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Hija de puto: militancia y disidencia, de lo familiar a lo social
El silencio es un cuerpo que cae, dirigida por Agustina Comedi, narra la militancia política de izquierda y de disidencia sexual de su padre en Córdoba durante los ’80. Después del estreno en el BAFICI, la directora reflexiona en esta entrevista sobre el proceso de realización y las motivaciones personales y políticas que guiaron su búsqueda.
Por Florencia Paz Landeira para lavaca.org
¿Cuánto pesa un rumor? ¿Cuál es la densidad de nuestros secretos? ¿De qué material están hechos los pactos de familia? ¿A qué costo los sostenemos?
Esta ópera prima documental hace carne en estas preguntas a las que la directora Agustina Comedi se enfrentó al desenmarañar la historia de su padre, Jaime, previa a su nacimiento. Una vida de militancia política de izquierda y de disidencia sexual en Córdoba durante los ’80. A partir de un vasto archivo – 160 horas – de cintas filmadas por su propio padre y testimonios de sus amigos, amigas y familiares, Comedi restituye las experiencias de libertad, de amor y de lucha que habían sido condenadas al silencio y a la sospecha de lo no dicho.
– ¿Cómo te adentraste en los aspectos silenciados de la historia de tu papá?
– Mi papá se murió cuando yo tenía 12. Yo tuve desde el primer minuto una especie de obsesión con buscar, le revisaba los bolsillos de los sacos, miraba sus agendas, empecé a contactar a sus amigos y les hacía preguntas sobre él. Cuanto más preguntaba más sentía el miedo y la voluntad de no contar. Alrededor de mis 14 años, me pasé un verano con Susana, la mejor amiga de mi papá, y fueron un grupo de amigos a su casa en Cabalango, en las sierras de Córdoba, y yo no podía creer su libertad. Eran mucho más contemporáneos a mí, hacían música, teatro, se hablaba de política todo el tiempo, y eran todos gays y lesbianas. Cuando vuelvo se lo cuento a un sobrino de mi papá, más grande que yo, le digo que no lo podía creer porque la imagen que tenía de mi papá era de un tipo muy rígido, muy estricto, del mundo de los abogados y estos amigos no encajaban. Y él es el que me dice que en la familia se decía que mi papá era gay. Para mí fue un alivio muy grande poder entender, pero al mismo tiempo que me enteré tuve esta sensación de lo oculto, de que esto se decía en voz baja. Era un estigma. Incluso decirlo se vive como una traición al pacto de silencio.

