CABA
Cocinando el futuro
Una fundación y restaurante de Carlos Keen, cerca de Luján, alberga a chicos judicializados que han logrado escapar de ciertos infiernos. Aquí se convierten en chefs de primera, y empiezan a amasar su propia historia.
Micki carga una enorme y deslumbrante bandeja sobre su hombro derecho: “Tortilla de papa para 25”, informa con media sonrisa tras retirarla del horno de barro, mientras calculo si convendrá atracarlo ahí mismo.
Micki fue un chico de la calle. Tiene 24 años y es un chef capaz de hechizar a los comensales con producciones como los ñoquis de rúcula o el pollo al horno de barro con vegetales asados. No lo hace solo, sino con todo un grupo de chicos que son como lo fue él, niños “judicializados” (bajo la custodia de un juez) porque sus familias no están en condiciones de hacerse cargo de ellos. Son doce, que ahora viven en este lugar sospechosamente parecido a un cuento, pero nada aquí es artificial. Los chicos pululan entre la cocina, los gansos, el sol, la huerta, la tortilla y el horizonte.
Ollas y pelotas
Camino Abierto es una fundación y un hogar para chicos, que tiene como proyecto productivo el restaurante Los Girasoles, en Carlos Keen, a 13 kilómetros de Luján. El proyecto les da de comer a los que trabajan allí dándoles de comer a quienes llegan al pueblito los fines de semana tratando de lijarse la psicosis urbana. Aquí los chicos están dedicados a elaborar cosas tan disímiles como palitos de queso y futuro relleno. Ternera braseada y autoestima fresca de cada día. Raviolones de borraja, opciones de vida y helado de sambayón con dulce de leche, que Leandro (17) prepara hirviendo la leche (de sus propias vacas), con una sabiduría ajena a las empresas. Es quizás uno de los mejores dulces de leche argentinos, realizado por chicos fugados de las hornallas del infierno. El chef Martiniano Molina comparte esta teoría y arriba cada tanto no sólo a dictar talleres y recetas al grupo, sino a llevarse frascos enteros de este dulce por ahora sin logo y sin conservantes. También suele aventurarse por aquí su colega Narda Lepes, que además de colaborar en la capacitación de chicas y chicos, se anota en los picados de fútbol.
A los albergados en Camino Abierto se suman varios adolescentes de Carlos Keen, Ruiz y otros pueblos de la zona, que llegan para compartir tareas y aprendizaje. El resultado es que el visitante puede ver pasar chefs de 12 años que van a cocinar, arrieros de 14 que llevan a pastorear a las vacas lecheras, o mozas de 15 recomendando un conejo a la cazadora. Los padres de estos chicos pueden estar en prisión, ser desahuciados del sistema, haber fallecido por enfermedades causadas por el sida o, en el caso de los vecinos de la zona, ser obreros o empleados. (Miro los conejos y me queda una duda roedora: ¿cuántos bien pensantes urbanos permitirían que sus hijos estudien y compartan vida con estos chicos?).
Hay cumbia y risas en la cocina y entre las hornallas. Carla (15 años) cuenta: “Todos acá nos sentimos importantes. Y decimos: el trabajo en equipo supera cualquier talento”.
De la calle
Ricki es el apodo de Eleazar Amado. Apellido ilustre. El brasileño Jorge Amado fue un novelista que supo cantar –y si es que existen las casualidades– a la cocina bahiana (Doña Flor, la de los dos maridos, sobrevivía como profesora de la escuela culinaria Sabor y arte) y también al desamparo de los chicos de la calle bahianos, a quienes llamó los capitanes de la arena. Micki está sentado en el parque, mientras van y vienen –y me invitan con un tiramisú de novela– los capitanes de la huerta.
“Estoy aquí hace 16 años. Con mis hermanos Emanuel y Lucas, fuimos los primeros que llegamos” cuenta Micki, con un estilo que siempre es preciso, veloz y denso a la vez. “Mis padres no nos pudieron tener, por razones de ellos. Vivíamos en casas tomadas, y también en la calle. Como podíamos. Pedíamos monedas, pedíamos comida. A mis padres no les gustaba trabajar. Fallecieron de sida por una cuestión de su vida, nada más”.
