, Puerto Madero, San Telmo, Monserrat y Constitución) y sólo acá contamos 1480 personas, por donde vos camines están. En la olla popular que hacemos en el Parque Lezama se ve algo similar al 2001. Más personas en calle y más hambre”.

Detrás del Cuervo hay un pizarrón donde se completa al nombre de su documental: 

“Más allá de tu vereda,

hay otra realidad,

atrás de tu puerta”.

Al costado, un mural con un puñado de palabras escritas en letra cursiva: 

“Hasta que no quede ni una sola persona en situación de calle, 

allí seguiremos estando”.

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La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos

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Este domingo a la madrugada murió María Teresa López, asambleísta contra la contaminación en su ciudad natal, Caleta Olivia, luego mudada a Capital Federal y parte del grupo Jubilados Insurgentes. Mary se enfermó de cáncer producto de la contaminación que ella misma denunciaba, y luego fue abandonada por el Estado en modo motosierra: el PAMI se negaba a entregarle medicamentos, pese a amparos judiciales a su favor. Una historia que genera bronca e impotencia, pero que a través del recuerdo de sus compañeras de lucha se revela como una lección de vida, en el más profundo sentido de la palabra: lo colectivo frente a lo personal, la idea de no perder el tiempo, la movilización permanente, la generosidad, la sabiduría, y qué es la muerte.

Por Franco Ciancaglini

Algunos dirán que Mary era bajita y otros que tenía el porte enorme de Nora Cortiñas.
Desde la pandemia solía esconder su sonrisa detrás de un barbijo, aunque sus motivos de alegría eran cada vez menos:

  • su salud era cada vez más delicada;
  • los medicamentos oncológicos no llegaban;
  • y la lucha que encaró desde siempre —primero en su Caleta Olivia natal contra la contaminación, luego contra el sistema de salud público y, al final, como parte del grupo Jubilados Insurgentes— cada vez implicaba poner más el cuerpo.

Fue su cuerpo lo que, este domingo 21 de julio, dijo basta.

Mary se convierte así en algo odioso: un símbolo. Un símbolo de la muerte sistemática que genera un sistema que enferma y abandona. Pero también en un símbolo de lucha por la vida, en el sentido más profundo de la palabra.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Mary junto a Nora Cortiñas.

Contaminada

María Teresa López nació en 1959 en Caleta Olivia, Santa Cruz. Falleció el domingo pasado a sus jóvenes 67 años, en un hotel de la calle La Rioja, en Once, ciudad de Buenos Aires. Sí: vivía en un hotel. Sola, producto del desarraigo que le produjo tener que trasladarse para atenderse de un cáncer de hígado.

Ese fue el diagnóstico médico: una metástasis que avanzó en el último tiempo al ritmo frenético de una motosierra.

La causa que no figura en su partida de defunción es aquella que ella misma denunció hasta el final: a Mary le negaban medicamentos oncológicos indispensables para su tratamiento.

Lo que tampoco figura en su partida es que Mary fue arrancada de su Caleta Olivia natal porque se enfermó, al igual que decenas de personas de esa localidad, producto de la contaminación del agua por actividades extractivas en la zona.

Contaminada

La vida de Mary fue la de una militante social de una estirpe rara: austera, firme, silenciosa, estudiosa, imparable.

Sus compañeros reconstruyen sus historias: que de chica le hicieron un test de inteligencia y un profesional le dijo a su madre que ella era más o menos superdotada; que seguramente podría hacer dos carreras universitarias a la vez; que terminó la secundaria antes de tiempo y luego cursó dos carreras; que se enganchó con el ambientalismo muy joven y empezó a investigar cuando las empresas petroleras negaban la contaminación de las napas de agua.

Formó parte de la Asamblea Ambiental de Caleta Olivia, desde donde luchó sin descanso contra la contaminación provocada por el fracking. Mucho antes de enfermarse, denunciaba que el agua que llegaba a las casas estaba contaminada con petróleo. Lo sabía por la evidencia científica más contundente que tiene una comunidad contaminada: que sus vecinos, familiares y amigos enfermen y mueran.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
En Plaza de Mayo, con una bandera contra la megaminería contaminente en Chubut.

Ante los medios Mary describía lo que vivía y veía alrededor: “La gente se muere o queda discapacitada”. En una entrevista para el programa Conciencia Solidaria, precisaba sobre su territorio:

  • “Caleta Olivia… tiene un problema grave: falta de agua potable, y encima está contaminada por la industria petrolera. Los muestreos de agua que hemos sacado y analizado han dado positivo: está contaminada el agua que estamos tomando.”
  • “La situación es muy grave, se está muriendo muchísima gente de esas 11 localidades, 9 están en terrible condición… además tuvimos un caso muy grande de gastroenteritis que afectó a 340 personas”.
    También contextualizó el vínculo entre agua contaminada y salud pública: “Los metales pesados son cancerígenos, mutagénicos, van mutando de una generación en otra… nacen chiquitos con problemas… o fallecen de cáncer».