La directora Agustina Comedi. Foto: Laura Morsch-Kihn
– Y el material a partir del cual creaste la película, ¿cómo te llega?
– Siempre supe que existía. Estaba arriba de un placard en la casa de mi vieja. Ella nunca tocó las cosas de mi papá. Su ropa estaba intacta, las cintas estaban guardadas. Lo primero que empezó a tener forma de una película tenía más que ver con los testimonios de amigos de mi papá. Al principio era eso, estaba centrado en la idea de trabajar con personas LGTB de más de 50 años que hubieran vivido en Córdoba en los ’80 y que hubieran tenido militancia política. Pero mi obsesión tenía que ver con la cinta del accidente. Mi papá cuando se murió estaba filmando y entonces yo empecé a mirar las cintas buscando esa y no la encontré. Al final, la cinta la tenía un primo en España. Pero en el proceso empecé a mirar las imágenes, justo estaba haciendo una clínica con la documentalista Marta Andreu y cuando vio la imagen del David que aparece al principio de mi película fue un momento clave. También fue entender que el proyecto tenía más que ver con mi relación con mi papá que con el gran tema externo de la protomilitancia LGTB. Me atrapó descubrir la mirada de mi papá, escucharlo detrás de cámara, descifrarlo en los intersticios. No me interesa tanto cuando arma el plano, sino cuando hay algo de lo que se olvida. Sentir que hay algo de lo que ve que lo conmueve. El álbum familiar siempre es una construcción que tiende a presentar felicidad y armonía. Todo lo que se corría de eso, que en 160 horas hay bastante, me interesaba más. Fue como verlo a él. Ver por dónde pasaban sus deseos, sus alegrías, sus miedos.
– ¿Cuándo se inicia este proyecto?
– La búsqueda más personal a los 15 años, ahora tengo 31. Con la idea de hacer una película arranqué cuando nació mi hijo, que ahora tiene seis años. Lo más importante para mí fue entender que las resistencias a hablar y a que los secretos salgan a la luz no tienen que ver con lo individual, sino con estos pactos colectivos. Para desandar los pactos sí hace falta un gesto individual, de ir en contra, de romper, de bancársela. Pero el estigma funciona como una red que lo cubre todo. Lo frecuente es formar parte de esa red por la culpa y el miedo.
El silencio es un cuerpo que cae se podrá ver este mes en el BAFICI: el 12 a las 18.30 y el 13 a las 21.15 en el Village Recoleta y el 16 a las 15.30 en el Artemultiplex Belgrano.
– ¿En algún momento sentiste que estabas trasgrediendo algo íntimo o siempre lo sentiste liberador?
– Siempre estuvo la preocupación de violar la intimidad de mi papá, de mi mamá, la propia. Exponer a sus amigos. El hecho de romper con el pacto y decir es un movimiento doloroso para los que están cerca. Empiezo a ver, con mucha alegría, que también es bastante liberador. En el fondo lo que sostuvo el proyecto, lo que me hizo insistir en hacer la película, fue intuir que eso era algo bueno. Si yo sé que esto es justo, si sé que nadie tiene por qué ocultar su deseo, si sé que esto es genuino y necesario, por qué no contarlo. En la película aparece esto de que “la gente sonríe cuando dice la verdad”. Se ve el alivio. También es verdad que después la gente se queda sola y vuelven los miedos, pero en el momento cuando pueden desarmar esos secretos con un otro lo que aparece es alivio, es alegría. Ese gesto, detectar que la gente cuando podía decir se reía y se le relajaba el cuerpo, fue la brújula para decir esto estaba bien.
– ¿Por qué no aparece tu mamá en los testimonios en la película?
– Yo quería que ella participara, porque sentía que si no hablaba hoy era como negarle la voz dentro de este relato. Pero ella decidió no participar y creo que estuvo bien. Finalmente, el documental es un dispositivo que uno monta para mirar de una determinada manera una realidad. Y yo estoy hablando de la vida de mi papá previa a formar una familia y después con qué características formó esa familia donde estábamos nosotres tres. Pero hay algo en su elección con respecto a mi mamá que es bastante clara y concreta. Él la eligió. Creo que en el deseo, en el amor, en las decisiones de la vida operan muchas cosas. Es bueno no pensar la identidad como una cárcel. Creo que nosotros nos tenemos que nombrar gays, lesbianas, bisexuales porque son luchas que si no les ponés nombre no se pueden dar. Pero hay un margen de ambigüedad en las decisiones. El hecho de que no aparezca mi mamá creo que colabora en no cristalizar… las explicaciones que cada uno le dé a eso son de cada uno. El problema es el secreto, el problema es no poder hablar de los deseos justamente en su carácter ambiguo y amorfo. Creo que el peso y lo denso está en los silencios, en los secretos. Yo creo que mi papá se la puso bastante difícil porque eligió transitar una ciudad de Córdoba muy de clase media alta. Las ciudades son así, tenés un grupo Kalas haciendo un cabaret en el under cordobés y tenés también una escuela privada y los viajes a Disney. Los espacios por los que eligió transitar mi papá a partir de formar una familia lo colocaron en un lugar del mundo en el que estás muy en la mira, donde se esperan muchas cosas de vos. Yo a ese mundo lo padecí mucho y calculo que él lo debe haber padecido también. El gesto radical debería ser romper con esos mundos que no te permiten ser vos y no con callarte y amoldarte a un mundo que te está violentando todo el tiempo.

