Nota
Las lecciones de Bolivia: Jenny Santander, del Movimiento Indígena Pachacuti
Felipe Quispe no pudo viajar a Bolivia, pero sí esta mujer que con voz tranquila transmitió ideas contundentes. Opinó que los movimientos argentinos «luchan por reivindicaciones muy simples» y destacó el grado de conciencia que desarrolló su pueblo gracias a la lucha y a un cambio de lógica: «hemos aprendido a construir poder desde otro lugar». El secreto está en un concepto político que recogen de la filosofía aymará: la comunidad. «La diferencia central es que la autoridad es la comunidad, no el que la representa. Entonces ¿dónde está el poder? Está en las bases. Esa es la diferencia».
Felipe Quispe no vino a la Argentina. Cuando estaba en la fila para abordar el avión que lo trasladaría desde Santa Cruz de la Sierra a Buenos Aires, las autoridades migratorias le impidieron la salida del país, invocando una orden judicial de arraigo emitida tiempo atrás en el marco de un juicio por su participación en actos de insurgencia a comienzos de la década pasada. En esa época, Quispe encabezaba el Ejército Guerrillero Túpac Katari (EGTK), por lo cual pasó cinco años en la cárcel. En 1997, Quispe fue liberado gracias a la presión de diversas marchas aymaras e inmediatamente después, se convirtió en el nuevo secretario ejecutivo de la poderosa Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUCTB) y fundó el Movimiento Indígena Pachacuti (MIP), por el que fue electo diputado en el 2002.
«Lamentamos mucho que Quispe no esté hoy aquí y por respeto a ustedes, que vinieron hasta acá a escucharlo, los esperamos para darles las explicaciones y contarles que en mayo o junio próximo se concretará esta visita, tan importante para nosotros, ya que consideramos que en Bolivia se está gestando una verdadera opción de resistencia a cuya suerte está ligada gran parte de los destinos Latinoamericanos». Con estas palabras, Roberto Marino, del MTR anunció la frustración de la charla que ese miércoles, a los 18, estaba anunciada en la Facultad de Ciencias Sociales. Sin embargo, a su lado estaba la dirigente aymará Jenny Santander, encargada de Relaciones Internacional del MIP, dispuesta a poner las cosas en su lugar:
«No quisiera lamentar, sino repudiar esta actitud bochornosa del gobierno boliviano. Pero sabemos que los ríos siempre encuentran la manera de conectarse, incluso subterráneamente, y de alguna manera encontraremos nosotros las formas de intercambiar nuestras preocupaciones y luchas. Estoy aquí, invitada por los hermanos piqueteros y, en estos pocos días, he podido ver el trabajo urbano de estas organizaciones que luchan en un mismo sentido, aunque con diferentes conceptos culturales. Sin embargo, tengo la esperanza de que en esos movimientos todavía pueda haber un recuerdo, un halo de lo que fue y puede ser la comunidad. La comunidad en su más alto sentido ideológico, en el cual nosotros estamos planteándonos la respuesta a la crisis de este sistema decadente, al estado de barbarie al que nos somete, donde la individualidad se convirtió en un dios. Hombres sin trabajo, niños desnutridos, mujeres enfermas de hambre. Esta es la realidad del sistema y, hasta ahí, podríamos pensar que estamos casi destruidos. Pero sólo es así si la Humanidad no asume una conciencia de esto y si no retomamos lo que nuestros ancestros nos han enseñado, en el sentido del respeto a la cosmovisión en la cual todos somos hermanos y nos debemos respeto: tierra, animales y personas. En nuestro país, estas condiciones están dadas. Hemos llegado a un alto desarrollo de conciencia política. Tenemos claro nuestros objetivos y nuestras metas porque son resultado de un proceso que nos ha enseñado algo muy interesante: la construcción del poder desde otros espacios. También nos ha enseñado que el reconocimiento de la autoridad solo la damos nosotros. Si nosotros desconocemos la autoridad, no hay autoridad. No hay. Así de simple. También hemos visto, en especial en este proceso que se ha dado desde el levantamiento de octubre, que nos faltan armas. Las armas que teníamos no han sido suficientes. Pero esta conclusión ha sido producto de una discusión de todo un pueblo, no de un grupo, como solía hacer las izquierdas de antaño, esos grupos que operaban en nombre de los pueblos y que asumían acciones en su nombre. Esta vez, es el pueblo todo el que debate, decide y acciona. Y es dentro de este proceso en el que estamos. Ahora nos queda como tarea actual la organización de las ciudades. Y esto es algo que podemos aprender de ustedes, que han avanzado bastante. En lo poco que vi hasta ahora, noté que si bien las luchas de los movimientos argentinos son por reivindicaciones muy simples, que hasta este sistema -con un poco de voluntad- podría atender, han avanzado en la organización de espacios de trabajo comunitario. Hasta el gobierno de ustedes ha corroborado que los piqueteros están trabajando. Nosotros vemos esos espacios de trabajo como escuelas. Escuelas de convivencia, de vida cotidiana, de estructuración de células importantes para constituir una masa con otros objetivos. Por todo esto es que creo que debemos repudiar la actitud del gobierno boliviano de impedir que una persona se entrelace, como lo estamos haciendo aquí, para aprender uno del otro y juntos de todo. Muchas gracias.»
