Nota
El cazador oculto
En su nuevo documental «Sonata en si menor» Patricio Escobar muestra la relación entre periodismo y dictadura a partir de testimonios reveladores.
Nadie le puede decir que no a Patricio Escobar. Porque insiste, porque busca hasta encontrar, porque vuelve a insistir, porque argumenta, porque llama mil veces y otras mil más, porque es un obrero que con pico y pala destruye cada excusa hasta quedar una vez más frente a frente y, como un chico, repetir una y otra vez: ¿y por qué no? Lo dice en el tono exacto, con el gesto indicado, sin ser pesado ni pegajoso, ni mendaz. Rompebolas, tal vez, pero esa es una virtud periodística que lo llevó a registrar testimonios reveladores, como el caso del editor de política del diario Clarín, Julio Blank, en su primer documental La crisis causó 2 nuevas muertes, donde Patricio deja en claro la trama del discurso periodístico que intentó cubrir de impunidad los crímenes de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, aquel 26 de junio de 2002 y de la Masacre de Puente Pueyrredón. Ahora, esa virtud característica le permitió obtener un valioso documento histórico que se puede resumir en el antológico corte de mangas que hace a la cámara el periodista Alfredo Serra, editor de la revista Gente desde los tiempos de la dictadura hasta hoy.
Ese fue justamente el primer ladrillo que construyó el nuevo documental de Patricio, Sonata en si menor, donde revela la historia del secuestro de 15 argentinos en Montevideo en un operativo que representa no sólo el huevo de la serpiente del Plan Cóndor: es la primera vez que queda claramente demostrado el rol de la prensa en la cobertura de un delito de lesa humanidad.
La historia de esta historia comenzó el día en que Patricio llegó a MU con una propuesta. Fue días después del testimonio de Claudia Acuña en el Juicio Ético que organizó la Asociación Madres de Plaza de Mayo en 2010, y el proyecto de Patricio era utilizar el material allí expuesto para desarrollar un documental sobre el tema prensa y dictadura. La respuesta fue una propuesta: “Lo único interesante que queda por hacer es hablar con quienes estuvieron en esas redacciones en ese momento y siguen ahí ahora”. Patricio respondió: ¿y por qué no?
Un mes después, regresó con una noticia: “Tengo el testimonio de Alfredo Serra”.
El aporte de Patricio fue recibido con otra pregunta: ¿para qué hacer un documental sobre prensa y dictadura?
Imaginan qué respondió.
Rosario, Dri y Estrella
Reconstruir la historia de aquel secuestro, pedirle a los sobrevivientes que revivan sus torturas ante la cámara, implicaba, en este caso particular, involucrar a mujeres que eran niñas en aquel momento. “La única manera de justificar hacer algo así es que eso les sirva a ellas para algo. Ellas no necesitan un documental: necesitan verdad y justicia”.
¿Y por qué no?
Patricio destinó los recursos de producción del documental para financiar el viaje a Uruguay de los sobrevivientes de aquel operativo. El objetivo era doble: presentar una denuncia penal que investigara la desaparición, el secuestro, la tortura y el traslado clandestino a la ESMA y filmar un documental de un caso que involucra a 5 mujeres, 5 hombres y 5 niñas.
Esto implicó, entre otras cosas, coordinar con Raúl Olivera Alfaro, secretario de Derechos Humanos de la central de trabajadores uruguaya PIN CNT, para que acompañara la denuncia penal y poder así garantizar el seguimiento de su trámite. Involucró también redactar las declaraciones y coordinar las fechas de los viajes con las audiencias en los tribunales. Las primeras en llegar a Montevideo desde Caracas fueron Rosario Quiroga y dos de sus tres hijas: María Virginia y María Paula. Rosario había sido secuestrada en el balneario de Lagomar el 17 de diciembre de 1977 a las 8 de la mañana. Sus hijas fueron capturadas a la madrugada del siguiente día, junto a otras 2 niñas, Alejandrina Barry y María Laura, que en aquella época era una bebé de 4 meses. Volver a esa casa 35 años después significó para ellas un intento de sanar las heridas que todavía tienen: no recuerdan nada. Y ese agujero negro en su memoria es dolor y es algo más: es la herida que deja la impunidad.
Rosario y sus hijas se presentaron al juzgado, dando inicio a una causa que todavía espera justicia. Fue el primer paso. El segundo lo dio un mes después Jaime Dri, el protagonista de Recuerdos de la muerte, el hombre que escapó a los represores de la ESMA y el que, 35 años después volvió a abrazarse con su compañero de torturas, el pianista Miguel Ángel Estrella. Cuando fueron secuestrados y trasladados a un sótano del montevideano barrio de Carrasco, estaban con los ojos vendados. Estrella lo cuenta en cámara: “Vos me escuchabas rezar”. Le responde Dri: “A los gritos, rezabas a los gritos”. Estrella y Dri comparten el desayuno en la embajada argentina en Montevideo. El día anterior, el pianista había dado un concierto, que incluyó la obra que le da título al documental: Sonata en si menor. La didáctica, amorosa explicación que da Estrella de esa pieza compuesta por Liszt es lo que justifica la elección de Patricio.