Jaime, protagonista y padre, en una de las imágenes de El silencio…
– En la película se ve en Córdoba a dos ciudades muy contrastantes.
– Sí, de hecho mi papá se dejó de cruzar con sus amigos y sus amigas. Es impresionante. Hay una operación posibilitada por el silencio que divide completamente los mundos. Algunos amigos de mi viejo me decían que se cruzaban solamente en el café del centro. Córdoba es una ciudad chica. La militancia política de izquierda y la disidencia sexual hacía de ellas y de ellos personas muy clandestinas. Sobre todo, las amigas trans de mi papá, en ese contexto que no había garantías de derecho, terminaban relegadas a los espacios de la ciudad donde no se las veía. Porque la exposición era peligrosa. En Córdoba había muy poca organización política LGTB. La red existía, pero no en términos de organización política, pasaba por la diversión, por la fiesta. Y el sida terminó de detonarla. Porque si la fiesta era un modo de organización, con el sida aparece el miedo, y esa cosa que era más expansiva festiva, sexual, desde el goce, se vuelve peligroso. Desaparece eso también.
– ¿Cómo fue encontrarte en los relatos con la figura de Néstor, ex pareja de tu papá, que finalmente muere por VIH?
– Néstor era un nombre que siempre circulaba. Para mí él cristaliza lo irreconciliable de los dos mundos de mi papá. Para mí el silencio se hace carne en la soledad de la muerte de Néstor. Porque también pasa que cuando se empieza a hablar se dice como que estaba todo bien aunque no se hablara del tema, pero si hubiera estado todo bien, Néstor, su gran amigo, no se hubiera muerto solo. Porque mi papá no podía estar ahí, entonces no está todo bien. Su muerte fue de las primeras por VIH en Córdoba. Las que le pusieron el cuerpo sobre todo fueron las mujeres, las amigas. Pero se murió muy solo, el desconocimiento y la violencia del Estado fueron terribles, les entregaron el cuerpo en una bolsa de basura, le quemaron sus cosas. Néstor también fue la persona que me recibió cuando nací, porque era obstetra. Entonces hay algo ahí muy simbólico. A mí me han dicho por qué me meto con esto, si no tiene nada que ver conmigo. Y en realidad sí. Lo que tiene que ver con uno siempre es relativo y depende de cómo uno lo viva, pero en ese cuadro general de mi nacimiento, mi mamá pariendo, Néstor recibiéndome, hay algo, no se puede tabicar tanto la vida. Los vínculos y las relaciones nos atraviesan y nos modifican. Había una decisión de mi papá de que él estuviera. Lo que lo llevó a desvincularse fue la condena social.
-¿Cómo decidiste el modo de filmar los testimonios?
– Yo dudaba mucho cómo encarar las entrevistas. Un par las hicimos con equipo y resultaba muy incómodo, rígido, invasivo. Enseguida apareció de forma contundente que yo tenía que estar sola con la cámara en la mano, más parecido a la intimidad formal con la que se manejaba mi papá cuando filmaba. No fue una decisión previa. Derivó de la lógica misma del relato. Y después está la tercera materialidad que son los Super 8, donde aparecen duplas de hombres, que tienen que ver con ponerle cuerpo a la ausencia de relato. Poder imaginarme cómo era ese deseo, dotarlo de belleza. Poder jugarlo en este límite de las relaciones de amistad. Yo noté que muchas de las personas que entrevisté eran ex parejas de mi papá, o ex parejas entre ellos, y los une una red afectiva muy grande. Este chiste de que las lesbianas no tenemos ex… Creo que esa misma violencia que se sufre termina generando, sin generalizar, vínculos, donde lo sexual y la intención de estar juntos es un elemento, pero lo que prevalece de fondo y lo que perdura después de que ese plan no funcionó, es el afecto. Estos Super 8 tienen que ver con eso, un gesto más libre donde yo me podía imaginar lo que no se ve, lo que no se muestra.
– ¿Cuál es el sentido de esta película hoy?
– Por un lado, expresar que caminamos sobre huellas. Me parece importante hacer genealogías de nuestras militancias. Argentina fue muy ejemplar en los años previos, en materia de derechos, con leyes como la de Matrimonio Igualitario e Identidad de Género. Pero aunque las leyes garantizan derechos, aún así la discriminación y la violencia siguen existiendo. Se matan travestis, se persigue a lesbianas y gays, todos los días. Dar por garantizados los derechos es peligroso. Y revisar la familia siempre me parece importante. Revisar de qué están hechos nuestros lazos y pactos familiares. Es la institución más chica y sobre la que más injerencia tenemos. Construir vínculos más reales y sanos, que respeten nuestros deseos en su complejidad, es fundamental para construir sociedades más justas.

Antes del estreno en el BAFICI, el documental giró por Europa: estuvo en la sección panorama del trigesimo festival de cine documental de Amsterdam (IDFA) en noviembre 2017, y en el festival cinelatino de Tolouse marzo 2018.
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Madres de Plaza de Mayo: rondar el presente

La Ronda de Madres de cada jueves como lugar de encuentro, denuncia y reflexión, desde los 12 hasta los 93 años. Elia Espen y lo que vienen pidiendo hace más de 40 años. Por Lucas Pedulla
Tiene 12 años, se llama Catalina y es la primera vez que viene. «Es hermoso», dice, con brillo en los ojos, después de tomarse un tren y un subte desde Lomas de Zamora, sur del conurbano, con su tía Daniela, para venir a la ronda de las Madres en Plaza de Mayo, segunda después del triunfo de Javier Milei en el balotaje presidencial.
La caminata la encabezan Nora Cortiñas y Elia Espen, Madres de Plaza de Mayo de la Línea Fundadora. Hay menos personas que la semana pasada, pero el movimiento sigue siendo vital para pensar esta época.
Catalina, por ejemplo, cuenta que en su colegio se discutió mucho durante las elecciones, y si bien fueron pocos los compañeros que apoyaban a Milei, lo hacían con argumentos que le parecían extraños: «Hablaban de la dolarización y pedían que vuelvan los militares».

