Nota
Miguel Bru: el hilo que no se corta
Quince años atrás, en la Comisaría 9ª de La Plata, el estudiante de periodismo Miguel Bru fue detenido, y torturado. El cuerpo nunca apareció, sin embargo, la justicia, en un fallo inédito, condenó a dos policías. Rosa Bru, la madre de Miguel, conversó con lavaca sobre ese caso increíble, y su posterior experiencia.
En agosto de 1993 ya no existía la dictadura, pero La Plata fue el lugar de otra desaparición. Los primeros que salieron a decir que Miguel Bru estaba desaparecido fueron los amigos de la, por entonces, Escuela de Periodismo de La Plata (que ya traía su propio record de casi 40 desaparecidos durante la dictadura). “Para nosotros –recuerda hoy Rosa Bru, la madre de Miguel- la policía no podía tener nada en contra nuestra. Veníamos del campo, donde el juez era el juez, y la autoridad era la autoridad. Yo estaba convencida que nos iban a decir qué pasó. Para colmo el padre de Miguel era policía. Sin embargo, los chicos nos abren los ojos, nos hacen ver el hostigamiento del servicio de calle de la Comisaría 9ª hacia Miguel”.
¿Qué había ocurrido? Le habían hecho un allanamiento ilegal en la casa que compartía con sus amigos, y él lo había denunciado. Tenía un grupo de rock, ensayaban, la vida era algo para disfrutar. “No entiendo porqué fue sólo a hacer la denuncia a la Comisaría por ese allanamiento. Creo que no tenía miedo” explica Rosa-. El último día que Miguel visitó a su madre fue el 16 de agosto, había pasado apenas la medianoche. Ella lo notó un poco preocupado, pero no amenazado porque de lo contrario no hubiera andado por la calle a esa hora. Rosa supo más tarde que Miguel y los amigos ya habían estado pensando en mudarse de la casa porque la policía iba demasiado seguido.
El cuerpo del delito
El primer juez de la causa fue Amilcar Vara, quien luego de dos años fue investigado y destituido de sus funciones por graves irregularidades no sólo con respecto a la situación de Miguel Bru, sino en otros 27 casos. Vara repetía cada tanto: “Si no hay cuerpo no hay delito”. Y eso daba una pista del rumbo que podía tener la investigación en sus manos.
Rosa señala que conoció el lado oscuro de la justicia, “el lado de la corrupción, de la connivencia entre fiscales, jueces y policías”. Al poco tiempo, la causa pasó al magistrado Ricardo Szelagowski. “Teníamos mucha desconfianza porque estábamos apaleados por el otro juzgado, después vimos que Szelagowski iba para el mismo lado que nosotros; por justicia y por el esclarecimiento del caso”.
El dato anónimo
En un momento se recibe un anónimo de una chica que sobrevivía practicando la prostitución. Rosa relata: “Yo la busque mucho tiempo y la encontré. Celia Jiménez, fue la primera persona que me dijo: ‘A Miguel se lo llevaron a la novena y se les fue. Ahora puedo hablar porque a mi hermano ya lo mataron’. Su hermano Horacio Suazo fue testigo directo y vio por la ventanita de la celda cuando sacan a Miguel por el patio de atrás. Él gritó: ‘¿Que le hicieron al pibe?’. Esa pregunta le costó la vida porque se dieron cuenta que había testigos. Más tarde a Suazo lo trasladan, y luego le dan la libertad. A los pocos días, en un supuesto enfrentamiento, lo matan. Celia me contó esto que le dijo su hermano y a pesar de que la quisieron matar más de una vez, se mantuvo en sus dichos.” Los testimonios de los detenidos que estaban la noche del 17 de agosto en la comisaría también fueron decisivos en la resolución del caso. Los abogados defensores de los policías intentaron invalidarlos. Decían que los detenidos ‘mostraban animosidad contra la institución’. La prueba contundente estaba en el libro de guardia: le dieron ingreso a Miguel Bru como detenido y luego borraron el nombre. A partir de corroborar que él había estado detenido en la novena, los dichos de los prisioneros comenzaron a tener relevancia.
Los dos ex policías, Walter Abrigo y Justo López responsables de las torturas y muerte de Bru fueron condenados a prisión perpetua. Al suboficial, Ramón Ceresetto, encargado de adulterar el libro de guardia se le impuso una pena de dos años de prisión. Lo mismo que al comisario, Juan Domingo Ojeda, garante del operativo.
