Nota
Chosmky: «¿Hacia dónde se dirige el mundo?»
Este texto es un extracto de la Lakdawala Memoria Lecture, pronunciada en Delhi, por Noam Chomsky. Casi una clase magistral, donde traza su análisis del mundo luego de la invasión a Afganistán.
El nuevo milenio ha comenzado con dos crímenes monstruosos: los atentados terroristas del 11 de septiembre y la respuesta a los mismos, que a buen seguro se ha cobrado un número mucho mayor de víctimas inocentes. Las atrocidades del 11 de septiembre se han considerado un acontecimiento histórico, y es cierto. Pero deberíamos dejar claro por qué.Esos crímenes representan quizá el más devastador tributo humano instantáneo jamás pagado, a no ser en la guerra. La palabra ‘instantáneo’ no debería pasarse por alto; es triste, pero cierto, que los crímenes no son en absoluto infrecuentes en los anales de una violencia que se acerca mucho a la guerra. Las consecuencias son una de sus innumerables ilustraciones. La razón por la que ‘el mundo nunca será igual’ tras el 11 de septiembre, usando la frase ahora tan en boga, es otra.
La dimensión de la catástrofe que ya ha tenido lugar en Afganistán, y lo que puede venir a continuación, sólo se puede suponer. Pero sí conocemos las proyecciones en las que se basan las decisiones políticas, y a partir de éstas podemos entender un poco la pregunta de hacia dónde se dirige el mundo. La respuesta es que avanza por sendas muy trilladas. Incluso antes del 11 de septiembre, millones de afganos se mantenían -apenas- gracias a la ayuda alimentaria internacional. El 16 de septiembre, el New York Times informó de que Washington había ‘exigido la eliminación de los convoyes que suministran buena parte de los alimentos y otros bienes a la población civil afgana’. No se detectó ninguna reacción en EE UU o Europa a la exigencia de que una enorme cantidad de desposeídos fuesen sometidos al hambre y a una muerte lenta. En las semanas siguientes, el principal periódico del mundo informó de que ‘la amenaza de ataques militares ha obligado a evacuar a los trabajadores de las organizaciones de ayuda internacional y ha paralizado los programas de ayuda’; los refugiados que llegaban a Pakistán, ‘tras un duro viaje desde Afganistán, describen escenas de desesperación y miedo en su país, mientras la amenaza de ataques militares dirigidos por EE UU convierten la miseria que padecen desde hace tiempo en una potencial catástrofe’. ‘El país pendía de una cuerda de salvación’, dijo un voluntario evacuado, ‘y acabamos de cortarla’.
El programa de alimentación mundial de Naciones Unidas, así como otras asociaciones, lograron hacer algunos envíos de alimentos a comienzos de octubre, pero, tras el bombardeo, se vieron obligados a suspenderlos para reanudarlos más tarde a un ritmo mucho más lento, mientras los organismos de ayuda condenaban ‘sin paliativos’ los lanzamientos aéreos de ayuda estadounidenses, ‘herramientas propagandísticas’ apenas disimuladas. El New York Times informó, sin comentarios, de que se preveía que el número de afganos necesitados de ayuda alimentaria aumentaría en un 50% como resultado del bombardeo, hasta llegar a 7,5 millones de personas. En otras palabras, la civilización occidental basa sus planes en la suposición de que pueden provocar la muerte de varios millones de civiles inocentes: no talibanes, sino sus víctimas. El mismo día, el líder de la civilización occidental volvió a rechazar con desdén las ofertas de negociación hechas por los talibanes y su petición de que les dieran pruebas creíbles que sustentasen las exigencias de capitulación. Su postura se consideró justa y adecuada, quizá incluso heroica. El relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación rogó a EE UU que acabara el bombardeo, que estaba ‘poniendo en peligro la vida de millones de civiles’, y renovó el llamamiento de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de la ONU, Mary Robinson, que advirtió de que se gestaba una catástrofe como la de Ruanda. Ambos llamamientos fueron rechazados, como los de los principales organismos de ayuda humanitaria. Y prácticamente no recibieron cobertura informativa.
La FAO había advertido a finales de septiembre de que más de siete millones de personas podrían morir de hambre a no ser que se renovase inmediatamente el envío de ayuda y se pusiese fin a la amenaza de acciones militares. Una vez iniciado el bombardeo, la FAO avisó de que se iba a producir una catástrofe humana todavía más grave, de que el bombardeo había interrumpido la siembra que proporciona el 80% de las provisiones de grano al país, de forma que los efectos el año próximo serán todavía más graves. Tampoco se publicó.
Estos llamamientos no hechos públicos coincidieron con el Día Mundial de la Alimentación, del que también se hizo caso omiso, como de la acusación del relator especial de la ONU de que los ricos y poderosos tienen los medios, pero no la voluntad, de superar este ‘genocidio silencioso’.
