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El juicio mutilado: Muerte dudosa y el último gesto de Febres

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El prefecto Héctor Febres murió cuatro días antes de que se conociera el veredicto del Tribunal Oral 5 que lo juzgaba por la participación en cuatro casos de privación ilegal de la libertad y tormentos durante su actuación en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) en la pasada dictadura. El Espacio Justicia Ya tiene serias dudas de se haya tratado de una muerte natural y reclama una investigación sobre esa muerte (la propia familia de Febres parece dudar). Adriana Calvo explicó a lavaca las razones de sus sospechas. Además, y para entender la magnitud de lo que se juzgaba, se reproduce la crónica “Febres era el que más torturaba”, correspondiente a la audiencia judicial donde declararon sus víctimas, en esta oportunidad corregida y ampliada de acuerdo a la textualidad de las desgrabaciones judiciales. El misterio de un gesto de Febres.

“Dudamos de la muerte natural de Héctor Febres, porque se lo veía absolutamente sano, rozagante. Faltaban sólo cuatro días para la sentencia, y no hay que olvidarse que Febres fue el que siempre dijo: ´Por qué me juzgan a mí solo´. El viernes hubiera sido el momento de las últimas palabras frente al Tribunal y hubiera podido decir algo, no descartábamos la posibilidad de que dijera qué familias tienen en su poder a hijos de desaparecidos, una información que él manejaba”, subraya Adriana Calvo, integrante de la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos y el Espacio Justicia Ya, uno de los organismos que actuaba como querellante en el juicio que se le estaba siguiendo al prefecto por privación ilegítima de la libertad y tormentos a cuatro militantes políticos secuestrados en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), durante la última dictadura militar. Tanto la fiscalía como las querellas habían solicitado una condena de 25 años de prisión. Pero su muerte, interrumpe automáticamente el proceso judicial y no será posible.
Quizás sea interesante recordar algo publicado por lavaca en la crónica sobre los alegatos, titulada El juicio juzgado. Allí se narra la acusación de la fiscal Mirna Goransky. En la crónica publicamos textualmente el siguiente párrafo:

  • “Febres se llevaba a los bebés y, sin embargo, nunca reveló a quiénes les entregaron a esos chicos. Él sabe donde están y podría ayudar a aliviar tanto dolor”, afirmó Goransky y, ante la sorpresa de todos, el imputado asintió con su cabeza, en el único gesto elocuente que se permitió en las dos jornadas.

