Nota
Escuelas en fábricas recuperadas: la cultura del trabajo
Ya son dos las fábricas recuperadas que tienen escuelas secundarias funcionando en sus instalaciones: IMPA y la Cooperativa Patricios (ex Conforti). En IMPA hay un bachillerato para adultos, con especialización en cooperativismo y microemprendimientos, gestionado por una cooperativa de docentes. En la Cooperativa Patricios funciona una escuela dedicada a la enseñanza de técnicas gráficas. Los lazos con el barrio, y las nuevas técnicas de enseñanza.
IMPA está ubicada en Querandíes al 4200. La Cooperativa Patricios, en Avenida Patricios al 1900. Ambas han inaugurado escuelas con diferentes características.
La de IMPA es conducida por docentes especializados en técnicas de educación popular. Entrega títulos oficiales de bachillerato. La de la Cooperativa es parte del sistema formal de educación, en el marco del programa «Deserción Cero».
«El proyecto sirve para establecer relaciones fuertes con el barrio y ofrece armas de autogestión. Con técnicas de educación popular fomentamos la autonomía y la participación», dicen en IMPA, donde obreros y estudiantes están en permanente contacto.
«Tendremos la posibilidad de compartir con adolescentes y jóvenes visiones alternativas a las clásicas, a la de las empresas capitalistas, tendremos espacios de formación práctico-pedagógicos que privilegiarán lo social, lo humano y la economía de la cooperación» dijo el presidente del Movimiento de Empresas Recuperadas.
Subir al tercer piso de la empresa recuperada IMPA cuesta esfuerzo. Hay que hacerlo por una escalera muy larga y estrecha. De lunes a jueves, 70 personas de entre 15 y 65 años, acostumbradas al sacrificio, se le animan a la sucesión de peldaños. Son los alumnos del Bachillerato con especialización en cooperativismo y microemprendimientos que funciona en la metalúrgica recuperada de la calle Querandíes, en el barrio de Almagro.
En el trayecto hacia la escuela, suenan -como potentes sopapas- las máquinas que fabrican envases para dentífrico. Pero adentro del aula sólo se escucha el ruido de la materia gris. Tres profesores coordinan con técnicas de educación popular la clase de una de las diez cátedras anuales de los alumnos de primer año. Cuando aprueben tercero, habrán obtenido su título oficial.
Las clases comenzaron el 15 de marzo, después de un acuerdo entre la fábrica y la Cooperativa de Trabajo de Investigadores y Educadores Populares, una organización multidisciplinaria dedicada a armar seminarios de formación docente, brindar talleres, y crear bachilleratos para jóvenes y adultos en Capital Federal y el Gran Buenos Aires. «Nos parecía interesante trabajar con un movimiento cooperativo, que piensa en la autogestión y se rige por principios solidarios. Además, el proyecto sirve para establecer relaciones fuertes con el barrio, ofrece armas de autogestión», señala Mariana Ampudia, una de las impulsoras de la escuela.
A las clases concurren obreros de la fábrica, vecinos del barrio y también gente que no cumple ninguna de esas dos condiciones. En el comedor, en las escaleras o los baños se cruzan hombres de llave inglesa en mano con alumnos que empuñan cuadernos y biromes. Muchos encuentros se producen por casualidad, pero otros con toda intención: el 1º de Mayo, trabajadores y estudiantes celebraron en un almuerzo donde compartieron empanadas y vino. En un mismo territorio, la interacción es permanente. «Dentro de las mismas clases aparecen situaciones del barrio o del mundo de la producción, surgen los relatos de las empresas recuperadas», cuenta Ampudia que recuerda que cuando los trabajadores de la Clínica IMECC tomaron el edificio de la avenida Díaz Vélez, de Parque Centenario, toda la escuela se movilizó en solidaridad.
