Nota
La Patagonia rebelde, 2004: los mapuches frente al gobierno y las multinacionales
«El plan energético anunciado por Kirchner es una mera especulación económica a favor de empresas extranjeras» dice Moira Millán. Moira es mapuche, y lideró las movilizaciones contra la mina de oro que quiso instalarse en Esquel, Chubut, en 1999. Denuncia que el plan del gobierno incluye un nuevo desalojo de los mapuches, y anegará bosques patagónicos. Explica cuál es la noción mapuche del progreso. Definiciones de una ex evangelista que terminó siendo militante radicalizada de los pueblos originarios, al reencontrarse con su propia historia.
Moira Millán tiene 33 años, cuatro hijos y se define como wichafe, una luchadora de la comunidad mapuche. Fue una de las mujeres que lideró en Esquel (Chubut) las movilizaciones populares contra la mina de oro que quería instalar la corporación canadiense Meridian Gold. Ahora se opone al plan energético que lanzó el gobierno porque -según dice- inundaría las tierras que recuperó para los suyos.
Por instalarse en Pillán Mahuiza, la montaña sagrada, tiene abierta una causa judicial en esas tierras y bosques patagónicos copados por empresas como Benetton y toda una farándula internacional que incluye a norteamericanos como Ted Turner, entre otros muchos. Además, le iniciaron otra demanda por escrachar al monumento a Julio Argentino Roca en Bariloche.
Asegura que el progreso, en términos mapuches, implica vivir en armonía con la naturaleza. Y sostiene que le fascina la apertura que observa en movimientos sociales (piqueteros y asambleas) que se niegan a la amnesia colectiva.
-¿Por qué se oponen al plan energético del gobierno?
-El plan energético anunciado por Kirchner incluye la construcción de seis represas en la zona. Concretamente, para poder hacer una de ellas, deben desalojarnos. Y, de repente, hay bastante movimiento por aquí, las empresas arreglan caminos que estuvieron abandonados toda la vida. Parece que ahora los necesitarán para trasladar herramientas y materiales. Todavía hay mucho hermetismo con este megaproyecto. Solo los que activamos mucho tenemos información que obtuvimos mediante medidas judiciales. Pero vamos a resistir, no queremos que nos desalojen ni que destruyan la cuenca del río Carrenleufú. Este proyecto también afectará a las localidades de Teka, Corcovado y Carrenleufú.
-¿Qué consecuencias traerían estas represas?
-Este es uno de los megaproyectos más importantes del país. Esta es una zona de masas boscosas, muy húmeda, con muchas precipitaciones. Se perderían miles de hectáreas de bosques, que quedarían debajo del agua. Además, es una zona de pesca de salmones, que vienen a desovar. Durante los diez años que durará la construcción de las obras van a morirse los peces, debido a la contaminación. Y en cuanto al tema salud, en Futaleufú se detectaron 17 casos de cáncer de cerebro que pueden estar relacionados con las torres alta tensión. Acá hay poca población, porque las corporaciones transnacionales compraron muchas extensiones de tierras. Por eso, los principales perjudicados son pequeños reductos campesinos y mapuches. Ubaldo Ongarato, un ingeniero civil que fue diputado radical y que presentó el proyecto llamado La Elena (una de las represas), adujo que cierran los números porque el plan implica 130 millones de dólares, pero las indemnizaciones no superarían el millón y medio.
-¿La crisis energética no los pone en una situación de debilidad para resistir al proyecto?
-Hay una suerte de campaña para instalar la falta de energía. El plan energético anunciado por Kirchner es una mera especulación económica a favor de empresas extranjeras que quieren profundizar sus megaemprendimientos. Estas represas se harán para abastecer a Aluar, donde tiene acciones el grupo español Santander. Ellos necesitan más volumen energético para seguir creciendo. El resto, el excedente, irá a parar a la red nacional de energía. Hay ambientalistas que dicen que todo esto es evitable, que se pueden hacer minirepresas en el río Chubut y que se minimizaría el impacto ambiental. Incluso contribuirían a generar microclimas en una zona que es un pequeño desierto. En este tema hay un nivel de desinformación muy grande, pero este va a ser un gran conflicto medioambiental. Va a pasar como con la mina de Meridian Gold, en Esquel: cuando nosotros salimos a cortar las rutas, nadie hablaba del tema.
-¿No temen que los acusen de rechazar el progreso?
-Para nosotros, el progreso es la convivencia -lo más armónica posible- con la naturaleza. Los tiempos de la economía dominante son los que ha impuesto el capitalismo para poder producir en la menor cantidad de tiempo la mayor cantidad de bienes de consumo. Los tiempos de nuestra introspección espiritual, de crecimiento y desarrollo integral, tanto como individuos o como comunidad, son muchos más profundos. Y sin ánimo de acumulación: buscamos generar lo suficiente para sustentarnos.
