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Luna Ortiz: audiencia clave para un femicidio impune en el que vuelven a culpar a la víctima

La familia continúa buscando justicia tras 6 años de impunidad en el caso del femicidio de Luna Ortiz. Este martes 4 de julio en el TOC 7 de San Isidro (Centenario 460 en esa localidad bonaerense) habrá movilización convocada para reclamar justicia: los jueces Ariel Introzzi Truglia y Sebastián Hipólito Urquijo y la jueza Verónica Mara Di Tommaso, llevarán adelante el llamado juicio de cesura, que debe fijar la pena para Isaías Villareal, condenado por “suministro gratuito de estupefacientes destinado al consumo personal en concurso real con homicidio imprudente” y que está excarcelado. La joven además había sido drogada y violada por varios hombres, como parte de esa falsa “imprudencia”. No se consideró el caso como un femicidio y en gran medida se recayó en un lugar común de re-victimización: culpar a la víctima de su propia muerte.
La familia de Luna denuncia que no se tuvo en cuenta el contexto de violencia machista en el que se produjo el crimen, los abusos que sufrió, y el contacto que tiene la causa con el mundo narco, además de la siempre sospechosa acción e inacción de la policía. La audiencia será transmitida en vivo por pantalla en la puerta del Tribunal, donde se convoca a una movilización desde las 10.30.
El 2 de junio de 2017, Luna Ortíz salió de su casa y le dijo a su mamá Marisa que en un rato volvía.
Tenía 19 años.
Isaías Villarreal la había contactado a través de Facebook. Nunca más la volvieron a ver.
Villareal la llevó a su casa, donde la esperaba con dos hombres más: ahí la drogaron, alcoholizaron y la trasladaron en un raid en el que la ofrecían como mercancía. La joven fue violada en varias ocasiones por varios hombres mientras le suministraban drogas. El 3 de junio de ese año, cuando las mujeres y disidencias gritaban en todo el país Ni una menos, Luna fue encontrada sin vida en la casa de Villarreal.

Marisa y Facundo: los padres de Luna Ortiz que siguen reclamando por un femicidio que en 6 años sigue sin condena: la tendencia judicial parece ser, como tantas veces, la de culpar a la víctima.
¿”Abandono de persona”? ¿”Homicidio imprudente”?
Dos años después, el fiscal Marcelo Fuenzalida, de la Unidad Funcional de Instrucción de Violencia de Género San Isidro, caratuló su muerte como “abandono de persona seguido de muerte con suministro de estupefacientes a título gratuito”, aun cuando desde el primer momento la familia de Luna reclama que fue obviamene un femicidio. Bajo esa carátula del “abandono de persona” el TOC 7 de San Isidro condenó en 2019 a Villarreal a 14 años de prisión.
En marzo de 2021, los jueces de la Sala I de la Cámara de Casación Penal de La Plata, Daniel Alfredo Carral, Ricardo Ramón Maidana y Ricardo Borinsky, dieron lugar a un pedido de la defensa y cambiaron la carátula a “suministro gratuito de estupefacientes destinado al consumo personal en concurso real con homicidio imprudente”. Así, en 2022, Villareal consiguió la excarcelación, desde entonces vive a pocas cuadras de la casa de donde vivía Luna.
Ahora la familia de la joven se enfrenta a otra instancia en Tribunales: el denominado juicio de cesura, cuyo objetivo es fijar la pena para Isaías Villareal. La audiencia será virtual y estará a cargo de los jueces Ariel Introzzi Truglia y Sebastián Hipólito Urquijo y la jueza Verónica Mara Di Tommaso. El fiscal es Santiago Jaimes Munilla.
La audiencia empieza a las 12 del mediodía de este martes, pero la convocatoria para acompañar esta causa es desde las 10.30 en la puerta del Tribunal Oral en lo Criminal 7 de San Isidro (Av. Centenario 460).
La familia de Luna, junto a otras que integran la Asamblea Nacional de Familias de Víctimas de Femicidios Transfemicidios y Desapariciones, y organizaciones sociales van a seguir desde la calle, mediante pantalla, la audiencia que se transmitirá por el canal de Youtube de la Suprema Corte de Justicia de la Provincia de Buenos Aires. Estarán conectadas las partes e integrantes de los organismos que conformaron una mesa de trabajo que acompaña el caso: Defensoría del Pueblo de Provincia de Buenos Aires, Comisión por la Memoria, Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación y Ministerio de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual de la Provincia de Buenos Aires.
“La Cámara de Casación al cambiar la figura no tuvo en cuenta el contexto de violencia de género, por eso queremos que los agravantes tengan en cuenta la violencia de género”, dice Facundo, papá de Luna Ortiz, y enumera: “Lo que queremos es que se tenga en cuenta la vulnerabilidad, la cosificación, la diferencia de edad, la nocturnidad de los hechos. La tuvo retenida 9 horas trasladándola de un lugar a otro e intercambiándola como mercancía. Por eso hay otras causas abiertas. Por ejemplo la de abuso sexual con uno de sus cómplices como acusado: Pablo Paz Gutiérrez”.
Para las Familias lo que le ocurrió a Luna se enmarca en lo que desde el Observatorio Lucía Pérez se ha definido como «femicidios territoriales».

Más de lo mismo: cuando culpan a la víctima
En el aspecto netamente judicial, la muerte de Luna fue fragmentada en distintas causas:
- la de su femicidio, que mañana tiene el juicio de cesura;
- la causa por abuso, que se abrió durante el juicio de 2019 y que tiene como imputado a Pablo Paz Gutiérrez por abuso sexual seguido de muerte;
- una tercera causa que investiga una posible vinculación con trata de personas, que fue archivada;
- la familia denuncia que hay dos causas más vinculadas al narcotráfico a las que aún no pudieron acceder.
Por eso Marisa, mamá de Luna, insiste: “Nosotros creemos que se tiene que dejar en claro que Luna muere en un contexto de violencia de género”. Facundo agrega: “Este contexto lo vieron los jueces del Tribunal, pero en Casación no tuvieron en cuenta nada de esto y dieron lugar a la defensa. Lo que la Cámara de Casación dice, hablando en criollo, es que ella se lo buscó, que si ella consumía podían venir unos tipos y hacerle lo que quisieran. Pero lo que ocurrió es un crimen. Por eso seguimos pidiendo justicia”.
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Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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