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Rebelión en la granja

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Martiniano Molina, el cocinero mediático que fue cara de los corporaciones alimenticias hasta que comenzó a leer las etiquetas de los productos que promocionaba. Se negó a ser parte de ese negocio insalubre y comenzó a utilizar su popularidad para difundir otras ideas. “Hay que frenar cosas que hacen mucho daño”, dice ahora. Se refiere a la ley de patentamiento de semillas, la megaminería y la producción de alimentos.

Rebelión en la granjaYo era un banana, asegura Martiniano Molina, mirando la manzana que tiene en la mano. “Terrible banana. Hice de Macho Bus: me saqué la ropa y quedé en calzones delante de 60 personas en un estudio. Y en el canal Fashion, yo tenía que decir que a las pibas me gustaba verlas venir y también de atrás, bien machista, pero pedían eso, que hiciera de banana. Y yo lo hacía”. Cabe señalar que Macho Bus era parte de un programa de televisión en el que Molina se cubría la falsa desnudez con una sandía, y que el canal Fashion no sé qué es y preferiría preservar esa ignorancia.
El científico y filósofo Miguel Benasayag ha planteado hace poco en esta misma revista, que por múltiples razones la especie humana sufre mutaciones por las cuales se alisa su corteza cerebral, se diluyen funciones y flujos neuronales, y se crean condiciones que hacen del humano un ser transgénico, privatizado, desterritorializado, mediocre, nihilista, o lo que en estas costas se describe como un banana.
Martiniano Molina estaría sufriendo una mutación inversa, que lo aleja de cierta farándula y de gigantes como Coca Cola y La Serenísima, y lo acerca a la certeza de los daños que generan el modelo extractivo, los monocultivos transgénicos y la elaboración industrial de alimentos, con sus efectos de fragmentación social y enfermedad.
Sostiene Molina: “Hay que frenar cosas que hacen mucho daño. La ley de patentamiento de semillas, la explotación minera, la forma de producción de alimentos. Yo digo: muchachos, esto más que una discusión, es una estadística. Las enfermedades, la desaparición de cultivos y de recursos naturales. No es joda, es algo comprobado. Entonces denunciemos, pero además hagamos algo”.
En términos culinarios la sensación de Martiniano indica que –si todo sigue igual– estamos en el horno.
Se equivocó la paloma
“Mi casa la hice con estas dos”, dice Molina mostrando las manotas de ex jugador de handball. Vive en la Ribera de Quilmes, frente al Río de la Plata, que sigue existiendo. La conversación, a 20 minutos de Buenos Aires, tiene olas como música de fondo. Construyó la casa con dos amigos, chapas, maderas, 1.500 cañas que cortó de un cañaveral que iban a convertir en campo de soja, ventanas y puertas de demolición, sobre pilotes que fueron postes telefónicos salvados de algún serrucho póstumo.
La casa es muy linda, no ostentosa. No estamos en un country sino en un barrio obrero: para no discriminar, reconozcamos que además de narcos y delincuentes varios, en los countries también hay gente buena y trabajadora.
Las dos veces que fui, la puerta está abierta. Allí vive Martiniano con la periodista Ileana Luetic. Cada tanto llega Violeta, 11 años, hija del primer matrimonio de Molina. Hay dos perros que llamativamente no son de razas criminosas, sino callejeros. “No me gustan los countries. Te encerrás para ser libre, custodiado por la seguridad y la policía. Todo artificial. Aquí me siento parte del barrio. Me cuida la gente. Algunos dicen ‘este se fue a vivir con los negros’. En mi casa jamás nadie usó ese lenguaje; de chicos acompañábamos a mis viejos a la villa. A mis vecinos no los veo como un ‘ellos’ sino que somos un ‘nosotros’. Pero sí, Argentina es muy racista”.
