Nota
Lucio Salas Oroño, asambleista: «Lo que está haciendo Kirchner es fruto del 19 y 20»
Esta conversación con Lucio Salas Oroño, 50 años, escritor, miembro de la Asamblea de Núñez, uno de los inspiradores e integrantes de la Cooperativa La Asamblearia y un activo participante de toda esa gran movida social ocurrida en el último año y medio, refleja una mirada personal sobre los cambios en la situación política, la lucha por el poder, la horizontalidad, los intelectuales lacerados y algunos otros enigmas. Se trata de ideas nuevas sobre prácticas aún más novedosas. Y de los desafíos que se inauguran con esta etapa: «En cierto sentido -dice Lucio- ahora se pone en juego la consistencia de la autonomía. La autonomía frente a un estado mafioso, que no da espacio o que reprime, podría ser casi un deber. Con un Estado más seductor, el debate sobre la autonomía cobra otro valor».
¿Cómo deben plantarse los movimientos sociales frente a la nueva situación política?
¿Estamos ante un cambio, o ante un maquillaje?
Semejantes preguntas no tienen una sola respuesta y resultan un disparador para debatir sobre el paisaje político argentino.
Esta conversación con Lucio Salas Oroño, 50 años, escritor, miembro de la Asamblea de Núñez, uno de los inspiradores e integrantes de la Cooperativa La Asamblearia y un activo participante de toda esa gran movida social ocurrida en el último año y medio, refleja una mirada personal sobre los cambios en la situación política, la lucha por el poder, la horizontalidad, los intelectuales lacerados y algunos otros enigmas. Se trata de ideas nuevas sobre prácticas aún más novedosas. Y de los desafíos que se inauguran con esta etapa: «En cierto sentido -dice Lucio- ahora se pone en juego la consistencia de la autonomía. La autonomía frente a un estado mafioso, que no da espacio o que reprime, podría ser casi un deber. Con un Estado más seductor, el debate sobre la autonomía cobra otro valor».
Lucio fue militante de la izquierda revolucionaria en los 70, se exilió en Suecia. De vuelta en la Argentina, sufrió particularmente la etapa menemista como un momento angustiante, y sintió que la participación en el movimiento asambleario era una forma de resignificar su vida.
En las últimas elecciones fue uno de los que votó «Que se vayan todos», pero ahora está en el grupo de los favorablemente sorprendidos por las primeras semanas del nuevo gobierno.
«Me produce optimismo el estado de expectativa de la gente. Sin cierta confianza, en un estado de melancolización colectiva, es muy difícil hacer cosas. Los actos simbólicos de este gobierno han resultado tan inesperados que producen un cambio de ánimo y para los que estamos con una actitud propositiva, eso es todo un patrimonio».
Salas considera que si se está en una política de pura confrontación, da lo mismo cualquier forma o persona que adopte el Estado.
-Pero si estás comprometido con ciertos proyectos que querés realizar ahora, la actitud del Estado no es nada aleatoria. A veces conseguir una indiferencia del Estado ya es bastante positivo.
-No tenerlo de enemigo. Que no vengan a pegar.
-Por eso creo que estaban equivocados los que decían que era lo mismo Menem, cuyo programa era molerte a palos, o el «pingüino» (referencia al señor Kirchner) que al menos no prometía eso. Y lo digo habiendo votado Que se vayan todos. Pero no sé si las asambleas no tendríamos que haber sido más flexibles con el estado de ánimo de la gente. Recuerdo aquella consigna que decía «Votá lo que puedas, construí lo que quieras». Me parece que algo así hubiera sido mejor que el boicot. Pero ya está, ya pasó. Y la nueva situación deja mucho margen para aprovechar.
-¿Por ejemplo?
-Si el gobierno deja caer la privatización del Correo, o de Aguas Argentinas, cosas tan viciadas, cambia el debate. Supongamos que el gobierno diga «hay que licitar de nuevo». Nosotros podríamos promover una forma de gestión social de ese patrimonio colectivo. Queremos que ese servicio sea universal y que se implemente bajo control de los usuarios y los trabajadores de esas empresas. Pero que mientras tanto el gobierno deje caer los contratos, es un gran avance en esa dirección.
-¿Pero es en esa dirección, o en la que quiere el gobierno?