Fotos: Sebastián Smok/lavaca.org
Zurda vas a correr
Daniela –31 años, preceptora– abre los ojos: «¿Por qué será que siendo tan jóvenes crean eso? Soy docente y he tenido problemas por tratar de frenar esos discursos. Tenía estudiantes que me chicaneaban, y aun si lo hacían para hacerme enojar, eran chicanas violentas: ‘Se te acaba la joda’, ‘viene el Falcon verde’. Mi otro sobrino, el hermano de ella, me dijo: ‘Zurda vas a correr’. Tiene 10 años».
¿Dónde vio eso? «En Tik Tok», dice. Catalina suma su visión: “Hay mucho Tik Tok y mucha violencia. Las redes sociales no ayudan para nada”. Daniela piensa que son necesarias nuevas formas de comunicar: “Trato de dar información, hablar con mi mejor tono, y enfatizar los ejemplos: los militares secuestraban personas y las tiraban vivas de los aviones. Pero no cala. En algo estamos fallando. Ahora todo son 10 segundos efímeros”.
De fondo, mientras caminamos, una voz lee nombres:
Lopez Ceferino.
López Bravo José María.
Lópes Calvo María Eugenia.
Son personas que siguen desaparecidas.

Fotos: Sebastián Smok/lavaca.org
El lugar donde se mira al mundo
Otro de los camina en ronda es Sergio Maldonado, hermano de Santiago, el joven de 28 años que desapareció el 1º de agosto de 2017 en medio de una brutal represión de Gendarmería a una comunidad mapuche en Esquel, provincia de Chubut. Su cadáver, sospechosamente aparecido meses después, fue señalado como efecto de un “accidente”. Eran tiempos de Mauricio Macri como presidente y Patricia Bullrich como ministra de Seguridad. Tiempos en que también fue asesinado por la espalda Rafael Nahuel en la Patagonia. Maldonado está en Buenos Aires porque el 11 de diciembre iba a tener la audiencia de apelación por el intento del juez Gustavo Lleral de cerrar la causa, pero se la postergaron hasta el 28 de febrero.
Percibe, en general, un sentimiento de retroceso: “Todas las instituciones se rompen, como un desmoronamiento general. Ya no es un negacionismo, sino desidia. Hubo una disconformidad que se manifestó, pero también es irresponsabilidad: es triste ver cómo la tercera fuerza se mete ahora a manejar el gobierno, con el discurso de rebeldía, pero el ministro de Economía va a ser el mismo que nos endeudó por 100 años (Nicolás Caputo). Hay un grupo de gente que no votó con el bolsillo, sino de manera irracional”.
No sintió miedo, pero sí preocupación: “Bullrich está coqueteando con el Ministerio de Seguridad, aunque hoy también sonó para Trabajo. Representa dos épocas nefastas, porque como ministra de Trabajo en 2001 ya le recortó el 13% a los jubilados. Y ni que hablar que ahora, si asume en Seguridad, tiene como vicepresidenta a alguien que reivindica el genocidio”.
¿Por qué, entonces, venir a la Plaza? “Quedan poquitas Madres y esto tiene que seguir. Nos encontramos con seres queridos en una misma línea. Capaz no sabés la fecha de cumpleaños, pero es un lugar de reencuentro. Desde acá se mira el mundo y también se interpela a la Casa Rosada. No hay que perder el vínculo con las Madres”.

Fotos: Sebastián Smok/lavaca.org
Pensar todo otra vez
Lua tiene 16 años y Paloma 17. Son estudiantes de cuarto año del colegio porteño Carlos Pellegrini. Paloma viene por primera vez: “Estamos en una situación complicada y ahora, que se está reivindicando la dictadura, es súper importante cuidar la memoria”.
Lua ya vino varias veces: “Se cuestiona algo tan básico que siempre me pareció incuestionable. Y es importante venir para que en las casas se vuelva a hablar”. Percibió que Milei entró en el Pellegrini más silenciosamente, a diferencia de otros colegios donde el apoyo fue más colectivo, precisa: “La mayoría son por las familias; o lo toman como chiste, un meme, algo nuevo; o por la desconfianza en la política. Muchos descreen de lo político, entonces tampoco hablan, por lo general, con alguien que no piensa como ellos”.
¿Qué pudieron hablar post balotaje en el Pellegrini? “Siento que es un momento donde deberíamos hablar más que nunca, pero en mi colegio la juventud no se está pudiendo organizar lo suficiente para pensar estos cuatro años. Recién pasaron dos semanas, pero tuvimos una instancia para hablar y éramos nada más que 20 personas. Siendo un colegio tan politizado, es poco, y hay que replantearnos cosas básicas y volver a esquematizar todo”.
–¿A qué te referís con esquematizar?
–Pensar cómo vamos a salir, cómo van a ser nuestras marchas, cómo nos vamos a cuidar. Probablemente a mucha gente no la dejen ir a las marchas, porque somos pibes de 16, 17, 18 años, incluso menos. Tenemos que ser un gran volumen.

