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Operación masacre: La vida y la seguridad tras los crímenes de San Miguel del Monte

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¿De qué hablamos cuándo hablamos de seguridad? ¿Qué significa cuidarse? ¿Cómo desarticularon los vecinos una trama policial y política de impunidad? De San Miguel del Monte a la experiencia del Control Popular de la policía, pasando por las Madres de la Marcha Nacional contra el Gatillo Fácil, una crónica urgente cargada con dos palabras: Nunca Más. LUCAS PEDULLA
Son las cinco de la tarde en San Miguel del Monte cuando Nicolás Sansone llega a la Plaza Alsina, saluda a sus amigos acariciando las yemas de sus dedos y luego chocando puños con puños. Así se suma al santuario: el anfiteatro de la plaza a la que su hermano Danilo, de 13 años, llegaba todas las tardes a jugar a la pelota, andar en skate y rapear. “Y a ser feliz”, agrega Nico, 17 años, el mayor de los diez hermanos Sansone. Es lunes, y las familias llamaron a un abrazo tras la Masacre de San Miguel del Monte, frente a una Municipalidad custodiada por efectivos policiales.
“Es como una provocación”, resumen los vecinos y las vecinas que, de a poco, y a medida que cae el sol en una plaza golpeada por el frío, se acercan y despliegan los carteles con los rostros de Danilo, Camila López (13), Gonzalo Domínguez (14) y Aníbal Suárez (22), y que colocan alrededor del anfiteatro en cuyo centro hay dibujado un pañuelo de las Madres de Plaza de Mayo y escrito en grandes letras blancas: “Nunca Más”. Allí también pegan fotos de Rocío Quagliarello (13), la única sobreviviente del Fiat 147 Spazio que chocó contra un camión en la colectora de entrada de la Ruta 3 tras la brutal balacera de los efectivos de la Policía Bonaerense ocurrida el 20 de mayo, y que hasta el cierre de esta edición se recuperaba favorablemente: su familia le llevó una pizarra por si quería escribir algo, porque todavía no puede hablar.
Como todas ellas, los Sansone son una familia humilde. “Mi viejo vende carnada a la orilla de la ruta”, relata Nico. “Va al Riachuelo a sacar mojarritas. Y después, todo el día paliando para sacar lombrices”.
De fondo se escucha el rap y freestyle que improvisan sus amigos, mientras otro hace beatboxing de base y otros más practican parkour, una disciplina física que consiste en realizar acrobacias para superar los obstáculos urbanos. “Mi hermano era un pibe sano, muy familiero, y le encantaba estar acá. Le iba muy bien en la escuela aunque rezongaba para levantarse temprano”. Mauricio Sansone, su primo: “Y era muy solidario. Algunos de los pibes que ves acá están en situación de calle. Y él los llevaba a su casa a vivir con ellos semanas, les daba comida y conseguía comida para traer acá”.
Nicolás dice que así, de esta forma y en la plaza, es la mejor forma de recordarlo. “Estamos destruidos, pero hay que salir adelante. Ponerle fuerza, garra y que se termine de hacer justicia bien. Acá todo es sano. No hay ningún desastre. Salvo la policía”.
Mauricio brinda un dato que ilustra la descripción de lo que viven los jóvenes en Monte: “Danilo llegaba a veces corriendo porque la policía lo perseguía hasta la casa”.
¿Ese hostigamiento es nuevo?
Nico: Siempre fue así. Se cargaban a los pibes, los llevaban a la comisaría y los cagaban a palos. No sé qué se piensan que son. Pero esta vez les salió mal. La lástima es que tuvo que pasar esto, que se mueran todos los pibes, para que se den cuenta de una vez.
Silencio.
Nico se despide acariciando la yema de los dedos y luego chocando puños.
Después, se sumerge en el santuario.