-Yo creo que es un avance porque te pone en situación de interlocutor político, con una condición: que tengas algo para decir. Ahora, si estás encerrado en una pura confrontación contra todo, esto te complica, y pasás a ser inoperante. Tu negocio, en ese caso, es «cuanto peor, mejor». Los que tenemos unos años, sabemos que eso no es nada cierto. Yo creo que hay una recuperación del sentido común y de espacios para un pensamiento crítico.
Sentido común y pensamiento crítico: lo que Salas señala es que se ha ido rompiendo el contexto del pensamiento único y se abrieron muchas posibilidades prácticas de ideas y acciones.
-Son pocas semanas, pero los actos del gobierno contribuyeron a la ruptura del pensamiento único y a cierta restitución de la dignidad. Pero toda esta situación política novedosa, lo que hace Kirchner, en el fondo es fruto del 19 y 20, y todo el nuevo reclamo de transformación de las relaciones sociales. Sin eso, este gobierno no hubiera empezado de este modo.
-Según esa visión, el nuevo gobierno estaría respondiendo a aquellos reclamos.
-Creo que sí, y es lo que provoca el cambio de expectativas. ¿Hasta dónde va a llegar? No se sabe. La situación es inestable. Pero me parecería un poco tonto desde el punto de vista del movimiento social acosar a Kirchner. No veo a nadie en esa posición, ni a los partidos de izquierda. Pero todavía no estamos aprovechando suficientemente las posibilidades de juego que hay.
-Con tanto entusiasmo, más de uno podría sentarse a esperar que el señor Kirchner o su señora arreglen todo.
-Deponer el protagonismo sería lamentable. Pero eso lo podés combatir: hay que aclarar que el Estado no va a solucionar los problemas de la sociedad. Puede crear condiciones, pero lo que no hagas por vos mismo, con tu auto organización y tu autonomía, no lo va a hacer nadie. En cierto sentido, ahora se pone en juego la consistencia de la autonomía. La autonomía frente a un estado mafioso, que no da espacio o que reprime, podría ser casi un deber. Con un Estado más seductor, el debate sobre la autonomía empieza a cobrar otro valor.
-Mucha gente aparece desconfiada ante el gobierno, ante tanto brote de optimismo, y parece preferir cierta distancia con la nueva situación.
-Tenemos todos los motivos, ¿no? A mi me parece muy prudente. Yo no me voy a hacer kirchneriano. La crisis de representación es mundial, tiene otros orígenes, uno tiene que seguir cuestionando el espectáculo político, y en el fondo el Que se vayan todos sigue siendo una consigna completamente válida. Pero hay que registrar los actos simbólicos que nos ponen en un nuevo escenario.
-Pero en el actual contexto de expectativas, ¿cuál puede ser el sentido del Que se vayan todos?
-Es un cuestionamiento a un sistema de representación política que no permite la vida democrática de las sociedades, es un programa político a largo plazo. Se puso muy en evidencia en Europa con la guerra en Irak. Lo que pasa es que esto requiere un poquito de sutileza. Es bastante fácil resolver todo en términos de consignas. La vida es compleja. Hoy te pone frente a una situación en la que no hay más remedio que pensar lo político en su dimensión con el Estado, cosa de la que estábamos exceptuados cuando el Estado se manifestaba como un enemigo completo.
-He escuchado a asambleístas preguntarse cómo actuar frente a un poder que se relegitimó, mientras sospechan que lo actual es puro maquillaje.
-Es una preocupación comprensible. Pero hay que ir un poquito para atrás, y pensar que Kirchner tal vez no tenía más remedio. Cuando le dijeron «usted va a ser presidente por el 22% de los votos», él dijo «en realidad tengo el 12, el resto es de Duhalde». Con lo cual tuvo que salir a legitimarse frente a la sociedad. Esto no había pasado. Yo no recuerdo de ningún presidente en la situación de querer legitimarse habiendo ganado.
-Hasta ahora hemos tenido a los que prometen, pero después hacen todo lo contrario. Esta vez lo raro fue que se pusieron a hacer más de lo que habían prometido.
-Sobre todo son actos simbólicos, pero en el imaginario colectivo pesan. No hay que subestimarlos. Lo que uno ha ido aprendiendo es que la construcción de los mitos y el valor de lo imaginario tienen tanto o más peso que ciertas estadísticas. La realidad finalmente tiene que ver con cómo uno la reconstruye en sí mismo. Las cosas no se viven objetivamente, las viven los sujetos. Y si esos sujetos tienen expectativas, cosas que son estadísticamente iguales, cambian.
