CABA
La gran estafa: Genealogía del subte
A pesar de las estaciones presentadas este mes por Larreta en la Línea E, el saldo porteño con respecto al subte es lapidario. Casi no hubo obras y las tarifas subieron sin control. Negocios absurdos, desinversión y una política guiada por el marketing: otro ejemplo de lo que significa privatizar. ALEJANDRO VOLKIND
“¿¡Qué somos nosotros, idiotas, que no podemos construir diez kilómetros de subte por año!?”
corría el 2007 y, pese a que el ritmo de construcción de nuevas estaciones era de 1,6 km por año, el entonces candidato a jefe de gobierno de la Ciudad Mauricio Macri criticaba la falta de acción frente a experiencias limítrofes como la del subte de Santiago de Chile, que avanzaba a 14 km por año, casi diez veces más rápido.
Sin embargo, ya como jefe de Gobierno porteño, Macri elaboró una serie de excusas que volvería a desempolvar en calidad de presidente al hablar, por ejemplo, de la inflación. Primero dijo que habían pecado de optimistas y no se habían estimado correctamente los costos y el financiamiento del plan. Luego, apuntó contra el kirchnerismo: “El proyecto de ampliar el subte es un viaje a la Luna por falta de vocación y apoyo del gobierno nacional”. Ya entonces la historia reciente lo desmentía. Aun en plena crisis de 2001 y 2002 la Ciudad había podido sostener con recursos propios las obras de ampliación de las líneas A y B, y hasta el tramo central de la línea H (Once- Caseros) fue construido íntegramente con fondos genuinos de la Ciudad e inaugurado en 2007 sin haber recurrido al financiamiento externo.
Ahora, tras 12 años al frente de la Ciudad, el balance es lapidario: el PRO lleva construidos menos de 1 km de subte por año. “La línea H no se terminó y no llegará a Retiro como estaba previsto; la estación Sáenz tampoco se sabe cuándo comenzará a construirse. Las líneas F, G e I -que permitirían llegar de Constitución a Palermo, de Retiro al Cid Campeador, y de Parque Chacabuco a Núñez- siguen siendo, en el mejor de los casos, un proyecto; cuando no, han sido reemplazadas por Metrobús, como es el caso de la línea I”, explica Martín Machaín, responsable del portal Enelsubte.com.
Para el gobierno no es tan grave. “El Metrobús, conceptualmente, es como un subte pero sobre el asfalto”, aseguró en su momento el hoy ministro de Transporte Guillermo Dietrich, cuya familia es dueña de una de las principales concesionarias de autos del país.
La idea de fondo es compartida por todos los funcionarios, expertos en metáforas. Detrás de la desinversión hay una decisión política que mezcla (malos) negocios con marketing. “La plata en el subte no se ve. En el Metrobús sí”, asegura Rafael Gentili, coordinador de Subte.Data, programa del Laboratorio de Políticas Públicas sobre el Subte porteño: “Por eso no ponen un peso en el subte”.
Tarifa sin control
En 2019, por segundo año consecutivo, la Auditoría de la Ciudad no podrá controlar las cuentas del subte. ¿Qué implica esto? Que no habrá ningún tipo de inspección sobre las obras que se están ejecutando en la línea E y el Premetro, que implican 2.357 millones de pesos, es decir, el 15% del presupuesto del Ministerio de Desarrollo Urbano y Transporte. Tampoco se podrá hacer un análisis del proceso de licitación que determinará quién se va a hacer cargo del subte por los próximos 15 años. Mucho menos conocer si está bien calculada la tarifa que paga el millón de usuarios que lo utiliza diariamente.
El rechazo de la coalición Vamos Juntos a auditar el subte tiene sus razones. Cuando el organismo de control pudo investigar quedó en evidencia la falta de planificación, el incumplimiento de plazos de obras y, lo más grave, irregularidades importantes en los procedimientos de contratación. El caso más escandaloso fue la compra de los vagones usados CAF 5000 y 6000 para la línea B, hechas en 2011 y 2013 al Metro de Madrid.