Fotos: Sebastián Smok/lavaca.org
Me tienen podrida
Elia Espen tiene 93 años. El 18 de febrero de 1977, su hijo Hugo Orlando Miedan Espen fue secuestrado y llevado al centro clandestino de detención y tortura El Atlético. Sigue desaparecido.
«Están diciendo pobrecitos los generales, que tienen que liberarlos, mientras nuestros hijos siguen desaparecidos, fueron tirados al mar –habla, micrófono en mano, una vez terminada la ronda–. Estamos como empezamos: me tienen podrida. ¿Qué más podemos decir? Seguimos pidiendo lo mismo que pedimos hace más de 40 años: verdad y justicia. Estoy escuchando cada cosa por la radio y televisión que me espanta. Todavía no sabemos nada de lo que pasó con nuestros familiares. Ojalá se unan, ustedes, todos. Lo único que tenemos que seguir haciendo es estar juntos».
Luego, le pasó el micrófono a Nora Cortiñas, 93 marzos. Su hijo Gustavo está desaparecido desde el 15 de abril de 1977. Nora habló y dejó frases para tomar apuntes:
- “Todavía este pueblo no llegó a captar los horrores que vivimos durante el terrorismo de Estado porque, si no, las elecciones hubieran sido diferentes”.
- “Vamos a tener que seguir hablando”.
- “Como vienen días muy difíciles tratemos de estar juntas, juntos, y pensar que no queremos que se repita más lo que vivimos”.
- “Tenemos que estar en la calle todo lo que podamos”.
- «En vez de absorber el veneno que tienen les contestaremos con el amor que tenemos».
- “Hay que salir y reivindicar lo que lucharon nuestros 30 mil”.
- “Vengan acá, vengan a acompañarnos porque así vamos a demostrar que exigimos memoria y verdad hasta el final”.
- “A seguir luchando. Vamos a vencer”.
- “No pasarán”.
Voto cansancio
Rocío, 23 años, de Lomas de Zamora, estudiante de Periodismo en la Universidad Nacional de Avellaneda (UnDAV), militante del Movimiento Evita, la escucha con atención. También, es la primera vez que viene. “Me movilizó mucho venir ahora que Milei es gobierno, ver todo el sufrimiento de las Madres, pero que siguen acá. Vine por eso. Y seguro vuelva”.
Rocío es de las que piensa que no fue un voto negacionista sino un voto cansancio: “Venimos haciendo las cosas muy mal y hay reconocerlo: en los últimos cuatro años no hubo grandes políticas que le cambiaran la vida a la gente, que es por lo que el peronismo se identifica. Hay un cansancio: no creo que el 55% sea negacionista. Espero que no”.
Le cuento que recién, en otra entrevista, una docente hablaba de la necesidad de nuevas formas de comunicar. ¿Qué piensa una estudiante de periodismo? “Las empresas de medios siguen siendo funcionales al sistema. Yo me tiro del lado de los medios autogestivos, ahí se cuenta la realidad de los hechos. Soy mamá de una nena de cuatro años y no quiero que se malinforme por Tik Tok. Deberíamos volver a lo que hicieron las Madres y contar desde ahí. Por no querer confrontar, la juventud peronista fue tibia. Tenemos que perder el miedo y dejar de ser sumisos. El Nunca Más es Nunca Más en muchas cosas”.
-¿Qué destacás en las Madres como comunicación?
-La sensibilidad. Las Madres son un gran ejemplo de cómo enfrentaron la dictadura. Hubo estrategia ahí. Cuentan un hecho terrible que vivieron en carne propia, pero desde la sensibilidad con el otro, de entender al otro, de comunicar hacia el otro. Es por ahí y es lo que nos está faltando.
Repite: “Es por ahí”.
El jueves que viene, a las 15:30, habrá ronda otra vez, como hace 46 años.