Los chicos vivían y ambulaban por Flores. “Era la primera época de Menem. Todo perfecto, todo color de rosa, primer mundo”, dice Micki con media sonrisa de sarcasmo. El entonces Presidente calmaba conciencias diciendo que pobres hubo siempre. Micki parece oler algo en mal estado: “Seguro. Y nadie hacía nada por los pobres, ni por los pibes”.
El hermano mayor de Micki, Emanuel, tenía 10 años cuando conoció en un hospital a Susana Esmoris, o viceversa. “Ella decidió hacer algo por él que estaba en situación de riesgo y por nosotros también”. Se queda pensando y pronuncia una frase asombrosa: “En lugar de dedicarse a ganar plata, decidió hacer algo por ella misma”.
Micki acelera su relato: “Cuando nos instalamos aquí empezamos a hacer dulces hasta que Susana tiró la idea de hacer un restaurante. Empezó en el año 2000 ó 2001, era un éxito tener 20 personas y hoy vienen unas 120 entre sábado y domingo. Vinieron los chefs a pasarnos experiencias. A cada uno hay que aprovecharle su jugo. Y nos consiguieron hacer pasantías en restaurantes de la Capital. Los chicos van y aprenden cómo pelar una papa, una cebolla, con gente especializada. Nos reciben con onda”.
Micki dirige la parte de gastronomía de Los Girasoles. “Pero esto es un conjunto, el que cría los chanchos, el que hace la huerta. El asunto siempre es el mismo: meterle entusiasmo”. Entusiasmo y otros secretos. “Vos pensá que todo es casero, y todo producido acá: los lechones, la leche, el pollo, la ricota, los quesos… todo le da un toque al plato, que no lo podés manejar con los productos comprados”. Estos chicos hablan con orgullo de artistas.
Alejandra me cuenta que una vez una clienta desconfió de que semejante flan con dulce de leche fuera íntegramente producido por esos chiquilines. Le mostraron todo, le presentaron a Leandro, el imberbe maestro repostero, y lograron que la señora se dedicara a dos cosas saludables: callar y seguir comiendo.
Micki explica algo que tal vez no convenga leer cerca del mediodía: “Tenemos varios platos principales. El conejo a la cazadora se hace a la cacerola, grillado, con morrones, cebollas y zanahorias y vino blanco. O los ñoquis de rúcula, que es una especie de lechuga similar a la radicheta, se puede comer con ajo… y es espectacular”, dice mirando hacia los árboles y dudando que yo entienda la magnitud de lo que acaba de revelarme. En el lugar se preparan hasta la limonada y los panes. “Nosotros vamos agarrando cada receta que nos dan y la damos vuelta, la afinamos”. Tal vez haya que entender a Micki como un músico: “Lo lindo de la cocina es que sea abierta, creativa, cada uno le tiene que dar su toque”.
En Los Girasoles agregaron un extra: el popurrí, que permite probar y compartir todos los platos, saborear todos los enigmas. El chico que pedía comida, ahora es uno de los que dan de comer: “Es lindo, porque significa conocer gente, estar en contacto. Y nos permite vivir a nosotros y a los pibes”. Anuncia, muy serio: “Es una satisfacción”.
Consumo de sociedad
Emanuel, el mayor de los tres hermanos, trabaja en una fábrica de cartón corrugado. “Tiene un hijo y está juntado, por suerte”. Lucas viaja: “Es medio hippy, hace artesanías, talla en madera, va y viene. Y yo soy el que me quedé, aunque ya no vivo acá, alquilo una casita en Carlos Keen” cuenta Micki y la charla entra en un terreno de definiciones diferentes a la “gourmetología” convencional: “Acá hay verde, aire, te jugás un fútbol a cualquier hora, te vas al arroyo y todo sin gastar plata, sin meterte en la sociedad de consumo, que todo te lo vende. Porque decime, ¿qué es la Capital? Letreros, todo para atraerte. Y para ser igual que todos los demás”.
¿Iguales?
Claro. Todos compran, todos hacen lo mismo. Muñequitos.
¿Y qué pensás de eso?
Que te venden todo, el alcohol, la droga, el sexo. Yo voy un rato, ando por la Capital, pero no me la compro. Eso no es vida.
¿Y qué es vida?