-El riesgo es quedarse mirando el espectáculo de los actos simbólicos.
-Pero eso puede pasar si no tenés tus propias propuestas para salir a disputar frente a un pueblo que manifiesta haber recuperado su sentido común. Yo sé que lo que digo puede ser discutible, pero uno tiene que decir lo que piensa. Equivocarse es un derecho. Pero sinceramente, no creo que mañana Kirchner saque a los militares para molernos a palos. Puso a Eduardo Duhalde en Derechos Humanos, Duhalde fue a ver a la gente de Brukman. La gente de Brukman vino a contarnos que ahora harán la cooperativa y la fábrica puede recuperarse. Parece que se puede ir caminando un poco.
Otro debate en danza es sobre las propias asambleas barriales. ¿Siguen teniendo entidad, o fueron apenas un virus de verborrea? ¿Tienen vigencia, o están en crisis terminal? Dice Lucio: «Es cierto que muchos asambleístas nos hemos sentido bastante dolidos por tantos certificados de defunción que nos han ido extendiendo los intelectuales. Intelectuales que no participan en el movimiento asambleario. En muchos casos son los mismos que sin participar, o participando de ojito, en otro momento le asignaron a las asambleas una importancia mucho mayor a su verdadera inserción.»
Lucio cree que debe haber habido muy pocas experiencias de democracia y horizontalismo tan extenuantes como la de las asambleas porteñas. «Lo de la horizontalidad es un invento argentino. Con sólo salir a Uruguay, hablás de horizontalidad y no entienden si te referís a alguna cama».
Una curiosidad: esa forma horizontal de organización incluye a asambleas, a ciertos movimientos piqueteros, a algunos de derechos humanos. «Capaz que nos hemos ido copiando» dice Lucio. Lo real, es que constituye un modo novedoso de hacer política, una especie de seguro contra autoritarismo que Salas reconoce haber sufrido en carne propia: «Yo tengo un natural bastante autoritario, me encanta tomar decisiones. Pero en la Asamblea me han puesto tantas veces en mi lugar al final uno se termina haciendo a esa práctica».
-De esa misma anécdota, ¿no se desprende que el mecanismo traba la capacidad de decisión, y que la asamblea puede convertirse en una burbuja que no va a ningún lado?
-La asamblea pretende una forma de autoorganización. Además, cuando aparecen iniciativas como la de La Asamblearia, o las comisiones dedicadas a economía solidaria, o la de privatizaciones, ya se pasa al plano de lo económico, de la vida material. Se va a la estructura misma -como se diría en lenguaje marxista- de las relaciones sociales, de las relaciones económicas. Pero a la inversa, los que pensaron que las asambleas tenían que tomar el poder, estaban un poco equivocados.
Lucio cree las asambleas han sido una experiencia ardua para muchos intelectuales, a quienes en ese ámbito no se les ha reverenciado debidamente el prestigio ni los oropeles. «No te dan pelota», informa Salas. La horizontalidad puede haber resultado lacerante para ciertas deformidades de la autoestima:
-La cuestión, de todos modos, era aguantarse para ver qué salía de todo esto. De la democracia y del pluralismo. Pensándolo bien, así debía ser la polis: una cosa difícil.
-Tal vez había griegos poco considerados que contradecían a los filósofos profesionales.
-Sí, del ágora nos quedan retratos muy floridos, pero debía ser bastante espantoso. Pero hay cosas que conviene mirar bien. Por ejemplo, una asamblea puede tener un promedio de 30 ó 40 personas, pero si se abren bien los ojos, empieza a verse la cantidad de organizaciones sociales como bibliotecas populares, sociedades de fomento, clubes, aparecen ante uno otros actores sociales con los que construir en red. La potencia de una asamblea no está dada por el número de sus miembros activos, sino por este tipo de relaciones que va desarrollando en el barrio, en el territorio. El foro de Economía Solidaria en Núñez, lo hizo la Asamblea con otras 19 organizaciones barriales. No es poco.
Esas organizaciones para Salas tienen un valor que no se suele apreciar, o que se desmerece por su supuesta pequeñez.