Con esas palabras, Jennifer resumió todo el programa de acción y la filosofía de su movimiento, e incluso su mirada sobre los movimientos argentinos. Estaba claro, entonces, que era necesario escucharla.
-¿Qué entienden ustedes por la construcción de comunidad como herramienta política?
-Es muy diferente a la concepción marxista. Es una forma ancestral, que tiene formas, usos y costumbres muy fuertes. El proceso de octubre, en Bolivia, por ejemplo, es un claro ejemplo de cómo desarrollamos nuestro trabajo. El conflicto estalla porque una comunidad decide aplicar su ley, que no es la de los blancos. Los aymará consideran que el robo reiterado debe castigarse con la muerte. Y así se hizo. Luego, la ley boliviana intentó castigar lo que consideraba un homicidio y arrestó al dirigente de la comunidad. Ahí comenzó la protesta y la marcha. Y eso, que llevó a todo el pueblo a salir a la calle, terminó dictando, durante la marcha, otras consignas. Para cuando las autoridades quisieron liberar al detenido creyendo que con esto iban a aplacar la movilización, ya era tarde; para entonces estamos en la calle por la no venta del gas y la renuncia del presidente. Así cayó un gobierno y así la gente desenterró las armas que tenía guardadas desde la revuelta de los años ´50. Es este ejercicio y defensa de la comunidad, desconociendo las leyes del sistema, el que desencadena la caída del sistema.
-Pero el sistema, de alguna manera, se reacomodó…
-En octubre la batalla consistía en la aplicación de tres planes o tácticas de lucha. La primera la llamamos «la pulga» porque significaba picar aquí y luego allá y saltar a otro lado y seguir picando. Así se organizaron los primeros cortes y barricadas. No como algo permanente, sino como ataques que saltaban en una esquina y, para cuando iban a reprimir allí, saltaba en la otra y así sucesivamente. La verdad es que volvimos locos a los uniformados. El segundo plan se llamaba «hormigas rojas» y consistía en avanzar y arrasar. La gente demostró ahí verdadero conocimiento sobre los puntos a los cuales atacar: no quedó casi nada en pie del Ministerio de Trabajo ni un ladrillo de oficinas de gobierno. El tercer plan se llamaba «taraj´chi» que es el nombre de un ave que ocupa el nido que deja vacío otra ave. Era el plan para tomar el gobierno y esto es lo que nos faltó. Es por eso que llegamos a la conclusión de que para llevarlo a cabo nos faltaron armas.
-¿Este plan fue ideado por Quispe, la conducción del movimiento…?
-De ninguna manera el hermano Quispe está autorizado a tomar decisiones por sí solo. Cada una de las medidas deben recorrer primero las comunidades y debatirse allí y recién después se concertan. Todo el plan fue debatido por las comunidades y su evaluación posterior también. Esto responde a una lógica de construcción política diferente: la aymará.
-¿Cuál fue el proceso por el cual el movimiento decidió abandonar la lógica marxista y abrazar la lógica aymará?