¿Fue un acto reflejo, o un mensaje? En todo caso, fue lo últim que se le vio hacer públcamente. Ante los fantasmas de la muerte de Febres, toda pista, todo símbolo, pasa a un lugar de posible relevancia.
Lo que hacía
En verdad, El Gordo Daniel o Selva –como le decían por tener la ferocidad de todos los animales juntos- estaba procesado por más de 300 desapariciones. Mientras revistió en la ESMA como enlace entre la Prefectura Naval y la Armada participó de operativos de secuestro, aplicó la picana eléctrica entre otros tormentos, tenía a su cargo a los desparecidos que eran reducidos a la servidumbre y era el responsable de los bebés que nacían en la maternidad clandestina que se había montado en ese centro de detención que se convirtió en el paradigma del terrorismo de Estado.
Hasta la familia de Febres duda
“La jueza caratuló la causa como muerte dudosa, dictó el secreto de sumario, tomó una enorme cantidad de declaraciones y ha aceptado a nuestra asociación como querellante. Por alguna razón dictó el secreto de sumario. Nosotros pedimos peritos de parte para investigar qué pasó. Y la familia también duda de que se haya tratado de muerte natural: por algo pidió la autopsia y puso sus propios peritos. Nosotros queremos saber quién le llevó la cena, quién comió, quién encontró el cadáver, quién era responsable. Si fue un asesinato, a uno se le pone la piel de gallina. No cabe otra que vincularlo con la desaparición de Julio López. Tampoco puede dejarse de relacionar con el día en que ocurrió, el mismo en que asume Cristina Kirchner como presidenta. Sería una muestra de lo que son capaces de hacer, ya no sólo desaparecen a un testigo sino que llegan a matar a la propia tropa”, se explaya Calvo.
El sentimiento de Adriana coincide con el de los querellantes y testigos que declararon a lo largo del juicio: una profunda impotencia y una sensación de que tanto esfuerzo no sirvió para nada, como dijo en una conferencia de prensa Carlos Lordkipanidse, uno de las cuatro víctimas por las que Febres era juzgado.
La “justicia” mutiladora de causas
“Aunque se haya tratado de una muerte natural –advierte Calvo-, esto es consecuencia de estar llevando las causas judiciales desarticuladas, desmembradas, de muy a poquito. De esta manera no sólo se pierde la magnitud del plan genocida, sino que sobre llovido mojado: esta forma de juzgar trae aparejada tanta demora que los represores se terminan muriendo. Y en particular la causa ESMA, que es el paradigma del desguace”.
Calvo responsabiliza al juez Sergio Torres, que tiene a su cargo la investigación de la megacausa ESMA, de haberla hecho “picadillo”. “Se trata del campo de concentración con más pruebas y más represores identificados de todo el país. (El juez español Baltasar) Garzón pidió la extradición de 48 represores con la información que nosotros le dimos. Sin embargo, acá se reabrió hace cuatro años y tres meses, y recién llegó a juicio oral el prefecto Febres, y por sólo cuatro casos. Es cierto que la Cámara de Casación ha demorado todo, pero Torres separó por un lado la causa Walsh, por el otro la Santa Cruz que a su vez está dividida en dos, otra por los robos a los bienes de los desaparecidos, otra al enfermero Jeringa Barrionuevo en la que lo acusa solo de tirarle un balde de agua fría a Víctor Basterra. No contento con toda esta disección, la causa principal la separó también por los años, una parte 76, otra 77 y otra 78, mientras que en la ESMA nunca hubo un corte, los represores son los mismos y las víctimas también”, se indigna la integrante de Justicia Ya.
Política de impunidad
Para Calvo no caben dudas de que esta forma de juzgar se trata de una política para diluir y dilatar los procesos: “Esto es generar impunidad, y esta causas apuntan a lograrla: Febres se murió sin condena, recluido en un local de la prefectura, cuidado por su pares y en pleno Delta del Tigre, un lugar paradisíaco. Sus condiciones de detención no eran las normales: ¿Qué preso bajaba a tomar el desayuno a las 10:30 como hacía él?”
Calvo sustenta su opinión con los resultados de los procesos judiciales que se están llevando adelante: “En los cuatro años que pasaron desde que se reabrieron las causas –narra- tuvimos tres condenados y un muerto a punto de ser condenado. Vamos mal. Es cierto que a los testigos no nos gusta ir a declarar una y otra vez, que eso nos revictimiza, que nos molesta y nos duele. Pero el problema no es ese, el problema es que si se pierde tanto tiempo juzgando a los represores que más se destacaron, nunca vamos a llegar a juzgar a los represores que aún se encuentran en actividad.”
lavaca ha venido cubriendo prácticamente todo el juicio (el sector “Archivo temático” comienza justamente con el juicio a la ESMA. Como un modo de comprender la magnitud de lo hecho por personajes como Febres, aquí reproducimos una de las crónicas publicada el 23 de octubre, corregida y ampliada de acuerdo a la textualidad de las desgrabaciones judiciales. Este es el texto.
”Febres era el que más torturaba”
La Fiscalía y las querellas pidieron que se amplíen los cargos contra Héctor Febres, primer represor de la ESMA que es sometido a juicio desde que se reabrieron las causas por las violaciones a los derechos humanos. Cuatro de sus víctimas describieron cómo los torturaron y los sometieron a trabajo esclavo (falsificar documentos para los militares y trabajar para la imprenta del diario Convicción, por ejemplo). Lo responsabilizaron por las embarazadas que llegaban al lugar y relataron cómo el prefecto se encargó del traslado de los secuestrados a la isla El Silencio, en Tigre, cuando la Comisión Interamericana por los Derechos Humanos visitó la Argentina. De cómo el “Gordo Daniel” se transformó en el “Gordo Cagueta”.
Después de escuchar los testimonios de las cuatro víctimas que declararon en la segunda jornada del juicio oral y público contra Héctor Febres -el primer represor juzgado por su actuación en la ESMA, después del Juicio a las Juntas-, tanto la querella como la fiscalía solicitaron la ampliación de los delitos por los que se juzga al imputado. El fiscal Jorge Taiana pidió que se le incorpore el cargo de privación ilegítima de la libertad, agravada por la duración en el tiempo del cautiverio y por encuadrarse los hechos dentro de la figura de persecución política . La querella, a su vez, exigió que al Gordo Daniel –como se lo conocía en el campo clandestino- también se lo juzgue por reducción a la servidumbre, ya que los testigos relataron con pormenores cómo fueron sometidos para realizar trabajo esclavo.
¿Qué es tortura?
En la segunda jornada del juicio a Febres, la sala de audiencias de los tribunales de Comodoro Py fue invadida por un silencio estremecedor. Los relatos de las víctimas de Febres fueron interrumpidos en varias oportunidades cuando se notaba que estaban al límite de su propia emoción. De manera recurrente, el juez Guillermo Gordo ofreció a los testigos la asistencia de una psicóloga, presente en el recinto, y llamó a cuarto intermedio cada vez que las lágrimas amenazaron el relato de los ex detenidos-desaparecidos.
«En la ESMA éramos miles. Ahí tomé conciencia de que se trataba de un genocidio», declaró Carlos Lordkipanidse cuando se le quebró la voz. El Sueco –como le dicen- brindó un pormenorizado relato de su cautiverio y del funcionamiento del campo de detención clandestina más emblemático de la dictadura. Su sensibilidad afloró cuando contó que le fue encomendada por Febres la tarea de realizar tres copias de microfilms que contenían las fichas de todos los secuestrados que habían pasado por la Escuela Superior de Mecánica de la Armada. “Por eso puedo decir que eran cerca de cinco mil. En un momento, cuando pasaban esas fotos, no aguanté y me puse a llorar”. Allí, agregó, pudo ver las fotos de los detenidos, datos de militancia y el destino final: “Algunos, la mayoría, estaban marcados con una letra D; otros, la minoría, con la L y muchos con la sigla MC. Deduje que la D era de deceso o desaparecido, la L de liberado y MC, muerto en combate”.
– ¿Cuántas veces fue torturado? – quiso saber la Fiscalía en otro tramo de su declaración.
– Hay que definir bien qué es tortura. A mi me torturaron dos años y medio, desde que me detuvieron hasta que me fugué a Brasil– contestó fastidiado.
– ¿Quién lo torturó?
– Hay que definir bien qué es un torturador. No fue una persona, fueron todos los que estaban en la ESMA, desde los cadetes hasta los suboficiales y oficiales de mayor jerarquía.
El juez Gordo aclaró que la pregunta iba dirigida a cuántas veces fue sometido a la picana eléctrica. Contestó el testigo:
– Creo que se está subestimando lo que es la tortura, a la que fui sometido durante los dos años y medio que viví en condiciones infrahumanas.
Lo que enojaba a Astiz
Lordkipanidse fue secuestrado el 11 de noviembre de 1978 por personal que se identificó como de Toxicomanía de la Policía Federal. “Me metieron en un Peugeot 504. Al único que reconocí de ese grupo fue a Pellón, que me apuntó con una Itaka en la frente. Lamentablemente ya falleció y no podrá ser juzgado”, declaró el testigo que aquel día fue llevado a la ESMA, donde un rato antes habían arribado su mujer, Liliana Pellegrino, y su hijo de 20 días. Cuando llegó, esposado y encapuchado, reconoció los gritos de su mujer y de su hijo, que estaban siendo sometidos a tormentos. “En ese momento me hice conocer a los gritos para que supiera que yo ya estaba ahí, por si la estaban torturando por mí. En ese momento el imputado, Febres, me hace un tacle, me saca la capucha y me rompe la cara a trompadas: `Callate, monto hijo de puta`, me decía pero yo seguí gritando”, recordó Lorkipanidse que en otro momento de su declaración subrayó: “Las piezas dentales que me faltan no es por falta de cuidado personal, sino por la golpiza que me dio Febres cuando me recibió”.
El testigo señaló que lo secuestraron por ser el último sobreviviente del Grupo Especial de Combate de la Organización Montoneros. Enseguida recordó que el primero en aplicarle la picana eléctrica fue Alfredo Astiz y que lo hacía con especial saña para sacarse la bronca que le generaban las cargadas de Jorge Perrén, otro represor. “Todo el tiempo lo gastaba y le decía: `Te los saqué yo.` Parece que el encargado de mi secuestro era Astiz, pero se confundió y se llevó a mi primo Cristian Colombo creyendo que era yo”, explicó el testigo.