-Por ejemplo, una biblioteca popular, tal vez no colme mis expectativas de lectura, pero sí la de muchos vecinos o la de 50 niños que asisten cada día. Es una forma de organización popular importante, a la que uno ha permanecido un poco ciego durante años, aún teniendo una actitud activista o militante, porque uno se ha concentrado en hechos más espectaculares de la política.
-¿Espectaculares?
-Claro, el gran debate político, las intervenciones en la vida social con efectos mediáticos. En cambio este otro tipo de construcciones tal vez no sea el más espectacular, pero es el que garantiza una forma de transformación posiblemente lenta, pero consecuente. Lo espectacular lo hemos tenido en la historia argentina de nuestra generación. Tomar un cuartel militar, por ejemplo. Un episodio de la máxima espectacularidad. Y al final, ¿para qué servía eso? ¿Realmente representaba una disputa por el poder? ¿El poder estaba en el cuartel?
Hay un montón de preguntas que tienen que ver con nuestra generación, la de los que tenemos unos 50 años, cuando éramos jóvenes, y creo que en la mayoría de los casos se responde negativamente. Por eso me parece que hay una revisión de nuestra forma de participar de la vida social, y de procurar la transformación.
-Sin embargo hay intelectuales, como el estadounidense James Petras, que dicen que las asambleas con sus discusiones ad infinitum y su rechazo a los liderazgos, terminan siendo una especie de anarquía estéril y nada transformadora.
-Yo me decepcioné mucho con Petras. Por ejemplo, su interpretación de del Foro Social de Porto Alegre, que para mi fue tan importante y que él subestimaba totalmente diciendo que en lugar de «otro mundo es posible» sólo se iba a terminar diciendo «otro foro es posible». Yo creo que sus planteos han fracasado, los veo muy cuadrados. Keynes decía que eran tan pocos los hombres que después de los 25 se atreven a incorporar una idea nueva Es bravo. Uno a veces tendría que aprobar con melancolía que a lo mejor no tuvo razón.
-Dejemos a Petras, vamos al argumento.
-Él habla de anarquismo. Yo no soy anarquista. En las asambleas hay algunos anarquistas, están en todo su derecho, y son muy buenos compañeros. Pero la horizontalidad no se hizo por anarquismo, sino que -como lo ha dicho Naomi Klein- es una apuesta bastante radical a evitar las jerarquizaciones y organizaciones verticales que tan malos resultados han dado. Es interesante ver que esto surge entre gente que ya hizo la experiencia de la organización vertical. Yo mismo fui integrante de una organización centralizada, revolucionaria y de izquierda, y por eso conozco cómo se piensa el asunto.
-Pregunta: ¿cómo se piensa el asunto en esas organizaciones de izquierda?
-Se piensa en los frentes de masas. Las asambleas serían un ejemplo. Vos vas al frente de masas con tu línea y tenés que imponerla. No es que seas malvado. Estás convencido de que tu línea es la justa, bajás al frente de masas y operás, y lo podés hacer con absoluta transparencia y honestidad, pero para conseguir que ese frente de masas actúe de acuerdo a tu estrategia.
-Si uno les cuestiona eso, contestan: ¿qué tiene de malo? Es la naturaleza de su propia actividad militante.
-Claro, y es difícil romper con esa idea del frente de masas, y que consideren la autonomía como un valor. La autonomía de cada organización social en sí, sobre todo cuando no existe nada parecido a un proyecto conjunto, se tiene que ir elaborando en función de las experiencias prácticas concretas. Tratar de meterles el corsé de un programa elaborado desde afuera, es central en la estrategia leninista de la política. El aparato se termina imponiendo de una forma bastante brutal sobre el frente de masas. No ha dado resultados muy notables
-Pero como respuesta a esos resultados poco notables, ¿no se corre el riesgo de abandonar cualquier estrategia que plantee el problema del poder?
-Es que me parece que la autonomía o la horizontalidad no implican desconocer la existencia del Estado, por ejemplo, que fue el motivo de mayor esterilización del movimiento anarquista, tan importante hace cien años: el ideologismo, hacer un gigantesco tabú del Estado. Es distinta una posición autonomista de una anarquista. Esta última me parece un poco sin salida, termina siendo testimonial y poco operativa para el cambio social, que es lo que a uno le interesa, y no sólo hacer el testimonio de la pureza de mis ideas.
-Ni quedarse sólo en la protesta.