– Todos nosotros tuvimos una fuerte formación marxista. Sin embargo, hemos reflexionado mucho sobre esto y nos hemos preguntado cosas tales como cuál es esa presión cultural tan fuerte, capaz de mantenerse durante siglos y que ha logrado sobrevivir en las sociedades, a pesar de la opresión. Esas cosas han sido descuidadas… el peso de esa cultura y hasta dónde debemos asumirlas si queremos modificar la realidad. Cómo interactuar con ellas. El de Chiapas ha sido un fenómeno muy importante en ese sentido y nos ha servido para pensar en estos temas.
– De alguna manera lo que se produce es un cambio de lógica en la construcción política. Por ejemplo, hablabas de que la autoridad solo existe en tanto y en cuanto la reconozcamos ¿Cómo se construye otra forma de autoridad, entonces?
-La diferencia central es que la autoridad es la comunidad, no el que la representa. Entonces ¿dónde está el poder? Está en las bases. Esa es la diferencia.
-Eso significa, en la práctica, que el dirigente tiene que estar muy comprometido con el trabajo comunitario…
-Lo está. Y profundamente, tanto que llega hasta aspectos de la vida privada. No estoy hablando de lo relacionado con los sindicatos urbanos, donde el dirigente puede ser soltero, viudo o divorciado y puede hacer de su vida cotidiana lo que le da la gana. En la comunidad, no puede ser dirigente si no está casado, por ejemplo. Toda la actitud cotidiana, humana, está controlada por la comunidad.
-¿Cuál es el trabajo concreto que realiza el movimiento en las comunidades?
-Nunca hemos dejado de trabajar, en estos años, en relación con las comunidades. Son ellas las que nos solicitan cursos de capacitación en distintos ámbitos, por ejemplo. Pero, a su vez, los que somos de las ciudades vamos a esos cursos a aprender mucho de ellos. Entonces, el proceso es apuntalar todo lo que signifique la organización propia de la comunidad. Y eso es lo que estamos haciendo. Hay puntos que concentran mayor grado de organización que otros, pero todas las comunidades tienen hoy la capacidad para generar no solo movilización, sino control de sus acciones. Hoy día el control es tan efectivo, que cada comunidad sabe a quién le toca marchar, a quien le toca entrar en huelga de hambre y quien no lo ha hecho. Entonces, cuando se va a las marchas, el tipo de control es fordista: fulano está y tiene que hacer tal cosa. Y otro, tal otra.
-¿Y ese control quién lo ejerce?
– La comunidad. En la comunidad hay diferentes autoridades y hasta grados de representación. Y son rotativos. No hay poderes que sean absolutos ni permanentes. Quien decide si esa representación está bien o mal hecha o ejercida es la base.
– También mencionaste tu opinión sobre lo que viste de los movimientos piqueteros argentinos. Hablaste de reivindicaciones simples…
-Es lo que noté, hablando con gente de algunos movimientos. ¿Por qué luchan? es la pregunta. Y hay que desarrollar un alto grado de conciencia para que la respuesta no sea simple. Esto es algo que nosotros hemos aprendido, incluso, durante el proceso de participación en las elecciones. En la ciudad, cuando la gente vota por determinado partido, tiene la esperanza de que ese partido le retribuya por el voto una fuente de trabajo o una ayuda. Es una relación de tipo prebendal. En el campo no. Esperan que se refleje las necesidades de su comunidad. Ese ha sido el sentido de nuestro trabajo.
– No debe ser sencillo articular las necesidades de una comunidad con los objetivos del poder central, porque son mundos destinados a confrontar…
— Así es. Y tampoco es fácil que la base entienda que nosotros llegamos a las elecciones, entramos en el Parlamento y cumplimos fielmente lo que dicta la Constitución boliviana, cuando en realidad nosotros nos oponemos a ella. Lo que hay que explicar es que la construcción de esta democracia actual no la hemos hecho nosotros, simplemente hemos sacado una cantidad de diputados -seis- y adecuarnos, cosa que tampoco ha sido sencillo. Tenemos problemas con el idioma, problemas porque no aceptamos asesores blancos … Inclusive, a manera de anécdota, los diputados nos comentaban que los mozos que trabajan en el Parlamento no podían entender que un indio, alguien que ellos han considerado toda su vida inferior, tuviese que ser atendido por ellos. Entonces, tomaban represalias, como por ejemplo, cobrarles más caro.
