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Almacén de sueños
Azul Blaseotto y Eduardo Molinari inauguran este rincón en Almagro para exhibir, pensar, debatir y compartir. Es un maxikiosco, literalmente, que recrearon con arte.
Un viejo kiosco del barrio de Almagro convertido en un espacio de encuentro, creación colectiva y construcción de pensamiento. El sueño del pibe de Azul Blaseotto y Eduardo Molinari –una pareja de artistas de la plástica y del entusiasmo– se viene gestando desde hace tiempo y está próximo a nacer. A fines de septiembre, por la vidriera de lo que hasta hace poco era un kiosco, ya no se exhibirán caramelos y chocolates, habrá una muestra que busca ofrecer no sólo historietas colgadas en la pared, sino acercar al espectador el proceso de investigación y rescatar el aspecto documental del cómic. Ésta será la experiencia inaugural, la que dará comienzo a una serie de sucesos que prometen convocar el interés por sentirse parte de un hecho artístico y las ganas de juntarse para compartirlo. La Dársena. Plataforma de pensamiento e integración artística es el nombre que eligieron, dispuestos a dar el puntapié inicial y echar a rodar la inquietante aventura de crear con otros.
Los destinatarios de la oferta no serán solamente “los artistas”, como grupo selecto y excluyente, sino que la propuesta tiene rumbos más permeables : “La idea de abrir este lugar es romper con el gueto. Galerías hay un montón, no queremos eso. No es un emprendimiento comercial. Es un proyecto que teníamos desde hace mucho, sabíamos que iba a llegar en algún momento. Es un espacio pequeño, pero queremos que sea grande en cuanto a contenido, para llevar a cabo proyectos que tenemos en mente y también invitar a otras personas que quieran participar, que no sea sólo nuestro, sino que lo encaramos como algo colectivo”, aclara Azul.
Los planes de La Dársena contemplan varias actividades: difusión y presentaciones de artistas y asociaciones locales e internacionales, presentaciones de libros, proyecciones, charlas, clases, seminarios de arte y pensamiento contemporáneo. La cualidad de ser una zona de ensayo y experimentación deja abierta la puerta para recibir sugerencias, como define Azul: “No va a ser un lugar impoluto, queremos que se habite de otra manera, que venga gente no solamente del arte, sino de distintos ámbitos”. Eduardo complementa: “En los últimos años ha habido varios emprendimientos orientados a insertar artistas en determinados espacios, se han generado algunos lugares muy rimbombantes en torno a las artes visuales. Le escapamos a eso. Buscamos otra perspectiva, más ligada a lo que rodea a la imagen. Queremos que sea un lugar de intercambio de saberes, poder sumar un granito de arena en una dirección que tiene que ver con romper esa cartografía”.
Los cimientos
El contexto es una circunstancia primordial para los generadores de esta iniciativa, para “pensar alrededor de lo que se hace”, reflexionar acerca de la propia práctica artística y obtener respuestas a ciertas preguntas básicas: el porqué, para qué, para quién y con quién. Estos interrogantes inspiran los cimientos de La Dársena y dan lugar a la tarea de celebrar la integración.
Otro propósito que quieren concretar es la formación de grupos de reflexión acerca del funcionamiento de las instituciones que manejan el arte y la cultura. Azul comenta su fastidio al ver la ciudad pintada de amarillo y los festivales populares cooptados por un Estado que adhiere a otro paradigma, en el cual la cultura es un gasto. Es habitual que en este ámbito se aplique el concepto de llevar el arte a la calle. La visión de Azul guarda distancia con esta actitud a la que describe como semejante a la caridad: “Yo quiero que todo el mundo vaya a los museos, a los espacios de arte, terminar con eso de ‘yo les acerco el arte a los que no lo tienen; vos seguí siendo marginal, que yo te alcanzo alguna cosita del arte’. Debería ser al revés, lograr una circulación más flexible, una interacción”.
