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Los sonidos del silencio

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Cam Beszkin. Vida y obra de una bajista, cantante y compositora de 22 años que crea a partir del vacío. Dos discos a la vista y un bajo como única compañía para vencer su pánico escénico. El riesgo es parte de su juego.

Los sonidos del silencioLa voz de una joven canta la palabra amor. Ocho segundos de silencio. La mujer insiste: amor. Otros ocho segundos de silencio. Una vez más, amor. Entra una línea de bajo simple, cosiendo los abismos con lo mínimo indispensable. Así empieza “Andaba Cruda”, primer disco solista de la compositora Cam Beszkin.
Es feriado y son los primeros días fríos del año. Todos los ambientes cerrados huelen a naftalina de abrigo liberado del fondo del armario. Mentira: en la casa de esta joven de 22 años huele a eucaliptus. En el departamento hay un orden abrumador. En una esquina, dos bajos, una guitarra, el atril y una cajita con instrumentos de percusión. Enfrente una biblioteca donde conviven El Principito, Castaneda, Coelho, el Tao, Camus, Liniers, una biografía de Charly, Nabokov, El Eternauta; Sabato y varias ediciones de los Records Guinness. Afuera un balcón que hace las veces de mini bosque personal. Dos gatos (Febrero y Janis) que respetan el día no laboral pero cada tanto se lanzan en corridas inexplicables. En una laptop conectada a unos parlantes con buenos graves suena Regina Spektor aporreando un piano. ¿Querés un té? Quiero un té.
 
Todo es canción
¿Te interesan los Records Guinness?
Me interesan las curiosidades. Y los libros sobre el Holocausto. Para que una obra me guste me tiene que acompañar en lo íntimo, ayudarme a sentir que no soy la única que a veces cree haber enloquecido. Después me quedo con sensaciones, no retengo nada puntual. Trato de percibir integralmente. No soy de escuchar un disco y ponerme a sacar la línea de bajo. De hecho, no sé tocar más que mis temas. Creo que soy lo peor para un fogón.
 
Cam dice que eligió su instrumento por estética. Le gusta el bajo como objeto. Después entró por los oídos y tomó el resto del cuerpo. “Los graves se sienten en la panza, en el corazón”, señala llevando sus manos a cada parte y sonriendo hasta achinar los ojos. Cuenta que la importancia del bajo se entiende por ausencia. La comprobación empírica es cuando escuchás música en mp3 o en parlantes malos de computadora que suenan agudos y sentís “que hay algo que no pasa”. Empezó componiendo con la guitarra y la dejó porque era convencional y daba resultados convencionales. “El bajo me llevó a lugares raros, indefinibles pero amables. Los graves me hacen sentir bien, es como si llevaran el alma de la música”.
Tenía 18 años cuando sintió que estaba trabada y no podía componer. Dice que para hacer una canción le tiene que pasar algo, un ruido interno “que es como el bichito del hambre, pero de la música”. Conclusión: si no hay música, no está pasando nada. Entonces asistió a un curso grupal de composición con Edgardo Cardozo, integrante de Puente Celeste. “Te daba una poesía, tres notas y con eso tenías que hacer un tema en una semana. Eso me transmitió mucha paz, me soltó. Entendí que se puede crear incluso cuando creés que no hay nada”.
Esa práctica fue el puntapié inicial para que se animara a sacar su primer disco solista. Tenía su voz y un bajo. Suficiente para hacer una obra que rompe todos los esquemas y enrarece cualquier ambiente donde suene. En el arte del disco, de tono turquesa, pueden verse tarjetas donde el eje es la ruptura del cuerpo: torsos-boca, ojos-teta, cabeza-oreja. Durante las diez canciones Cam atraviesa un tsunami a bordo de media cáscara de nuez. Al principio tememos por ella, pero enseguida nos damos cuenta que es la capitana de un naufragio emocional en el cual también somos los afectados. Inventa palabras que repite como mantras, la embarcación pega trompos y recupera la senda. Es mejor dejarse llevar, escucharla cantar “creo hallarme perdida”, “no me creo el amor” o “no entiendo lo reprimido pero ahí está”. Dejarla en primera línea, batallando todas las angustias con canciones deshilachadas.
“Muchos se asustan o no entienden y se alejan porque no pueden emparentar mi música con un género tradicional. En muchas disquerías lo rechazan porque no saben en qué batea ponerlo. ¿Cantautora? No sé qué significa. En realidad no tengo necesidad de definir una expresión”, sentencia.
 
El silencio y la soledad
¿Qué lugar ocupa el silencio en tus canciones?
Es fundamental, porque la música es matiz. No me gustan esos discos de ahora que suenan todos fuertes y parejos. Está bien, el volumen te vuela la cabeza, pero si igualás todo pierde personalidad. Creo que el silencio invita a sentir que hay algo más por entender. Hace falta, como la soledad. Es como las relaciones que se ahogan por estar todo el tiempo pegoteados. ¿Viste cuando un amigo te cuenta que estuvo con alguien y `fue re incómodo porque se hicieron silencios terribles´, o ese miedo a no tener de qué hablar? Bueno, que el silencio incomode habla mucho de las personas. ¡Disfrutalo!, fijate qué información hay en el silencio, no te puede aterrar tu mundo interno. A veces hablar aturde. Por eso, así como necesito estar sola para valorar a los demás, necesito del silencio para poder tocar.
 
Coordinar caprichos
Cam integró los grupos Exis, Quahsar, No Plástico, Elástico y Jahwarma. Después llegó su disco solista y un periplo que define como “unipersonal dramático”. Hizo todo sola: ensayos, canciones, prensa, organización de shows y cargado de equipos. “Lo disfruté mucho, pero fue complejo –reconoce–. Tocar sola con el bajo es un desafío. Me llevaba la compu sólo para disparar un efecto, pero en realidad era para llenar un poco más el espacio. Además tengo pánico escénico y dos días antes de un show me pongo nerviosa, me enfermo, me pregunto en qué me metí”. Ahora prepara dos discos a la vez: uno en dúo con el guitarrista Manuel Fusari y otro con Ríe, un trío de rock. “La compañía es fundamental para no volverse ermitaño. Componiendo con Manu entendí que trabajar con otro me mejora. Si hay química, se produce algo mágico. Con el trío pasa lo mismo: cuando logramos coordinar los caprichos, a la interacción con el público se suma la energía entre nosotros. En vivo pasan cosas maravillosas, porque la gente percibe la sinceridad de las propuestas”.
Febrero se durmió arriba de unos cables. Janis maúlla porque quiere salir al bosque. ¿Janis es por Joplin? Claro. Cam asume el rol de dj vespertina y dispara con Björk, Trijaus, Radiohead, Doña María y algo de electrónica. Cuenta que se había hecho adicta a sonorizar las calles y salía siempre con los auriculares. Un día la tecnología falló y se dio cuenta de que tenía los oídos saturados. Ahora escucha el sonido que propone Buenos Aires. “Es interesante, pero a veces no sé qué taparme primero, si las orejas o la nariz por el smog”. Silencio. Nunca dejan de pasar cosas: el agua que corre por los caños, el motor de heladera y el viento que mueve las plantas son la banda de sonido de un feriado introspectivo.

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