Lo que se hace acá. Dar apoyo, darte cuenta de que se puede salir adelante. Crear, compartir, trabajar. Está en uno ser abierto y dejarse llevar. Aprender. Fijate que en la universidad hay montones de pibes que estudian no-se-sabe-qué y después no sirven para nada. Inútiles que estudian carreras, pero no saben hacer nada, y lo que buscan de la vida, ¿qué es? Un laburito para comprar el mejor teléfono, pilcha, banda ancha. Todo consumo. ¿Eso es vida?
De la pileta climatizada al campo
La historia cuenta que el señor Carlos Keen tuvo tres oficios de los que Micki podría incluir entre sus inútiles a la carta: abogado, militar y periodista. Keen no conoció este lugar, al que Dardo Rocha le dio nombre por cuestiones de amistad, dicen. El pueblo nació en el siglo 19, llegó a tener 4.000 habitantes alrededor de la producción agraria y el ferrocarril, y casi falleció en los 70 cuando el tren dejó de llegar. Hoy, sus 400 habitantes lo han revitalizado a fuerza de restaurantes, hospitalidad, artesanías y espectáculos. El lugar es de una serena belleza rústica, no impostada y poco “reciclada”, que enamoró también a Susana Esmoris, la impulsora del proyecto Camino Abierto y Los Girasoles. Con ella aparece otro costado de esta aventura. “Siempre me ponen la etiqueta: empresaria exitosa que dejó todo para dedicarse a los chicos. Bueno, es cierto. Yo tenía una empresa de equipamientos de oficina, tenía 40 operarios, hacía buenos negocios, estoy casada desde hace 42 años, tenía dos hijas ya grandes, ganaba muy bien, viajaba”. Pero siempre hay un pero: “Me pasó algo. Me di cuenta de que no era feliz”. En una persona activa y práctica como Susana los alcances de ese descubrimiento fueron inesperados. “Yo vivía con la máscara de ‘está todo bien’, pero pensé: ¿ése es el sentido de la vida? Sentía que no. Lo sentía en el cuerpo. Me enfermaba, estaba mal, preocupada, histérica. Pensé: pucha, esto no es para mí”.
Susana decidió divorciarse, pero no de Hugo, su marido que la acompaña también en esta historia, sino de ese malestar que la perseguía, y la alcanzaba.
“Dije basta. Bajé la persiana, me pasé un tiempo yendo a pileta climatizada y gimnasio, no sabía qué hacer”. Puso un bar, lo vendió. Era más de lo mismo. “Un día estaba cuidando a mi hermano en el hospital y había un chiquito que iba y venía, jugaba, hacía lío”. Emanuel tenía 10 años. “Yo hablaba con él, venía a jugar conmigo. Lo veías y te dabas cuenta que era un chico que quería otra cosa para él”. Conoció a la madre. “Se llamaba Claudia. Tenía sida. Vivían en una casa tomada. Para mí era una buena madre que amaba a sus hijos. Por eso me propuso que yo me hiciera cargo, para sacarlos de todo eso, porque se dio cuenta de que ella no podía. Llevé primero a Emanuel, luego a Lucas y a Micki. Mi casa de Villa del Parque no era un lugar donde criarlos. Conocí este lugar, y lo compré hipotecando mi casa. Traje a los chicos, y como siempre estoy pensando cosas para hacer, me imaginé que podía ser un hogar para otros chicos como ellos”.
Sobre la libertad y la diversión
¿Cómo planificó todo esto? Otra respuesta sorpresiva: “Las cosas pasan, sin tener ninguna programación. Se van abriendo posibilidades, y vos tenés que decidir qué hacer. Te digo más. Al propio Emanuel, con 10 años, ya le veías que quería otra cosa para su vida”. Susana aplicó todo su esfuerzo a crear Camino Abierto como una fundación, a conseguir fondos, donaciones y apoyo. “Puse en alquiler el edificio de mi empresa y vivo de eso. Y todo lo que se consigue es para el proyecto”.
Logró despertar el interés de empresas grandes, a veces dispuestas al marketing. “Yo sé que hay como ataques de solidaridad, y después se van y se olvidan. Hay que aprovechar esos ataques y que sirvan para invertir y lograr sostener este proyecto para cuando se acaben los brotes solidarios. Si pido para dar de comer, nadie me da nada. Pero si pido para máquinas o equipos, sí”.
