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El menú ideal
Veroka Velázquez +Prisca. Dibujos, performance y comida para despertar el deseo. Una dieta que combina reflexión y placer en clave artística y culinaria para alimentar lo sentidos.
Los cuadros pintan mujeres intensas y coloridas. Cabezas que arden en cian, magenta, verde. Son las testigos de un acto único e irrepetible que tuvo su momento (viernes 8 de noviembre) y su lugar (Tierra Violeta) y sus protagonistas: mujeres, hombres, niñas y niños que formaron parte de la performance La fruta prohibida, de la artista Veroka Velázquez.
Todo hecho artístico se resiste a ser narrado y una performance es peor, por indomable, así que para hincarle el diente a esta fruta prohibida hay que resignarse: su recuerdo late en el estómago de cada uno de los participantes.
“Esto es resultado, en parte, de un viaje por Alemania”, comenzó diciéndoles Veroka a sus invitados. Entonces, pintó con palabras dos escenas que la marcaron durante ese viaje:
- Escena uno: tarde de verano en el campo alemán. Mujeres y hombres de todas las edades comparten un pic nic junto al río. La invitan a sumergirse.
- “No traje malla”, se lamenta. “Nadie trajo malla”, le responden. Todos se meten el agua desnudos y nadan en las aguas del respeto, el cariño y el cuidado del vínculo que los une, sin juzgarse ni sorprenderse. Se dio cuenta, así, que para ella era inimaginable un momento como ese, ni siquiera vestida. “Sentí que un sistema de creencias construido desde la perversión y el abuso, nos deja bloqueados al disfrute natural de nuestros cuerpos”.
- Escena dos: otro día, otra tarde. Cita con un amigo alemán para ir a dar una vuelta en bici por la ciudad. Llegó 10 minutos tarde. El amigo se ofendió, la reprendió y suspendió la salida. Se dio cuenta, así, que había transgredido un paradigma que estructuraba la vida en común en esa sociedad. “Lo que era inimaginable para él es el azar, que el caos universal fluya, que la vida atraviese lo planeado”.
Así encontró aquello que tenían en común: las órdenes eran diferentes, pero ambos las obedecían. Y lo que dictaban unas y otras era lo mismo: no escuchar el deseo.
Contactos
“Mi deseo es dibujar”, dirá Veroka. Así nacieron las mujeres que dibujó luego de la experiencia alemana enmarcaron la performance que ideó para compartir con sus amigas y amigos lo que había aprendido. Invitó entonces a la psicóloga Susana García, espcialista en Gestalt, a conducir –tal como suele hacer en los cursos que realizamos en MU– un ejercicio de contacto. Parados uno frente a otro, los asistentes tuvieron que mirarse fijamente a los ojos. Luego, mirarse con las manos, que recorrieron rostros, bocas, ojos, caras. ¿Incómodo? Sí, al principio. Amoroso después, dirá Veroka, que se detuvo especialmente a observar a su mamá, que al principio se congeló ante lo casi, casi consideró una emboscada.
Lo que vino después fue el fruto de ese azar que tanto disfruta Veroka. Nació cuando Marcelo recibió la invitación a la muestra y leyó el título. La llamó por teléfono al toque para sumarse: “¿Pensaste en algo para comer? Juntos urdieron el momento priscano de la performance: exquisitos sabores de manzana cocinados en vivo.
Tragar o comer
El deseo no se traga: se escupe. Lo que se traga, dice Veroka, es lo que viene en ese plato por el que pagás carísimo en un restaurante cualquiera. “Trabajé en gastronomía muchos años y siempre pensaba lo mismo: ¿cómo era posible que las personas pudiesen digerir una comida preparada por una mujer explotada, en un plato lavado por un bachero agotado y servida por una moza a la que le estallan los pies y le acaban de tocar el culo detrás del mostrador? Lo que estás comiendo es explotación, humillación, mal pago y maltrato”. Para su performance, entonces, eligió el menú contrario.
Prisca es un nombre, una marca, un sistema de producción de sabores y una forma de recordar a una novia que tuvo Marcelo y lo introdujo en las artes vegetales. Prisca es, además, una forma: siempre parece una hamburguesa, pero es muchas cosas más, combinadas y aderezadas para cumplir un objetivo. “Buscamos y buscamos hasta que logramos encontrar la forma de que sea algo rico y que sacie”. El plural refiere a la mamá de Marcelo, cocinera de las priscas que él comenzó a entregar a domicilio, junto a los consejos sobre cómo cocinarlas, acompañarlas y disfrutarlas.
Sentirse bien
Ahora ya son cuatro –se sumó su tía y un amigo– y tienen una casa que convirtieron en cocina, oficina y depósito, impulsados por el éxito del emprendimiento que ya consagró un lema: “alimentos para sentirse bien”.
El secreto de estas priscas, dirá Marcelo, es el sabor, pero lo importante es su corazón: están preparadas con productos que no contienen aditivos químicos, ni conservantes, ni pesticidas ni otros tipos de venenos, porque han sido trabajadas, desde la cosecha hasta su preparación “con respeto y cuidado.” Explica Marcelo con una sonrisa: “Mi mamá las hace como si fuera a comerlas todas yo.”
La participación de todo el clan en la performance de Veroka fue para ellos una prisca más: “Nos gusta el arte y nos parece natural que un emprendimiento así forme parte de una creación artística sobre el deseo. Nosotros buscamos todo los días lo mismo: que nuestra comida te conecte con lo mejor de vos, con el deseo de estar bien, de sentirte bien. Comer bien es parte de eso”.
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