Mientras le aplicaban descargas eléctricas, a Lorkipanidse le preguntaban por nombres, apodos y direcciones. Como se negaba a darlos, en un momento llegó el prefecto Juan Antonio Azic con su hijo agarrado de los pies mientras gritaba: “Colaborá porque si no le reviento la cabeza contra la pared”. Como el detenido seguía sin brindar información, colocaron al niño de 20 días sobre su abdomen mientras lo sometían con la picana.
Lordkipanidse relató que en la ESMA dejó de llamarse Carlos para convertirse en el 255. Fue alojado en el sector denominado Capucha, en el tercer piso, al que describió con lujo de detalles mientras señalaba la maqueta que reposaba en el centro de la sala y cuya imagen era proyectada sobre la pantalla gigante que pendía a espaldas de los jueces.
“Ponete linda que tenemos que salir”
Cada tanto, el Sueco volvía a ser conducido al sótano para sufrir nuevas sesiones de picana, a veces manipulada directamente por Febres: “No siempre lo hacían para averiguar datos sobre mi militancia política. Una vez fui sometido a tortura para que cantara dónde había dejado estacionado el Fiat 600 de la empresa en que trabajaba, porque ellos se habían quedado con las llaves.”
Como era fotocromista, a Lordkipanidse le pidieron que falsificara un pasaporte uruguayo. Se negó una y otra vez hasta que otro detenido le dijo que esos documentos no iban a ser utilizados para secuestrar a otros compañeros sino para “hacer negocios, para venderlos”. “Cuando empiezo a trabajar, unos compañeros me ponen al tanto de cierto plan de resistencia que consistía en inventar trabajos para tratar de salvar a otros compañeros”. El testigo ejemplificó cómo rompían máquinas de escribir para que un secuestrado que sabía repararlas fuera llevado al sector de trabajo forzoso. “En un momento –prosiguió el testigo- Febres reemplazó a Raúl Scheller en el Sector 4 y cuando se presentó me dijo: `Acá, en este lugar, yo soy el torturador`”.
Cuando Liliana Pellegrino salió en libertad, contó Lorknipanidse- era obligada a realizar periódicas llamadas telefónicas a la ESMA para reportarse. “Febres también la llamaba y le decía: ´Hoy ponete linda que tenemos que salir. Y se la llevaba para darse corte de que andaba con una mujer joven y linda. Los detalles más escabrosos no los voy a contar”, advirtió.
Viaje a El Silencio
Lordkipanidse remarcó que Febres, por ser de la Prefectura, reforzaba su maldad para ganarse el respeto de los marinos. Pero, señaló el testigo, su figura comenzó a apagarse en 1979, cuando se negó a formar parte de una acción en el exterior: “Habían jugado un partido entre Argentina y Holanda, en Amsterdam, y en las tribunas había aparecido una bandera que preguntaba por el destino de los desaparecidos. Como la Selección iba a jugar otro partido en Austria, le encomendaron que viajara para evitar que vuelvan a colgar la bandera. El prefecto se negó, decía que mandaran a los que no tenía hijos, que él tenía una familia y que allá no iba a estar cubierto como acá. Desde entonces, su figura cayó en desgracia y en vez de Daniel o Selva comenzaron a llamarlo El Gordo Cagueta”.
El testigo también señaló a Febres como responsable del traslado de tres decenas de detenidos en la ESMA a la isla El Silencio, en el Tigre, mientras la Comisión Interamericana por los Derechos Humanos visitaba la Argentina para indagar sobre la desaparición forzada de personas. “Febres supervisaba todo, por eso lo responsabilizo de lo sucedido con el Topo Sáenz, el único de todos los secuestrados que estaban en Capucha que no llegó a El Silencio. Nunca se supo más nada de él. Febres debe dar explicaciones”.
Lordknipanidse también mencionó a Febres como integrante del grupo que decidía qué detenidos iban a ser trasladados, eufemismo que significaba que iban a ser dopados mediante una inyección y arrojados vivos al mar desde aviones en vuelo. El testigo subrayó que en cuatro oportunidades su destino fue debatido en ese grupo que integraban miembros de las distintas áreas de la ESMA.
Otro de los testigos que, con voz pausada pero firme, desgranó paso a paso su tránsito por la ESMA fue Carlos Alberto García, otro de los querellantes contra Febres, a quien acusó de haber participado del grupo que lo capturó el 21 de octubre de 1977. “Vos te vas a llamar 028”, contó la víctima que le dijeron cuando arribó a su lugar de detención. Detalló cómo le aplicaron la técnica de tortura conocida como «submarino», al sumergirle la cabeza en agua y cómo lo picanearon. «Me torturaban todos, el que empezaba siempre era uno que le decían 220, de apellido Weber. Y Selva, Febres, era el que más torturaba», dijo convencido y agregó: “Los verdes, los que estudiaban en la Escuela, todos muy jovencitos, directamente me usaban de cenicero y me quemaban con cigarrillos”.
Las inyecciones, la monja, y el “chico rubio”
García señaló que aunque estaba encapuchado podía ver, porque cuando lo torturaban “saltaba por el aire” y su capucha se desplazaba. El testigo hablaba con la vista hacia abajo, como si no quisiera perder concentración en el hilo del relato y siempre con sus palmas apoyadas en el escritorio que tenía delante. Recordó que lo hacían trabajar con esposas y grilletes en el subsuelo del lugar, construyendo un espacio llamado la huevera, por estar aislado con cartones de huevos. “Ahí había tres salas de tortura. Era un infierno, todo el tiempo escuchábamos los gritos de nuestros compañeros, era como si nos estuvieran torturando todo el tiempo”, graficó.
García relató que en un momento, mientras lo obligaban a trabajar, pudo ingresar al laboratorio de la ESMA y vio a una de las monjas francesas desaparecidas junto al grupo conocido como Santa Cruz. “Estaba destruida –recordó- y me preguntaba si sabía cómo estaba el chico rubio (en referencia a Astiz, el represor que se infiltró entre ellas hasta hacerlas desaparecer)”.
El testigo relató cómo inyectaban a los detenidos y los subían a camiones para ser “trasladados”. También contó que veía entrar y salir continuamente a Febres, Scheller y 220 de las salas de torturas. Con el apodo de 220 se conocía al comisario Ernesto Weber, padre del comisario homónimo acusado de disparar en Plaza de Mayo contra los manifestantes del 19 y 20 de diciembre de 2001. Justamente, mientras la víctima nombraba a Weber, entre el público que presenciaba la audiencia comenzó a correr un rumor que se pudo confirmar en el primer cuarto intermedio: el juez Claudio Bonadío acababa de dictar el procesamiento de Fernando de la Rúa y de tres policías por los asesinatos ocurridos en las inmediaciones de la Plaza de Mayo durante aquellas jornadas.
Mientras lo llevaban y lo traían para que realice el trabajo forzado, García iba descubriendo el funcionamiento de la ESMA. Un día, contó, se cruzó con una madre que acaba de parir. “Qué lindo bebé, le dije, y ella me lo dio para que lo tenga a upa unos segundos. Con el tiempo me enteré que ese bebé era Juan Cabandié (uno de los últimos nietos recuperados por las Abuelas de Plaza de Mayo y legislador porteño electo por el Frente para la Victoria)”.
Facturas falsas y el diario de Massera
García explicó que después lo destinaron en la imprenta, donde lo obligaban a confeccionar facturas de hotelería falsas para que los marinos pudieran pasar viáticos extras y hacerse de dinero fácil. La víctima también recordó que lo obligaron a presenciar el saqueo de dos imprentas del norte de la provincia de Buenos Aires, en un operativo que estuvo a cargo de Febres. El episodio es coincidente con la aparición del diario Convicción, que tenía como objetivo convertirse en la tribuna del dictador Emilio Eduardo Massera, que hacía públicas a través de esas páginas sus aspiraciones a convertirse en presidente de la Argentina.
“Nos llevan a trabajar a Apus gráfica, donde se imprimía Convicción. Febres es el que nos presenta a los gerentes de la empresa. Todos los días nos llevaban desde la ESMA hasta allí. Éramos mano de obra esclava”, definió García que en un momento introdujo su mano en su saco y exhibió la credencial que le habían dado en esa empresa y un certificado de trabajo que le habían extendido. “En Apus Gráfica también trabajaba gente normal -explicitó para contraponer con su propia situación- que no sabía nada. Qué le íbamos a decir”.
La jornada laboral de García no terminaba en Apus Gráfica, continuaba hasta la madrugada en la imprenta del edificio Libertad, donde lo obligaban a falsificar Documentos de Identidad, Cédulas, Registros de Automotor y Pasaportes, entre otros documentos. Recién entonces, lo llevaban de regreso a la ESMA.
Lo que contó Josefa
García responsabilizó a Febres del traslado desde Uruguay de un matrimonio secuestrado que fue alojado en la ESMA.
– ¿Qué funciones vio cumplir a Febres en la ESMA –insistió uno de los abogados querellantes.
– Torturaba, se encargaba de las embarazadas y los bebés y hacía inteligencia. También daba órdenes – sintetizó García.
En un momento, le concedieron a García el régimen de libertad vigilada. Debía llamar a la ESMA y presentarse cuando se lo ordenaban. Quiso casarse con Myriam Lewin, a quién había conocido dentro de la ESMA. “Tuvimos que pedir permiso para hacerlo. No éramos dueños de nuestra vida”, subrayó.
Alfredo Margali, otro de los querellantes, relató de manera casi idéntica a la de García como los forzaron a realizar tareas en Apus Gráfica. La que no pudo construir un relato pormenorizado fue la cuarta víctima, Josefa Prada de Olivieri. “Mi compromiso con la memoria duró hasta el Juicio a los ex comandantes, me parece muy extraño todo esto a 30 años de distancia”, explicó visiblemente nerviosa no bien comenzó su declaración. Prada de Olivieri había sido llevada a la ESMA junto a su pareja. A la testigo le exhibieron una foto de Febres para ver si podía identificarlo entre sus agresores, pero no pudo hacerlo. Lo que la víctima no puede olvidar, treinta años después, es que fue violada en el centro clandestino de detención mientras estaba embarazada de cuatro meses.