Esta operación, realizada a las apuradas y de manera irregular, es considerada la peor compra de material rodante en la historia del subte. Apenas cerrada la venta de los CAF 5000, en septiembre de 2011, el diario El País de España ya lo dejaba en claro: “El Metro de Madrid se frota las manos con los 4,2 millones de euros que ha sacado por la venta de unos vagones carne de chatarrería tras 32 años de traqueteo”, aseguraba en un artículo publicado en septiembre de 2011. Allí también describía cómo Mauricio Macri había inspeccionado los trenes: “como si fuera un entendido en la materia”.
En efecto, la lectura del periódico español era acertada: muchos de estos vagones nunca fueron utilizados y los pocos que sí salieron al ruedo tuvieron que ser retirados cuando se descubrió que contenían asbesto, material cancerígeno sumamente peligroso.
En el caso de la tarifa, el informe de la Auditoría de 2013 demuestra cómo se inflaron costos para justificar aumentos innecesarios. Sin embargo, pese a haber sido denunciada, esta práctica sigue absolutamente vigente. En mayo de 2018, el legislador Patricio del Corro mostró cómo Metrovías incluyó tickets por 56 mil pesos de comidas en un restaurant de lujo para justificar el aumento del boleto; y en abril de este año la legisladora Paula Penacca hizo una denuncia penal contra los directivos de Metrovías y Sbase por incluir dentro de los costos operativos del subte facturas por más de 4 millones de pesos que Metrovías gastó en viajes a Alemania, donde llevó a periodistas para que hagan lobby a su favor y conseguir nuevas licitaciones.
Solo así se entiende cómo desde que el macrismo tomó el control del subte en 2012 la tarifa pasó de $ 1,10 a $ 21, lo que representa un incremento del 1.800%, una cifra por encima de cualquier índice de inflación que se tome. “Esto es un tarifazo salvaje, no es readecuar tarifas, es trasladar el ajuste a la población y multiplicar la rentabilidad empresaria a costa de los usuarios”, explica Gentili.
Sin embargo, esta rentabilidad es un verdadero misterio. Desde que Metrovías se hizo cargo del subte, nadie conoce cuál es su ganancia. “Su rentabilidad no figura en ninguno de los ítems cuando se analiza el costo de la Operación”, asegura Nahuel Morandi, integrante del Observatorio por el Derecho a la Ciudad. “En los papeles Metrovías opera el subte gratis”.
La empresa planera
Si el subte de Buenos Aires fue pionero en Latinoamérica, también lo fue su privatización en los 90, convirtiéndolo en uno de los primeros y de los pocos del mundo que dejarron de ser gestionados por el Estado.
Así fue como el 1° de enero de 1994 Metrovías desembarcó con un frondoso Plan de inversiones donde se destacaban la extensión de la línea E a Retiro (que recién se concretó este mes de 2019), la accesibilidad para discapacitados en todas las estaciones (pendiente) y la instalación de nuevas escaleras mecánicas.
Sin embargo, el grupo Roggio prefirió arrancar por los golpes de efecto: aggiornó la cartelería, modernizó algunas estaciones y renovó la flota de la línea B con los vistosos vagones japoneses de los 70 que, aunque pagados por el Estado, se transformaron en emblemas de la gestión privada.
Ya para 1996 la empresa consideró que sus inversiones en la red justificaban un incremento del precio de la tarifa y la aumentó de 45 a 50 centavos de dólar. Tres años más tarde, bajo la eterna promesa de extender la línea E hasta Retiro, el costo del pasaje volvió a aumentar hasta llegar a los 70 centavos.
Si los 90 fueron años regados con champagne, los 2000 transformaron a Metrovías en una empresa a base de subsidios. La sanción de la Ley de Emergencia Ferroviaria en 2002, luego de la devaluación duhaldista, congeló las tarifas y transfirió la responsabilidad por las inversiones comprometidas de las concesionarias al Estado nacional. “Operó en rigor como blanqueo de compromisos incumplidos hasta ese momento”, explica Martín Machaín.