En un sector del jardín, Molina instaló su propia huerta biodinámica, cuestión que ha ido desplegando a partir del contacto con experiencias como la Granja Naturaleza Viva de Guadalupe Norte, Santa Fe, en la que Remo Vénica, Irmina Kleiner, sus hijos y 12 familias demuestran que se puede hacer un modelo de agricultura sana, extremadamente rica (por lo diversa y por lo sabrosa) y rentable. Otro puente de Martiniano es con la Fundación Camino Abierto de Carlos Keen, hogar de menores judicializados que aplican el mismo sistema productivo para el restaurante Los Girasoles. “Esos chicos vienen de lo peor, y dieron vuelta sus vidas. Son un ejemplo a nivel mundial”, dice Molina, mientras una paloma se mete en la casa, revolotea un rato sobre nuestras cabezas como si fuese una ocurrencia, y sale rumbo a la costa.
Detecto entonces que, a diferencia de otras celebridades, no puso aire acondicionado: “Le hice las ventanas pensando en que corra el aire, ¿para qué querés un acondicionador?”. Y peor aun, no tiene televisor: “Para mí la televisión podría no existir y no cambiaría nada”. Ante mi reclamo, concede: “Bueno, si te gustan algunas series, que eliminen el otro 99%. Pero yo hace 10 años que dejé de ver”.
El dilema: ¿cómo fue el trayecto de este rapado de 41 años, 1,93 y 110 kilos, entre el Macho Bus Fashion, hasta el camino abierto y la naturaleza viva?
El fanático
Nació en Quilmes en 1972. Papá bioquímico, político y peronista. Mamá farmacéutica, homeópata y naturista. Martiniano intentó Psicología, pero hizo carrera como jugador de handball. Empezó tarde, a los 21 años, pero llegó a la Selección, jugó en Italia y decidió volverse. En la segunda mitad de los 90 conoció al cocinero Carlos Gato Dumas y se sumergió en el mundo chefmediático a partir del año 2000.
En plena crisis, Molina ganó el Panamericano de handball (2002) y simultáneamente surfeó el nacimiento de la ola gourmet. Se convirtió en un chef estrella con sus programas de televisión, imagen simpática y confiable, y suculentos contratos publicitarios para recomendar quesos untables. “Me invitaban a todos los programas y yo iba. Me gustaba. No me arrepiento. Soy cero fanático, pero para dejar de ser, tenés que haber sido”. ¿Fanático de qué? “De estar en los medios a full, de la guita. Nunca fui frívolo, de la noche o la droga, pero pelotudeaba mucho”.
Algo hacía ruido. “Yo crecí viendo la farmacia de mi mamá (Elsa Volpe, ya fallecida), con productos homeopáticos, hierbas, con todo lo que ella me decía sobre las medicinas complementarias. Con el tiempo me fueron interesando ideas como las de la antroposofía, de Rudolf Steiner, que plantea una mirada diferente sobre las personas y la relación con la naturaleza. Yo hacía propagandas de quesos, pero me puse a mirar las etiquetas, a tratar de entender cómo los elaboraban y no me gustó. Químicos, aditivos, de todo. Propuse hacer líneas más naturales, pero no hubo caso. Al final decidí abrirme de esa publicidad. Con lo que gané, me junté con mi hermano y con padres de aquí y pusimos una escuela Waldorf, que trabaja también con las ideas de la antroposofía”.
Mirtha paga impuestos
Otro momento fuerte ocurrió durante un almuerzo con Mirtha Legrand. A Martiniano no se le ocurrió nada mejor que decir que todos podemos ser responsables en cierto grado de los problemas sociales y de la realidad que se vive. La animadora sacudió aros y anillos y contestó: “Yo no, yo pago mis impuestos”. La discusión fue inútil y el chef se fue con una certeza: “nunca más”.
Se sumó a otros programas que difundieran la agroecología y la cocina sana. En Canal 7 todo estaba yendo bien hasta que llegó Todo Va Mejor queriendo promocionar el producto. Martiniano se negó, planteando las advertencias médicas y de organismos internacionales sobre el efecto de esos jarabes químicos para la salud, su influencia con respecto a obesidad y diabetes, por ejemplo. Dijo que aceptaría sólo si podía informar que no se debe permitir más que un vaso de Coca por semana a cada niño. Todo Fue Peor, y Martiniano emigró a otros proyectos en Canal Encuentro.