Los alumnos cursan las materias tradicionales de cualquier bachillerato más otras específicas, como Introducción al Cooperativismo y Gestión en Microemprendimientos. Los viernes hay clases de apoyo y también talleres artísticos que brindan miembros del Centro Cultural La Fábrica que funciona en IMPA.
EL «hit» -dicen- es uno de video, que vincula la literatura con la historia. «No apuntamos sólo a la instrucción de la escuela pública, a aprender materias, sino a que haya situaciones de aprendizaje críticas y reflexivas. Tampoco se trata sólo de la enseñanza de un oficio sino de otros saberes que permitan reflexionar en el mundo del trabajo. Buscamos una formación integral. Con técnicas de educación popular fomentamos la autonomía y la participación», explica Ampudia, que también es docente en las Facultades de Filosofía y Letras y de Ciencias Sociales en la UBA.
De alguna manera, esta experiencia retoma una tradición propia de esta misma fábrica, que en sus tiempos de mayor pujanza, allá por los 70, contaba con una escuela primaria para adultos. «Si el Estado no da respuestas a una situación de expulsión y no cumple con el derecho básico y universal de aprender a leer y escribir, resulta maravilloso que la propia comunidad gestione sus propios espacios educativos», señala la educadora y agrega: «La escuela pública es homogeneizante y trabaja desde la instrucción. A nosotros no sólo nos interesa que los alumnos tengan un título, sino que desarrollen capacidad critica. Trabajamos mucho sobre la diferencia y sobre la dificultad»
Asociados en una cooperativa de trabajo, la organización del equipo docente no difiere demasiado de la de las fábricas recuperadas. «No reproducimos la relación empleador-empleado y nos autogestionamos. No somos docentes nombrados por el Estado».
Para poder otorgar un título oficial y evitar que el Estado designe a los docentes, la escuela debió formalizarse bajo el régimen de la educación privada. Pero cumplir con los requisitos no fue sencillo. IMPA aportó los avales que le exigía la Dirección de Enseñanza Privada para garantizar el dictado de clases, por lo menos, durante tres años. «Si bien trabajamos en el campo de la educación popular, pensamos que no se puede pensar solo desde el espacio no formal. Porque si no se otorga un título, aunque no sea el centro de todo, la persona queda en una condición desigual. Vivimos en un país donde el 65 por ciento se encuentra en riesgo educativo, no terminó la primaria o abandonó el secundario».
IMPA no es la única fábrica del Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas que cuenta con una escuela funcionado dentro de sus instalaciones. Con una modalidad totalmente distinta, en la Cooperativa de Trabajo Patricios (ex Gráfica Conforti) la Secretaría de Educación porteña abrió una escuela especializada en técnicas gráficas que participa del programa Deserción Cero, cuyo objetivo es reincorporar a los alumnos que abandonaron el secundario.
Para llevar adelante el proyecto, el organismo público remodeló un piso entero de la fábrica, que todavía huele a pintura fresca. Desde los ventanales de los pasillos, los alumnos pueden ver cómo los obreros manejan las rotativas. Aquí, además de los contenidos de la currícula tradicional, los estudiantes podrán aprender un oficio. Así, lentamente, podrá comenzar a repararse uno de los daños más importantes que sufrió la industria nacional en los 90, cuando con la desaparición de fuentes laborales, el país perdió especialistas y cortó la cadena de transmisión de saberes en numerosos trabajos fabriles. «Además -subraya Gustavo Ojeda, presidente de la cooperativa-, la escuela permite tejer lazos con el barrio. Así, cuando de ahora en más una fábrica esté en peligro, va a generar muchas más solidaridades».
El objetivo de la Secretaría de Educación es que la experiencia se replique. Por eso firmó un acuerdo con el Movimiento Nacional de Empresas Recuperadas (MNER) para que alumnos de distintas escuelas puedan entrenarse en sus fábricas. Cuando se suscribió el convenio, el presidente del MNER, Eduardo Murúa, resaltó algo que implica una definición, y todo un proyecto:
Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
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