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Una flor de ventaja
El puente verde. En Monte Grande y a partir de la horticultura, este proyecto se propone el desafío de lograr un equilibrio entre la integración social, la agroecología y el comercio justo.
Un lugar lleno de flores. Eso es El Puente Verde, donde también abundan otras cosas: agroecología, consumo justo y responsable, desmanicomialización e integración. Son los recursos que forman parte de esta iniciativa que se autodefine como Centro de Formación y Producción Florihortícola para Jóvenes en situación de desventaja.
“Somos alrededor de treinta personas, más de la mitad tiene algún tipo de discapacidad, síndrome de Down o patologías psiquiátricas. Son jóvenes y adultos que acá se sienten útiles, cuentan con un espacio de contención, encuentran amigos. Desde el comienzo, el objetivo fue y sigue siendo generar posibilidades laborales para personas con discapacidades mentales”, cuenta Natalia Ravina, miembro de la asociación civil El Puente Verde, ubicada en Monte Grande. El proyecto nació en el año 2000 gracias a un subsidio otorgado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia, mediante la onegé cospe, que tenía fecha de vencimiento en 2003. A partir de ese momento surgió el desafío de sostener la empresa social sin el apoyo económico que les permitió ponerse en marcha. Encontrar la forma de sustentarse sigue siendo un reto constante. En Italia, la experiencia tiene la ventaja de que el Estado garantiza la compra de lo producido. Aquí, lograron un convenio con el gobierno de la provincia de Buenos Aires, denominado Taller Protegido de Producción, aunque el dinero no alcanza para cubrir los salarios de los colaboradores, docentes y personas que trabajan día a día en el emprendimiento.
Por eso, apelan a la venta al público, a viveros, empresas privadas, instalan puestos en plazas y ferias, armaron una página web, reparten folletos y envían e-mails promocionales. Planificar junto al consumidor la producción de plantines florales y arbustos y contar con el Estado como comprador mayorista sería un buen refuerzo económico. Pero eso, por el momento, figura en el listado de propósitos a cumplir.
La necesidad de obtener vías de sustento es clave en el sostén de esta propuesta para personas con discapacidades. Trabajan en El Puente Verde de lunes a viernes de 8 a 17, la mayoría viaja por sus propios medios, algunos en remises solventados por la obra social, perciben un salario provisto por el Taller Protegido, más lo que provenga de la venta, y cuentan con talleres de alfabetización, educación popular, construcción de hornos, huerta, paisajismo, producción de plantas, que no son continuos porque dependen de personal especializado y financiamiento disponible.
Desde hace un tiempo, están aprendiendo a trabajar en la huerta y a producir pollos que, por el momento, son para autoconsumo. Vienen de barrios carenciados de Esteban Echeverría, Ezeiza, Lomas de Zamora y Almirante Brown, enviados por las escuelas de educación especial o por los gobiernos municipales.
Natalia reconoce las dificultades más evidentes: “Hay pocas posibilidades para ellos, les es muy difícil conseguir trabajo una vez que terminan la etapa escolar. No les ofrecemos sólo una posibilidad de trabajar, sino que hay otros valores, otro cuidado, otra participación. Empiezan a manejar dinero, a reconocer sus propios deseos, disponen de cierta autonomía cuando, por ejemplo, nos vamos en carpa a vender a una feria, van adquiriendo responsabilidad. Nosotros decimos que están en situación de desventaja, que no se refiere exclusivamente a la discapacidad mental, sino a cualquier tipo de desventaja, económica o social”.
Un dilema que suele aparecer en las discusiones es la conveniencia de sacar el certificado de discapacidad. Muchos lo ven como una estigmatización, un sello que condiciona y limita. “Nosotros pensamos que el sello ya se lo habían puesto porque no les enseñaban a leer, también por su situación económica. El planteo que hacemos es que si lo sacan tienen beneficios tales como poder asegurarse una pensión, viajar en colectivo gratis, acceder a una obra social. Ayuda. No es una vergüenza tenerlo si se lo puede resignificar”, reafirma Natalia.
Equilibrio justo
La agroecología es otro aspecto destacado que practica El Puente Verde. Y no sólo desde lo orgánico, desde la manera de producir sin utilizar sustancias químicas, sino desde la aplicación de los valores que propone el comercio justo, el consumo responsable, el desarrollo local, poniendo el acento en las tareas que se comparten: “Tenemos una mirada particular dentro de la floricultura. Es otra tecnología, que no es común en los viveros tradicionales, que habitualmente utilizan muchos fertilizantes. Tuvimos que inventar algo que lo reemplazara y, al mismo tiempo, generar semillas propias, porque hay patentes registradas en el mercado. Nos dimos cuenta de que nuestra mirada es similar a la de los productores familiares, que priorizan la mano de obra”, dice Natalia, que también es docente en la Facultad de Agronomía. Para ella la diferencia está en la visión de las cosas.
En la economía agraria tradicional se busca la maximización de la ganancia individual, un modelo de desarrollo sin agricultores, altamente dependiente de los paquetes tecnológicos y hay muy pocos interesados en charlar acerca del desarrollo social.
Natalia se vinculó a El Puente Verde mientras cursaba una especialización denominada Desarrollo Rural. Un compañero le comentó que existía una feria de productores familiares en Esteban Echeverría y decidió ir a conocerla. Ahí dio con la gente de la asociación que estaba vendiendo flores en un puesto y la invitaron a sumarse al proyecto. Sin dudarlo, aceptó y no se arrepiente de su decisión.
Ahora, los planes inmediatos tienen que ver con la participación en la Feria de la Semilla en el Parque Pereyra Iraola de La Plata, el 17 y 18 de septiembre, y en el Congreso Internacional de Salud Mental y Derechos Humanos de las Madres de Plaza de Mayo para noviembre, con el fin de generar articulaciones con otras organizaciones sociales y continuar creciendo, al ritmo de las flores que cultivan.
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