Fotos: Sebastián Smok/lavaca.org
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Crimen de Rafael Nahuel: condenan a los prefectos a 4 y 5 años de prisión; la familia apelará

La condena por el asesinato de Rafael Nahuel llegó tarde y mal: el prefecto Sergio Guillermo Cavia, responsable del delito de homicidio agravado, fue condenado a 5 años de prisión. Sus cuatro compañeros, cómplices, a 4 años y 6 meses. Y hasta tanto no quede firme la condena, seguirán libres. La familia anunció que apelará el fallo, a las puertas de una nueva presunta asunción de Patricia Bullrich, la responsable política del asesinato. Crónica de la audiencia de un veredicto anunciado, en cobertura colaborativa con Perycia.
Por Ludmila Cabana Crozza. Fotos de Jaime Carriqueo
desde fiske menuco
El fiscal llegó antes que nadie. Al habilitarse la sala de audiencias era la única persona sentada en la sala, en su lugar. Por momentos cerraba los ojos, por momentos revisaba su teléfono celular. Cuando ingresó al Juzgado saludó a una de las decenas de policías federales que custodiaban el edificio del Tribunal Federal de la ciudad de General Roca adentro y afuera. Antes de iniciar la subida por la escalera recibió un buen deseo. Va a estar todo bien, doctor, le dijo un policía.
Desde las 7:25 am hasta que se habilitó el ingreso a la prensa, el fiscal Rafael Vehils Ruiz estuvo solo en la sala. Entraron la prensa y la familia de Nahuel. Se llamó a un breve cuarto intermedio y todos regresaron, junto al Tribunal, cerca de las 11 para presenciar la lectura de la decisión final.


Este miércoles 29 de noviembre de 2023 en la sala de audiencias Alfredo C. Nielsen se leyó el veredicto que los jueces federales Alejandro Silva, Simón Bracco y Pablo Díaz Lacava entendieron como justicia por unanimidad: condenar a Sergio Guillermo Cavia por considerarlo autor material responsable del delito de homicidio agravado por haber sido cometido mediante la utilización de arma de fuego y con exceso de legítima defensa, a 5 años de prisión e inhabilitación especial por 8 años.
Eran cinco los prefectos procesados por la muerte de Rafael Nahuel en 2017 en Bariloche. Francisco Pinto, Juan Obregón, Carlos Sosa y Sergio García fueron condenados a 4 años y 6 meses de prisión e inhabilitación especial por 7 años por el tribunal oral criminal federal de General Roca ya que los consideraron partícipes necesarios del delito de homicidio agravado cometido por Cavia. Los 5 condenados no tendrán condena preventiva: serán detenidos cuando la sentencia quede firme. Hasta tanto no podrán abandonar el país ni retirarse de su domicilio por más de 24 horas salvo que avisen con anticipación.


Pero antes de los 6 minutos que tardó la lectura del veredicto hecha por el presidente del tribunal, Alejandro Silva, los cinco procesados tuvieron un momento para decir las palabras finales. Todos hicieron uso de ese derecho y dijeron casi lo mismo: que obraron en cumplimiento del deber, conforme a derecho, sin cometer excesos y con una orden judicial que los legitimaba.
Cavia agregó que tenía fe en que se iba a hacer justicia; Obregón dijo que respetó la vida propia y la de terceros en cuanto se pudo. García dijo que actuó en este “lamentable hecho conforme a derecho”. Todo fue escuchado y visto en una pantalla, porque ninguno de los acusados pisó el Tribunal Federal en ninguna de las audiencias: siguieron el juicio desde sus casas, conectados a internet. Recibieron el veredicto en las mismas circunstancias.
Durante el debate oral hubo dos querellas: una por parte de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación con el abogado Mariano Przybylski como representante, y otra por parte de los padres de Rafael Nahuel con los abogados Rubén Marigo y Ezequiel Palavecino. En los alegatos ambas querellas pidieron prisión perpetua para los 5 prefectos por homicidio agravado.
El pedido de pena máxima se desprende de lo que el abogado Marigo entiende es un delito político, un delito de violencia institucional pero fundamentalmente una deuda de la democracia: no haber terminado con prácticas que vienen de la dictadura militar. Se refiere a usar el aparato estatal (en este caso las fuerzas de seguridad) en contra de ciudadanos comunes.