Infierno grande

La masacre cambió la vida de San Miguel del Monte para siempre. En este municipio de poco más de 20 mil habitantes, uno de los más viejos de la provincia de Buenos Aires, cada dos comercios, kioscos, carnicerías o garajes, hay pegada la misma foto de Danilo, Gonzalo, Camila y Rocío juntes, sonriendo. Es lo primero que se ve –por ejemplo- en la puerta de vidrio del kiosco de Néstor, nacido y criado en Monte, que dice que ya nada será lo mismo. “Qué querés que te diga… Uno de los chiquitos, Gonzalo, era amigo de mi sobrino. Misma edad. Venía a casa siempre”.
Se emociona. “Es increíble la masacre que hicieron estos hijos de puta. Ahora, te digo algo: también depende qué campana escuches. O si no, mirá esto”.
Néstor señala la televisión, ubicada arriba de una góndola de bizcochos. Está mirando Crónica TV y el móvil está transmitiendo en vivo desde San Martín. El título del videograph: “Persecución, tiros y muerte”. La entrevistada habla de Diego Cagliero, un joven de 30 años que murió baleado por la Bonaerense mientras viajaba en una camioneta con siete amigos, en la localidad de Martín Coronado. Como si fuera un deja vú, Néstor mueve la cabeza de un lado a otro: “Es de no creer”.

Vecinos en acción

En la causa judicial que instruyen el fiscal Lisandro Damonte y la jueza Marcela Garmendia, hay 13 detenidos. Uno es el secretario de Seguridad del municipio, Claudio Martínez, por encubrimiento, lo que subraya la responsabilidad política en la trama que se buscó construir al comienzo. Los familiares aún piden explicaciones a la intendenta Sandra Mayol sobre por qué llegó antes que nadie al hospital tras el operativo. Muchos exigen su renuncia. La bronca creció luego de que en las últimas semanas se difundiera una foto suya abrazada al ministro de seguridad bonaerense Cristian Ritondo.
Al cierre de esta edición comenzaban los peritajes sobre teléfonos y redes sociales de les jóvenes y los detenidos, a fin de determinar algún dato para continuar la reconstrucción de los hechos. Las familias tienen un eje claro: gatillo fácil. Las detenciones van en esa línea: cuatro policías están imputados por “cuádruple homicidio doblemente agravado y tentativa de asesinato” y otros ocho por “encubrimiento agravado y falsedad ideológica de documento público”.
Esa trama quedó al descubierto por el rápido accionar de los vecinos. Uno encontró los casquillos de los disparos y se los dio a un familiar. El camionero contra el que impactó el auto se negó a firmar el acta de la declaración porque los policías escribieron “estruendos” cuando él había dicho “disparos”: se fue a declarar a sede fiscal. Más de 38 vecinos se acercaron a testimoniar. Y el empleado municipal del Centro de Monitoreo Alexis Rodríguez difundió los videos de las cámaras de seguridad que demuestran la persecución a los tiros. La Municipalidad lo suspendió en sus funciones.
Las familias pidieron públicamente su reincorporación.

La escena del crimen

Son las dos de la tarde y en San Miguel del Monte la mayoría de los negocios cierran; casi no hay autos en la calle. Por la zona de la costanera, el camino que rodea a la bella laguna fue uno de los recorridos del Fiat 127 Spazio de Aníbal, perseguido a balazos por los patrulleros. Ahora hay silencio en medio de una bruma que sólo es rota por los cantos de los pájaros. Lo invade todo. Hay algunos pescadores, que miran el agua gris, casi sin moverse por el frío. Algunos niños andan en bici, otras chicas en skate.
El camino que rodea a la costanera desemboca en la colectora de la Ruta 3. Por allí dobló Aníbal, en el tramo final de la persecución poicial. En la esquina hay un almacén. Dos chicas atienden. Le pregunto a la más joven si nos puede indicar el lugar del choque.
Ella se tapa la boca, sus ojos se llenan de lágrimas. “Es en la otra esquina”, señala.
¿Conocías a los chicos?
La joven se quiebra: “El que manejaba era mi novio”.
Corre adentro del comercio.
Silencio.
Lorena es la otra mujer que atiende el almacén. Se limpia sus ojos con la manga del saco y llena el vacío: “Por eso lo que pasó cambió Monte para siempre: todos nos conocemos entre todos”. Cuestiona a los medios. “Dijeron muchas cosas. Por ejemplo: qué hacían con 12 y 13 años en un auto, tomando cerveza. ¿Qué tiene que ver? Yo a esa edad me rateaba. Pero, además, no es como Buenos Aires: acá salimos a cualquier hora y volvemos a cualquier hora, y no pasa nada. Fue la policía. Punto. Ojalá haya justicia y no la calesita de siempre: esos policías no eran de Monte. Espero que no los manden a ningún otro lado, para que sigan haciendo lo mismo que hacían y que hicieron acá”.
Apenas a una cuadra está la esquina en la que el Fiat chocó contra el camión estacionado y se partió a la mitad. Frente a la escena del crimen, una rotisería. Atiende María: “Fue justo acá. Ahí, en la puerta, estaba estacionado el camión. A las 12:11 había llamado a la patrulla porque me tapaba toda la entrada. Me fui 12:30. Habré llegado a mi casa doce minutos después. Entre ese lapso y la 1, escuché los disparos. Disculpen que me emocione: mi nuera es prima de Rocío. Somos familia. Hacían feria americana en mi casa. Imagínense. Una locura, porque nosotros veíamos al patrullero y nos sentíamos bien, tranquilos. Una locura: los que nos tienen que cuidar no sólo no nos cuidan, sino que nos mataron a los chicos”.