– Y ahora que llegado al parlamento ¿Les ha resultado la vía electoral una opción válida?
-La experiencia ha sido mala con el Parlamento. No hemos, por ejemplo, podido impedir que el sueldo corrompa a los hermanos que están allí. Ahora, por ejemplo, se aproxima en Bolivia una elección municipal, de los gobiernos locales, y lo hemos estado discutiendo y creemos que lo mejor sería no participar o solamente participar en los lugares que sí tengamos preeminencia, para conseguir un poder más homogéneo. Pero es algo que todavía está en discusión. De todas formas, la parte electoral no es nuestro fuerte ni para nosotros lo más importante, porque no nos permite construir desde la base.
-Ese tipo de construcción, en los hechos, cómo funciona ¿a través de asambleas?
– La asamblea es una actividad muy permanente en la comunidad. Generalmente, las decisiones se adoptan por consenso o, si no es posible, se vota. Se discute allí todo tipo de temas: desde los más pequeños hasta los más grandes. Esa es la forma. Y en el Movimiento, así es también. Son las comunidades las que llevan sus mociones, de acuerdo a lo que ha decidido la asamblea de su comunidad.
-¿Con qué problemas se enfrentó el movimiento al tener este tipo de organización?
– Se ha acercado mucha gente indígena, con y sin formación. Algunos no han comprendido los objetivos centrales del movimiento y, en muchos casos, han sido presas de intereses foráneos que intentaron destruir la organización.
-¿Intentaron cooptarlos?
-Nos han cooptado. De hecho, muchos se han ido, pero no con bases, porque estas rupturas no son reflejo de una comunidad que no está de acuerdo con tal acción o línea política, sino de intereses personales o de grupos pequeños que pretenden hacer política de otra manera. Por eso la organización macro, la base, está intacta. Y lo de octubre nos ha servido para fortalecernos. Antes se hablaba de nuestra debilidad, que el liderazgo de Felipe estaba acabado y todo eso que generalmente se usa como arma para destruir un movimiento en construcción, que está organizándose.
-¿Cuál ha sido la base teórica en esta construcción política?
-El katarismo es la base fundamental. Tupac Katari nos ha dado grandes enseñanzas a nivel no solo de lo que debe ser la ideología, sino el significado de ese «volveré y seré millones». Creemos que ahora somos esos millones y de él hemos aprendido métodos de lucha, tácticas y estrategias, todo. Después de Katari, han venido otros luchadores y pensadores que, si bien la historia oficial los ha dejado de lado, queda mucho de ellos dentro de nuestra simbología y que forma parte de esa tarea de reconstruir lo que ha sido destruido. Parte de esa simbología es el motivo por el cual el MIP se funda en el lugar donde Katari murió. Es algo que tiene mucho de místico y de cultural. Hay quienes se dedican a difundir la parte religiosa, otros que se dedican al idioma, otros a la educación… es una gama tan grande de cosas que lo que implica es pensar muy diferente para poder entenderlo.
– Tu tarea de llevar adelante las relaciones internacionales del MIP ¿qué implica?
– Me he relacionado con organizaciones de Perú, he viajado al Ecuador, a Colombia, he ido a la lucha contra el ALCA, a Venezuela, pero ha sido difícil porque siempre ha estado la presencia de un hombre que ha acaparado la atención internacional, como Evo Morales, con quien yo tengo una muy buena relación personal. Pero eso no me impide decir que pesa más la propaganda que tiene afuera que el poder que tiene adentro. No es que yo quiera competir con él, sino de a poquito construir relaciones con organizaciones que nos encuentren, nos conozcan y, si creen que esta es una opción válida y consideran importante tener relaciones con nosotros, decirles que estamos abiertos. He aprendido a tener mucha paciencia, porque la paciencia es la base para consolidar un trabajo político.