Los bombardeos aéreos han convertido las ciudades en ‘ciudades fantasma’, informaba la prensa, y han destruido las fuentes de energía eléctrica y de agua, una forma de guerra biológica. Se informó de que el 70% de la población había huido de Kandahar y Herat, la mayoría al campo, donde, en tiempos normales, entre 10 y 12 personas mueren o quedan lisiadas cada día por las minas. Esas condiciones son ahora mucho peores. Se han suspendido las operaciones de desactivación de minas de la ONU y las armas estadounidenses que no han explotado se suman a la tortura, especialmente la mortal metralla de las bombas de fragmentación, mucho más difíciles de eliminar.
Si nos fiamos de los precedentes, sabemos que nunca se conocerá, ni se investigará, el destino de estos desgraciados. Eso es algo que se reserva para las consecuencias de los crímenes imputables a enemigos oficiales. En tales casos, la investigación toma en consideración adecuadamente no sólo a los que han muerto inmediatamente, sino al número infinitamente mayor de los víctimas de las políticas que se condenan. En caso de investigarse, los criterios para nuestros crímenes son completamente diferentes. Los efectos de los actos criminales no se tienen en cuenta. Suceda lo que suceda en Afganistán, si se investiga, se culpará a cualquier cosa -la sequía, los talibanes- menos a los que consciente y deliberadamente han perpetrado unos crímenes que sabían que iban a causar una matanza masiva de inocentes.
Sólo quienes desconocen la historia contemporánea pueden sorprenderse de ello. Al fin y al cabo, las víctimas no son más que ‘tribus incivilizadas’, como dijo desdeñosamente Winston Churchill de los afganos y los kurdos cuando pretendía, hace 80 años, usar gas venenoso para inspirarles un ‘vivo terror’. Y tampoco en este caso sabremos mucho de las consecuencias. Hace diez años, Gran Bretaña tuvo la iniciativa de instaurar un ‘gobierno abierto’. Su primer acto fue eliminar del archivo público todos los informes sobre el uso de gas venenoso contra las tribus incivilizadas. Si hay que ‘exterminar a la población indígena’, que así sea, declaró el ministro de la Guerra francés al anunciar, a mediados del siglo XIX, lo que se estaba haciendo, y no por última vez, en Argelia. Es así de fácil. Lo que sucede ahora en Afganistán es clásico, forma parte de la historia contemporánea. Es normal que suscite poco interés o preocupación, y que incluso no sea noticia.
Los crímenes del 11 de septiembre son, de hecho, un punto de inflexión histórico, y no por su magnitud, sino por su objetivo. Es la primera vez, desde que los británicos quemaron Washington en 1814, que EE UU ha sido atacado, o incluso amenazado, en territorio nacional. No debería ser necesario revisar lo que les ha sucedido a los que se cruzaron en su camino o les desobedecieron en los siglos transcurridos desde entonces. El número de víctimas es enorme. Por primera vez, las armas han apuntado en sentido opuesto. Es un cambio histórico.
Lo mismo se puede decir, de manera más dramática, de Europa, que ha sufrido destrucción asesina, pero por guerras internas. Mientras tanto, las potencias europeas conquistaban buena parte del mundo de manera no muy cortés. Con raras y limitadas excepciones, no fueron atacadas por sus víctima
s extranjeras. El Congo no atacó ni devastó Bélgica, ni las Indias Orientales, Holanda, ni Argelia, Francia. La lista es larga, y los crímenes, horrendos. No sorprende, pues, que Europa se horrorizase ante las atrocidades terroristas del 11 de septiembre.
Pero, si bien éstas señalan un cambio drástico en los asuntos mundiales, la respuesta no representa cambio alguno. Los líderes estadounidenses y de otros países han señalado correctamente que enfrentarse al monstruo terrorista no es una tarea a corto plazo, sino de larga duración. Por tanto, deberíamos considerar atentamente las medidas a tomar para mitigar lo que se ha denominado, en las altas instancias, ‘el maligno azote del terrorismo’, una plaga extendida por ‘depravados que se oponen a la civilización’ en ‘una vuelta a la barbarie en plena edad contemporánea’.
Deberíamos comenzar por identificar la plaga y a los elementos depravados que están haciendo que el mundo vuelva a la barbarie. La acusación no es nueva. Las frases que acabo de citar son del presidente Reagan y su secretario de Estado, Shultz. El Gobierno de Reagan llegó al poder hace 20 años y proclamó que la lucha contra el terrorismo internacional sería el elemento central de la política exterior estadounidense. Respondieron a la plaga organizando campañas de terrorismo internacional de una escala y violencia sin precedentes, que provocaron incluso que el Tribunal de Justicia Internacional condenara a Estados Unidos por ‘uso indebido de la fuerza’ y que una resolución del Consejo de Seguridad hiciera un llamamiento a todos los países a observar el derecho internacional, resolución vetada por EE UU, que votó también en solitario con Israel (y en un caso, El Salvador) contra resoluciones similares de la Asamblea General. La orden emitida por el Tribunal Superior de Justicia de que se pusiese fin al terrorismo internacional y se pagasen sustanciales indemnizaciones fue rechazada con desdén en todo el espectro de opinión; los votos de la ONU prácticamente no recibieron cobertura informativa. Washington reaccionó multiplicando las guerras económicas y terroristas. También dio órdenes oficiales a las tropas mercenarias de que atacasen ‘objetivos fáciles’ -objetivos civiles indefensos- y evitasen el combate, algo que podían hacer gracias a que EE UU controlaba el espacio aéreo y proporcionaba un complejo equipo de comunicación al ejército terrorista que atacaba desde los países vecinos.