Drí llegó desde Panamá y regresó por primera vez al lugar donde fue baleado y secuestrado. Encontró la casa a donde intentó refugiarse, se detuvo a mirar la ventanita por la que intentó escaparse y conversó con vecinos que todavía hoy recordaban el terror del aquel operativo. También presentó su declaración en tribunales y, como Rosario y sus hijas, ofreció una conferencia de prensa, entrevistas en televisión, radios, diarios y revistas. El objetivo de todos era el mismo: difundir el pedido de justicia es una tarea más para lograr la condena social que construya la condena judicial.
De regreso a Buenos Aires y como broche de oro, Patricio regisró el testimonio del periodista Eduardo Paredes, editor de la revista Somos. Lo encontró dictando un curso de redacción para jubilados, organizado por la municpalidad de Avellaneda.
Nunca más y después
Patricio decidió utilizar todo ese material para poner a prueba su licenciatura en Periodismo Documental, que terminó de cursar el año pasado. Fue su tesis y también el material que usó en varias materias para aprovechar así tiempo y recursos que le permitieran afrontar la difícil tarea de resumir un caso tan embrollado, difícil, duro, en apenas una hora y 20 de edición. En ese contexto pudo pensar un recurso para resolver el tema principal: cómo explicar el operativo que involucraba 4 diferentes lugares y 3 grupos de personas, que a su vez, sufrieron destinos diversos. Unos fueron presos en Montevideo, otros prisioneros desaparecidos en la ESMA. Imaginó un tablero de ajedrez gigante que reprodujera esa manipulación de cuerpos y destinos. El lugar para hacerlo lo consiguió gracias a la ayuda de la agrupación HIJOS: la Casa de la Militancia de la ESMA.
Su mujer, Carolina Fernández, productora de todos sus documentales, fue la encargada de seleccionar entre amigos y conocidos a los no actores que representaron a cada una de las víctimas. El actor Armando Díaz es quien representa al periodista anónimo que redacta las notas de prensa que se leen tal cual fueron publicadas en aquel momento. Claudia Acuña fue convocada para explicar qué pasó en cada lugar con cada quien. Sin ensayo y sin saber ni Patricio ni los no-actores qué se iba a decir, comenzó el rodaje en el gran galpón de la ex ESMA. El resultado es producto de la emoción y del clima que logró crear Patricio en ese momento.
El objetivo del documental, dirá Patricio ahora, es el mismo de siempre: que se proyecte y debata. Para lograrlo se programaron una serie de funciones gratuitas que comenzaron en el Centro Cultural Haroldo Conti, en el marco de la celebración de los 10 años de recuperación de la ex ESMA, seguirán en Mu y continuarán donde haya espacio para pensar preguntas.
No es el pasado lo que pretende interrogar Patricio en este documental. Su intención es clara: construir colectivamente el significado del Nunca Más.
Y el después.
Fotos de Lina Etchesuri
La crítica de «Sonata en si menor», por Eduardo Rojas
“Pues aun cuando ningún hombre puede ser todo, le es dable, avanzando hacia lo infinito, comprenderlo todo, incluso aquello que él no es ni puede ser. Este comprender no se verifica en la indiferencia, sino en la participación posible. Por eso mi comprensión está, fundamentalmente, abierta aun a lo para mí excluido o vedado. Quiero conocerlo y reconocerlo y solo desecharlo si parece fútil o malo”.
Karl Jaspers
En el principio hay una pantalla oscura y la voz de un hombre que habla sobre la sonata en si menor de Franz Lizst: “una de las grandes piezas del romanticismo” dice, y también que la pieza trata sobre el hombre, dios y el diablo. La música empieza a sonar, la pantalla incorpora figuras y color y muestra a Miguel Ángel Estrella sentado en el piano, tocando. Está en el patio de la Embajada Argentina en Uruguay y lo rodea una pequeña multitud de oyentes entre la que se destaca el presidente Mujica. Al fondo, contra la pared y sobre los costados, como si no integraran esa multitud sino que la vigilaran, hay muchos militares vestidos con uniformes diferentes, exhibiendo sus entorchados, distendidos, sorprendidos, sonrientes. Es una primera imagen extraña, simple y contradictoria a la vez. Muchos de los hombres allí presentes han sido víctimas hace casi cuarenta años de las dictaduras latinoamericanas, la represión y la muerte. Ahora están todos allí, amuchados, cumpliendo diferentes papeles. Uno de ellos ha sido preso político y ahora es presidente de su país; otro fue desaparecido, torturado y luego encarcelado; ahora ejercita otra vez la magia de la música empleando esas mismas manos que sus captores, los militares (otros distintos a esos que ahora lo escuchan) amenazaron con cortarle.