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La causa de la caída: la denuncia de Beatriz Blanco, la jubilada gaseada y golpeada por la Policía

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Traumatismo encéfalo craneano, herida cortante e irritación ocular: las heridas causadas a Beatriz Blanco (87 años) ya forman parte de una causa judicial que inició ella misma y también la Procuraduría de Violencia Institucional, y apunta contra dos efectivos que la gasearon y le pegaron, provocando su caída. También apunta a la responsable del operativo, la ministra Patricia Bullrich, que se desplegó el miércoles de manera feroz, pero que -plantea la denuncia- es parte de un “plan sistemático”. Beatriz fue golpeada a las 16:10, antes de los principales incidentes, mientras se manifestaba en una esquina: cómo fue el momento, según relata ella misma en la denuncia y cuenta su hija. Quién es esta jubilada que trabajó de todo. Cómo está: recuperándose, enojada y “con más fuerza que nunca”. La voz de una de sus hijas junto a quienes lucha por justicia, y paz.

Por Franco Ciancaglini.

La imagen de Beatriz Blanco cayendo en seco al suelo -tras ser gaseada y empujada por dos efectivos de la Policía Federal- dio la vuelta al mundo. 

En el video se ve el fin de una secuencia más larga que inicia cuando la Policía Federal empuja de manera violenta a jubiladas y jubilados que se encontraban haciendo el clásico semaforazo de todos los miércoles en el Congreso. 

“Ella lo que cuenta es que estaba con el grupo de jubilados, cortando Entre Ríos, para mostrar sus carteles. Y cuando el semáforo se pone verde se vuelven a la esquina. Y en ese momento vino la policía, apurando a todos los viejos a subirse a la vereda”.

La que habla es una de sus hijas, Paula.

El relato coincide con la temprana decisión de las fuerzas de abalanzarse sobre personas que hacen lo mismo todos los miércoles -un semaforazo, y luego una movilización que da la vuelta al Congreso-: Beatriz fue atacada a las 16:10. 

Esta vez, por lo especial de la fecha, los Policías iban además con el gas apretado y el palo suelto. Cualquiera que estuvo en la manifestación pudo apreciar cómo apenas una persona se acercaba a los efectivos, o incluso estando a metros, sin hacer nada, podía ser gaseado. Incluso teniendo 87 años.

La causa de la caída: la denuncia de Beatriz Blanco, la jubilada gaseada y golpeada por la Policía

Los camiones hidrantes fueron parte de la cacería desatada. Foto: Lina Etchesuri.

El arma y la palabra

Beatriz Blanco no está afiliada a ninguna barrabrava ni milita en ningún partido político.

Es jubilada.

Trabajó toda su vida como empleada en cooperativa de fletes, empleada cuidando niños, costurera, y de casera hasta los últimos tiempos.

Tiene tres hijas.

Una de ellas, Paula Ippolito, cuenta que junto a su madre Beatriz y su hermana Paula suelen ir juntas a las marchas. “Esta vez fue sola porque justo yo estaba operada de la rodilla. Suele ir, no va todos los miércoles pero cuando puede va”.

Beatriz ya conocía a varios y por eso se acercó al grupo de jubilados que realiza los miércoles el semaforazo. Luego de que la empujaran a la vereda, se puso a hablarle a un cordón policial, una práctica habitual de jubilados anodados ante la violencia sin sentido que ejercen las fuerzas: “Ella siempre es de ir y hablar, de decir qué están haciendo, cómo no les da vergüenza; mi mamá siempre como que quiere hacer conciencia. Ella le debería estar gritando al policía que estaba de espaldas y lo toca con el bastón como diciendo ´mirame´. Ahí el chabón se da vuelta y le tira el spray, y el otro que le pega con el palo en la cabeza”.

Ese combo, que representa un ataque, de gaseo, empujón y golpe, hace que Beatriz pierda el equilibrio instantáneamente, y caiga al suelo.

La primera pregunta es cómo está: “Se está recuperando. Está en reposo, en observación por el golpe que recibió en la cabeza. Está con mucho dolor en todo el cuerpo, con un poco de inestabilidad, con el dolor en los ojos por el gas que le tiraron. Tiene los ojos muy hinchadas: le tiraron gas directo en la cara”.

Este dato del gas directo a sus ojos explica a la vez la pérdida del equilibrio, desechando por tierra las mentiras del Jefe de Gabinete, Guillermo Francos, que aseguró que se “cayó sola”. También el título de la empresa La Nación que habló de que la jubilada “atacó” a la policía previo a su “caída”: “Ella le tocó con su bastón para que se diera vuelta, para que la escucharan, no golpeó a nadie. Habría que mostrar los videos enteros donde la Policía increpa primero a los jubilados para que se suban a la vereda, con la agresividad que suelen tener”.

La causa de la caída: la denuncia de Beatriz Blanco, la jubilada gaseada y golpeada por la Policía

Beatriz Blanco, tras los gases recibidos y el golpe posterior. Foto: Lina Etchesuri.

El caso de Beatriz es uno de los dos -junto al del fotógrafo Pablo Grillo- denunciados por la Procuraduría de Violencia Institucional (Procuvin) ante la Cámara del Crimen. En esas denuncias a las que accedió lavaca, el organismo que se encarga de monitorear a las fuerzas -en estos tiempos, con menos entusiasmo- presenta como “pruebas” distintos recortes periodísticos alrededor del ataque a Beatriz. Y solicita a la justicia que requiera al Ministerio de Seguridad el personal policial afectado a los lugares de ambos ataques, así como los datos de la “sala de operaciones” a la que reportaban los agentes a cargo del operativo.