Denunciaba en Caleta Olivia la presencia de hidrocarburos, arsénico y metales pesados en el agua, además de enfermedades poco frecuentes que, como decía ella, “no tienen cura” y crecen en esa región patagónica. Alertaba con claridad: “No es solamente cáncer, sino Enfermedades Raras o Poco Frecuentes. Muchos pacientes no están bien atendidos… La situación se agrava cuando se trata de estas patologías: solo se ofrecen tratamientos paliativos.”

Un mal día le tocó a ella, ya con la certeza profunda de que la contaminación ambiental fue parte del combustible de su cáncer de hígado.

En agosto de 2015, en un foro en defensa del agua organizado en Comodoro Rivadavia, otras asambleístas como Lidia Campos, de la asamblea contra el fracking de Allen (Río Negro), la conocieron personalmente luego de años de tramar resistencia contra el extractivismo: “En el Foro en Comodoro había gente de todos lados… Y estaba Mary, que ya tenía problemas, como un problema en la boca del estómago… No se sabía bien… Uno tapa esas cosas y habla de la lucha, la salud quedaba en segundo plano. Mary no era de hablar de lo personal; siempre se preocupaba más por lo colectivo».

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Lidia y Mary, durante el acampe del Malón de la Paz en Buenos Aires, hace dos años.

La describe así: “Era menuda, callada. Pasaba desapercibida. Pero cuando abría la boca, te dejaba con la boca abierta. Sabía muchísimo. Y tenía una convicción inquebrantable.”

Recuerda Lidia que, en 2019, Mary pasó de la denuncia mediática a la judicial: presentó un amparo colectivo ante la Corte Suprema contra la contaminación del agua con hidrocarburos, arsénico y metales pesados. Denunciaba así, ante el máximo tribunal argentino, el abandono del sistema cloacal, basurales a cielo abierto, y exigía la puesta en marcha de una planta de ósmosis inversa paralizada (actualidadjuridicaambiental.com). En ese expediente Mary detallaba:

  • “Frecuentes interrupciones en el suministro… agua contaminada con hidrocarburos totales y arsénico… napas freáticas contaminadas por fracking…”.
  • Solicitaba medidas cautelares urgentes: provisión gratuita de agua apta, saneamiento cloacal, cierre de basurales y puesta en funcionamiento de la planta de ósmosis inversa.

Esa presentación inédita, que firmó ella misma, reflejaba años de trabajo comunitario, denuncias y… enfermedades. Pero su denuncia fue ignorada, archivada y judicialmente ninguneada: tras seis años, la Corte se declaró “incompetente” y desestimó el recurso, sin resolver la situación de fondo.

Mary no se rindió: en 2020 fue caminando hasta Balcarce 50 para presentar a través de Mesa de Entradas de la Casa Rosada una carta firmada por una red de organizaciones en defensa del agua dirigida a Alberto Fernández, denunciando la contaminación del agua y relacionándola lúcidamente con argumentos que el ex Presidente daba como recomendaciones durante la pandemia.

Lidia Campos es la que recupera y comparte a lavaca este documento, y la que como asambleísta define su legado: “Lo que ella hizo fue histórico. Vale la pena hablarlo para las próximas generaciones… En esta época hemos perdido tanta humanidad que a nadie le importa. Pero acá hay alguien que dio su vida. Dio, literalmente, su vida.”

El último recuerdo que Lidia conserva data del 14 de julio de 2023, durante una jornada de lucha contra Mekorot, la empresa nacional de agua israelí que intentaba desembarcar en Argentina con intenciones sospechosas. Relata Lidia: “Ella estaba afuera del Anexo del Congreso con los Jubilados Insurgentes para protestar… Después fuimos a una confitería. Le pregunté si había comido al mediodía… no había comido nada. Le sugerí unos tostados o medialunas con queso. Pidió un té. Cuando llegó lo que pedimos, no lo pudo comer”. Igual, se sacaron esta hermosa foto compartiendo. Y ese mismo día, antes de despedirse, Mary le regaló una pashmina rosa a Lidia para protegerla del frío.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Carlos Ponce, Mary y Lidia Campos: una amistad atravesada por la lucha ambiental del sur del país.

Abandonada

Cuando se enfermó y vio que su asamblea se desarmaba –entre otras cosas precisamente porque muchos enfermaban- Mary se trasladó a Buenos Aires. Pretendía resistir y atenderse bien, cosa que logró durante muchos años: su lucha logró que PAMI le asignara el Hospital Italiano para su tratamiento.

Tuvo un cáncer controlado que se descontroló al ritmo del deterioro del sistema de salud: primero Macri, luego Fernández, la pandemia y finalmente Milei como garrotazo final.