-¿En qué se basa el pensamiento filosófico mapuche?
-La filosofía del pueblo mapuche tiene que ver con el estudio del orden armónico y circular de la naturaleza. No se pregunta quién creo el mundo, sino como se relaciona el ché -el hombre- con todos los elementos creados. Es una concepción holísitica del mundo, que no puede concebir una construcción política, social, cultural que lo violente. Ése es el principal antagonismo con la cultura dominante, meramente economicista. En la vida cotidiana, se ha dado una discusión entre la derecha y la izquierda que pasa por la distribución de la riqueza. La derecha propone que se distribuya de acuerdo a la capacidad que tenga cada individuo para obtener la mayor porción, mientras que el comunismo propone el reparto equitativo de esa torta. Los mapuches, directamente, no queremos la torta.
-¿Cómo sería una sociedad sin torta?
-Empezaría a cuestionar conceptos muy arraigados. Cuando la gente habla del bienestar dice: «Fulanito está muy bien, compró un auto, tiene una casa». En nuestro pueblo estar bien significa estar holísticamente bien, físicamente bien, en armonía con el todo. Una sociedad nueva, sin esa torta, no tendría como símbolo del progreso al desarrollo. No volaría montañas enteras para sacar el oro que disfrutan unos pocos. Una sociedad que no se maneje con valores materialistas no provocaría inundaciones de miles de hectáreas de tierra para que solo las ciudades gocen de luz eléctrica.
-¿En su comunidad viven sin esa «torta»?
-La nuestra es una propuesta de construcción comunitaria. Al principio fui yo sola, con mis hijos, a recuperar tierras. Después se sumaron otros, llegamos a ser cuatro familias. Dos desertaron, porque a veces, por querer fortalecer la identidad cultural y ser coherentes se generan muchos problemas. Hay que desaprender todo un camino. No es poca cosa. Hay un montón de ofrecimientos de consumo que no necesitamos. Yo me crié en la ciudad. Viví en Bahía Blanca, me fui a Brasil, después a la Quebrada de Humahuaca, hasta que llegué a Esquel. De ahí me fui a recuperar tierras que durante dos años no tuvieron luz. Ahora tenemos, pero no por la necesidad de uso doméstico, sino por la reafirmación del derecho a la tierra. No nos querían poner luz porque nos acusaban de usurpadores y queríamos demostrar que los derechos elementales no se niegan.
-¿Cuál es la historia de ese terreno?
-La historia de Pillan Mahuiza, la montalña sagrada, es muy particular. Hasta 1939 vivían allí 30 familias mapuches. En esa década se dio una política de desalojos violentos para obtener más tierras para el ganado. La simbología con que operó el enemigo era muy interesante: quemaron la siembra. Para la gente de la tierra eso es muy fuerte. Era quemar toda una identidad. Introdujeron la economía de ganado que nos hundió en la pobreza y rompió los parámetros culturales y comunitarios de nuestro pueblo. Nos volvió individualistas y contradictorios con el respeto a la naturaleza. Porque la cría intensiva de ganado destruye los bosques y el suelo. Cuando sacaron a la gente de Pillan Mahuiza, el terrateniente Alejandro Conesa premió a la policía con 150 hectáreas. Allí se instaló un destacamento para que no retorne la gente desalojada. Pero en 1999, cuando todos se prestaban a festejar el 2000, nos metimos.
-¿Por qué lo hicieron justo en ese momento?
-Nuestro pueblo se maneja mucho con el peuma, con la interpretación de los sueños. Yo venía con una búsqueda interna. Me sentía asfixiada en la ciudad. Tenía una urgente necesidad de retornar a la tierra para desarrollarme en plenitud como mujer mapuche. Y no iba a comprar tierra, no solo porque no podía, sino porque era contradictorio pagar a quienes nos invadieron. En segundo lugar no pensaba obtener la tierra por fallo de la justicia o porque me la diera un político. Fui viendo cuál tierra tenía un contexto histórico para plantarse y pedir un resarcimiento. En cada ceremonia pedía a los neuenes -las fuerzas- que me iluminaran. Y un día me soñé en esa tierra haciendo una gran ceremonia. Les conté a mis ancianos ese sueño y me dijeron que si volvía y hacía una ceremonia, esa tierra volvería a ser de los mapuches. Entonces lo primero que hice al llegar fue cumplir una ceremonia espiritual. Se ve que nos sirvió, porque hace cuatro años que estamos ahí. Si ahora nos desalojan, esa montaña sagrada quedará sumergida bajo las aguas.
