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Ni una más: marcha en Mar del Plata a un año de los femicidios de Claudia Repetto y Jordana Rivero

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A un año del femicidio de Claudia Repetto su familia se prepara para marchar por las calles de Mar del Plata, desde las calles Luro y Mitre. Movilizarán junto a la familia de Jordana Rivero, asesinada a golpes y arrojada de un séptimo piso, del que se cumple también un año mañana. En esta nota, el hermano de Claudia relata a lavaca el calvario que vivieron: las represiones policiales en las marchas, la negligencia judicial y estatal, y cómo fue la propia familia la que encontró al femicida.

Ni una más: marcha en Mar del Plata a un año de los femicidios de Claudia Repetto y Jordana Rivero

La familia de Claudia Repetto recorrerá las calles de la ciudad balnearia con un pedido concreto: la fecha del juicio. “No hay fecha, te dicen un poquito más adelante, que tengamos paciencia”, dice Jorge, su hermano menor, a lavaca. “Tenemos la persona que se declaró culpable, la muerte, la causa, no entiendo qué es lo que tenemos que seguir esperando como familiares. El dolor va a seguir estando, pero sería cerrar un capítulo. Estar esperando el juicio es como otra tortura”.

Claudia Repetto hubiera cumplido 54 años mientras la buscaban. El 1 de marzo de 2020 fue la última vez que la vieron. La mañana siguiente la familia hizo la denuncia después de recibir un llamado en el que les avisaban que Claudia no había ido a trabajar. En ese momento se enteraron también que había desaparecido su ex pareja, Ricardo Rodríguez, con quien no tenía una relación desde hacía ocho meses y quien la hostigaba y perseguía.

La familia y amigas relataron a la Justicia  sobre la violencia de Rodríguez hacia Claudia pero aun así la carátula inicial fue “doble averiguación de paradero”.    

Para el 8 de marzo del año pasado su familia marchó por primera vez pidiendo su aparición. Días después llegó el aislamiento social preventivo y obligatorio. No pararon. En medio de la estricta cuarentena marcharon hasta los tribunales de Mar del Plata y cortaron la calle con un micro desde donde colgaba una bandera de tela blanca con letras rojas que resumía: “No la dejen de buscar”. 

El cambio de la carátula llegó tarde, recién diecinueve días después del comienzo de la búsqueda. Cuando Rodríguez ya había sido acusado por “homicidio de una mujer agravado al ser cometido por un hombre mediando violencia de género”, y tenía orden de detención, fue visto por las cámaras de seguridad caminando por Mar del Plata a cinco cuadras de una comisaría. La policía no lo detuvo, ni por el femicidio ni por romper la cuarentena. 

Quienes lo detuvieron fueron los hijos de Claudia después de recibir el llamado de un amigo que les avisó que creía haberlo visto en bicicleta y con una mochila. Fueron adonde les habían señalado: ahí estaba. Lo agarraron y avisaron a la policía. 

El cuerpo y la selfie

A la mañana siguiente de encontrar a Ricardo Rodríguez su familia volvió a convocarse frente a Tribunales marplatenses. No pudieron dormir y estuvieron ahí a las 8 de la mañana. Mientras esperaban afuera, Rodríguez declaró que había asesinado a Claudia. Era 28 de marzo de 2020, casi un mes después de la desaparición. Nadie convocó a la familia a entrar para darles la noticia: se lo dijo la abogada en la calle. Después la policía los reprimió en esa misma vereda.

El cuerpo de Claudia estaba enterrado en el kilómetro 534 de la Ruta 11, cerca de Los Acantilados, a 10 kilómetros del faro camino a Miramar, y a 20 metros de donde se había encontrado una pala durante los rastrillajes del 4 de marzo, tres días después de su desaparición. El personal que participó del hallazgo se sacó una selfie en el lugar.

La autopsia determinó que Claudia fue golpeada entre el primer y segundo día de marzo, y que falleció por broncoaspiración de sólidos o líquidos por vía aérea.