-Claro, creo que se trata de que en las asambleas se hable más de política, en el sentido más tradicional. Digamos, yo vengo de una generación donde aplicábamos la palabra política a todo. Estaba bien eso de plantear que eran «políticas» -en el sentido más profundo de la palabra- todas las intervenciones culturales o sociales.
Pero también hay que empezar a pensar la política en el sentido más usual, la relación con el Estado. La gente está en contra de los políticos por la forma en la que utilizan el poder del Estado. Pero no de la actividad política.
-Así planteada, la autonomía no se opone a pensar una relación con el Estado o el poder.
-Te aclaro que son mis ideas personales, y no consensuadas en una asamblea.
Yo veo que lo que realmente hace al núcleo de la construcción del movimiento social y de la autonomía no es la negación del Estado, sino que el Estado no es el centro de la estrategia de poder. Esto también tiene que ver con la actitud de confrontación. No creo que sea útil confrontar con el Estado. Se confronta cuando es inevitable. Pero la búsqueda de confrontación en nuestro pasado ha demostrado ser más bien estéril. Uno lleva todas las de perder. Hay que observar que las estrategias de la toma del poder, cuanto más serias han sido, siempre se han planteado que en la naturaleza del poder está el ejercicio de la violencia organizada.
-En esa línea, lo único razonable es acumular fuerza, hasta tener más fuerza que el poder establecido.
-Pero en ese caso hay que plantear el aspecto militar de la cosa. Es un poco desagradable de decir, pero si realmente uno pone el centro de su estrategia en el control del poder del Estado, antes o después debe considerarse que el Estado tiene aparatos de coerción y de monopolio de la violencia, que hay que quitarle. O doblegar, o no sé qué.
En cambio, una estrategia que no se centra en la lucha por el poder del Estado sino en el desarrollo de la organización social, en el seno de la sociedad civil, no tiene por qué atarse a las estrategias de confrontación, salvo que sea inevitable, porque -como te decía- en las confrontaciones se tiene todas las de perder.
Entonces por un lado, existe una perspectiva -que muchos hemos compartido- de una construcción de una sociedad distinta a partir de una toma del poder del Estado. Pero la idea de que cuando conquistes el poder vas a resolver desde arriba los problemas de la sociedad te inhibe, en algún grado, de intentar transformaciones para la vida que vamos viviendo.
La otra variante es concentrarte en la construcción que te interesa, sin esperar a controlar el poder del Estado para hacer la transformación.
Hay otras formas de transformación. Se me ocurre pensar en experiencias históricas. La burguesía europea, ¿cómo ascendió? Cuando ascendió al poder político llevaba siglos de haber ido impregnando de su forma de relaciones sociales a la Europa feudal. Cuando maduró ese dominio de la sociedad por las formas de propiedad burguesas, por la consolidación de una clase, la conquista del poder político fue como una derivación natural.
Yo no sé si esto es enteramente asimilable pero las transformaciones sociales se han dado en el tiempo, primero dentro de la sociedad y después en las instituciones políticas, que tampoco son eternas, sino que son formas históricamente determinadas.
-¿Qué ejemplo hay de esa manera de pensar la política desde los movimientos sociales, con relación al Estado?
-En la cooperativa La Asamblearia, entramos en contacto con gente de Inti que está colaborando con diversas cuestiones, desde la formulación de una página web, hasta apoyo técnico para emprendedores y posibilidades crediticias. Esos recursos del Estado estaban ahí, nos topamos con funcionarios con buena leche, y eso nos permite dar un salto manteniendo siempre nuestra autonomía. Las asambleas podrían hacer suyas propuestas como las del EDI, Economistas de Izquierda, un nucleamiento de docentes universitarios que hicieron un estudio del presupuesto de la Capital que muestra cómo recaudar 1.000 millones más por año corrigiendo los impuestos. Con esos planteos podríamos tener una verdadera intervención política, para plantarnos frente a los candidatos, y que no te corran con el argumento de que «no hay plata». Se puede lograr una injerencia en cómo se distribuye, en plantear de dónde obtener el dinero, en no quedarte sólo en el reclamo sino explicar cómo hacer que hospitales y escuelas estén mejor, y que haya plata para la economía solidaria.
-Es cierto, pero esta posibilidad no existe actualmente, es una expresión de deseos.
