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Noticias desde villa adentro
Los curas herederos de los sacerdotes tercermundistas plantearon que la droga está despenalizada en las villas, y el padre Pepe terminó amenazado. La “invisible” cultura barrial, las diferencias con los 70. Medios, clases sociales, y un mensaje para herejes.
El padre Pepe recomienda no tomar fotografías dentro de la Villa 21. No por inseguridad, miedo o pronóstico de tormenta delictiva abalanzándose sobre comunicadores inermes, sino lo contrario: “La gente ve a los medios y salen todos corriendo. Hay mucha desconfianza, no quieren que los estén filmando ni sacando fotos porque todo eso en muchos casos se muestra de un modo muy negativo”.
En 2008 mu visitó a Pepe en la parroquia que construyó la propia gente de la villa, la Virgen de Caacupé, sobre la calle Osvaldo Cruz de Barracas, símbolo de un barrio gestado a pulmón por sus habitantes (como toda villa), con incidencia paraguaya en esa diversidad también boliviana, peruana y obviamente argentina.
O sea, porteños, detalle que escapa a muchos comentaristas y racistas all uso nostro: “Parecería que los habitantes de la ciudad se dividen entre porteños y villeros, pero aquí son todos habitantes de la ciudad, y todos los chicos que nacen y bautizo son porteños” explica Pepe, demográficamente.
José María Di Paola, Pepe, 47 años, pertenece al Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia, 19 curas que se consideran herederos del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, y de su referente asesinado hace 35 años, Carlos Mugica. Ahora el padre Pepe se ha convertido en símbolo de la pelea contra el paco, multiplicado por los medios a partir del documento del equipo de curas que denunciaba que la droga está despenalizada de hecho en la villa. Quedó exponencialmente eyectado a los medios tras la amenaza que recibió cuando volvía a la parroquia, a fines de abril, y un hombre lo paró para decirle cosas como “rajate a tiempo” y “cuando afloje esto de los medios vas a ser boleta”, entre las más ilustrativas.
“No fue mal educado ni violento Fue contundente. Y yo me quedé helado” describe Pepe, antes de que una anciana cartonera lo abrace, de diga “fuerza”, y vaya por un guiso al comedor popular. Los chicos juegan al fútbol en la canchita. En una de las pancartas que ahora colorean la pequeña iglesia se lee: “Fuerza Padre Pepe, que nosotros estamos acá para defenderlo de los narcos. Basta de paco, basta de coca, sí a la vida. Escuela 12”. Hay cientos de dibujos y papeles de chiquitos de la escuela con mensajes similares, pegados en las paredes.
El fin del mundo, y Huracán
Pepe llegó a la villa en 1997. “Mucha gente habrá pensado: pobre, está en la villa. Pero yo estoy más feliz acá que en cualquier otro lado. Una Navidad acá no la cambio por nada. Yo pongo la mesa para los que están solos, vienen del hogar de abuelos, del de jóvenes, comemos juntos, después pasan los vecinos a saludar. Una Navidad así es hermosa. Hay otra alegría. Otra satisfacción de compartir con la gente. Difícil de transmitir, pero es lo que siento”.
En el año 2000 Pepe y más de cien vecinos construyeron la pequeña iglesia. “Se hizo sin pagar un peso, con el aporte de todos. Fue un signo en ese año donde decían que se acababa el mundo, toda esa locura”. Calcula para la zona unos 40.000 habitantes distribuidos, entre la 21, la 24 y Zavaleta, en 90 manzanas de vida arreglándoselas por cuenta propia.
Llegó 2001. “Como se habla de antes y después de Cristo, en Argentina hay que hablar de antes y después del 2001. La crisis. Y luego apareció la cuestión del paco, una cosa nueva como droga, que produce un deterioro asombroso, chicos que van siendo pateados de otros barrios, con cuestiones que antes no se veían”.
¿Por ejemplo?
Vienen chicos expulsados, y se instalan en la villa. Ya no hablamos de que estén en situación de calle, sino en situación de pasillo. Obviamente antes también había chicos drogados. Pero esto fue un cambio total. En dos semanas ves a los chicos mucho más flacos, produce marginalidad. Mucha gente dice: “Van a la villa porque venden droga”, pero yo creo que pasa otra cosa. Vienen porque saben que acá no los van a dejar morirse. Hay solidaridad, alguien siempre les da abrigo o comida. Nosotros, los comedores, los mismos vecinos. Todo implica un mundo solidario adentro de la villa. para con esos chicos expulsados desde sus familias y desde la ciudad.