Desde entonces, la empresa comenzó a exigir una suma cada vez mayor de subsidios, justificados en el mantenimiento de la tarifa y un supuesto déficit operativo. Así, el contrato se dio vuelta: el Estado comenzó a sostener a la empresa con enormes sumas de dinero, mientras se hacía cargo de todas las obras que le correspondían originalmente.
“El Grupo Roggio estuvo interesado en el subte mientras le resultó una buena usina para generar nuevos negocios” asegura Rafael Gentili. “Así crearon la tarjeta Monedero, la tarjeta Shopping (en sociedad con IRSA), una financiera; armaron también Metrotel, una empresa de fibra óptica y Prominent, una empresa software que era la proveedora de toda la informática de Metrovías. Y además, crearon una empresa de limpieza. Todo eso apalancado en el subte”.
El traspaso del subte a la órbita de la Ciudad, en 2012, trajo como novedad quitarle a Metrovías los negocios colaterales, como la publicidad y los locales comerciales que tan bien había sabido aprovechar. Sin embargo, el Estado nunca los explotó. “Hoy, los negocios colaterales explican el 2% de lo que el subte necesita para funcionar. En Asia, los colaterales financian el subte”, resalta Gentili. Esta decisión del gobierno no es la única llamativa. En el modelo de concesión impuesto por el PRO, el Estado financia absolutamente todo: hasta la ganancia de la empresa. Lo único que tiene prohibido es gestionar el subte. “El gobierno del PRO se ha negado rotundamente a cualquier posibilidad de retorno de la operación al Estado, como sucedió hasta 1993 y como contempla la ley sancionada por la Legislatura en 2012”, asegura Machaín.
En este marco, tras 25 años de concesión, el gobierno llamó a una nueva licitación y este año se sabrá qué empresa quedará a cargo del subte por los próximos 15 años. Para Machaín, con esta nueva licitación el gobierno consolida el modelo de 2002: “Un Estado bobo que cubre todos los costos –y mal– mientras paga a un privado para que ponga la cara por sus fracasos”.
El tren fantasma
Es la línea más abandonada y la que mayor cantidad de quejas de los usuarios tiene, pero este junio la línea E tuvo un protagonismo inusual y no por demoras o fallas en el servicio, sino por la inauguración de las estaciones Correo Central, Catalinas y Retiro, que permitirán realizar combinaciones con la línea B y con la C. Según el gobierno porteño, sus nuevos 2 km de recorrido le permitirán incorporar más de 60 mil usuarios nuevos.
Se trata de una obra civil que realizó el gobierno nacional de Cristina Fernández entre 2007 y 2012 (previo al traspaso a la órbita porteña), que recibió casi terminada el Gobierno de la Ciudad en 2015 -había quedado pendiente el tendido de vías, la realización de obras de potencia y ajustes finales en las estaciones- y que fue amarrocada durante cuatro años por el jefe de gobierno Horacio Rodríguez Larreta con olfato electoral mientras realizaba en tiempo récord el Metrobús del Bajo.
Más allá de este detalle, la imagen de un funcionario cortando cintas tardará mucho en volverse a ver. Ya no queda ninguna estación en obra y no hay planes ciertos de comenzar con ninguna en el corto plazo, algo que no sucede desde hace casi 50 años.
La inauguración no solo llega con 25 años de retraso –era una de las promesas de Metrovías apenas comenzó a operar el subte- sino que viene cargada de interrogantes. “Sbase y Metrovías no previeron detalles fundamentales en cuanto a lo operativo”, asegura Magalí, trabajadora delegada de la línea E. “Además, trajeron trenes pero solo hay 12 ó 13 y no están todos en óptimas condiciones para salir a servicio, con lo cual la frecuencia que ellos venden es mentira”. Magalí es tajante: no hay planificada compra de trenes nuevos y los que llegan son vagones de otras líneas. “Antes de tirarlos, los traen para acá”, acota la trabajadora.