-Pero sí existe una experiencia como la de la Comisión de las asambleas autónomas dedicadas a las privatizadas. Ellos son los que han tenido más instinto para articular situaciones bien concretas como la de los servicios públicos, la amenaza de tarifazos, y vincularon rápidamente eso con la protesta, la denuncia, la movilización y la acción de muchos actores sociales y del propio Estado. Además, se manejaron también con presentaciones legales, las defensorías del pueblo, los estudios económicos. Hicieron una combinación para tener una concreta intervención política, con muchas alianzas y de hecho es una de las comisiones históricas de las asambleas, que ha funcionado desde los primeros momentos.
-Volvamos a otro de los cuestionamientos contra la horizontalidad, el de la ineficiencia.
-Venimos de una crítica muy fuerte a los mecanismos de representación, que tampoco han sido un modelo de eficiencia. Tal vez sea una reacción extrema, pero es donde estamos situados. Me parece que hay cuestionamientos injustos. Las asambleas lograron muchas cosas como prácticas concretas en los barrios. Las fábricas recuperadas también son experiencias de horizontalismo. Creo que es un antídoto contra las jerarquías permanentes.
Esto está muy asociado a la cuestión del consenso. En las asambleas a veces se busca no votar y discutir hasta que se convenzan todos, o una gran mayoría. Son cosas que uno podría resolver en menos tiempo votando de una forma clásica. ¿Sirve eso? El que no entendió el sentido se queda como resentido. Entonces el vínculo afectivo esencial se puede deteriorar. Porque estas son construcciones en las que media también el afecto. Estamos tanto tiempo juntos, que por supuesto hay tensiones, peleas, pero si eso no se puede resolver, las asambleas de debilitarían, se entra en una dinámica expulsiva.
Es lo que pasa en los partidos. Se llega a un momento en el que se discute, se toma una decisión, y al que no le gusta se va. Aquí en cambio se lima, se lima, hasta llegar a un consenso muy amplio, inclusivo.
-Pero puede ser a costa de una pérdida de tiempo y energía descomunal.
-En la medida que las cosas salgan, es otro tipo de eficiencia. El movimiento social tiene que aceptar sus propios tiempos, y sus propias reglas de juego. No es negocio alterarlas para jugar al ritmo de los demás.
-¿Cómo fue tu pasaje de la experiencia en una agrupación centralizada y jerárquica a una búsqueda por el lado de los movimientos más abiertos, autónomos y horizontales?
-Yo tuve que exiliarme. Estuve en Suecia. Ahí conocí al movimiento contra la energía atómica. Yo estaba a favor de la energía atómica, porque era muy partidario del progreso. La energía atómica era progresista de por sí. Decíamos que el problema era el capitalismo, que no podía controlar ese sector. Después entendí que la cosa era más complicada. Pero ahí conocí eso de que podía haber un movimiento social con su organización y objetivos, que no era parte de un proyecto político partidario. Eso me marcó bastante. Y más tarde, haber ido al Foro de Porto Alegre. Fuimos con mi mujer (Cristina Feijóo) como escritores y es muy alentador encontrarte con 40.000 personas que comparten una perspectiva a la que vos habías ido llegando.
-En algún momento planteaste que tu actividad en la asambleas resignificó tu vida.
-Es exactamente así. El poder recuperar la dimensión social de la existencia de uno, más allá de ir a diez marchas por año, o que a través de la computadora estuvieras en relación y colaboraras con una cosa o con otra, el saber que todos los días hay una cosa concreta que hacer, es una sensación muy linda, te sentís más pleno. No quiero incurrir en alguna expresión un poco ridícula, pero lo siento así. Yo suelo decir que esto es un milagro. Un milagro laico, para que nadie me atribuya lo que no soy.
Lo que pasa es que los años del menemismo fueron muy angustiosos. Mi mujer tiene una novela, Memorias del río inmóvil (ganadora del premio Clarín) que describe ese clima cultural que se vivía, con el apogeo de un individualismo tan exacerbado. Era bastante pesado de sobrellevar.
-Hubo gente que parece haberla pasado muy bien.
-Depende de cómo vivís esas cosas. Aún no estando mal de plata y haciendo algo creativo como escribir, vivimos con mucha angustia aquel tiempo. Y ahora que estamos mucho más jodidos económicamente, lo que pasó a tener más importancia fue esta otra posibilidad de recuperar un espacio social.
Y es cierto: resignificar la vida de uno.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
Nota
La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

Nota
Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
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