El restaurante fue una forma de convertir al proyecto en autogestivo, y la idea de Susana terminó además empujando a todo Carlos Keen a ser una especie de pueblo gastronómico y agroturístico, saliendo del ataúd en el que lo había metido el fracaso del progreso. El proyecto cuenta además con dos cabañas que pueden alquilarse y están construidas con materiales y criterios ecológicos, hasta en los desagües. Todo este menú quedó servido a partir de aquellas chispas de afecto y juegos en el pasillo de un hospital, entre un chiquito y una señora tácitamente conjurados en algo: sabían lo que no querían.
Diversas recetas para comprender Camino abierto, según lo que va diciendo Susana:
“Estamos en un sistema perverso que confunde a la gente y a los chicos. El modelo más claro es la televisión. Aquí no vemos televisión. Tenemos un televisor grande, pero lo usamos para ver las películas que nosotros alquilamos. Comedias, documentales, lo que nos guste, y después charlamos entre todos. Lo hacemos los viernes y sábados, porque al día siguiente no hay clases”.
“La televisión te vende que no seas participativo. Que seas pasivo. La televisión es que un chico no ande en bicicleta, que no piense solo, que no comparta con los demás”.
“Con las tecnologías actuales, los chicos no son libres. Quedan atados al televisor, el celular, la computadora”.
“Aquí no despachamos comida. Cada plato, decimos siempre, debe tener textura, color y sabor. La clave es divertirse y disfrutar en la cocina. Si no, nada sirve”.
“Todos son igual de importantes. El bachero es el que está en la bacha limpiando cientos de platos para que todo pueda funcionar. Tiene la misma importancia que el cocinero, o que el que baldea la cocina”
Susana se divierte con la idea de que ella es como un entrenador, o un director técnico, que ayuda a organizar a los chicos, y a que encuentren su lugar. Diana Lisman es arquitecta y también se instaló en Carlos Keen y en todo este proyecto: “Hay gente que nos pregunta como con horror si esto es trabajo infantil. Primero, nadie está obligado. Segundo, es un aprendizaje. Y además yo pregunto: mientras un chico sale a pastorear las vacas o prepara una comida, y otro en la ciudad mira televisión, ¿qué es preferible? ¿Cómo se entiende que estemos en una época con enfermedades como las depresiones y las angustias infantiles, justamente en esos chicos tan conectados a la tecnología?”. El debate: un chico que no trabaja pero vive frente al televisor tal vez es metido de cabeza –literalmente– en ese sistema que Susana Esmoris huele como perverso. El tema no se clausura. Este lugar parece destinado, como su nombre lo indica, a abrir, y no a cerrar.
Relatos
Uno de los chicos con los que hablé me contó: “A los 5 años empecé a escaparme de mi casa. Me maltrataban, y esas cosas. Yo digo: si no te sentís bien lo único que podés hacer es escaparte”. A esa edad se iba a la estación de José León Suárez, se colaba en el tren y aprovechaba para dormir ahí arriba sin tener tanto frío. Iba a la casa de su hermana, y ahí lo mandaban de nuevo a la casa. “Y yo volvía a escaparme”. ¿Estás arrepentido? “No. Fue lo mejor que pude hacer. Dejaron de buscarme, y la justicia empezó a mandarme a hogares. Estuve en varios. Éste es lo mejor, porque hay respeto, todos se conocen, tenés amigos en el pueblo, vienen y están con vos, o vos vas a dormir a la casa de ellos”.
Otro de los chicos –12 años– me habló muy serio, guapo, como bancándose cada cosa que contaba: “Yo no tenía problemas, y estuve bien, hasta los 2 años. Ahí pasó que mi papá hacía tratos, negocios, no sé muy bien, pero perdió todo. Se puso mal, medio loco, tomaba. Y nos pegaba. Nos echaba de mi casa. Iba a la casa de un hermano que tenía 24 años. Hoy tendría 30, pero falleció. Tenía una bolsa de dormir. Suponete que estuvimos dos noches con mi hermana. Él nos hizo volver. Mi papá pidió disculpas. Creo que le dijimos: ‘te disculpamos pero no nos eches ni nos pegues’. Un día me dejó salir con mi hermana a andar en bicicleta. Me cai y me quebré la clavícula. Y lloraba, y eso (me lo dice como aclarándome que lloraba solamente porque era chiquito). Mi papá le dijo a mi hermana ‘andá a buscar esa pastilla’ para ver si yo paraba de llorar. Mi hermana no alcanzaba, agarró las pastillas, me las dieron, pero era una droga, y no me la banqué porque era chico, y estuve en coma. Tenía 4 años”.