Por otro lado, la propia familia de Beatriz presentó una denuncia contra los dos agentes de la Policía Federal y contra la propia ministra Bullrich. Narra en su presentación lo mismo que refiere su hija en esta nota: “Siendo aproximadamente las 16:10 hs me encontraba en las inmediaciones de la esquina de las avenidas Entre Ríos y Rivadavia de esta ciudad (…) cuando fui rociada con una sustancia lacerante por un efectivo de la Policía Federal. Inmediatamente después, y también a manos de un efectivo de la PFA, recibí un golpe en la cabeza, con un elemento que creo se denomina ‘tonfa’, lo que provoca mi caída al piso”.

Tras el golpe, Beatriz fue derivada al Hospital Argerich, donde diagnosticaron lo producido por el ataque: traumatismo encáfalo craneano, herida cortante e irritación ocular.

Por eso, por un lado, reclama la identificación de los dos efectivos que la atacaron, plausibles de ser responsables de “delitos de lesiones leves” agravadas por tratarse de personal de la fuerza. Y por otro, califica a la ministra de Seguridad Patricia Bullrich como “autora mediata” por ser responsable del operativo y algo más: la valiente presentación habla de que estos hechos son parte de un plan sistemático.

La causa de la caída: la denuncia de Beatriz Blanco, la jubilada gaseada y golpeada por la Policía

Una síntesis del plan sistemático. Foto: Juan Valeiro.

“Como en los momentos más aciagos de nuestra historia, desde el Poder Ejecutivo se ha montado un Programa de Miseria Planificada cuya consecuencia natural es la Protesta Social. Y sabido es que este tipo de políticas socioeconómicas sólo resultan aplicables cuando se pone a disposición de las mismas al aparato represor del Estado”.

Firma toda esta historia la propia Beatriz, acaso poniendo en contexto lo que representan los golpes que sufrió, su historia y el futuro por el que pelea junto a sus hijas. “Nosotras somos fieles a las marchas que son para los derechos del pueblo”, cuenta Paula, una de ellas. “No militamos en ningún partido político, siempre vamos independientes y solas”, aclara por si hiciera falta.

Paula habla siempre en plural femenino, pensando en su madre y su hermana. Desde ese lugar cuenta: “Nos están sacando todo. Nos están metiendo miedo para que no salgamos a las calles. Están imponiendo todo lo que quieren imponer. Siempre estamos atentas a todas las luchas. Esto va a por todos, no es solamente por los jubilados. A mi me han robado plata con la AFJP a pesar de que ya tengo 30 años de aportes. Estos vienen por todo, por todo lo que conquistamos”.

Junto a Natalia, las jóvenes militan tocando tambores en Batuka, uno de los conjuntos que lleva el ritmo a la calle y es la banda de sonido de la protesta social y la lucha. Hoy, del lado de la víctima, Paula asegura: “Estamos luchando para que esto no vuelva a suceder. Para que tengamos memoria y el pueblo no se duerma. No tenemos miedo. Ya la verdad que queda poco por perder”.

Esta lucha incluye, claro, a Beatriz: “Está más fuerte que nunca. Está enojada, muy enojada. Pero está fuerte para seguir la lucha”.

La lucha, ahora, es por justicia: “Solamente queremos que los responsables tengan justicia, sean los policías o la ministra de Seguridad: que la justicia trabaje a favor del pueblo. Y que no salga nadie más impune”. 

¿Tenés esperanzas? “Y no. Pero hay que hacerlo igual: nos corresponde”.

La esperanza tal vez siga estando en la calle, mientras estas jóvenes sin contención psicológica ni asistencia estatal de ningún tipo enfrentan los golpes: “Estamos nosotras, las hijas, para cuidarla y para que se reponga de esto”.

¿Necesitan algo? “Sí: paz”.

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Los principales puntos del fallo que critica el operativo policial y ordenó liberar a los 114 detenidos

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La jueza Karina Andrade dictó de madrugada la liberación de 114 personas detenidas en la cacería que el Gobierno desató en la protesta contra el recorte a los jubilados en el Congreso. El fallo es preciso no sólo en los términos bajo los que ubica el derecho a la protesta como ejercicio legítimo de la libertad de expresión, sino también en la descripción del accionar de las fuerzas de seguridad. La jueza cuestionó la información “imprecisa” y “deficitaria” respecto del motivo de las detenciones, el momento y lugar en el que se produjeron, y a donde fueron llevados. La magistrada fue clara en marcar dónde está la falla: “Es preciso remarcar que el déficit en la información suministrada y, en consecuencia, del control judicial, de ningún modo lo advierto atribuible a una acción deliberada por parte del Ministerio Público Fiscal, sino a las características del procedimiento llevado a cabo por las fuerzas de seguridad”. Mientras el Gobierno amenaza a la jueza, el fotógrafo Pablo Grillo sigue peleando por su vida, internado en el Hospital Ramos Mejía por un disparo en la cabeza.

Por Lucas Pedulla

“A raíz del pedido de la defensa, he analizado la información que fue brindada y entiendo que respecto de las detenciones informadas se encuentra en juego un derecho constitucional fundamental como es el derecho a la protesta, a manifestarse en democracia y a la libertad de expresión, en un día como hoy donde se convoca desde los sectores más vulnerables de nuestra Nación como son los adultos mayores protegidos convencionalmente, desde el Poder Judicial corresponde atender a ello especialmente”.

La cita es textual y corresponde al fallo de 12 páginas con el que la jueza Karina Andrade, del Juzgado de Primera Instancia en lo Penal, Contravencional y de Faltas Nº15, dictó la liberación de 114 personas detenidas en la cacería desatada en la protesta del Congreso. La decisión causó desconcierto en el Gobierno, y el ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, amenazó con que “se analizará su actuación ante el Consejo de la Magistratura de CABA por posible incumplimiento de sus funciones”.

Pero la jueza es precisa no sólo en los términos sino también en la descripción de una jornada bestial, con múltiples personas heridas de gravedad, entre ellas el fotógrafo Pablo Grillo, que sigue peleando por su vida, internado en terapia intensiva en el Hospital Ramos Mejía.

“Información imprecisa”

La jueza Andrade especifica que a las 17.55 horas les llegó la convalidación de las primeras tres detenciones. A las 18.49, llegaron las de otras siete personas. A las 20.43, de otras cinco. La información es importante porque la magistrada apunta que, pasadas las 22 horas, la Dirección de Privados de Libertad le informó la detención de 89 personas que no habían sido comunicadas ni al tribunal ni a la defensa. Mientras, otra presentación le pedía a la jueza la liberación de las personas porque habían intervenido fuerzas federales y no de la Ciudad.