-¿Qué tiene este proceso boliviano como potencia que lo diferencie de los movimientos que conociste en el resto de Latinoamérica?
– La diferencia fundamental, para mí, es el alto concepto ideológico. Esto tiene una supremacía.
-¿Qué significa esto cuando lo comparás con los movimientos argentinos?
-Los movimientos piqueteros y sociales que vi están detrás de cosas muy pequeñas, de objetivos inmediatos que cualquier gobierno, si hace un pequeño esfuerzo, los puede cumplir. He visto que en el Ecuador, por ejemplo, las organizaciones están muy enfermas por el trabajo de las ONGs. Han dejado todo objetivo de fondo por cuidar ciertas pegas del Banco Mundial, grandes financiamientos, etc. Estos son problemas que en mi país no ocurren. A pesar de que el hermano Evo sí trabaja con varias ONGs, pero nosotros nos hemos sacado todas de encima. ¿Cómo se llaman esos animales que chupan la sangre?
-¿Sanguijuelas?
-Bueno: el hermano Quispe dice que las ONGs son sanguijuelas. Y nos las hemos tenido que sacar de encima para que no chupen la sangre de los indios.
-¿Tiene que ver esto con las condiciones que imponen para aportar financiamiento?
-No solo con eso, sino con la falta de comprensión del tema indio. Y esto no es solo un problema de las ONGs, sino de los gobiernos, los partidos de izquierda… que al igual que algunas ONGs, quizá tengan buenas intenciones, pero no llegaron a entender la problemática, realmente entenderla. Por ejemplo, el aymara es algo tan difícil de comprender, su lógica, su estructura mental es algo tan difícil…
-Y si la tuvieras que explicar a alguien que la desconoce, como yo, totalmente ¿cómo sintetizarías en pocas palabras esa lógica?
– Es que no manejan la lógica dialéctica, que es la que conocemos. No es: sí o no. Ellos te van a decir si y no al mismo tiempo, que no es lo mismo que sí, pero tampoco es lo mismo que no. Y eso tiene un montón de connotaciones a nivel de discurso, a nivel de acciones, a nivel de mirar con otros lentes la realidad.
-Y el compromiso para la acción ¿cómo se logra? ¿Cuándo lográs que digan sí, más allá de las palabras, a una lucha?
-Hay compromiso en la medida en que se sienta identificado con el otro, que es igual a él. Porque la opresión ha sido tan fuerte, que si te ven un poco blanca, desconfían de ti.
-Es decir que confían en las personas, no en las palabras…
-Ni en las personas ni en las palabras, sino en las acciones de las personas. Es por eso que Felipe se encumbra de otra manera y desde otro lugar. Por ejemplo, Evo no se identificó de inmediato como un indio, se vestía incluso al comienzo de tal forma que parecía un blanco más. Y nosotros usamos la palabra indio con toda la intención de apropiarnos del nombre con que esta sociedad nos llama. La irreverencia de Felipe nos ha servido mucho para ganar nuevamente autoestima como indio. El hecho de que se plante y diga a una autoridad: «a usted lo voy a dejar parado (plantado, esperando) porque a mi me han dejado muchos años parado». O cuando el gobierno da algo, que responda: «yo no tengo porqué agradecer. No te voy a agradecer porque no te estoy pidiendo nada. Te exijo lo que a mi me corresponde.» Lo que no pasaba con otros líderes, que más o menos se ponían de rodillas o festejaban cada cosa que obtenían como si fuera una gracia. Esa irreverencia de Felipe nos fortaleció y eso fue definitivo en este proceso: sumarle al grado de conciencia el grado de autoestima necesaria para concretarla.
– Este grado de conciencia que vos decís que se alcanzó en Bolivia ¿cómo se desarrolló?
-Es la experiencia del mismo pueblo en la lucha la que la genera. Si recorremos la historia, vemos que los pueblos indígenas nunca han dejado de pelear. Y desde el 2.000 para acá, ha sido guerra tras guerra, muertos tras muertos. Pero, además, no podemos dejar de ver que estamos viviendo una etapa de decadencia del sistema que es insalvable. Este sistema no ha podido cumplir objetivos mínimos. Al pueblo boliviano, por ejemplo, ni siquiera le puede dar las reivindicaciones inmediatas como aquí. No tiene esa capacidad. Entonces, no hay donde más…no hay dónde más. Y ahí, en ese punto, es donde el pueblo sabe, instintivamente, hacia dónde dirigirse.
