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Hija de puto: militancia y disidencia, de lo familiar a lo social
El silencio es un cuerpo que cae, dirigida por Agustina Comedi, narra la militancia política de izquierda y de disidencia sexual de su padre en Córdoba durante los ’80. Después del estreno en el BAFICI, la directora reflexiona en esta entrevista sobre el proceso de realización y las motivaciones personales y políticas que guiaron su búsqueda.
Por Florencia Paz Landeira para lavaca.org
¿Cuánto pesa un rumor? ¿Cuál es la densidad de nuestros secretos? ¿De qué material están hechos los pactos de familia? ¿A qué costo los sostenemos?
Esta ópera prima documental hace carne en estas preguntas a las que la directora Agustina Comedi se enfrentó al desenmarañar la historia de su padre, Jaime, previa a su nacimiento. Una vida de militancia política de izquierda y de disidencia sexual en Córdoba durante los ’80. A partir de un vasto archivo – 160 horas – de cintas filmadas por su propio padre y testimonios de sus amigos, amigas y familiares, Comedi restituye las experiencias de libertad, de amor y de lucha que habían sido condenadas al silencio y a la sospecha de lo no dicho.
– ¿Cómo te adentraste en los aspectos silenciados de la historia de tu papá?
– Mi papá se murió cuando yo tenía 12. Yo tuve desde el primer minuto una especie de obsesión con buscar, le revisaba los bolsillos de los sacos, miraba sus agendas, empecé a contactar a sus amigos y les hacía preguntas sobre él. Cuanto más preguntaba más sentía el miedo y la voluntad de no contar. Alrededor de mis 14 años, me pasé un verano con Susana, la mejor amiga de mi papá, y fueron un grupo de amigos a su casa en Cabalango, en las sierras de Córdoba, y yo no podía creer su libertad. Eran mucho más contemporáneos a mí, hacían música, teatro, se hablaba de política todo el tiempo, y eran todos gays y lesbianas. Cuando vuelvo se lo cuento a un sobrino de mi papá, más grande que yo, le digo que no lo podía creer porque la imagen que tenía de mi papá era de un tipo muy rígido, muy estricto, del mundo de los abogados y estos amigos no encajaban. Y él es el que me dice que en la familia se decía que mi papá era gay. Para mí fue un alivio muy grande poder entender, pero al mismo tiempo que me enteré tuve esta sensación de lo oculto, de que esto se decía en voz baja. Era un estigma. Incluso decirlo se vive como una traición al pacto de silencio.

La directora Agustina Comedi. Foto: Laura Morsch-Kihn
– Y el material a partir del cual creaste la película, ¿cómo te llega?
– Siempre supe que existía. Estaba arriba de un placard en la casa de mi vieja. Ella nunca tocó las cosas de mi papá. Su ropa estaba intacta, las cintas estaban guardadas. Lo primero que empezó a tener forma de una película tenía más que ver con los testimonios de amigos de mi papá. Al principio era eso, estaba centrado en la idea de trabajar con personas LGTB de más de 50 años que hubieran vivido en Córdoba en los ’80 y que hubieran tenido militancia política. Pero mi obsesión tenía que ver con la cinta del accidente. Mi papá cuando se murió estaba filmando y entonces yo empecé a mirar las cintas buscando esa y no la encontré. Al final, la cinta la tenía un primo en España. Pero en el proceso empecé a mirar las imágenes, justo estaba haciendo una clínica con la documentalista Marta Andreu y cuando vio la imagen del David que aparece al principio de mi película fue un momento clave. También fue entender que el proyecto tenía más que ver con mi relación con mi papá que con el gran tema externo de la protomilitancia LGTB. Me atrapó descubrir la mirada de mi papá, escucharlo detrás de cámara, descifrarlo en los intersticios. No me interesa tanto cuando arma el plano, sino cuando hay algo de lo que se olvida. Sentir que hay algo de lo que ve que lo conmueve. El álbum familiar siempre es una construcción que tiende a presentar felicidad y armonía. Todo lo que se corría de eso, que en 160 horas hay bastante, me interesaba más. Fue como verlo a él. Ver por dónde pasaban sus deseos, sus alegrías, sus miedos.
– ¿Cuándo se inicia este proyecto?