Desde 2023 su situación empeoró drásticamente. Su compañera Zulema, de Jubilados Insurgentes, relata: “El PAMI decía que tenían medicamentos para esa patología, pero no eran los que había indicado su médica… entonces no los aprobaban. A veces los recursos judiciales salían favorables, pero el PAMI tampoco los entregaba. La impotencia era terrible».

Sino miren este video.

María Teresa López dice claramente: “El mecanismo es simple: es eliminarnos, gastando menos… llegar al déficit cero… matándonos.”

El video la muestra junto a sus compañeros de Jubilados Insurgentes en un reclamo frente al PAMI por sus medicamentos.

Sigue: “Es más fácil eliminarnos de manera nefasta e inhumana… Para mí ustedes son asesinos, y les importa un bledo”.

Hoy, un año y mes después, Mary tenía razón.

Zulema continúa: “Ella no podía hacer la quimio porque la droga fundamental no estaba… íbamos al PAMI con compañeros, hacíamos reclamos, pero no facilitaban nada. Cuando le autorizaban un tratamiento de ocho sesiones, solo le entregaban dos dosis. Nos confesaron que no se molestaban en dar el tratamiento completo porque muchos morían antes… Pero Mary resistía, resistía… llegó un momento en que el cuerpo no resistió más».”

Una de las últimas veces de manifestación ante el PAMI, sin Mary, el personal de seguridad preguntó por ella en la puerta: “¿Cómo está Mary?”

La respuesta era obvia: mal.

Insurgente

Pese al deterioro físico, Mary se unió a los Jubilados Insurgentes. Entendió que el sistema no solo descarta a quienes enferma, sino también a los que ya no pueden “producir”.
Zulema recuerda: “¡Tenía un carácter! Ese carácter es el que la hizo resistir cuando muchos se daban por vencidos”.

Llegó a ese espacio dos años atrás, íntimamente vinculada con su enfermedad. “Se metió en todo lo legal… recursos, fiscalías, Comodoro Py… sabía de litigio ambiental”, dice Zulema.

El 12 de junio de 2024, durante la lucha contra la Ley de Bases, estuvo firme en Plaza los Dos Congresos. “Nosotros la cuidábamos porque estaba débil, pero se escapaba, quería seguir.” Conocía a todos. “Era muy luchadora. Y hablaba con energía. Siempre nos pedía que unamos las luchas».

Lo que posiblemente sea su último legado lúcido: unir las luchas del ambientalismo con las banderas de los jubilados.

Sobre su convicción, Zulema dice: “Cualquier cosita que ella hacía la asumía con total responsabilidad… vino con cartulina, se traía el cartel… Cuando asumió Milei hizo un cartel que decía ‘Toda la clase política es responsable de la debacle del país’, lo diseñó ella misma”.

La muerte ocurre en vida: se fue Mary, jubilada que no recibía medicamentos oncológicos
Un cartelito que le hicieron tras su muerte, Clarisa y Agus, que lo dice todo: «Se lo hicimos porque ella era doña cartelitos, y lo dejamos con ella».

Otra anécdota: “Una vez vino a una reunión, con anotador en mano, ya predispuesta. Algunos comenzaron a hablar de su vida personal, y se enojó. Se levantó, juntó sus notas y se fue. Dijo: ‘acá se pierde tiempo, no van a llegar a nada’. Pero volvió. Con dramas y todo, no quería perder el tiempo: estaba alerta. Era consciente de que la tarea era enorme, y le ponía ímpetu”.

Mary sabía que no le quedaba mucho tiempo y por eso nunca bajó la guardia.

Siguió yendo cada miércoles a las rondas frente al Congreso, siempre con barbijo, para cuidarse y cuidar. Participó del Malón de la Paz, llevó agua, militó con grupos ambientalistas, jubilados y religiosos. Organizó actos, escribió cartas, e insistía en que el 22 de marzo, Día Mundial del Agua, había que salir a las calles. Siempre. Aunque lloviera, aunque doliera.

Porque Mary enseló que la muerte no es algo que ocurre al final: es eso que va sucediendo en vida ante la indiferencia, el silencio de los tribunales, el apagón de las protestas, la descomposición del cuidado, la impunidad de los contaminadores y la complicidad del silencio.

La muerte es el abandono.

La muerte es el olvido.

Y en ese sentido, Mary sigue más viva que nunca.

odas las agrupaciones de jubilados que se juntan los miércoles a protestar en Congreso, preparan un homenaje a Mary y, a través de ella, “a todas las víctimas del sistema y de este plan siniestro de exterminio de los más vulnerables”.

Será mañana, después de la marcha, en un acto en Plaza de Mayo.

Mary: gracias.

Hasta mañana.