La mejor forma de cuidarse

En Plaza Alsina la perspectiva es otra. “Nuestra seguridad está acá”, dicen Rodrigo (16), Tomás (17), Demian (22), Federico (14), William (19) y Elena (17), algunes de les jóvenes que se juntan allí todos los días. La plaza que fue escenario de festivales de rap hoy lleva escrita en el cemento de su anfiteatro y de sus bancos, con liquid paper, tiza o fibrón, el peso de este dolor:

  • “A los pibes los mató la policía”.
  • Justicia por Danilo, Gonzalo, Camila y Aníbal”.
  • “Fuerza Ro”.
  • “Los policías me arrebataron un amigo”.

Esa cartografía de abusos y hostigamientos policiales es la que estos jóvenes revelan que explotó de forma trágica el 20 de mayo. Sus voces individuales componen un registro colectivo de la memoria de sus amigos y amigas, pero también de la violencia policial que padecen de forma sistemática todos los días. “Los chicos eran como nuestros hermanos. Venían siempre, pasábamos momentos lindos, venían a casa. Lo único que queremos es justicia. Por ellos y por nosotros, porque hay más de uno en Monte que está amenazado”. Ubican que esa violencia comenzó a intensificarse desde hace un año. “Siempre había un policía que te trataba mal, que te pecheaba, que se abusaba de su poder”.
Les jóvenes organizan festivales de rap y freestyle en la plaza. Danilo era uno de los participantes: en una de las últimas ediciones había salido cuarto entre dieciséis. “Era muy bueno: se notaba que le gustaba”. Pero, de a poco, los encuentros empezaron a ser mal vistos por los efectivos: “Decían que nuestros eventos propagaban el odio a la policía, que había alcohol y drogas, pero nunca hubo nada. Nadie borracho, ninguna pelea. Nosotros mismos cuidábamos la plaza. Todo era muy familiar”.
Todo empeoró cuando llegó al pueblo el Grupo de Apoyo Departamental (GAD) de la Bonaerense. “Innecesario, porque somos una ciudad de 20 mil habitantes. Podemos dejar la bici acá que nadie la roba. Dormíamos con la puerta abierta”. La tranquilidad empezó a desaparecer. “A mí me paraban a identificarme dos o tres veces en el día y en la misma cuadra. Todo por portación de rostro”.
Otro: “Estar e irte de la plaza era sinónimo de hacer algo malo”.
Otro: “Uno de nuestros amigos en común está entre los testigos. Intentaron matarlo. Lo encerraron en la cuadra de mi casa. Me golpeó la puerta desesperado, muy asustado. Me preocupa, porque lo tenemos que cuidar. Ahora todos nos estamos preguntando entre nosotros cómo estamos, dónde andamos, si llegamos a nuestras casas”.
Otro: “Están pendientes de que no tengamos a nadie que nos cubra, que estemos solos, sin nadie cerca. Por eso, cada vez que alguien está solo en la plaza, nos comunicamos para empezar a acercarnos. Piensan que somos todos chorros, faloperos. Últimamente, cuando empezamos a rapear, se paran dos patrulleros, uno en cada punta de la plaza, y nos miran. Nada más estamos tirando free, disfrutando el tiempo”.
Otro: “En una fecha se juntaron 300 personas. Los policías daban vuelta la plaza. Si alguien salía a comprar algo, lo paraban. Te vimos consumiendo, les decían. Todo mentira. Un día me encerraron en la zona de la comisaría, me querían meter para adentro. Y a veces tenés que correr. Pero te da miedo. No sabés si quedarte y que te metan y te caguen a palos, o correr. Fijate lo que pasó”.
Otro: “Un día estaba yendo a la escuela. Tenía clase de química. No tenía materiales. Mi primo, que va a la universidad, me prestó tubos de ensayo. Me pararon en la zona de la laguna. Empezaron a decir que era para preparar droga. ¿Sabés qué hicieron? Me tiraron la mochila al agua. Perdí todo”.
Otro: “Y ahora te sacan la plata, el celu, y te lo revisan. Te revisan todos los contactos”.
Las denuncias siguen, como una máquina de realidad que viven los jóvenes.

Operación masacre: La vida y la seguridad tras los crímenes de San Miguel del Monte

Mónica Alegre, mamá de Luciano Arruga, es una de las impulsoras del espacio Marcha Nacional contra el Gatillo Fácil.

Las madres del gatillo

El jueves 23 de mayo, cuando la masacre de San Miguel del Monte llegó a todos los canales de televisión, Mónica Alegre también gritó. Después de 10 años de exigir justicia por su hijo, Luciano Arruga, entendió al instante qué era lo que había que hacer. “Tenemos que organizar una marcha”, propuso en el grupo de WhatsApp de la Marcha Nacional contra el Gatillo Fácil. Eran las once de la mañana. A las once de la noche ya habían conseguido el sonido para la movilización a Plaza de Mayo, que pudo realizarse al día siguiente.
Una de las respuestas que recibió era que tenía que convocar ella para que se lograra movilizar más gente. Pero, para Mónica, la cuestión no pasa por ahí. “La marcha nacional no es Mónica Alegre, mamá de Luciano Arruga: la Marcha Nacional somos todas. Todas parimos de la misma manera, nos costó, los llevamos nueve meses, ninguna sufrió más o menos, pero todas perdimos a nuestros hijos. Y todas tenemos el derecho a la palabra, porque la encontramos allí”.
La Marcha Nacional contra el Gatillo Fácil tuvo como referencia la Marcha de la Gorra, en Córdoba. Este agosto será su quinta edición. La cuarta, en 2018, fue masiva, y no sólo sorprendió -hasta a los familiares- el abrazo que recibieron, sino quiénes eran las que estaban en la cabecera: todas madres. “La construcción la vemos así. No construimos ni una, ni dos, ni tres: somos todas. Cada una lleva la foto de su hijo y su remera, pero en la bandera no hay nombres: dice Marcha Nacional contra el Gatillo Fácil. Y, ahí, están todos. Es una forma de sentirnos unidas e identificadas. Y entonces yo no soy la madre de Luciano Arruga: soy la madre de la Marcha Nacional”.
Mónica habla en el Espacio Social y Cultura Luciano Arruga, el exdestacamento policial donde torturaron y vieron a su hijo por última vez con vida, el 31 de enero de 2009. Por eso también venimos a La Matanza: qué significa ese nuevo colectivo, ese nuevo abrazo, esa nueva palabra.
Por eso, Mónica acentúa sus palabras. ¿Qué significa esa identidad? “Cuando la ves a Nora Cortiñas, algunos sabemos que es la madre de Gustavo Cortiñas. Pero ella es la Madre de Plaza de Mayo. Nosotras tuvimos esa formación. Fueron nuestras maestras. Si pudieron cambiar la historia y marcar una línea de lucha en una época terriblemente difícil, ¿cómo no vamos a poder nosotras?”. Reconoce que ella y su hija, Vanesa Orieta, estuvieron muy solas cuando comenzó el pedido de justicia. “Si hubiese existido algo como la Marcha Nacional, habríamos estado más acompañadas”.
Reconoce también que ese camino es el motor para otras familias que recién lo inician. Cómo se conectan: “Quizá suene tonto, pero cuando empezamos este camino, que nosotras no decidimos sino que nos lo impuso la violencia del Estado, estuvimos muy solas. Y, a veces, una simple llamada o una palabra de aliento significa mucho. Creo que ahí empieza el trabajo de las Madres de la Marcha Nacional, en decirte: te entiend, acompaño tu lucha. Palabras insignificantes para otras personas, pero tan importantes para nosotras, cuando estamos solas. Mirá que simple, pero mirá qué importante. Y es el primer paso. Después: ¿nadie te acompaña? Bueno, hacé una radio abierta. Una chocolatada. Una reunión. Lo que quieras: visibilizá la cara de tu hijo, tu lucha, sin importar si son 5, 10, 20 o 2. Visibilizá. Hacé. No hace falta estar en Buenos Aires: hacelo en Tucumán, en Santiago del Estero. Pero hacé. Eso es lo que transmitimos a las madres: que activen. Y nosotras, que lamentablemente hemos encallecido nuestro dolor y tuvimos que salir a decir que nuestros hijos no eran esto o aquello, le hacemos entender a esas mamás que sus hijos no son ni fueron culpables: son víctimas”.

Marca personal

Una bala de la Prefectura Naval Argentina (PNA) mató a Kevin Molina, un niño de 9 años de la organización La Poderosa, en el barrio Zavaleta, al sur de la Ciudad de Buenos Aires. Fue el 7 de septiembre de 2013. El grito de dolor se escucha todavía hoy en la Plaza Kevin, corazón del barrio. “A nosotros las fuerzas nos habían matado tres compañeros en un año: Aquiles, Ezequiel y Luisito”, dice Fidel Ruiz, 24 años, uno de los jóvenes referentes de la organización. “Había muchos casos en donde la justificación era que tenían 15 ó 16 años y que en algo andaban. Pero Kevin fue bisagra: tenía 9 años, ¿cómo iban a justificar eso? Ahí nos empezamos a organizar en seguridad, cansados de todo”.
Cansados de todo, de la violencia y de la falta de respuestas, crearon ellos mismos la propuesta: Control Popular de las Fuerzas de Seguridad. Al comienzo montaron una caseta, como la de cualquier fuerza, en la entrada del barrio. Pero era algo más: como la plaza de Monte, era una forma colectiva de salir del silenciamiento de las violencias cotidianas.
Fidel recuerda: “En el 2001 tenía seis años: a las siete de la tarde teníamos que volver corriendo con mis amigos a nuestras casas porque la Federal pasaba a los tiros. A los 12, vivimos cómo nos cagaban a palos. Y esas situaciones vos no las contás de entrada, porque también hay épocas en las que podés contarlo. Hoy tengo 24 años, milito, pero cuando tenés 12, 13 ó 14, todo se te pone en duda, pero no tanto por tu familia, sino por la sociedad en sí. Es la pregunta constante que te hacen sentir: ¿qué hicimos para que la policía nos haya pegado así? Vos pensá: desde los 12 -que es cuando sufrimos las primeras golpizas y muchos empiezan a robar- hasta los 18 -cuando viven su vida más en la cárcel que afuera-, es una franja en la que cuesta mucho hablar de toda violencia. Porque es cotidiana: vas al chino y ves al policía que te cruzó el auto y te puso contra la pared. Cuando la Gendarmería entró acá en 2011, muchos lo vieron con buenos ojos, pero sólo una generación realmente veía qué era lo que había detrás. Y era esa franja golpeada psicológicamente. Porque muchas veces nos duele más ese verdugueo que la violencia física. Es decir, que te digan falopero, chorro, negro de mierda”.
Cansados de todo, la organización quebró ese silencio, el más difícil.
No era sólo una caseta: era un grito de Nunca Más.
Fidel cuenta que el Control Popular en Zavaleta lleva ya seis años. No fue fácil: los vecinos tenían que marcarle al mismo prefecto que los había golpeado que no llevaba -por ejemplo- su identificación en el uniforme. “Pero lo hicimos, convencidos de que lo que ellos quieren es que sintamos miedo”.
¿Y qué se encontraron? “Otros vecinos a los que les pasaba lo mismo. A los efectivos les hablábamos con respeto, pero volvía la violencia psicológica: eras vos, de remera, short y ojotas, frente a un oficial armado. Se reían. Te insultaban: negro de mierda, ¿vos me vas a controlar a mí? Pero seguíamos caminando. Y, de a poco, te empezaban a hablar bien. Lo notamos mucho porque a veces no podían caminar ni al kiosco porque atendía uno de nosotros. Siempre desde el respeto, hacíamos marca personal. A veces, cuando tenía que entrar la ambulancia al barrio, recurrían a nosotros”.
Fidel ubica un período estable hasta 2015. Luego, ya con el cambio de gobierno y con Patricia Bullrich en el Ministerio de Seguridad, la violencia resurgió: se produjeron los secuestros y las torturas a Iván Navarro y Ezequiel Villanueva Moya, las golpizas y detenciones de Jésica y Roque Azcurraire y la campaña dirigida contra los referentes del espacio, que fueron detenidos durante la represión a las protestas contra la votación del Presupuesto. “Pero lo que logramos es que, ante cada cosa que pasara, los vecinos llamaran. Logramos instalar eso: eran los vecinos tomando fotos, filmando, y muchos que no participan en las asambleas, pero ese trabajo se vio reflejado en esas acciones”.
Los casos, sin embargo, también se replicaban en las asambleas de La Poderosa de todo el país. “Había que generar un dispositivo como en Zavaleta, pero atendiendo a los procesos y a las particularidades de cada territorio. Una cosa es Buenos Aires, donde mediáticamente podemos instalar un caso. En Córdoba, por ejemplo, un compañero se pasó la noche en una comisaría por filmar un operativo”.
¿Cómo nos cuidamos? Fidel no duda: “Creando e incentivando espacios donde los jóvenes puedan sentirse parte. Espacios que contrarresten las violencias cotidianas, no sólo policiales: el desguace de la educación, del sistema de salud público. Y, por sobre todo, la organización popular, más allá de los movimientos sociales. Porque hay que aprender de lo que pasó en Monte: fue la sociedad la que se organizó, se dio cuenta de lo que estaba pasando y desarticuló el encubrimiento”.
En Zavaleta, tras los secuestros de Iván y Ezequiel, también fueron las familias y los vecinos quienes recolectaron en 48 horas gran parte de las pruebas: fue el barrio organizado en función de que no se quebrara el grito que habían construido desde 2013.
Ese proceso terminó el 21 de septiembre de 2018 con la histórica condena a los seis prefectos. También fue histórica porque marcó que hay un límite a la violencia estatal. Es el mismo sentido que están construyendo Mónica y las Madres de la Marcha Nacional.

Operación masacre: La vida y la seguridad tras los crímenes de San Miguel del Monte

Fidel Ruiz, de La Poderosa, en el hostigado barrio de Zavaleta.

La verdadera seguridad

Volvemos a Monte, a la Plaza Alsina, al santuario, porque el final de esta crónica todavía se está escribiendo en terapia intensiva.
Entre skaters, freestyle y parkour, les jóvenes dicen: “Hay un punto de inflexión muy grande en Monte después de la masacre. Fue la gota que rebalsó el vaso, porque sufrimos un montón de situaciones que nunca nadie dijo. Y aprendimos dos cosas. Primero, que los medios hablan muchas estupideces. Tienen que ser más honestos: no puede ser que lo que digan dependa del canal en el que estén. Hay que dejarse de joder. Un poco más de compromiso. Segundo: no hay que esperar a que la policía nos cuide. Nos tenemos que cuidar entre nosotros. Porque si hicieron esto una vez, lo pueden hacer otra. Y capaz les sale mejor. Esto tiene que servir para que no pase más en ningún lado. No importa si es en Monte o en el Conurbano. Donde sea. No tiene que pasar. Porque, si no, ¿cuál es el verdadero mensaje que nos dan como seguridad? Y también nos preguntamos: ¿qué juventud quieren? La que queremos nosotros es una que se pueda expresar, que haga lo que le guste, como hacemos hoy y hacían los chicos en esta plaza siempre”.
Entre skates, freestyle y parkour, en la plaza donde están organizando un evento por el primer mes de la masacre de sus amigos y amigas, les jóvenes no dudan: “Esta es la verdadera seguridad”.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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Actualidad

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

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Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».

Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.

Por Tiempo Argentino

Fotos: Antonio Becerra.

En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.

“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.

“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Represión como respuesta

La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.

“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Un reclamo federal

La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.

Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes, resaltó.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.

El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.

Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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CABA

El teatro sale a la calle por la derogación del decreto 345

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A 44 años del atentado al Teatro Picadero en plena dictadura, distintas salas, artistas, productores y gestores organizan un encuentro para conectar pasado y presente. De Teatro Abierto al Festival ENTRÁ, la organización contra el desmantelamiento del sector, representado en el decreto 345, para defender la cultura, la identidad y crear lo que viene.

Por María del Carmen Varela

El 6 de agosto de 1981, a pocos días de haberse iniciado el ciclo Teatro Abierto, el Teatro Picadero sufrió un atentado que lo dejó en ruinas. Por eso, 44 años después, bajo otro ataque sistemático a la cultura, la comunidad teatral sale a la calle para recordar y exigir.

La propuesta reza:

El Teatro está Abierto: ENTRÁ.

La historia no se repite igual, pero rima.

El miércoles próximo, de 17.30 a 19.30, en la puerta del Teatro Picadero, Pasaje Santos Discépolo 1857, CABA, trabajadorxs de las artes escénicas se reunirán para celebrar que el teatro sigue abierto y para defender al Instituto Nacional del Teatro que por el decreto 345 está siendo desmantelado.

La gacetilla anuncia la participación de Lorena Vega, Valeria Lois, Elisa Carricajo, Laura Paredes, Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y Mariano Sayavedra leyendo framentos de “Decir sí” de Griselda Gambaro, “El Acompañamiento” de Carlos Gorostiza, “Parlamento” del grupo Piel de lava y “Civilización” de Mariano Saba. Un diálogo entre obras que fueron parte de aquel ciclo y obras contemporáneas que hablan de nuestro presente. También habrá un cierre musical a cargo de Talleres Batuka.

Sigue la gacetilla: «Les invitamos a este evento que es, a su vez, un acto de conmemoración y un encuentro de resistencia. Como Teatro Abierto en los 80, hoy desde ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) seguimos encontrándonos para defender nuestra identidad cultural, nuestro teatro».

El texto poético que acompaña el mitín:

Ayer fue dictadura, hoy es democracia simulada

Ayer fue incendio, hoy es apagón

Ayer fue teatro como refugio, hoy es como grito

Ayer fue unión de artistas, hoy es red federal viva

Ayer y hoy: el teatro vuelve a responder como acto político y vital

En defensa de la cultura, exigimos la derogación del decreto 345.

Entrá porque es urgente

Entrá porque es ahora.

El emblemático ciclo Teatro Abierto arrancó el 28 de julio de 1981 en en el Teatro Picadero. Su organización fue un acto de resistencia en un contexto de dictadura que censuraba a dramaturgxs, directorxs teatrales, actores y actrices de la escena nacional. Un grupo de dramaturgxs comenzó a reunirse en la sede de Argentores para poner al teatro en acción: Así nació Teatro Abierto. Con una programación de 21 obras breves, se proyectó la realización de 3 funciones por día durante 3 meses. Con dramaturgxs como Carlos Gorostiza, Carlos Somigliana, Roberto Cossa, Pacho O´Donell, Griselda Gambaro y Aída Bortnik, entre otrxs, el ciclo se convirtió en un verdadero fenómeno artístico apenas iniciado. El público respondió a la convocatoria y se agotó la venta de abonos casi de inmediato. Una semana después, el 6 de agosto, se produjo el atentado que destruyó al Picadero. Al día siguiente se produjo una concurrida asamblea en el Teatro Lasalle y decidieron continuar. Varias salas teatrales ofrecieron sus instalaciones y finalmente el Tabarís, clásico espacio de la revista porteña, fue el elegido para reanudar el ciclo. Una semana más tarde, volvió Teatro Abierto con un apoyo multitudinario por parte del público que llenó la sala hasta la última función.

Contacto: +54 9 11 6914-3033 (Ana)

[email protected]

Instagram: @festivalentra

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