-Esta semana comienza un juicio oral a otra familia mapuche, acusada de usurpación…
-Sí, es por la denuncia de Benetton a la familia Curiñaco. Ahora viven en Esquel. Atilio trabaja en un frigorífico. Rosa en una fábrica textil: qué ironía, Benetton es el imperio de la moda. Ellos se habían ido a vivir a Santa Rosa, el predio de sus abuelos y los desalojaron violentamente. El juicio es una falacia total, es paradigmático que se acuse de usurpadores a los pueblos originarios. Los mapuches siempre estuvimos ahí. Nosotros vivimos situación muy parecida. Y no es fácil. Mi comunidad hizo una marcha en contra de mi procesamiento y el de otro compañero. Hicimos un escrache al monumento de Roca, en Bariloche porque nos parece muy emblemático de la opresión cultural a nuestro pueblo. Se pintó, se puso «Roca asesino». Y se generó un escándalo con mentalidades que creía extirpadas de la sociedad después del 19 y 20 de diciembre. Sin embargo, repudiaron a los mapuches. Creemos que los monumentos a Roca tienen que desaparecer en todo el país y vamos a trabajar para que eso suceda. Para que los genocidas no sean levantados como próceres.
-¿Cómo se sostiene la cultura mapuche en un país como la Argentina?
-Tenemos nuestra propia administración de justicia, nuestras autoridades. Pero no son respetadas porque nos obligan a respetar al presidente. Tenemos nuestra propia historia, idioma, filosofía, nuestra propia normativa jurídica. Estamos oprimidos por un Estado que no nos reconoce como tal. En realidad, somos una nación que está a ambos lados de la cordillera. El Estado chileno reprime salvajemente mientras que la Argentina lo hace de manera más sutil, con esa mascarilla democrática. La diferencia está en que en Chile el Estado encarcela, tortura, militariza las comunidades y no tiene ningún convenio internacional ratificado referente a los pueblos originarios. La Argentina sí, aunque no hay voluntad política para cumplirlo. Ni siquiera se respeta nuestra espiritualidad. La Navidad es feriado, se le considera feriado a los creyentes el Año Nuevo Judío o Musulmán, pero nada se dice de las festividades indígenas, que si faltan al trabajo se les descuenta el sueldo. En las escuelas, nuestros hijos tienen que rendir homenaje a los genocidas de nuestro pueblo. Es una aberración.
-¿Cuál es la situación de los mapuches chilenos?
-Tienen más de cien presos y un muerto: Alex Lemun. Allá hay que tener mucho coraje, porque ese Estado es extremadamente represor, aplica a los indígenas leyes antiterroristas, van a juicio y son encarcelados con condenas que llegan a 15 años.
-¿Qué tan organizada está la comunidad mapuche?
-En Chubut es donde mejor se ve movilizada. Nosotros somos los más radicalizados, no creemos en la ley. Somos autonomistas. Pero también hay asimilacionistas que quieren integrarse al Estado a cambio de cargos públicos. Y están los reformistas que hablan de estado pluricultural.
-¿Cómo se hizo militante indígena?
-Siempre tuve inquietud social. En Bahía Blanca fui secretaria del centro de estudiantes. Pero a los 18 años empecé a hurgar en mi identidad mapuche. Fui a comunidades donde tenía parientes, a participar de ceremonias. Y lo que me llevó a la militancia fue entender lo que había pasado en mi familia desde chica. Nosotros sufrimos mucho, hubo muchos despojos, mucha pobreza y mucha discriminación. La sociedad de consumo inventa distintos artículos, hasta los estereotipos físicos se convirtieron en objetos de consumo. Entonces, hasta conseguir un trabajo era muy dificultoso porque te topabas con tu imagen indígena.
-¿Cómo tomaron sus padres su vuelta a las raíces?
-Crecí en un seno familiar evangélico: bautista de la Convención Norteamericana. Te imaginás lo que fue eso. Pero cuando empecé la lucha mapuche se sumaron cuatro de mis cinco hermanos. Y mis viejos también.
-Y ahora también abrazan los reclamos aborígenes piqueteros y asambleístas, ¿por qué?
-Por la idea de querer transformar esto. Y por el trabajo. No soportaría estar con gente que solo hace catarsis social y política y se vuelve a su casa con necesidades impregnadas de consumo. Me fascina la apertura que hay: tratar de comprender el pasado, negarse a la amnesia colectiva. Eso me abraza a ellos, con esa fuerza volcánica que tenemos los pueblos originarios.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


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Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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