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Nota

Pablo Grillo: llaman a indagatoria al gendarme Guerrero a seis meses de un disparo criminal

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El 2 de septiembre el gendarme que disparó una granada de gas lacrimógeno por fuera de todos los protocolos de la fuerza deberá comparecer ante la justicia. La decisión la tomó la jueza María Servini de Cubría más de cuatro meses después del hecho. Pablo Grillo luchó por su vida, perdió masa encefálica y hoy se encuentra en plena rehabilitación. Todo lo que deberá explicar Héctor Guerrero y que implica a su principal defensora y la responsable de la violencia estatal: Patricia Bullrich.

Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Cuatro meses y una semana pasaron desde el miércoles 12 de marzo. Ese día, durante otra violenta represión a la marcha de jubilados y jubiladas, el Gendarme Héctor Guerrero le disparó fuera de toda legalidad una granada de gas lacrimógeno al reportero gráfico Pablo Grillo, cuyo impacto casi lo mata, y por el que perdió parte de la masa encefálica, estuvo casi tres meses internado en terapia intensiva en el Hospital Ramos Mejía y por el que hoy continúa en proceso de rehabilitación. Cuatro meses y una semana pasaron hasta hoy, lunes 21 de julio, en el que la jueza María Servini citó a indagatoria al gendarme, autor material de lanzamiento, para el próximo 2 de septiembre.

Es decir: entre la ejecución y la audiencia habrán pasado 131 días, casi seis meses, casi medio año. 

El camino de la in-justicia

En un primer momento, la jueza había rechazado el expediente y el caso había pasado al Juzgado Federal N° 12, donde tramitaba otra denuncia por los mismos hechos. Como ese juzgado estaba vacante y subrogado por Ariel Lijo, quien también se declaró incompetente y declinó la competencia, el expediente regresó al Juzgado N° 1 el 28 de marzo y la jueza Servini lo tiene en sus manos desde el 10 de abril, a la vuelta de una licencia. 

La cronología detalla el tiempo que una familia debe atravesar para exigir justicia por un hecho de violencia estatal: desde el 21 de marzo en que el papá, la mamá y el hermano de Pablo se presentaron en la causa como querellantes, solicitaron se llame a Guerrero a declarar “en calidad de imputado, por tentativa de homicidio agravado por abuso funcional, abuso de autoridad e incumplimiento de los deberes de funcionario público”. Pero no hubo respuesta. Por eso, el 6 de junio, reiteraron el pedido con estos argumentos: “Desde el inicio de la investigación, todas y cada una de las pruebas recabadas por el Juzgado corroboran lo que planteamos en nuestra querella del 21 de marzo: el cabo primero Héctor Jesús Guerrero de la Gendarmería Nacional Argentina fue el autor del disparo de la pistola lanzagases que hirió de gravedad a Pablo Grillo el 12 de marzo a las 17.18hs”. Y agregaron: “En el pedido que presentamos ante la jueza Servini ofrecemos una descripción de los hechos y un análisis pormenorizado de los elementos de prueba existentes hasta el momento”.

Y no hubo dos sin tres: el 15 de julio se le volvió a exigir al Juzgado que lo cite a Guerrero. 

Y la tercera fue la vencida: este lunes, Servini citó a prestar declaración indagatoria al cabo Guerrero como autor del disparo con cartucho de gas lacrimógeno calibre 38mm que impactó en la cabeza de Pablo Grillo. La audiencia será el 2 de septiembre a las 10. 

Guerrero es el primer efectivo formalmente imputado en la causa por el operativo policial del 12 de marzo. 

Desde la querella informaron: “El juzgado ordenó la realización de una pericia balística a cargo de la División Balística de la Policía de la Ciudad para reconstruir con el mayor nivel de precisión técnica posible el disparo que hirió de gravedad a Pablo. Si bien la jueza consideró que ya existen elementos de prueba contundentes respecto de la responsabilidad de Guerrero para esta instancia, sostuvo que la pericia es necesaria para afianzar la reconstrucción de la dinámica del hecho”.

 La pericia tendrá como objetivos precisar:

-La trayectoria y velocidad del proyectil que impactó en la cabeza de Pablo Grillo;

-La posición del arma al momento de efectuarse el disparo y el ángulo de salida del proyectil; 

-Analizar si el proyectil impactó previamente contra otra superficie, y si eso alteró su dirección o energía.

-Las ubicaciones de Grillo y de Guerrero al momento del disparo.

El juzgado también ordenó, previo a la pericia, una inspección en el lugar del hecho (la esquina de Hipólito Yrigoyen y Solís) que incluirá un relevamiento fotográfico terrestre y aéreo y la elaboración de un croquis detallado de la escena. 

Además, le prohibió a Guerrero la salida del país.

Compartimos el perfil de Pablo que realizamos en la edición 203 de MU.

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