– En lo personal, este camino recorrido ¿qué significó?
– Yo estudiaba Psicología, comencé a trabajar dentro de la izquierda tradicional y un día preparamos una conferencia sobre el tema religión e indigenismo. Estábamos muy orgullosos de nuestro trabajo, pero cuando comenzó la conferencia, los integrantes de las comunidades que vinieron a escucharnos se levantaron y se fueron. Y yo los seguí para saber por qué. Desde entonces, ese camino que inicié ese día me modificó gratamente. Me hizo sentir contenta conmigo misma por ser india, lo que antes no ocurría. Me causaba mucha inseguridad el hecho de no poder ser blanca, en todo el sentido estricto de la palabra. Mis propios padres, por ejemplo, no me enseñaron a hablar aymara ni quechua para que no me discriminen y eso, por el contrario, me provocó una gran indignidad. Logré, en este camino, ganar autoestima y encontrarme a mí misma.
Confiar en que el Estado, debidamente interpelado y presionado, haga algo tangible para mitigar la inseguridad de la existencia no es mucho más realista que la esperanza de acabar con la sequía mediante la danza de la lluvia. (…) Allí donde ha fracasado el estado, quizá la comunidad, la comunidad local, la comunidad físicamente tangible, material, una comunidad encarnada en un territorio habitado por sus miembros y por nadie más (nadie que no pertenezca a ella) provea el sentimiento de seguridad que el mundo, en sentido más amplio, evidentemente conspira en destruir.
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.

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La Ley del Cáncer: avanza un proyecto que permite fumigaciones con agrotóxicos a 10 metros de viviendas

Una Ley Nacional que proviene del sector del agronegocio avanza en la Cámara de Diputados, impulsada por la UCR y la Coalición Cívica. Se trata de la norma que regula, entre otras cosas, la aplicación de agrotóxicos. El punto clave de este proyecto legislativo figura en el artículo 9, donde se establecen distancias mínimas para fumigar desde los 10 metros para aplicaciones terrestres y con drones, y 45 metros para aplicaciones aéreas. La primera reunión informativa contó solo con oradores promotores de la iniciativa y solo dos voces críticas; crónica de esa reunión y la opinión del médico Damián Verzeñassi, la enfermera del Garrahan Meche Méndez, el abogado Marcos Filardi y Sabrina Ortíz, vecina fumigada y abogada que acaba de presentar un escrito para convocar a audiencias públicas y foros de debate para evitar que se apruebe esta Ley que prioriza el negocio a la salud social y medioambiental. FRANCISCO PANDOLFI
Esta semana se presentó en la Cámara de Diputados el proyecto de ley nacional “de presupuestos mínimos de protección ambiental para la aplicación de productos fitosanitarios”. Es decir, de agrotóxicos.
El proyecto fue escrito por la Red de Buenas Prácticas Agrícolas, integrada por más de 80 instituciones públicas y privadas vinculadas con el agronegocio, y dentro del recinto encabezan la iniciativa los diputados Atilio Benedetti (UCR – Entre Ríos), presidente de la Comisión de Agricultura en la Cámara de Diputados, y Maximiliano Ferraro (Coalición Cívica). La nueva norma ya cuenta con el acompañamiento de 32 legisladores, entre un abanico variopinto que engloba a La Libertad Avanza, Unión por la Patria, UCR, PRO, Coalición Cívica, Encuentro Federal, entre otros partidos.
El punto clave de este proyecto legislativo figura en el artículo 9, donde se establecen distancias mínimas para fumigar desde los 10 metros para aplicaciones terrestres y con drones, y 45 metros para aplicaciones aéreas.

Exposiciones sin consenso
El martes pasado se llevó a cabo una primera reunión informativa en la cual las y los oradores sólo fueron personas, organismos y corporaciones a favor de la iniciativa.