El falló sentó precedente” –indica Rosa- “Fue el primer juicio donde se condenó sin haber cuerpo”. Agrega que “por ahí, no se llegó a una condena a todos porque se hablaba de cinco o seis personas que habían torturado a mi hijo. Pera para mi no era tan importante el número sino saber dónde está Miguel, la lucha empezó por eso y mi vida terminará con esa pregunta”.
Miguel y Rosa
Cuenta Rosa que “él era de traer a todos a la casa, de compartir lo que había en la mesa. Tengo cinco hijos y son todos especiales, pero Miguel era distinto, También lo dijo un vecino cuando la justicia nos vino a hacer el socio ambiental (aunque parezca mentira ellos nos investigaban a nosotros). Miguel veía un chico en la calle y lo llevaba a mi casa. Yo por ese entonces trabajaba en casas de familia y no me daba para decirles a esos chicos ‘Mira te tenés que ir porque voy a salir’. Me costó mucho hacerle entender a Miguel que no era porque no quería ayudar a nadie sino era ese egoísmo de mamá, de protección a mis dos hijas que eran chicas y se quedaban solas cuando yo salía a trabajar. A veces me hacia sentir mal, desubicada, como que no entendía nada. Él siempre creía y, ahora lo veo como una virtud, que estaba en mejor situación que todos. Se llevaba mercaderías que comprábamos al por mayor porque éramos muchos. Le decía: Miguel nosotros también somos pobres, pero él me respondía que un amigo necesitaba y que además estaba solo. Si a él le hubieran dado la oportunidad de vivir hubiera estado haciendo cosas para otros. Aprendí a saber qué es la solidaridad. Porque antes que Miguel desapareciera la solidaridad para mí era un vaso de aceite que le podía dar a la vecina”. Además recuerda que su familia trabajaba para que la casilla de madera se convierta en una casa de material. “Hasta ese momento nosotros buscábamos el bienestar, que los chicos no tengan vergüenza de su casa. Después que pasó lo de Miguel todo eso transitó por otro plano. Creo que fui egoísta. Miguel iba a la marcha de Las Madres de Plaza de Mayo y yo me preguntaba: ¿Qué ganan con dar la vuelta a la plaza? Y hoy si puedo entender las ganas que nacen de dar vuelta a la plaza, y es triste. Es muy triste que nos tengan que pasar estas cosas para abrir la cabeza”.
Juntarse
En el año 2002 se creó la Asociación Miguel Bru con el objetivo de patrocinar casos que tuvieran como victimario a las instituciones del Estado. Hoy lleva adelante ocho causas, y apoya otras tantas de abuso de menores. Rosa cuenta que la entidad apadrinada por León Gieco reparte sus esfuerzos y también se dedica al trabajo social. “En la sede Parque Patricios de la Asociación funcionan varios talleres de oficios, y en La Plata tenemos el comedor Chispita”. Quizás la experiencia más importante en este área fue el trabajo que desarrolló la entidad durante cuatro años en la Isla Maciel. “Empezamos llevando algunas charlas de derechos humanos y las madres nos reclamaban que los adolescentes no tenían nada alli. Entonces, a través del Ministerio de Desarrollo Humano de La Plata se implementaron becas para los jóvenes que concurrían a los talleres. Dictamos uno de panadería, otro de periodismo y de fotografía. Llegó un momento en que la propuesta estaba agotada y debemos reconocer que en el trabajo con adolescentes nos ganó el paco”. Concluye que fue una linda experiencia pero que nunca se logró que las mujeres que vivían
en la Isla se junten y se organicen.
Para Rosa Bru, el futuro es seguir en la misma senda, porque cree que hay mucha gente que está sola, que perdió a su hijo asesinado por la policía, que lo están torturando en la cárcel, que si se juntaran las victimas de las instituciones de la democracia también se podría hablar de genocidio. Por eso recalca: “Yo no podría hacer otra cosa, soy una de tantas madres que empezaron pidiendo por su hijo y luego por solidaridad, por saber lo que se siente, nos comprometemos con otras luchas. Entonces cada una se dice a si misma ‘tengo que estar, tengo que acompañar’. Es como un hilito que nunca se termina de cortar. “
Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
Nota
La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
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