El caos continuaba. A las 22.30, la jueza recibió el grueso: 93 detenciones. A las 23.23, otras cuatro. Y recién a las 2.16 se informó la identidad de la última persona: en total, 114 detenciones. Por esas horas, la información era difusa respecto de la cantidad y los lugares donde estaban. Así queda claro el porqué y cómo la jueza argumentó su decisión:

  • “A medida que se informaban las detenciones de las personas, la información vinculada a ello se volvía más imprecisa y dificultosa para mi tarea judicial”. 
  • “Se dejaron de brindar detalles sobre la hora y lugar en el que ocurrió la detención, como así tampoco se lograba informar con relación a qué delito específico se estaba convalidando la detención. Tampoco se indicaba el lugar en donde serían alojados. En algunos casos el delito se informaba después”.
  • “A partir de la información suministrada por la fiscalía y las calificaciones legales imputadas, ninguna de las personas detenidas lo fue bajo la imputación de delitos de portación de armas de fuego, lesiones o incendio a bienes públicos”.
  • “En cuanto a la información para control, con relación a los detenidos 4) a 15) no se brindaron detalles sobre el momento y lugar de las detenciones, ni por infracción a qué delitos ocurrieron, como así tampoco el lugar en donde serían alojados. Situación similar ocurrió con los detenidos 16) a 108) y 109) a 113) sobre quienes tampoco se indicó el momento en el que ocurrieron las detenciones ni el lugar de alojamiento”.
  • Sobre los detenidos 109) a 113), no se informó el momento ni el motivo de sus detenciones y, finalmente se aguardó para el dictado de la presente la identificación de la última de las personas detenidas, previamente identificado como “Hombre de 25 años de edad que no aporta datos pero es ciudadano mexicano”.

Sobre las irregularidades en las detenciones, cita un fallo paradigmático de la Corte Interamericana de Derechos Humanos que condenó al Estado argentino por la desaparición forzada en democracia del joven Iván Torres: “Una ‘demora’, así sea con meros fines de identificación de la persona, constituye una privación a la libertad física de la persona y, por lo tanto, toda limitación a la misma debe ajustarse estrictamente a lo que la Convención Americana y la legislación interna establezca al efecto, siempre y cuando sea compatible con la Convención”. 

Por eso, remarca: “Cualquier detención tiene que estar debidamente registrada en el documento pertinente, señalando con claridad las causas de la detención, quién la realizó, la hora de detención y la hora de su puesta en libertad, así como constancia de que se dio aviso al juez de instrucción competente, en su caso, como mínimo”.

La protesta como libertad de expresión

La jueza ubica que la marcha de jubilados en el Congreso, “como es de público conocimiento”, ocurre todos los miércoles desde hace un año, y sobre esa base fáctica le “resultó imperioso” enmarcar los hechos “dentro de las exigencias constitucionales y convencionales” ya que, advirtió, “se encontraban en juego derechos constitucionales fundamentales como son el derecho a la protesta, a manifestarse en democracia, a peticionar ante las autoridades, a la libertad de expresión”. 

Por ese motivo, subraya: 

  • “Estas libertades adquieren especial relevancia un día como hoy en el que parte de la sociedad se expresa (se ‘moviliza’) en favor del ejercicio de la libertad de expresión de los integrantes de uno de los sectores más vulnerables de nuestra República, los adultos/as mayores. Desde el Poder Judicial corresponde atender a ello especialmente”. 
  • “Así, vale recordar que los adultos mayores se encuentran específicamente protegidos en nuestra Constitución Nacional (art. 75 inc. 22) a través de la Convención Interamericana sobre Protección de Derechos Humanos de las Personas Mayores, incorporada a la Carta Magna a través de la sanción de la ley 27.700 por el Congreso de la Nación”.
  • La libertad de expresión, junto con el derecho a la protesta, necesariamente concatenado con la primera, se configuran como derechos baluartes del sistema democrático, pues permiten a los individuos de una sociedad democrática dar a conocer sus ideas, conocer las opiniones de sus conciudadanos y los actos de gobierno y criticar los actos de sus representantes, así como peticionar a estos últimos”.
  • Cita jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH): “Cuando se restringe ilegalmente la libertad de expresión de un individuo, no sólo es el derecho de ese individuo el que está siendo violado, sino también el derecho de todos a ‘recibir’ informaciones e ideas … Se ponen así de manifiesto las dos dimensiones de la libertad de expresión. En efecto, ésta requiere, por un lado, que nadie sea arbitrariamente menoscabado o impedido de manifestar su propio pensamiento y representa, por tanto, un derecho de cada individuo; pero implica también, por otro lado, un derecho colectiva a recibir cualquier información y a conocer la expresión del pensamiento ajeno”.
  • Sigue la jueza: “Entonces, quienes se ‘movilizan’ en verdad se expresan, y deben poder hacerlo, de manera crítica frente al ejercicio del poder de los gobernantes y ello, siempre que se efectúe en el marco de la legalidad, no puede ser socavado. Nuestra Constitución reconoce el derecho a la protesta, el cual incluye el derecho a manifestarse, a circular libremente, a peticionar y a criticar a las autoridades”. 
  • “En otras palabras, en democracia, toda persona debe poder expresarse, peticionar ante las autoridades, asociarse, reunirse y manifestar su parecer y, sobre todo, su disconformidad con las decisiones gubernamentales”.

La jueza cita al constitucionalista Roberto Gargarella: “Una democracia representativa, la única alternativa con la que cuentan los ciudadanos para cambiar el rumbo de las cosas es la de protestar y quejarse frente a las autoridades. Si se socava dicha posibilidad, la democracia representativa se convierte en una oligarquía o plutocracia, es decir, la democracia llega a su fin. De allí que una democracia, aún modesta, no sólo no puede darse el lujo de perder ciertas voces críticas sino que más bien, y por el contrario, debe hacer todo lo posible por potenciar a cada una de ellas”. 

Déficit de seguridad

Sobre el cierre, la jueza vuelve a cuestionar el operativo:

  • “No puedo soslayar, en esta línea, que la información que me fue puesta en conocimiento fue absolutamente deficitaria. No se informaron, en la mayoría de los casos, el lugar donde se realizó la detención, aludiendo en forma genérica a ‘los hechos del Congreso de la Nación’”. 
  • “Por lo demás, y a diferencia de lo que sucede con otros detenidos en ’flagrancia’, no se aclararon las circunstancias de detención ni los motivos, al menos con algún tipo de detalle”.
  • “Nótese que hasta las 22.17 horas aproximadamente el tribunal había sido informado de catorce detenciones y la información que se conoció después da cuenta de que la cantidad de detenidos a disposición de este fuero resultó ser mucho mayor”.
  • “Y sobre esta cuestión, es preciso remarcar que el déficit en la información suministrada y, en consecuencia, del control judicial, de ningún modo lo advierto atribuible a una acción deliberada por parte del Ministerio Público Fiscal, sino a las características del procedimiento llevado a cabo por las fuerzas de seguridad”.
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Nota

Hinchadas y jubilados versus violencia estatal: La represión, el aguante y los partidos que se vienen

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¿Por qué la marcha de ayer fue reprimida? Miles de personas identificadas con distintos clubes se acercaron a bancar la marcha de todos los miércoles de jubiladas y jubilados. Algunas no llegaron ni a acercarse a Congreso que los gases ya habían comenzado. Pero eso no hizo mermar la convocatoria, que fue multitudinaria y regaló, pese a los palos, charlas e imágenes que hablan de una alianza inesperada y transversal a distintas demandas sociales. ¿Cómo se dio? ¿Qué pasó? ¿Cómo sigue? Los testimonios de jubilados y jóvenes antes, durante y después del partido que se jugó en la calle, que siguió al ritmo de las cacerolas y promete generar un quiebre en odio y bronca alrededor de dos gritos de época: “Fuera Milei” y “Que se vayan todos”.