Alternativas al sistema  
No quiere alarmar a nadie ni es el Chef Guevara, se aclara a los desprevenidos. “Pero creo que las personas y las sociedades tienen que curarse o despertar, y lo que me gusta es mostrar cómo se pueden hacer cosas distintas que sean una alternativa al sistema. Sabemos lo que es la contaminación, las malformaciones y cánceres que aparecieron por las fumigaciones, los monopolios que van ocupando los espacios, el modo en que se explota el campo, la minería. También digo que algo de responsabilidad tenemos porque estamos en ese entramado de consumidores que hace que el sistema siga funcionando así”.
El cambio no puede ser de un día para el otro, dice: “Si mañana terminás con la industria alimentaria, medio mundo se muere de hambre, por más que lo que te venden en los supermercados sea basura, lo mismo con los pollos llenos de hormonas, probióticos y antibióticos. El cambio tiene que ser gradual, mostrando que hay otros caminos que son imprescindibles. No es sólo la idea, sino la acción: corrernos y hacer cosas diferentes. Agriculturas familiares, mercados alternativos, economías solidarias, energías limpias. Tiene que ver con la voluntad. Pero fijate que los flagelos como la droga, el alcohol, incluso la televisión o el consumismo, son usados como adormecedores para que pierdas la voluntad de acción”.
La mano negra
Molina no pierde de vista los costados comerciales de algunos de sus proyectos, aunque es obvio que si volviera a los viejos hábitos ganaría diez veces más. Pero hoy trabaja para Aerolíneas Argentinas: “Hacemos menú con cereales semillas, menos carne, mijo, cebada, alimentos autóctonos con gran aceptación”. O promueve un club de campo en Magdalena junto a su hermano: “En vez de un muro, va a tener un alambre de campo, y plantas de frambuesas. La idea es que los que compren lotes, si quieren, hagan juntos una huerta orgánica y produzcan sus propios alimentos. Y si no, que coman los que cultivemos nosotros”.
Cambiar la realidad
Hace poco concretó la Expo Feria de la Sustentabilidad en Berazategui, con 50.000 visitantes. Varios de los sponsors pueden haberse sumado más por el carisma de Molina que por ideas agroecológicas. “Nosotros tenemos que sumar, porque si el mensaje de que podés hacer tu huerta y de algún modo dejar de ser esclavo de lo que te venden le llega a mucha gente, estás dando un gran paso. De todos modos trato de cuidarme en cuanto a de dónde viene el dinero, porque la mano negra se va transformando y un montón de empresas dicen que son sustentables, que tienen responsabilidad social, y en realidad son lavada de cara y de culpas para justificar el daño que hacen”.
Martiniano sirve agua. “Hay que comprender el ideal de los pueblos originarios, hay otras fuerzas que habitan en nosotros que si las ponemos en acción nos van a permitir cambiar la realidad, que es perversa y dura para mucha gente. Pero el sufrimiento está ocurriendo en todos lados. A vos te va bien, pero capaz que es a costa de mucha gente que la está pasando mal. Por eso yo defiendo las medicinas complementarias, pero claro, si te mandaron el glifosato, macho, te chupaste el veneno y te metieron el plomo en la sangre, no hay mirada holística que valga y tenés que usar la medicina convencional. Para llegar al ideal, primero tenés que frenar esas dinámicas”.
Molina desconfía de los cambios desde arriba. “Creo que está cambiando la cultura. Nos damos cuenta de que no podemos esperar que las cosas las hagan los gobiernos, los monopolios, las corporaciones, y te terminen desilusionando. De última, se rigen por la opinión pública. Así que el tema somos nosotros mismos”.
Sabe que todo esto son semillas de ideas que recién están germinando, pero se entusiasma y cuenta que en las huertas urbanas rosarinas trabaja con ex piqueteros y piqueteras, que cultivan sus propios proyectos productivos: “Una de esas señoras me dijo: ‘la tierra me abuena’. Esa palabra usó. No sé, me parece que estos estilos de producción generan eso, otra onda, porque le dan al que lo hace más libertad”.

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