Bastonazos y balas de goma

El 11 de febrero de este año, días antes de cumplirse un año del femicidio de Claudia, su familia volvió a marchar a Tribunales. Ese día Ricardo Rodríguez, que se encuentra con prisión preventiva, iba a prestar nuevamente declaración en la causa y la familia de Claudia reclamaba la elevación a juicio. En esa jornada, la policía los reprimió otra vez.

Explica Jorge, hermano de Claudia: “Hubo represión, como siempre, cuando los familiares de los muertos gritamos lo primero que sale es bastonazo y bala de goma. No somos gente que vamos a buscar ese conflicto, somos gente que pide justicia. A veces los ánimos están caldeados y te encontrás con un paredón de policías con cascos y escudos. Yo pienso que el Estado te pone policías porque no tiene recursos para explicarte por qué no cambia esta historia. Entonces pone policías y te corre a tu casa: ya murió, ya está, ándate”.

Días después finalmente el fiscal Leandro Arévalo, de la Unidad Funcional de Instrucción 7 de Mar del Plata, -quien no fue el fiscal inicial en la causa- solicitó que se eleve a juicio la causa. La carátula es: «homicidio agravado por el vínculo y por haber mediado violencia de género».

El cambio que falta

“De a poquito, muy lentamente, vamos logrando pasos de esta justicia que tenemos”, reflexiona Jorge. “Ahora estamos esperando el juicio. Pero además de justicia buscamos cambiar las cosas. Que cuando haya denuncias vayan, se fijen, se fijen cómo está a familia, cómo están los chicos, cómo está la mujer. Por ahí la victima logra pedir auxilio, que vayan. Mi hermana no hizo denuncia, no alcanzó a hacerla, la mató. Pero vemos casos que tienen muchas denuncias hechas, y le ponen perimetral. ¿Qué es perimetral? Es un chiste. ¿Le vas a decir a un asesino que no pase a dos cuadras? Va y mata. El fiscal dice: nosotros cumplimos con la ley y pusimos una perimetral, pero a la mujer la mataron. Esas cosas habría que cambiarlas”.

Claudia tenía 4 hijos varones, todos mayores. Uno de ellos fue quien encontró y agarró al femicida.

Sus hijos son quienes organizan, a un año del femicidio, la marcha pidiendo justicia. Lo harán junto a la familia de Jornada Rivero. Y estarán acompañados por otros familiares y por organizaciones de mujeres y organizaciones sociales de la ciudad.

“El reclamo no es solamente por Claudia, es por todas. El pedido de justicia y que no vuelva a suceder más”, dice Jorge. “Es una pandemia invisible que tenemos. Una de las cosas que tendría que hacer el Estado es tratar esto como emergencia. Cuántas personas con covid por día que la ponen todo el tiempo en la pantalla, que está muy bien y ojalá esto cambie y la gente se cure, pero cuántas mujeres mueren por día y no hacen nada, nada, habría que poner todos los días: cuántas mataron, cuántas cagaron a palos a tantas, cuántas denuncias hay. Porque al que no le pasa, y me hago cargo yo un año atrás estaba ahí, no te das cuenta que pasa, pero esto pasa. A mí me cambió la cabeza, tengo dos hijas mujeres que ahora cuando salen con algún chico te agarra miedo. Es muy fuerte. Es la muerte de mi hermana y la muerte un cachito de todos nosotros, de cómo seguimos viviendo de acá en adelante. Nosotros teníamos otra vida, otros sueños, otros proyectos, pero nos tocó así y ahora pedimos justicia por ella”.

La familia de Claudia marchará junto a la de Jordana Rivero. La joven tenía 28 años y era estudiante de la carrera de psicología. El 2 de marzo del 2020 fue asesinada a golpes y arrojada al vacío desde su departamento en el séptimo piso, a casi 18 metros de altura, también en la ciudad de Mar del Plata. Ese mismo día fue detenido Bernardo Luis Baraj, de 50 años, cuando la policía lo encontró dentro del departamento. Está detenido con prisión preventiva acusado de «homicidio agravado por ser cometido en un contexto de violencia de género». Meses después se detuvo también a Hernán Villaverde, 38 años, y se sabe que hay otras personas implicadas -un hombre y una mujer más- que aún no fueron detenidas.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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