En la comisión conjunta realizada entre Agricultura y Ganadería y Recursos Naturales y Conservación de Ambiente Humano hubo entidades gubernamentales, de productores, de ingenieros agrónomos, de acopiadores, de empresas de tecnología agropecuaria y ONG a favor de la ley. Maximiliano Ferraro expresó que “el proyecto no tiene una mirada sectorial”. Y que “nace de un diálogo. Un diálogo y consenso, que podemos ampliar”.
Sin embargo, se dijo, no hubo invitaciones a voces disonantes.
Las únicas dos ponencias que no se alinearon al lobby de la producción con plaguicidas fueron el diputado Juan Carlos Giordano (Izquierda Socialista – FIT Unidad) y su par Blanca Osuna (Unión por la Patria). Dijo Giordano: “Deben darle espacio a quienes estamos en contra de esta ley. Hay una lista de un montón de organizaciones que quieren venir a exponer las barbaridades que ocurren por el uso de agrotóxicos. Fumigar a 10 metros de ninguna manera puede ser una buena práctica agropecuaria”. Dijo Osuna: “Es indispensable escuchar voces de otros sectores, estamos en falta si no. Los expertos científicos deben estar acá, están ausentes en este proyecto. Primero debe estar la salud, luego la producción”.
La evidencia del modelo
Tras el encuentro del martes, distintos actores se manifestaron en contra del proyecto. Damián Verzeñassi es médico generalista y es el director del Instituto de Salud Socioambiental de la Universidad Nacional de Rosario, desde donde se hicieron desde 2010 a 2019 más de 40 campamentos sanitarios en diversos pueblos de Santa Fe, Entre Ríos y Córdoba para relevar puerta a puerta la situación de la salud en localidades fumigadas. ¿Qué demostraron esos resultados? Que en las comunidades rurales se multiplicaban los trastornos endócrinos, los abortos espontáneos, las malformaciones y el cáncer. Opina Damián: “Si se aprueba esta ley permitiría que se fumigue a 10 metros con productos que pueden generar cáncer de mama, cáncer de tiroides, alteraciones endocrinas en las glándulas, disminución de la capacidad de nuestro sistema inmunológico de defendernos. Por ejemplo, el herbicida atrazina está prohibido en 37 países, pero en Argentina está autorizada. Este tipo de cosas avala la ley que quieren aprobar”.
Sin embargo, el diputado por la Libertad Avanza Pablo Ansaloni, que proviene de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (UATRE) dijo en la reunión informativa: “Desde nuestra actividad, que la vengo ejerciendo durante 30 años, manipulamos el cereal y estamos en contacto todos los días con el fitosanitario. Podemos dar fe que no tenemos ningún enfermo”.
Meche Méndez es enfermera de Cuidados Paliativos del Hospital Garrahan y desde hace años viene dando una pelea (casi en soledad) para que exista una historia clínica ambiental que pueda demostrar la relación de los agrotóxicos con las enfermedades. Le dice a lavaca: “El sistema de salud sigue sin considerar el daño, en muchos casos irreparable, que los tóxicos utilizados desde hace décadas en el modelo extractivo están produciendo en el ambiente, los territorios y por ende en los cuerpos de quienes los habitamos, atendiendo los síntomas y/o la enfermedad una vez producida, pero sin asociarlo cómo posibles causa”.
Sobre el proyecto de ley, analiza Méndez: “Sólo puedo compartir mi absoluto rechazo. Ya está comprobadísimo por la ciencia sin conflicto de interés que la deriva (movimiento de plaguicidas en el aire) no tiene control, que los venenos enferman y matan. Necesitamos medidas aún más protectoras de las que tenemos actualmente y sobre todo dejar de usar esos tóxicos. Hago un llamado urgente a los profesionales de la salud, a las sociedades científicas supuestamente comprometidas con la salud y el ambiente a que se expidan y rechacen esta posibilidad criminal de echar venenos a 10 metros”. Remata: “Se sabe que produce cáncer, malformaciones, daños genéticos, un montón de enfermedades y síntomas. Esto no puede salir de la Cámara de Diputados”.