¿Qué produce el paco?
Es terrible. Pierden noción de la realidad. Chicos que uno conoce como tranquilos se ponen violentos. Otros que no sabemos ni de dónde vienen son muy difíciles de abordar porque están muy deteriorados. No son chicos que puedan decidir, porque lo que están consumiendo es veneno y ya ni se dan cuenta. Y tampoco pueden decidir libremente si quieren hacer o no un tratamiento. Es una obligación tratarlos. Si alguien se quiere suicidar primero lo tratás de disuadir, pero en otro momento tenés que evitarlo. Llamar a un psiquiatra, algo. Como sociedad, estamos contemplando de qué modo se van a suicidar los chicos, pero te aparecen discursos en nombre de una supuesta libertad…
No veo la relación entre libertad y paco.
Lo que quiero decir es justamente que no hay libertad, pero hay discursos donde para mi se mezclan algunos pensamientos progresistas y conservadores. Por eso dijimos con el equipo de curas villeros, en el documento, que la droga está despenalizada de hecho, y estamos peor. El tema es: ¿cómo hacemos para estar mejor?
El riesgo, y a lo que se subieron muchos medios, es terminar diciendo: “entonces hay que penalizar”. Y esa persona que es la víctima de todo este negocio, termina siendo la única que va presa.
Ah no, nosotros estamos en contra de seguir victimizando a los chicos. Lo que queremos es que vivan, y no lo que está pasando ahora. Lo que quisimos es ser descriptivos. No estamos repitiendo como loros, sino que hablamos desde nuestra propia experiencia. Por eso creemos que es fundamental meterse en los barrios para analizar las cosas desde la pobreza, en lugar de estigmatizarla y discriminarla. Por eso cuando hablamos de temas como la droga o lo que llaman urbanización de las villas, estamos juzgando a una sociedad cristiana.
No entiendo.
Mientras haya individualismo, prejuicios y materialismo, no podemos decir que nuestra sociedad es cristiana.
La pequeña oficina del padre Pepe refleja muchas de las cosas que andan transitando las neuronas y coronarias del párroco. Antes de entrar se ve un mural del padre Daniel de la Sierra: “Fue compañero de Mugica, gran luchador, gallego cabeza dura, trabajador como él sólo. Hizo una cooperativa de viviendas. Ahí está la foto de la Madre Teresa, de Carlos Mugica, esa de Perón me la regalaron, aquel sombrero es paraguayo, hay chicos de mi grupo juvenil” dice, y se queda pensando: algunos fueron muertos por la policía. “Allá está Don Orione. Y ése es el Turco Mohamed”. Antonio Mohamed fue jugador y director técnico del club Huracán. “Soy quemero –se confiesa el párroco– y medio que lo cuestioné a Cappa (Ángel Cappa, actual dt del equipo) porque los hinchas de Huracán sabemos que jugar bien no siempre alcanza para ganar. Hemos perdido campeonatos en los que éramos los mejores”. Al cierre de esta edición, cerca del fin del campeonato, era imposible determinar en qué medida, para el padre Pepe, podía crecer o derretirse su fe por tal Ángel.
Diferencias con los 70
El documento del equipo de sacerdotes traza un panorama siempre ignorado por los medios: “Miles de mujeres y de hombres hacen filas para viajar y trabajar honradamente, para llevar el pan de cada día a la mesa, para ahorrar e ir de a poco comprando ladrillos y así mejorar la casa. Se va dando así esa dinámica linda que va transformando las Villas en barrios obreros. Miles y miles de niños con sus guardapolvos desfilan por pasillos y calles en ida y vuelta de casa a la escuela, y de ésta a casa. Mientras tanto los abuelos, quienes atesoran la sabiduría popular, se reúnen a la sombra de un árbol o de un techo de chapa a compartir un mate o un tereré y a contar anécdotas. Y al caer la tarde muchos de todas las edades se reúnen a rezar las novenas y preparar las fiestas en torno a las ermitas levantadas por la fe del pueblo”. Esta última frase puede resultar un tanto promocional, pero se verá que Pepe considera que existe un cristianismo popular como cultura, más allá de lo estrictamente religioso.