En la E, la resolución del juez Gallardo –que permitía a los pasajeros viajar gratis en caso de no funcionar las escaleras mecánicas- no movió el amperímetro: Virreyes, una de las cabeceras, ni siquiera tiene escalera mecánica. Mucho menos ascensor. Tampoco baños públicos. La E es la única línea que no tiene aire acondicionado en los vagones. Los trenes tienen casi 60 años y no suele haber repuestos porque ya no se fabrican. La renovación de la línea, hasta ahora, es con vagones recauchutados de las líneas C y D que tienen 40 años. Y ni así se llega a tener las formaciones necesarias para atender la demanda de pasajeros en horas pico. Por eso la E tiene la peor frecuencia de todas las líneas. “Encima Metrovías no manda audios de demora y capaz estás 20 minutos esperando un tren”, señala Magalí, que además de trabajadora es usuaria. “Yo vivo a tres cuadras de una estación y a veces prefiero caminar en vez de tomar la E: nunca podés confiar cuándo va a venir”.
¿Cómo se explica la saña contra esta línea? Magalí arriesga un análisis sociológico. “En la Línea D sube el ejecutivo, que viene de Belgrano. Si pasa algo te dicen ‘no sabés con quien te metiste’. Lo que sucede acá es completamente distinto. En la E tenés un montón de laburantes que vienen de los barrios más humildes de la zona sur, de Carrillo, de las villas que están atrás de la cancha de San Lorenzo, que los ves bajar con su baldecito, con el fratacho, con el bolso con la ropa de trabajo. Y el tipo quiere llegar a laburar, y si no puede sale sumiso y ve cómo llega. Capaz que se va caminando. No vas a ver nunca que te agreda o te insulte. Son rasgos distintos. Y desde la empresa y el gobierno abusan de la diferencia de clase para no hacer absolutamente nada”.
La posibilidad de que este maltrato se modifique es casi nula. “Metrovías no tiene ningún estímulo para brindar un mejor servicio porque, de acuerdo con el contrato de concesión, el dinero que recibe en forma de subsidios lo recibe más allá de cuál sea la calidad de la prestación. Por lo tanto no recibe penalizaciones por atrasos u otro tipo de deficiencias”, aclara Nahuel Morandi.
Saltar el molinete
Desde hace años, en la Legislatura porteña dan vuelta diversos proyectos que buscan que el subtevuelva a ser operado por el Estado o, en su versión de máxima, que sea administrado en forma conjunta por el Estado, los usuarios y los trabajadores del servicio. Las iniciativas, claro está, se encuentran cajoneadas pero expresan una idea que crece: este esquema del subte no va más. El gobierno difícilmente pueda hacerse el distraído: las encuestas encargadas por la propia Sbase durante 2015, previo a las sucesivas prórrogas otorgadas a Metrovías dieron como resultado que el 82% de los usuarios prefiere una operación estatal antes que un sistema de concesión.
“Yo creo que el subte debería ser gratis, como un servicio público, como los hospitales y las universidades”, afirma Virginia Bouvet, secretaria de organización de los trabajadores de la AGTSyP y que lleva una remera que dice Movemos Buenos Aires. La frase tiene la contundencia de lo literal: Virginia es parte de esos tres mil trabajadores que día a día lo hacen funcionar. Tal vez allí esté la clave para pensar otro futuro posible. “Nosotros tenemos un eslogan en el sindicato que dice que el transporte no es mercancía, porque es un derecho. Lógicamente esto no se corresponde con una empresa concesionaria privada manejándolo. Estamos hablando de una empresa que tendría que ser estatal y que la administración que dirija la Ciudad tenga esta misma visión de que el transporte es un servicio que hay que dar eficazmente y en forma gratuita. Estamos un poco lejos hoy, ¿no?”, comenta abriendo mucho los ojos.
La pregunta queda resonando en los túneles.
A lo lejos, otro pibe salta el molinete, y se pierde en el andén.
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
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