– La búsqueda más personal a los 15 años, ahora tengo 31. Con la idea de hacer una película arranqué cuando nació mi hijo, que ahora tiene seis años. Lo más importante para mí fue entender que las resistencias a hablar y a que los secretos salgan a la luz no tienen que ver con lo individual, sino con estos pactos colectivos. Para desandar los pactos sí hace falta un gesto individual, de ir en contra, de romper, de bancársela. Pero el estigma funciona como una red que lo cubre todo. Lo frecuente es formar parte de esa red por la culpa y el miedo.
El silencio es un cuerpo que cae se podrá ver este mes en el BAFICI: el 12 a las 18.30 y el 13 a las 21.15 en el Village Recoleta y el 16 a las 15.30 en el Artemultiplex Belgrano.
– ¿En algún momento sentiste que estabas trasgrediendo algo íntimo o siempre lo sentiste liberador?
– Siempre estuvo la preocupación de violar la intimidad de mi papá, de mi mamá, la propia. Exponer a sus amigos. El hecho de romper con el pacto y decir es un movimiento doloroso para los que están cerca. Empiezo a ver, con mucha alegría, que también es bastante liberador. En el fondo lo que sostuvo el proyecto, lo que me hizo insistir en hacer la película, fue intuir que eso era algo bueno. Si yo sé que esto es justo, si sé que nadie tiene por qué ocultar su deseo, si sé que esto es genuino y necesario, por qué no contarlo. En la película aparece esto de que “la gente sonríe cuando dice la verdad”. Se ve el alivio. También es verdad que después la gente se queda sola y vuelven los miedos, pero en el momento cuando pueden desarmar esos secretos con un otro lo que aparece es alivio, es alegría. Ese gesto, detectar que la gente cuando podía decir se reía y se le relajaba el cuerpo, fue la brújula para decir esto estaba bien.
– ¿Por qué no aparece tu mamá en los testimonios en la película?
– Yo quería que ella participara, porque sentía que si no hablaba hoy era como negarle la voz dentro de este relato. Pero ella decidió no participar y creo que estuvo bien. Finalmente, el documental es un dispositivo que uno monta para mirar de una determinada manera una realidad. Y yo estoy hablando de la vida de mi papá previa a formar una familia y después con qué características formó esa familia donde estábamos nosotres tres. Pero hay algo en su elección con respecto a mi mamá que es bastante clara y concreta. Él la eligió. Creo que en el deseo, en el amor, en las decisiones de la vida operan muchas cosas. Es bueno no pensar la identidad como una cárcel. Creo que nosotros nos tenemos que nombrar gays, lesbianas, bisexuales porque son luchas que si no les ponés nombre no se pueden dar. Pero hay un margen de ambigüedad en las decisiones. El hecho de que no aparezca mi mamá creo que colabora en no cristalizar… las explicaciones que cada uno le dé a eso son de cada uno. El problema es el secreto, el problema es no poder hablar de los deseos justamente en su carácter ambiguo y amorfo. Creo que el peso y lo denso está en los silencios, en los secretos. Yo creo que mi papá se la puso bastante difícil porque eligió transitar una ciudad de Córdoba muy de clase media alta. Las ciudades son así, tenés un grupo Kalas haciendo un cabaret en el under cordobés y tenés también una escuela privada y los viajes a Disney. Los espacios por los que eligió transitar mi papá a partir de formar una familia lo colocaron en un lugar del mundo en el que estás muy en la mira, donde se esperan muchas cosas de vos. Yo a ese mundo lo padecí mucho y calculo que él lo debe haber padecido también. El gesto radical debería ser romper con esos mundos que no te permiten ser vos y no con callarte y amoldarte a un mundo que te está violentando todo el tiempo.

Jaime, protagonista y padre, en una de las imágenes de El silencio…
– En la película se ve en Córdoba a dos ciudades muy contrastantes.
– Sí, de hecho mi papá se dejó de cruzar con sus amigos y sus amigas. Es impresionante. Hay una operación posibilitada por el silencio que divide completamente los mundos. Algunos amigos de mi viejo me decían que se cruzaban solamente en el café del centro. Córdoba es una ciudad chica. La militancia política de izquierda y la disidencia sexual hacía de ellas y de ellos personas muy clandestinas. Sobre todo, las amigas trans de mi papá, en ese contexto que no había garantías de derecho, terminaban relegadas a los espacios de la ciudad donde no se las veía. Porque la exposición era peligrosa. En Córdoba había muy poca organización política LGTB. La red existía, pero no en términos de organización política, pasaba por la diversión, por la fiesta. Y el sida terminó de detonarla. Porque si la fiesta era un modo de organización, con el sida aparece el miedo, y esa cosa que era más expansiva festiva, sexual, desde el goce, se vuelve peligroso. Desaparece eso también.