Para los curas villeros ese aspecto de trabajo y convivencia es sistemáticamente desaparecido por los medios: “La prensa amarilla responsabiliza a la villa del problema de la droga y la delincuencia. Decimos claramente: el problema no es la Villa sino el narcotráfico. La mayoría de los que se enriquecen con el narcotráfico no viven en las villas, en estos barrios donde se corta la luz, donde una ambulancia tarda en entrar, donde es común ver cloacas rebalsadas. Otra cosa distinta es que el espacio de la villa –como zona liberada– resulte funcional a esa situación”. Otras cloacas: el documento denuncia otro tráfico, el de armas, y se pregunta quién les da esas armas a los chicos.
La palabra zona liberada recuerda lo policial. ¿Cuando hablan de narcotráfico –separándolo de la vida de los vecinos– tiene que ver con lo que suele verse como relaciones entre delincuencia, poder e incluso fuerzas de seguridad?
(Silencio de tres segundos) Preferiría no entrar en ese terreno.
No quería dejar de hacer la pregunta.
Y eso yo lo agradezco.
Pepe ha tomado el nexo con los medios como algo que favoreció la discusión de estos temas. “Por supuesto te empiezan a preguntar sobre cualquier otra cosa, y ahí pongo el límite. No soy opinólogo”. Me muestra entusiasmado una imagen de los chicos en recuperación, que hicieron un fotomontaje donde pelean contra el demonio.
¿Creés en el demonio?
Yo era medio escéptico, pero a medida que voy conociendo la naturaleza humana, pienso que existe el mal, con una influencia que puede perturbar la vida de cualquiera.
En ese caso, ¿qué es el mal?
El narcotráfico, el materialismo, el hedonismo. Para nosotros la droga es un problema espiritual, no en el sentido de ir a misa o no, sino en el de encontrarle sentido a la vida.
Imagino que para los tercermundistas el mal era la opresión.
La droga es una opresión. Tenemos los mismos principios, somos hijos de ellos en cierto sentido, continuadores. Pero a nosotros se nos presentan desafíos modernos: urbanización, paco, discriminación, estigmatización.
Qué otras cosas pueden diferenciar las prácticas de los sacerdotes de los 70 con las actuales?
Se hace un trabajo que tal vez no es tanto la idea de lo ideológico –y lo digo en el mejor sentido, el de liberación–, sino que se gira más a escuchar a la gente. No es tanto decir por dónde va el camino, sino entender qué camino quieren. Interpretar lo colectivo desde el sentir de la gente. Interpretar a la gente, y no querer dirigirla. Sin negar los objetivos que uno pueda tener. Pero no pensar que vas a ayudar, sino a escuchar qué necesita el otro. No vas a predicar y a concientizar. Pasa al revés, termina siendo para uno un aprendizaje fenomenal.
¿Qué se aprende?
De todo. Valores, formas de convivencia. Aprendés a ponerte al lado, no adelante. No vas más a imponer una idea, sino a compartir. Nosotros por eso respetamos expresiones como el Gauchito Gil, que te están diciendo qué valores tiene la gente, de justicia, de reparto de los bienes, una ética que es parte de la sabiduría popular.
Cuestión de clase
Para Pepe Di Paola uno de los problemas actuales es que hay demasiadas cosas que se piensan mal. “En las villas venimos de las luchas contra la erradicación. Después vino la idea de urbanización, que por lo menos es un avance. Pero nosotros proponemos algo más, la integración urbana. No traer maquetas y soluciones desde afuera, pensadas desde afuera, sino conocer y reconocer cómo la gente ha ido urbanizando a su modo cada lugar. Lo que pasa es que subyace una idea en las clases medias y acomodadas, en los gobernantes: los villeros son tipos que ocupan un terreno fiscal, por lo tanto no tienen ningún derecho. En lugar de entender que el villero no tiene dónde vivir, que se organizó por su cuenta, aparece la discriminación. Lo vimos en campañas políticas. Les preguntan a los candidatos: ¿que va a hacer con la droga? ¿que va a hacer con la inseguridad?, ¿que va a hacer con las villas? Esa es la secuencia para los medios”.