La defensa fue por la absolución, no reconoció ningún delito pese al resultado de una persona muerta y dos heridos de bala del mismo lado. El fiscal Vehils Ruiz, por su parte, pidió 5 años de prisión para los acusados. No consideró quitar el atenuante en la acusación original de homicidio en exceso de legítima defensa y fue por la idea de un enfrentamiento entre las partes. Esta posición, pese al pedido de las querellas, limitó la decisión del Tribunal en cuanto a la pena dictada: la más alta fue la que pidió el Ministerio Público Fiscal.
Rafael Nahuel fue alcanzado por un disparo por la espalda y murió el 25 de noviembre de 2017, tenía 22 años. Quienes lo acompañaban también fueron heridos y oficiaron de testigos en una de las jornadas del juicio que ayer terminó, no estaban armados.
El miércoles 29 de noviembre, día del veredicto, la mamá de Rafael Nahuel cumplió años. Se llama Graciela, es una mujer bajita, lleva zapatillas negras de caña alta, medias de color rosa, un pantalón animal print y una remera mangas largas con otra blanca encima con la cara de su hijo asesinado. La misma remera llevan Alejandro, el padre y Ezequiel, el hermano. Graciela tiene, en el día de su cumpleaños, que estar lejos de su casa en Bariloche, a 481 kilómetros, porque le falta un hijo y busca justicia.
Lleva dos hebillas con brillos en el pelo, tiene una bolsa de tela de Unelen que revisa buscando alguna cosa, hace un gesto como de revolver algo en la boca mientras escucha y mira lo que dicen los jueces sobre los acusados de la muerte de su hijo, que son culpables y están en sus casas -¿qué mastica Graciela? ¿bronca?-.
Afuera, al sol, dijo frente a un micrófono que no está conforme, que esperaba más, que está desilusionada. El abogado Marigo aseguró que apelarán, Horacio Pietragalla Corti, titular de la Secretaría de Derechos humanos de la Nación que acompañó la jornada dijo que, a pesar del cambio de gestión que se acerca, esa también es la intención de la Secretaría.


El 29 de Diciembre de 2023 a las 11 hs. es el día fijado para dar a conocer los motivos del hecho en el que se funda el veredicto conocido hoy. «Que tengan un excelente día, cuídense», fueron las palabras del juez antes de dejar el recinto.
En 2017, el año del hecho juzgado hoy, la poeta neuquina Silvia Mellado escribió:
Rafael Nahuel
han soltado los albatros
en el medio del bosque
donde dice tierra ancestral
leen coto de caza los perdigueros que olisquean
gustosos un pedazo de tu muerte
Nota
La casa de Lucía: inauguración en Mar del Plata de un centro de capacitación y encuentro, símbolo de una epopeya

(Desde Mar del Plata/lavaca.org) Guillermo Pérez se quedó mirando absorto unos pupitres escolares que había enviado el cura Héctor Díaz, muchísimo más conocido como Chobi. Los pupitres estaban siendo acomodados por toda la gente de la Campaña Somos Lucía en el patio de una casa ubicada en la calle Alvarado al 4500.

Las mujeres y luchas en el acto. Fotos: Lina Etchesuri.
En medio del vértigo de la inminente inauguración Guillermo (mecánico de automóviles) le habló a su esposa, la enfermera Marta Montero:
–Acá hay un mensaje. Acá empezó todo– dijo señalando los pupitres garabateados en algunos casos, un símbolo de la escuela pública a la que iba Lucía cuando fue captada como tantas otras adolescentes por narcos que vendían lo suyo a la salida de las clases. En el caso de Lucía, el negocio terminó en el femicidio de esa chica que iba a 4º año del secundario, en octubre de 2016, caso que provocó el primer Paro Nacional de Mujeres.

La ministra Mazzina, Marta, Guillermo, Raquel Vivanco, Yamila Rodríguez. Fotos: Lina Etchesuri.
Guillermo completó su idea:
–Y acá puede continuar todo ahora: a esto vamos con todo lo que estamos haciendo– dijo señalando los pupitres, porque el proyecto de la Casa de Lucía es que sea un lugar para capacitaciones, talleres, para compartir ideas, acciones y la contención de las familias víctimas. Un punto de encuentro crucial para el trazado de estrategias de vida frente a la violencia contra las mujeres en la ciudad, y la impunidad que suele acompañarla desde siempre.