Desde esa promiscuidad, acaso feliz, arranca Patricio Escobar su película. En este tiempo de mixturas en el que muchas veces parece difícil distinguir lo bueno de lo otro, habrá que recurrir a la historia para saber que el presente sigue teniendo justos y réprobos, canallas y hombres libres. Será por eso que hay una palabra muchas veces repetida durante la película: verdad. La verdad sin matices ni mediadores será la partera de esta historia. Además del leit motiv visual y sonoro del recital de Estrella -una columna vertebral de belleza grave y reflexiva-, otros dos recursos narrativos se alternarán en su búsqueda: uno es la reconstrucción del secuestro de un grupo de cinco hombres, cinco mujeres y cuatro niñas ocurrido en Montevideo en 1977. Casi todos ellos eran militantes montoneros, el más notorio, Jaime Dri, protagonista de “Recuerdos de la muerte”, la novela de Miguel Bonasso. También Miguel Angel Estrella. Este tramo de la película está contado desde el relato de los tres adultos sobrevivientes -Dri, Estrella y Rosario Quiroga-, y de dos de sus hijas que viven en Venezuela desde su liberación. El otro recurso es la reconstrucción de los hechos sobre una superficie en la que están dibujados los diagramas de cada lugar y donde un grupo de actores representa las muertes y secuestros. En el medio, otro actor, un “periodista” de la época, teclea en su máquina de escribir un informe con la versión oficial de esos hechos; que es una mentira, por supuesto.
Testimonios de las víctimas en tiempo presente, reconstrucción ficcional con algo de teatro clásico griego, y recital de Estrella en la embajada; los tres recursos se mezclan enlazados por la sonata de Liszt en un crescendo dramático que se acentúa con la aparición de otro personaje, la periodista Claudia Acuña, que se incorpora al relato interpelando al “periodista” ficcional. La de Acuña es la más fuerte irrupción de la verdad, la que pone en su lugar a los hechos tal como ellos fueron. Pero al mismo tiempo es un durísimo cuestionamiento ético y un análisis riguroso sobre el papel de la prensa, en dictadura o en cualquier otra época.
Como en La crisis causó dos nuevas muertes (codirigida con Damián Finvarb en 2006), Escobar pone en el centro de la escena las maquinaciones de los llamados medios de información, lo hace con el rigor y el conocimiento de quien es parte de los mismos desde un lugar marginal por elección, alejado de esa enorme maquinaria que minimiza a la verdad transformándola en un bien de intercambio. Escobar y Acuña no pretenden ser los dueños de ninguna verdad; apenas son periodistas ejerciendo su integridad profesional, artística y personal, la que en casos como estos tiene el tono de las verdades de a puño.
Investigar, atenerse a los hechos e informarlos. ¿Qué otra cosa debería ser el periodismo? Para responder a esta pregunta Escobar le entrega la cámara a Eduardo Paredes, editor de la revista “Somos” durante la dictadura, y a Alfredo Serra, editor histórico de “Gente”, ambas de Editorial Atlántida. Las verdades de ambos son sostenidas con distante calma por Paredes y con un énfasis de tribuno (que deja muy atrás el cinismo de Julio Blanck en la famosa entrevista de La crisis causó…) por Alfredo Serra (quien, entre otros desbordes menores, dice poco más o menos que “Gente” fue la pionera del nuevo periodismo latinoamericano).
Investigar, alterar los hechos e informar según los partes de inteligencia; hacerlo, eso sí, con convicción y hasta orgullo. Tal es otra forma posible de la verdad. ¿La canalla también tiene derecho a difundirla? ¿Es tal el alcance y la necesidad de la voz del otro según la cita de Jaspers que encabeza esta nota? Sí, dice la Sonata de Escobar; este revulsivo ejercicio nos complementa y nos acerca a la utopía de la verdad. Asumir ese desafío es un ejemplo de comprensión y sagacidad creativa, también un infrecuente ejercicio de humanidad. En la fuerza de su denuncia, en su total ausencia de maniqueísmo y su coraje, Sonata en si menor va mucho más lejos que la notable La crisis… Es periodismo documental y es también un thriller político de una potencia dramática y una pericia narrativa que la ponen en la línea de la mejor tradición argentina en esos géneros: la de Rodolfo Walsh.
Historias, tiempo presente, voces, el dolor de los sobrevivientes y la soberbia de los cómplices. Las manos intactas de Estrella como una amalgama de todo, como una triste e inevitable cura en si menor.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


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Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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