Otro caso: “Acá existe la matriz de la familia tipo americana. Pero la verdad es que la familia tipo latinoamericana tiene muchos hijos, están debajo del nivel de pobreza, la mujer es jefa de hogar, tiene hijos de parejas diferentes, tiene que emigrar”. Pensar la familia de un modo o del otro, implica un vuelco absoluto en la forma de ver el mundo.
Y otra perspectiva diferente: “Creo que el error actual es que las leyes y los pensamientos parten desde una clase acomodada. Un tipo que vive con la clase trabajadora como la de la villa, se va a dar cuenta de la necesidad que hay. En esto se tocan algunos progresistas y conservadores, en una suerte de mentalidad ilustrada, que no piensa desde el pobre, sino desde afuera. Y desde arriba”.
¿Y cómo funciona la jerarquía católica en estas cuestiones?
El obispo (Jorge Bergoglio) viene siempre. La gente lo quiere mucho. Viene a una reunión de cuatro personas o a una de 400.
Una imagen del señor Bergoglio es de persona conservadora, de derecha.
No es la experiencia nuestra. Una lectura anterior capaz que te muestra eso, pero acá lo ven como un pastor que llega, cercano. Viene en colectivo. Pero parece que no sólo acá.
Una vez un obrero paraguayo, en una reunión aquí en la parroquia, le dijo: “La vez pasada salí de la obra, tomé el colectivo y lo vi a usted sentado atrás. Le dije a mis compañeros y no me creían”. Fue la única vez que lo vi a Bergoglio emocionado.
La denominada dirigencia social y política argentina está logrando que hábitos como viajar en transporte público se transformen en situaciones asombrosas, o beatíficas.
Trabajo y fiesta
De 13 años de trabajo, Di Paola tiene mucho para mostrar. “Hay trabajos de prevención, con exploradores –como boy scouts– que ya son como 1.200. Hay centros de día para los chicos con problemas, con apoyo escolar, campamentos infantiles, un centro de adolescentes varones y otro de mujeres. Una escuela mixta de oficios para mayores de 16. En recuperación tenemos un centro en General Rodríguez, con una pequeña granja construida también por los vecinos. El tema que planteamos en el documento es que ahí el chico vive una situación idílica, y se puede recuperar, pero, ¿qué pasa si vuelve al pasillo, al barrio? Ahí hay que pensar variantes, que aprendan oficios rurales para seguir afuera del ambiente que lo llevó al paco”.
Hay ocho chicos adictos al paco en recuperación. La parroquia tiene además ocho comedores populares de los más de 20 que hay en la villa. Y Pepe hasta ha organizado retiros de grupos de hombres y mujeres, por separado, para combatir la violencia doméstica. “Y eso provocó cambios en muchísimas familias. Te hablo de retiros con 70 varones por ejemplo, reflexionando sobre la vida”.
¿Cómo sería el barrio si no existieran estas formas de organización?
Es que son formas de vida. Vos ves que un domingo se juntan las familias y todos hacen la losa de una casa. Otra vez la del otro. No es organizado, es natural. Te pagás el asadito, te hacemos la losa. Se matan de risa, se divierten trabajando. El sentido de la fiesta es muy importante. Fiestas religiosas larguísimas, festivales, caravanas. Es una cultura propia.
Visto así, Pepe, parece soñado.
No, no somos ingenuos ni decimos que acá estamos en el cielo. Lo que sí digo es que es una cara de la villa que nunca se cuenta. En tiempos de Mugica se cantaba: ¿El pueblo donde está? Ésa es una pregunta que sirve para entender, para no subestimar. Lo que se aprende aquí es solidaridad, trabajo, vivir juntos. Es un cristianismo popular, que impregna todo con valores que vienen desde las culturas indígenas. Son modos de autoconvocarse para que la gente encuentre soluciones, nuevos modos de relacionarse.
Pero ese estilo no es exclusivo de los cristianos.
Claro, va mas allá, es algo cultural. Pueden hasta rechazar a la Iglesia, pero lo que hacen en términos prácticos es lo que nosotros llamamos cristianismo popular, lo que pasa es que le damos una mirada muy amplia a eso.
Tan amplia que abarca a los herejes.
Pepe se ríe, y con santa rapidez dice: “Ah, bueno, esos son los mejores”.
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