Habla al lado de la huerta, soplándose el flequillo, otros de sus amigos del grupo lo escuchan. “Después me puse bien, y andaba mucho en la calle. Jugaba con mi hermana como todos los chicos, a tocar el timbre y salir corriendo. Una vez nos agarró la policía, y nos llevó de nuevo a lo de mi papá. Él nos pegaba de nuevo y hacía otras cosas así. Me escapé, me mandaron a un instituto en Morón, a uno de monjas en San Fernando, y ahora que cumplí 12 años me pude venir para acá”. El instituto de Morón era lindo, “pero no te dejan hacer nada salvo mirar televisión todo el día para que estés tranquilo. Y a mí no me gusta, me aburre. Me gusta estar acá, con la huerta y los animales. A la noche tocamos la guitarra, o hacemos la tarea de la escuela, o jugamos a las cartas. Mi papá falleció. Mi mamá me viene a visitar. Yo puedo estar un rato con ella y eso me gusta. Pero no quiero volver a mi casa”.
¿Por qué? “Por la drogadicción. Acá nadie toma ni te pega. Nadie hace nada malo. Si me vuelvo a mi casa, soy un boludo”. Le pregunto qué piensa hacer hacia adelante: “Me gustaría ser profesor de educación física, y vivir acá. En Buenos Aires no. Están todos locos”.
Los chicos me dejan solo y sacudido por cada palabra que han tenido el coraje de pronunciar. Hay pájaros (¿serán música funcional?) y es una tarde templada. Los gansos navegan por el lago. Un grupo de chicos va con una pelota a la canchita a jugar fútbol. Hay silencio de viento y árboles. Hasta que suena mi celular, con un típico mensaje urgente, e irrelevante. Un ganso me mira. Sospecho que se está apiadando de mí.
Cómo se hace el pan
Carla tiene 15 años: “Soy moza, mi casa está en Carlos Keen, pero prácticamente vivo acá. Aprendo a cocinar. Vivo con mis hermanos. Ellos vivían acá y me trajeron. Mi mamá falleció y mi papá no vive con nosotros”. Traducción: los hermanos de Carla fueron chicos judicializados, que lograron lo que Susana define así: “En vez de volver a un entorno que los perjudica, muchas veces pasa al revés, son los chicos los que empiezan a escribir una historia nueva y traen a la familia”. A Carla le entusiasma charlar: “Me encanta ser moza, y aprender a cocinar para defenderme en la cocina, y en la vida”. Su visible compinche es Alejandra: “Yo tengo 16, también soy moza, pero me gusta más la cocina. Estamos inventando un emprendimiento entre las dos. Vamos a vender panes hechos por nosotras”.
Les pregunto cómo se hace un pan: “Harina, manteca, 50 gramos de levadura, agua leche. Pero lo principal es amasarlo con buena onda”. Les pregunto si lo dicen en serio, o si es marketing del microemprendimiento a dúo. Se ríen de mi ignorancia: “Mirá, lo hemos visto. Si venís de mala onda, el pan sale horrible”.
Susana pasa para avisarles que van a tomar, todas juntas, unas clases de teatro para inaugurar en algún momento una obra que se llamará Humor al dente. ¿No teme que con esa teoría sobre las tecnologías como modelo de falta de libertad la consideren reacia a las innovaciones? Responde: “No, porque esto es el futuro. Este modo de organizarse, de producir, de salir de la perversión y de la locura”.
Última receta
Tal vez Carla y Alejandra puedan explicarme la receta para que, como el pan, también salga bien la vida. Se ponen serias. Entre las dos van enumerando: “Buena onda, pasarla bien. Hacer las cosas con otra gente”. Alejandra propone: “Para que la vida salga bien hay que hacer lo que a uno le gusta, y tratar de vivir de eso”. Pasan Abraham, Diego y otros chicos que se van a pasear al pueblo. Las chicas se van a hacer teatro. Leandro está feliz: me avisa que el dulce de leche está saliendo mejor que nunca. Acaso se trate de saber elegir con cuáles de los hallazgos que aquí se pueden ver, tocar, oler, sentir, gustar, pensar y escuchar, prefiere alimentarse cada uno de los que conozcan esta historia.
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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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