La mamá de Candela, la mamá de Iaria. El sentido de tener un lugar de encuentro. Fotos: Lina Etchesuri.
Tres datos para sintetizar la historia
- –El femicidio de Lucía provocó un cimbronazo social que derivó en aquel primer Paro Nacional de Mujeres el 19 de octubre de 2016. La familia llevó el caso a un juicio (2018) que resultó vergonzoso, con jueces dedicados a sembrar sospechas sobre la víctima menor de edad y a exculpar a los narcos acusados, Matías Gabriel Farías (29) y Juan Pablo Offidani (48). El tercero, Alejandro Maciel, había fallecido en 2020.
- –Marta y Guillermo se propusieron entonces lo que parecía impensable: la anulación de esa vergüenza, y la realización de un nuevo juicio que se realizó finalmente en febrero de este año, en el que sí se pudo lograr la condena a perpetua por femicidio de Farías, y a 15 años a Offidani como “partícipe secundario”, tema que está apelado.
- –La familia además impulsó un jury aún pendiente, que juzgue a los jueces del primero de esos juicios, Facundo Gómez Urso y Pablo Viñas (el tercer juez, Alejandro Carnevale, eludió el proceso al jubilarse antes).
- –Ahora la Campaña Somos Lucía obtuvo algo más: recibió del Estado, a través de la AABE (Agencia de Administración de Bienes del Estado) una casa abandonada y derruida que en apenas dos meses lograron acondicionar a pulmón y corazón, y que fue inaugurada este martes 28 de noviembre junto a otras familias de víctimas de femicidios que se acercaron a compartir ese momento acaso histórico.
- Lugar de encuentro y aprendizaje
- Así contado todo parece veloz, pero en la práctica significó años, meses, días y cada segundo de energía, de lágrimas, de insomnios, de amenazas, que Guillermo y Marta, y también su otro hijo Matías Pérez, lograron superar.
No lo hicieron dedicados solo al caso de Lucía sino también buscando acompañar y reunir a otras familias que pasaron por infiernos similares. Así fue que inspiraron otra organización clave: Familias Victimas de Femicidios, Transfemicidios y Desparecidas.

Madres que no bajan los brazos, y el sacerdote Héctor Díaz, Chobi, siempre acompañando las luchas marplatenses. Fotos: Lina Etchesuri.
Entre los familiares estuvieron Gustavo Mellman, papá de Natalia (asesinada en febrero de 2001). Los policías condenados están presionando para obtener su libertad. Estaba también Mariela Quintanilla, la mamá de Iara Nardelli (sus huesos aparecieron este año, pero el caso sigue sin investigarse como femicidio), Carola Labrador, madre de Candela Rodríguez (asesinada por una banda narcopolicial en 2011, cuando ella tenía 11 años), Marisa, la madre de Luna Ortiz (asesinada en 2017 a los 19 años). Participaron también integrantes de la Asamblea por un mar libre de petroleras, y de la multisectorial Ni un hundimiento más, creada por familiares del barco pesquero El Repunte, hundido en 2017.
Estuvieron además las hijas de Evangelina Sánchez, asesinada el 20 de noviembre pasado. Por el lado oficial se hizo presente la ministra nacional de Mujeres, Igualdad y Género, Ayelén Mazzina. El presidente Alberto Fernández no pudo asistir, y fue representado en el acto por una de sus asesoras, Raquel Vivanco, así como Yamila Zavala Rodríguez representó a Estela Díaz, ministra provincial de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual.

Marta, Guillermo, y una idea: “No nos podemos quedar en el dolor, el sufrimiento y que todo termine así. Nuestras hijas son la semilla». Fotos: Lina Etchesuri.
“Lucía está acá” dijo Marta durante su intervención, junto a la gigantografía con los ojos de su hija. “La perversidad de la justicia fue de tal magnitud… pero no pudieron con nosotros, que somos gente de la calle, y eso muestra que nadie nunca debe bajar los brazos”. Marta nombró y presentó a quienes fueron a compartir la inauguración formal de la casa y destacó que en los casos de femicidios no alcanza con la condena: “Siguen las vidas de quienes quedan, pero el Estado tiene que estar presente como tiene que ser. Que las hijas de Evangelina, por ejemplo, puedan tener comida, educación, que puedan cubrir sus necesidades básicas porque quedaron solas, criaturas enfrenando un mundo perverso de adultos. No es una dádiva, es un derecho el que hay que darles. Y organizados vamos a hacerlo” dijo mirando a dos de las hijas de Evangelina Sánchez.
Dijo también: “Esto va a ser un lugar de encuentro, de aprendizaje. Acá no terminó nada. Acá seguimos sin bajar los brazos para que crezca una esperanza de vida, de respeto y de derechos. Esto hay que hacerlo porque en el fondo lo que se quiere es que estemos desunidos. Si estamos desunidos, ganan ellos”.

Familiares de un pesquero hundido, El Repunte. Fotos: Lina Etchesuri.
“No nos podemos quedar en el dolor, el sufrimiento y que todo termine así. Nuestras hijas son la semilla. Jamás nos van a convencer de que somos unos negros de mierda. Somos mujeres y hombres trabajadores, que no son egoístas, gente que piensa que no somos el ombligo del mundo, sino que necesitamos comunidad para trabajar”.
Después fue el tiempo de las fotos, los abrazos y las lágrimas de tantos familiares, que por esta vez no fueron de tristeza sino que simbolizaron una puerta al futuro.

Fotos: Lina Etchesuri.
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