También intentan desmitificar el destino individualista de quien se dedica a este tipo de disciplinas. Cuenta Azul: “A mí me enseñaron a armar un bastidor, a pintar colores, pero no aprendí en ninguna escuela cómo es, una vez pasado el momento de la producción individual en el taller, el momento de generar espacios para compartir esa obra. Es necesario pensar por qué se siguen produciendo imágenes en un mundo que está saturado de imágenes, no digo que haya que dejar de producirlas, sino que hay que imaginar cómo va a ser la recepción y la manera de compartirlas”.
Eduardo también discrepa con esa imagen del creativo recluido en su taller y se aleja del discurso actual del artista gestor, manager de sí mismo. Agrega: “Hay una elite social para la cual el arte es una herramienta de dominación importante y por lo tanto, construye una forma de legitimación de distribución de la circulación de imágenes donde todo está prefabricado para esta idea. Humildemente queremos interpelar eso, pensar otro modo de circulación de imágenes y de educación artística”.
El equipaje
Azul se formó como artista plástica en la escuela Prilidiano Pueyrredón. Hija de un pintor y una grabadora, cuenta que padeció la carrera al compás de dos preguntas: ¿por qué?, ¿para qué? Mientras rastreaba argumentos satisfactorios, estudió alemán y se vinculó con gente “no artista”. En una de esas experiencias, colaboró con los trabajadores de una cooperativa de trabajadores que recuperaron un astillero en Dock Sud en la construcción de un barco. Se postuló a un posgrado en Berlín, Arte en contexto, dirigido a personas de cualquier lugar del mundo que hubieran realizado una carrera relacionada con el arte; quedó seleccionada y allí fue. Trabajó con inmigrantes y sus formas de integración a través del arte. A su regreso, junto con el equipaje y los conocimientos aprendidos, trajo la ilusión de concebir un espacio artístico autogestionado. Por estos días, esta tarea ocupa parte de su tiempo, junto a su trabajo como docente en el Nacional Buenos Aires, las clases de alemán en el Instituto Goethe y en el Normal 1. Los alumnos le respondieron “¡cumbia!” cuando les preguntó qué música escuchaban y ahora, gracias a su asesoramiento, incorporaron el punk. Su obra gráfica, postales de viajes e instalaciones pueden apreciarse en su blog.
Eduardo comenzó a estudiar Bellas Artes a los 26 años. Es docente en el Instituto Universitario Nacional del Arte y desde 1999 lleva adelante un proyecto visual denominado Archivo Caminante. Hijo y nieto de historiadores, su inclinación hacia esta materia lo llevó a conformar un archivo visual donde conjuga arte, historia y política, y manifiesta un pensamiento crítico a la construcción de la narrativa oficial de los acontecimientos. Invita a revisar la idea de una única voz que cuenta una línea histórica y busca evitar la “momificación” de los procesos sociales. El acto de caminar como práctica artística es su propuesta para redescubrir y reconstruir los hechos históricos, que se suceden día a día. Toma fotografías, recorre archivos públicos y privados, recoge volantes, revistas, diarios, afiches callejeros, con estos materiales realiza documentos con la técnica del collage y desarrolla instalaciones. Hasta hace unos días expuso Los niños de la soja en el Museo Reina Sofía de Madrid en el marco de Principio Potosí, muestra que formula una relectura de la colonización de Latinoamérica. En su blog se ven algunas de las fotos expuestas, entre ellas, la de Hugo Biolcati en el acto del Rosedal en 2009, la de Felipe Solá vestido de gaucho, o la de la oreja de José Alfredo Martínez de Hoz. “Algunos de los principales responsables del modelo de monocultivo de soja transgénica en Argentina”, sintetiza.
La prometedora definición que acerca Eduardo acerca de cuál es el requisito para ser artista, abre el juego y augura calificación a quienes no cuentan con habilidades puntuales para el dibujo, la danza o la actuación en un escenario. Para él un artista es “una persona que se anima a imaginar y a materializar lo que imagina”.
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Apuros
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