Esas órdenes se consideraban legítimas siempre que cumpliesen criterios pragmáticos. Un importante analista, Michael Kinsley, considerado el portavoz de la izquierda en el debate general, sostuvo que no bastaba con rechazar las justificaciones del Departamento de Estado acerca de los ataques terroristas a ‘objetivos fáciles’: ‘Una política sensata debe soportar la prueba del análisis de costes y beneficios’, escribió, un análisis de ‘la cantidad de sangre y miseria que se va a producir, así como las probabilidades de que allí emerja la democracia’ (‘democracia’ tal como la entienden las élites occidentales, una interpretación que los países de la región ilustran muy bien).
Se da por sentado que se tiene derecho a realizar el análisis y emprender el proyecto si se aprueban los exámenes. Y se aprobaron. Cuando Nicaragua cayó por fin ante el asalto de la superpotencia, los expertos de todo el abanico de opinión respetable aplaudieron el éxito de los métodos adoptados para ‘hundir la economía y llevar a cabo una guerra a través de intermediarios hasta que los exhaustos nativos depongan al Gobierno que se desea derrocar’, con un coste ‘mínimo’ para nosotros, dejar a las víctimas ‘con puentes destruidos, centrales eléctricas saboteadas y explotaciones agrícolas arruinadas’, proporcionando así al candidato estadounidense ‘una posibilidad de ganar’: poniendo fin al ‘empobrecimiento del pueblo nicaragüense’ (Time). Estamos ‘unidos en el gozo’ por este resultado, proclamó el New York Times, orgulloso de esta ‘victoria del juego limpio estadounidense’, según un titular del periódico.
El mundo civilizado volvió a sentirse ‘unido en el gozo’ hace unas semanas cuando el candidato de EE UU ganó las elecciones en Nicaragua después de que Washington advirtiera seriamente sobre lo que pasaría si no ganaba. The Washington Post explicó que el ganador ‘había basado su campaña en recordar al electorado las dificultades económicas y militares de la era sandinista’, es decir, la guerra terrorista y la estrangulación económica fomentadas por EE UU y que devastaron el país.
Entretanto, el presidente nos instruyó sobre la única ‘ley universal’: todas las variedades de terror y asesinato ‘son malignas’ (a no ser, claro, que nosotros seamos los causantes).
Las actitudes que prevalecen en Occidente respecto al terrorismo se revelan con gran claridad en la reacción provocada por el nombramiento de John Negroponte como embajador ante la ONU para dirigir la ‘guerra contra el terrorismo’. El currículo de Negroponte incluye su servicio como ‘procónsul’ en Honduras en los años ochenta, donde fue supervisor local de la campaña terrorista internacional por la que el Tribunal Internacional de Justicia y el Consejo de Seguridad condenaron a su Gobierno. No se detecta ninguna reacción. Hasta Jonathan Swift se quedaría sin habla.
Menciono el caso de Nicaragua sólo porque no es polémico, dadas las sentencias emitidas por los más altos organismos internacionales. Es decir, no es polémico entre aquellos que están mínimamente comprometidos con los derechos humanos y las leyes internacionales. Podemos calcular el tamaño de dicha categoría determinando con qué frecuencia se mencionan siquiera estas cuestiones elementales. Y a partir de este sencillo ejercicio se pueden sacar sombrías conclusiones sobre lo que se nos avecina si los centros de poder de ideología existentes se salen con la suya.
El caso nicaragüense dista mucho de ser el más extremo. Sólo en la era Reagan, terroristas de Estado patrocinados por EE UU dejaron en Centroamérica cientos de miles de cadáveres torturados y mutilados, millones de lisiados y huérfanos y cuatro países en ruinas. En los mismos años, las depredaciones surafricanas respaldadas por Occidente causaron un millón y medio de muertos y daños por valor de 60.000 millones de dólares. Por no hablar del oeste y el sureste asiáticos, de Suramérica o de tantos otros lugares. Y no fue una década especial.
Es un grave error analítico describir el terrorismo como un ‘arma de los débiles’, como se suele hacer. En la práctica, el terrorismo es la violencia que Ellos cometen contra Nosotros, independientemente de quién sea ese Nosotros. Sería difícil encontrar una excepción histórica. Y, dado que los poderosos determinan qué es historia y qué no lo es, lo que pasa los filtros es el terrorismo de los débiles contra los fuertes y sus clientes.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


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Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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