María Luisa Chomiak, de Chaco, es la única diputada de Unión por la Patria que acompañó con su firma este proyecto. Argumentó: “Lo suscribí porque se necesita tener esta discusión. Toda iniciativa es perfectible y no hay nada más importante que la salud. Si se prioriza esto, celebro que estemos discutiendo este tema”. Sin embargo, en el proyecto no figura que la reducción de las distancias va en sentido contrario al principio de «no regresión en materia ambiental» que establece la Ley General de Ambiente y tratados internacionales como el Acuerdo de Escazú. Ni tampoco informa las pruebas científicas ya demostradas sobre la consecuencia de los plaguicidas: desde los efectos letales del glifosato en embriones anfibios, constatado por el ex titular del Conicet Andrés Carrasco, hasta los estudios de Delia Aiassa en la Universidad de Río Cuarto sobre daño genético, que comprobaron el riesgo aumentado de contraer cáncer. A partir de estas investigaciones hubo fallos judiciales en distintos puntos del país prohibiendo las fumigaciones terrestres a menos de 1.095 metros y las aéreas a menos de 3.000.
Antecedentes que enferman
Una de esas localidades es Pergamino, al norte de la provincia de Buenos Aires. Allí vive Sabrina Ortiz, una de las tantas personas que se enfermó por agrotóxicos. Perdió un embarazo de casi 6 meses y tuvo dos ACV. Sabrina tiene una particularidad notable: como no encontraba abogados que la defendieran, estudió Derecho y se recibió. Fue amenazada; le mataron a su perro como amedrentamiento. Después de años de denuncias y estudios científicos, la Justicia federal confirmó que el 3 de diciembre de 2025 comenzará el juicio oral contra tres productores agroindustriales por delitos de contaminación ambiental, según la Ley de Residuos Peligrosos (N° 24.051). En la causa se documentaron daños a la salud vinculados a la exposición crónica a sustancias como glifosato, atrazina y clorpirifós.
Sabrina, junto a varios colegas, acaba de presentar un escrito colectivo de abogadas y abogados de Pueblos Fumigados en donde solicitaron a las presidencias de las comisiones de Agricultura y Ganadería y de Recursos Naturales de la Cámara de Diputados de la Nación que convoquen audiencias públicas, foros y videochats de debate antes de tratar el proyecto de ley.
Marco Filardi es abogado especialista en derechos humanos y temas ambientales y es parte de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la Facultad de Medicina de la UBA. Le dice a lavaca: “Esta norma manda un mensaje a todas las provincias de que este (10 metros fumigación terrestre y dron, y 45 metros aérea) es el estándar mínimo, el piso ambiental y eso no lo podemos aceptar. Gran parte de nuestra población está expuesta cotidiana, sistemática y estructuralmente a la aplicación de más de 7.000 formulados comerciales con autorización vigente por el Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) en una cantidad de más o menos 500, 600 millones de litros de agrotóxicos al año. Tenemos el triste privilegio de ser el país que más agrotóxicos por persona y por año usa en el mundo y los resultados están en los cuerpos, están en los territorios”.
Desde los impulsores de la iniciativa no contactaron a científicos, ni profesionales de la salud, ni abogados, ni a ninguna de las organizaciones ambientales. Como por ejemplo la coordinadora “Por una vida sin agrotóxicos Basta es Basta”, de Entre Ríos, que se moviliza todos los martes desde 2018 frente a la Casa de Gobierno en Paraná. “La ley nacional es un ‘copy-paste’ de la que ya tenemos acá, aprobada a finales de 2024 y en la que habilitan fumigar a 5 metros de los cuerpos de agua, a 10 de las plantas urbanas y a 15 de las escuelas rurales. Ellos se amparan en las buenas prácticas agrícolas sin basarse en ninguna evidencia científica, a diferencia de todos los trabajos publicados en Argentina y en el mundo donde se demuestra el impacto que tiene el uso de los venenos sobre la salud y los ecosistemas, más allá de la dosis y la distancia. Lo que genera el daño es la presencia del veneno y si hay evidencia científica ya está: no hay más que hablar”.


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