La foto que ayer intentó borrar el gobierno con la represión salvaje fue la de miles de clubes unidos alrededor de la marcha habitual de jubilados, y la foto del miércoles que sigue, probablemente con más gente, y la del siguiente, con cada vez más. Está por verse los efectos de este violento amedrentamiento a la protesta, con pruebas plantadas para justificarlo, mientras el fotógrafo Pablo Grillo pelea por su vida. Pero hay algo que ya pasó ayer, más acá de la represión.

Los jubilados y las hinchadas marcharon.

Se tuvieron que aguantar los gases, los tiros y los palos.

Y los aguantaron.

Y siguieron ahí, pese a todo.  

Y siguió llegando gente, pese a todo.

Hasta altas horas de la madrugada en distintos barrios porteños, y hasta en Plaza de Mayo.

Pese a todo.

Hinchadas y jubilados versus violencia estatal: La represión, el aguante y los partidos que se vienen

A diferencia de la versión del gobierno nacional y de los medios de comunicación cercanos, en una imagen casi inédita en la historia argentina (sin Mundial) hubo hinchas de montones de clubes del fútbol argentino juntos y hermanados.

“Este gobierno hizo lo que pocas cosas logran, unirnos”, dice uno de Huracán abrazado a otro de San Lorenzo. Una de Morón, con uno de Almirante Brown. Una de Boca, con otra de River. Y uno de Tigre, con una de Ferro, con uno de Midland, con una de Los Andes, y así todos, reunidos con entusiasmo en esta foto producida por lavaca:

Hinchadas y jubilados versus violencia estatal: La represión, el aguante y los partidos que se vienen

La previa 

Horas antes, jubiladas y jubilados se reunían en MU (a una cuadra del Congreso) como previa de cada miércoles. Todavía tranquilos, pensaban sobre lo que pasaría más tarde. Son parte del grupo Movimiento Activo de Trabajadorxs y Jubilados y charlan con lavaca sobre eso que ya había pasado: una alianza insólita entre hinchas y jubilados.

 Ustedes vienen convocando desde hace más de un año a que se sumen organizaciones, centrales obreras, pero… de repente son las hinchadas. ¿Por qué?  

Beatriz: Pero no es desde ahora, ¿ustedes recuerdan la canción de Pappo? “Nadie se atreva a tocar a mi vieja”; bueno, eso significa que todos estos muchachos de la hinchada, quizás cuando iban a la cancha con el abuelo cuando eran chiquitos, los llevó el padre hoy jubilado, es decir: es muy genuina y muy ingenua también la adhesión. Y es tremendamente afectiva.  

Víctor: Las organizaciones no movilizan porque la mayoría está dirigida por la burocracia, la burocracia sindical, y como ellos no movilizan, le meten miedo también a los trabajadores para que no se movilicen, ese es uno de los puntos. Hace media hora, un compañero mandó un mensaje que estaba saliendo de La Plata, y comentaba que en el tren de atrás venían hinchas de Gimnasia y Estudiantes, juntos en el mismo tren.  

Hinchadas y jubilados versus violencia estatal: La represión, el aguante y los partidos que se vienen

O sea que el espanto logró unir lo imposible.  

Beatriz: Claro, el espanto o el amor. Y otra de las cosas más interesantes que yo veo es que subyace una cosa que es la argentinidad. ¿Recuerdan cuando se ganó el campeonato del mundo? La argentinidad: eso subyace y en algún momento sale, sobre todo frente al avasallamiento que hay acerca de la argentinidad en este momento.  

Rubén: No se olviden que la hinchada de Boca fue la primera que hizo una movilización en contra del macrismo, y apenas asumió lo sacamos a Milei a las puteadas el día que se votaba presidente en el club. Hacía 6 días que lo habían elegido Presidente y lo sacamos a escupitajos y a puteadas. Eso tiene que ver con esa combinación entre el sentimiento y la pasión, con lo político.  

Beatriz: La vez pasada en la cancha de Estudiantes, Sturzenegger se tuvo que ir porque le decían de todo menos bonito: las tribunas son un termómetro social total.  

¿Y cómo se hace para que esta alianza siga más allá de hoy?  

Rubén (bostero): Hay que plantear que se haga permanente, aquí viene lo que se llama la construcción, y una construcción es día a día. ¿Cómo se hace, quién tiene la receta? Nadie. Lo que pasó el miércoles anterior a lo que pasó este miércoles son cosas distintas: todos los movimientos se van modificando, porque la realidad se va modificando. No podés manejar el tiempo, lo único que podés hacer es leer hacia dónde va la realidad, para poder ir digamos hacia una estrategia más ordenada o más segura para la clase trabajadora. Pero es muy difícil eso si no ves la realidad, si estás con una doctrina o con un dogma encima tuyo, no ves lo que está pasando. Es momento de estar muy abiertos.  

¿Así sea de River Plate?  

Como trabajador te respeto, pero como hincha… bueno: desde hoy, sí.

Rubén, Beatriz, Víctor y el resto de jubilados salían así la cancha, con los ojos bien abiertos.

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El partido

Laura tiene la remera de Boca; Margarita la de River. Y se abrazan. Laura dice: “Es terrible lo que viene pasando todos los miércoles, había que estar acá apoyando”. Su ¿rival? coincide.

Margarita, enfermera jubilada de Aldo Bonzi, lleva la de River: “Soy de una generación que viene luchando por sus derechos desde hace muchos años. El único camino es la calle, y no sólo para luchar por nosotros, los jubilados, sino por la educación, para que no se lleven todas nuestras riquezas. Con esto estamos perdiendo nuestro bienestar, nuestra tranquilidad”.

Otro clásico rival, dentro de la cancha, es Vélez-Chicago. Artemio tiene la del club de Mataderos. Rafael, la del conjunto de Liniers. Artemio dice que vino porque este gobierno es lo peor que pasó en democracia: “Lo que hay que hacer es resistir, y para resistir hay que olvidar cualquier división que no sea patria y antipatria”. Rafael, del cuadro contrario, completa: “Es fascismo puro, hay que sacarlo a la mierda: la democracia tiene que salvarse”.

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El Padre “Paco” Olveira, sacerdote de los Curas de Opción por los Pobres, no tiene puesta una sotana, sino una casaca de Boca. Más tarde intentaría evitar una detención y terminaría a punto de quedar detenido él. Antes de eso, dijo a lavaca, como un preludio de aquello: “Antes de empezar la marcha y ya nos gasearon; estamos en una dictadura, esto no es democracia, no hay ningún derecho a la protesta, lo único que saben es cagar a palos a la gente. Lo que buscan es sacarnos de la calle, atemorizarnos, pero están consiguiendo lo contrario: que cada vez seamos más”.

Filomena no tiene puesta ninguna remera. Sí su nieto (de River), que la acompaña. Ella, 84 años, está en silla de ruedas. Dice: «Vine con mi nieto para sumar gente. La cosa está muy mal. Hoy por ejemplo, no tengo leche», dijo mientras la Policía comenzaba ya a reprimir.

Armando tiene 76 años y vino desde Haedo. En su bastón, con el que se afirma ante el terreno movedizo de este presente del país, lleva colgado un papel: “Prefiero morir de pie, que vivir de rodillas”. Tiene los ojos todos gaseados. De pie, denuncia: “Más de 30 años de aporte tengo, y este perro, porque es un perro, me sacó los remedios para la presión”. Muestra: “Mirá, mirá cómo tengo las piernas; y vine igual”. Y repite: “Y vine igual”, mientras muestra las várices que esta vez viajaron desde el conurbano bonaerense.