– ¿Cómo fue encontrarte en los relatos con la figura de Néstor, ex pareja de tu papá, que finalmente muere por VIH?
– Néstor era un nombre que siempre circulaba. Para mí él cristaliza lo irreconciliable de los dos mundos de mi papá. Para mí el silencio se hace carne en la soledad de la muerte de Néstor. Porque también pasa que cuando se empieza a hablar se dice como que estaba todo bien aunque no se hablara del tema, pero si hubiera estado todo bien, Néstor, su gran amigo, no se hubiera muerto solo. Porque mi papá no podía estar ahí, entonces no está todo bien. Su muerte fue de las primeras por VIH en Córdoba. Las que le pusieron el cuerpo sobre todo fueron las mujeres, las amigas. Pero se murió muy solo, el desconocimiento y la violencia del Estado fueron terribles, les entregaron el cuerpo en una bolsa de basura, le quemaron sus cosas. Néstor también fue la persona que me recibió cuando nací, porque era obstetra. Entonces hay algo ahí muy simbólico. A mí me han dicho por qué me meto con esto, si no tiene nada que ver conmigo. Y en realidad sí. Lo que tiene que ver con uno siempre es relativo y depende de cómo uno lo viva, pero en ese cuadro general de mi nacimiento, mi mamá pariendo, Néstor recibiéndome, hay algo, no se puede tabicar tanto la vida. Los vínculos y las relaciones nos atraviesan y nos modifican. Había una decisión de mi papá de que él estuviera. Lo que lo llevó a desvincularse fue la condena social.
-¿Cómo decidiste el modo de filmar los testimonios?
– Yo dudaba mucho cómo encarar las entrevistas. Un par las hicimos con equipo y resultaba muy incómodo, rígido, invasivo. Enseguida apareció de forma contundente que yo tenía que estar sola con la cámara en la mano, más parecido a la intimidad formal con la que se manejaba mi papá cuando filmaba. No fue una decisión previa. Derivó de la lógica misma del relato. Y después está la tercera materialidad que son los Super 8, donde aparecen duplas de hombres, que tienen que ver con ponerle cuerpo a la ausencia de relato. Poder imaginarme cómo era ese deseo, dotarlo de belleza. Poder jugarlo en este límite de las relaciones de amistad. Yo noté que muchas de las personas que entrevisté eran ex parejas de mi papá, o ex parejas entre ellos, y los une una red afectiva muy grande. Este chiste de que las lesbianas no tenemos ex… Creo que esa misma violencia que se sufre termina generando, sin generalizar, vínculos, donde lo sexual y la intención de estar juntos es un elemento, pero lo que prevalece de fondo y lo que perdura después de que ese plan no funcionó, es el afecto. Estos Super 8 tienen que ver con eso, un gesto más libre donde yo me podía imaginar lo que no se ve, lo que no se muestra.
– ¿Cuál es el sentido de esta película hoy?
– Por un lado, expresar que caminamos sobre huellas. Me parece importante hacer genealogías de nuestras militancias. Argentina fue muy ejemplar en los años previos, en materia de derechos, con leyes como la de Matrimonio Igualitario e Identidad de Género. Pero aunque las leyes garantizan derechos, aún así la discriminación y la violencia siguen existiendo. Se matan travestis, se persigue a lesbianas y gays, todos los días. Dar por garantizados los derechos es peligroso. Y revisar la familia siempre me parece importante. Revisar de qué están hechos nuestros lazos y pactos familiares. Es la institución más chica y sobre la que más injerencia tenemos. Construir vínculos más reales y sanos, que respeten nuestros deseos en su complejidad, es fundamental para construir sociedades más justas.

Antes del estreno en el BAFICI, el documental giró por Europa: estuvo en la sección panorama del trigesimo festival de cine documental de Amsterdam (IDFA) en noviembre 2017, y en el festival cinelatino de Tolouse marzo 2018.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani