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De buena madera
El Bachillerato popular Maderera Córdoba. Primero recuperaron sus puestos de trabajo. Luego, fundaron un bachillerato para recuperar la educación. Así lograron crear un espacio en el cual la autogestión es una lección de vida. ▶ LUIS ZARRANZ
En Avenida Córdoba 3149 la puerta está abierta. No es un descuido, sino una decisión política que materializa el concepto de “escuela abierta” con el que funciona el bachillerato popular Maderera Córdoba, que otorga títulos secundarios oficiales para jóvenes y adultos, con una propuesta político pedagógica de cara a la comunidad. “Nosotros decimos que dejamos la puerta abierta para que no se vaya nadie”, dice Fernando Lázaro, el director de la escuela para los registros oficiales siempre ávidos de escalafones; y puertas adentro, uno de los coordinadores del equipo docente.
La puerta abierta, entonces, es una excelente metáfora sobre el lugar: entrar es más fácil que salir, no porque haya impedimentos o barreras, sino porque la mayoría de lxs estudiantes –el 90% judicializados por adicciones, robos o por ser víctimas o victimarios de episodios de violencia– termina apropiándose del espacio. Así, es frecuente que vayan más temprano para colaborar con la limpieza, que cuiden el lugar, que participen de asambleas con los docentes y coordinadores, y que, además, puedan completar sus estudios y graduarse.
Ezequiel Alfieri es otro de los que fundó el bachillerato, once años atrás. El recorrido le permite enumerar los puntos nodales de la propuesta pedagógica: “Educación popular, construcción colectiva, autogestión, desnaturalización de las relaciones sociales”. Cada categoría tiene su traducción en el aula.
Aprender a desobedecer
Al igual que en otras experiencias, el bachillerato popular Maderera Córdoba está íntimamente ligado a la recuperación y gestión de la fábrica por sus trabajadores: a fines de 2003, luego de la crisis y el vaciamiento, cuando retomaron la producción y la venta al público. El bachillerato comenzó a funcionar en 2005: fue uno de los primeros –ya funcionan casi 100 en todo el país– y por sus aulas pasaron más de mil estudiantes, a razón de cien por ciclo lectivo. En todos estos años atravesaron diversas coyunturas, incluidos siete años sin cobrar. Lo sostuvieron con fiestas, reclamos permanentes y mucha pasión: un combo de recursos que, finalmente, tuvo efecto en 2011 cuando fueron reconocidos como escuela de adultos de gestión estatal, organizada de manera autogestionada.
Se trata, entonces, de una escuela pública para jóvenes y adultos con el funcionamiento y la organización de la educación popular, en la que participan cien estudiantes y veinticinco docentes.
Al cruzar la puerta abierta y caminar un largo pasillo hay una escalera y un suave aroma a madera que -no podía ser de otra manera- es una de las características del lugar debido a que aquí funcionaba uno de los depósitos de la fábrica, que ahora concentra su producción al lado. La escalera desemboca en el primer piso y allí aparecen siete hombres y mujeres –jóvenes y no tanto– que están haciendo la tarea. Son estudiantes de primer año y acaba de terminar una clase. Más allá hay más aulas –fueron levantadas entre todxs– y más olor a madera.
“La autogestión implica cómo pensamos cada materia para que no esté separada del proyecto político educativo, sino imbricada en él”, afirma Ezequiel. Lo dice sentado en un pupitre en el aula de tercer año. En cada curso conviven personas mayores, adolescentes, trabajadores formales, informales y desocupados. “Empezamos a preguntarnos cuál debía ser nuestro marco teórico y cómo construir el conocimiento”, reflexiona Fernando Lázaro. “Eso, de movida, ya cambia las prácticas”, completa Ezequiel.
Uno de esos desafíos fue destruir el imaginario sobre la escuela nocturna de adultos como foco de todos los males de la educación. Para eso, salieron de la oscuridad: plantearon una cursada por la tarde, pese a todas las voces que les decían que era un horario sin demanda.
Desobedecer ese prejuicio fue el primer aprendizaje.
Toda escuela es política
Fue el 90 por ciento del estudiantado esté en conflicto judicial es algo que atraviesa el abordaje del bachillerato. ¿Cómo se emprende el día a día con semejante problemática? Fernando: “No los juzgamos ni planteamos lo que está bien o mal”.
Ezequiel: “Y no escondemos el problema. Lo vemos como algo propio de la vida que tuvo que vivir y lo abordamos desde el diálogo, aunque no lo hacemos público, sino que trabajamos cada caso. Nos desligamos de la solución del problema porque somos docentes, pero trabajamos con abogados que pueden dar una mano. En el tema adicciones coordinamos con centros que están preparados para eso. Muchas veces el docente cae en el ‘yo te ayudo’ y la verdad es que no sabe cómo”.
Fernando: “Planteamos que toda escuela es política. Si ponen un cuadro de Sarmiento, ya lo es. No difiere a que acá haya uno del Che Guevara, de Marx o de Evita. Cuando ven al Che, nos dicen ‘este espacio es político’. Y todo espacio lo es, pero acá lo explicitamos”.
Los años de recorrido en la práctica les permite reflexionar, desde lo hecho y lo que queda por hacer, en torno al concepto de educación popular y sus implicancias: “A partir de 2001, sobre todo, vimos que había un sector que estaba fuera del sistema educativo y la educación para adultos no lo contemplaba. Nos propusimos, entonces, pensar una escuela en función de esa necesidad”, dice Ezequiel. Agrega: “Al principio nos decían que era imposible porque nunca en la historia de la educación argentina hubo colegios gestionados por organizaciones sociales: lo hacía el Estado, un establecimiento privado o la Iglesia”.
Fernando brinda algunas pistas: “La historia de la educación popular siempre fue por fuera del sistema, con talleres en los barrios, incluso con compañeros desaparecidos por llevar a cabo esa tarea. Que hayamos logrado el título oficial para nosotros es importante, aunque muchos espacios nos decían que no podía haber educación popular con título oficial. ¿Cómo que no? Nosotros no queremos ser una alternativa, toda escuela pública debe ser popular como concepción ideológica y política. Queremos educación popular y oficial, lo que no quiere decir que seamos tradicionales, pero estamos dando un título que les permite a los sectores populares acceder a la universidad”.
Ezequiel completa: “Nuestro objetivo es la transformación social. Hay conocimientos académicos y de lucha, y en el aula tienen que estar ambos. Si no caemos en el docente demagogo que pregunta: ‘¿qué quieren ver?’. El demagogo corre la centralidad del docente y el sentido de la educación popular en la que el educador y el educando construyen conocimiento. Además, la autogestión no es sólo que el Estado no me controle, sino cómo hago que el docente sea parte del proyecto, cómo construir una propuesta educativa superadora; si no, hago educación popular de la boca para afuera”.
Tanto les preocupa –y los ocupa–la creación, junto a otros bachilleratos populares, de espacios de autoformación: “Todos los años hacemos talleres con diferentes ejes: es el plus que la formación académica no te da. Ahí apuntamos a cuestiones macro y micro: los movimientos sociales en Latinoamérica hasta cómo desarrollar una clase. Le decimos ‘autoformación’ porque lo armamos colectivamente, con diferentes bachis e implica un intercambio”.
Para lxs integrantes del bachillerato popular Maderera Córdoba el acto de graduación tiene una importancia mayúscula. Ezequiel explica porqué. “Le damos mucha centralidad como comienzo de una nueva etapa, como un logro tras los obstáculos individuales y colectivos que debieron sortear para lograr ese título. El sistema educativo logró atribuirle el fracaso del sistema al individuo: el estudiante es el que no sabe, el que no va, el que repite, el burro, el vago, todas categorías que se repiten incansablemente”. Así, el acto de graduación se convierte en una fiesta en la que participan estudiantes, sus familias, docentes, trabajadores de la maderera y el barrio. Ezequiel sigue graficando el asunto: “Que puedan romper esa internalización del fracaso del sistema en el estudiante y transformarse en sujetos activos se corona en ese acto: eso representa la graduación”. Fernando suma: “Tenemos profes que fueron estudiantes, luego hicieron un profesorado o terciario y ahora vuelven al bachi a dar clases”.
Es entonces cuando la puerta abierta para que no se vaya nadie adquiere una dimensión mayor.
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