Hinchadas y jubilados versus violencia estatal: La represión, el aguante y los partidos que se vienen

Después del próximo 23 de marzo, en apenas días, Armando y los trabajadores que no tengan 30 años de aportes al sistema previsional argentino no podrán acceder a una jubilación: se estima que 7 de cada 10 accedieron a su jubilación mediante la moratoria vigente. Y en el caso de las mujeres, 9 de cada 10.  

Pero los jubilados no luchan sólo por los jubilados. Al contrario. Lo resume Julio, que tiene colgada una bufanda celeste y blanca, y unos ojos dilatados no por el llanto, sino por el gas. “Vengo por mi familia, por los jóvenes, por la gente en situación de calle -dice- por la pobreza que hay, que cada vez es mayor. Nunca vi una cosa igual, este gobierno no tiene sensibilidad, no sé a dónde vamos a parar”. Cierra Julio, de 84 años, con los ojos cada vez más rojos, mientras siguen los gases: “Yo voy a seguir luchando mientras pueda contra este régimen”.

Sobre Avenida de Mayo y sobre Hipólito Yrigoyen, las calles que rodean la Plaza de los dos Congresos, se profundiza el enfrentamiento directo entre hinchadas y distintas fuerzas. Al frente de la represión está la Gendarmería Nacional y motos de la Policía Federal; atrás, agentes con chalecos de esta misma fuerza salen en grupo a cazar manifestantes. De pronto salen no menos de diez sosteniendo a una joven de 22 años, y la llevan hacia unos camiones celulares apostados en la entrada del Senado de la Nación. Allí ocurre esta escena, que mezcla el testimonio de la joven Anabella Pompeo con el del comisario a cargo de su detención:

La cacería siguió. 

Horacio Pietragalla, ex secretario de Derechos Humanos, está colgado en una valla frente al Congreso de la Nación y mira desde allí cómo centenas de policías federales tiran balazos de goma a las columnas de varias organizaciones sociales. Dice, desde las alturas: “Empezaron desde muy temprano, no querían que se convoque. A las 16 ya estaban reprimiendo. Esto cada vez va a ser más grande; la gente vino pacíficamente, no hubo agresiones grandes y sin embargo reprimieron de entrada. Es increíble la respuesta que da el Gobierno Nacional”.

Un hombre de 50 años, de zona Norte, viene por primera vez a la marcha de jubilados de los miércoles, también está asombrado con la represión: “Es impresionante. Lo quería ver con mis propios ojos. Es lo más parecido a un gobierno facho».

Silvia, 77 años, jubilada, no habla desde el Congreso: estaba por salir acompañada de Melanie, su amiga, y las balas la frenaron.  Dice: “Mi intención era estar en la marcha. Hoy más que nunca había que estar, cansados de ver cómo nos maltratan todos los miércoles. Pensaba ir temprano, con mi sillita porque no puedo estar parada mucho tiempo, hasta que vi lo que empezaba a pasar desde temprano, que me hizo acordar demasiado a la dictadura, no a un gobierno democrático. No hay libertad de expresión ni derecho a la protesta. Fue durísima la represión y consiguió el gobierno que no me animara a ir, simplemente porque no iba a poder correr. Y fue así, fue una cacería. Pero espero que cada vez seamos más los que salgamos, que no nos llenen de miedo”.

Los detenidos por manifestar fueron, según el gobierno, alrededor de 114 y la lista de heridos seguía creciendo al cierre de esta edición, uno de gravedad: Pablo Grillo, fotógrafo de 35 años, al cual un cartucho de gas lacrimógeno le impacto y rompió el cráneo. Pelea por su vida en el Hospital Ramos Mejía.

La represión, y la solidaridad: al cierre de esta nota la familia Grillo agradecía que la cantidad de gente que había ido a donar sangre para Pablo desbordaba el Hospital.

El partido que viene

Como todos los miércoles, ya está la convocatoria para el que viene, a la misma hora (17) y en el mismo lugar (el Congreso).

Una jubilada dice: “El próximo fin de semana, y en los que vendrán, en todas las canchas debe haber un grito unánime ‘Fuera Milei’, que sea de reivindicación al trabajo, a la dignidad y a la soberanía. Hoy debe ser el principio del fin de este gobierno, donde el pueblo se une y toma conciencia para que las cosas puedan cambiar”.

Los abrazos y apretones de manos son más efusivos entre clubes de signos opuestos al caer la noche. “Vamos Almirante Brown”, se escucha en la calle, y el cumplido no viene de otro hincha del club de Isidro Casanova, en La Matanza, sino de un veterano con la camiseta de Chicago, eterno clásico. Otra persona se acerca, pero ahora con la casaca de Morón, otro tremendo duelo del far west conurbano: “Vamos, compa, vamos los jubilados”, alentaron a algunos cabizbajos. 

Hinchadas y jubilados versus violencia estatal: La represión, el aguante y los partidos que se vienen

Lo que es casi imposible de ver por las calles de esos barrios, los jubilados lo hicieron posible.

Eso es también lo que expresa no ya la bronca, sino la rabia de una multitud que dice “basta” y cantó también un hit de época: “Que se vayan todos”, mientras Avenida de Mayo y sus arterias regalaron imágenes típicas del 2001. 

La policía, en un momento desorientada porque la gente no se amilanaba, era atacada con palabras y cantos:

– “Sos un muerto de hambre”.  

– “¿No tenés abuela? ¿No tenés abuelo?”.  

– “Vergüenza te tiene que dar”.  

– “A ustedes les parece que puedo vivir con 259 mil pesos por mes?”.  

– “Mira tu carita, ¿no tenés mamá? ¿No tenés papá?”.  

– “Están entregando el petróleo, el litio, ¿y defienden a este gobierno pegándonos a nosotros?”.  

– “¿Qué te dice tu vieja cuando venís a pegarle a los jubilados? ¿No es una jubilada como yo? No tenés cerebro ni corazón, malnacido”.  

– “Andá a Bahía, la puta que te parió, andá a Bahía, la puta que te parió”.

Hinchadas y jubilados versus violencia estatal: La represión, el aguante y los partidos que se vienen

Marcelo tiene 68 años y ligó un balazo de goma en el estómago: mientras se reponía en un bar enfrente del Congreso, contaba a lavaca: “Estaba en la vereda y empezaron a tirar tiros al tuntún” -dice levantándose la remera y mostrando la herida-. “Soy jubilado, soy hincha de Ferro y siento una impotencia porque estamos en manos de este tipo que es un loco, de la hermana que es peor y con un gabinete que es puro derecha y derecha. Tenemos que seguir con estas marchas: es la única forma de que se pueda dar vuelta la cosa”.

Afuera, mientras el viento empuja los gases que hacen arder ojos y gargantas, Carlos, el ya mítico jubilado hincha de Chacarita que logró que viniera su hinchada y luego el resto, sobresale de la línea de efectivos porque está parado sobre las rejas de un cordón que queda sobre Callao.

¿Quiere dar algún mensaje, Carlos?  

La juventud nos ha apoyado y el pueblo también. Y el miércoles que viene va a haber más apoyo. Salgan a luchar.

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