Nota
Chomsky en el Gigantinho: la ciencia de la esperanza
La conferencia del célebre Noam Chomsky ante 15.000 personas que ovacionaron su percepción de que las cosas efectivamente empiezan a cambiar en favor de un mundo más volcado a la vida que a la muerte. Así cerró el Foro Social de 2003. Una ceremonia que le otorgó un nivel que justifica su eslogan.
El Gigantinho es lo que es: un pequeño estadio gigante, se supone que con capacidad para 15.000 personas. Pero este lunes, a las cuatro de la tarde, habría que haber sumado a las que estaban sentadas en los pasillos, las escaleras, los que estaban de pie, los que espiaban desde la puerta, los que se trepaban por la ventana. Toda esa gente participó de una ceremonia colectiva, en dos actos, traducida a todos los idiomas a través de los auriculares que retiraron previamente y sin pago en las ventanillas del estadio.
El primer acto fue una reunión, a lo largo de la mesa que ocupaba el centro del escenario, de los principales referentes de Israel y Palestina. No estamos hablando de funcionarios, sino de seres humanos: intelectuales y activistas de organizaciones que se abrazaron para sellar una declaración histórica. El texto de esa declaración llegó desde el auricular con lágrimas: la traductora -como todos allí- fue fiel no solo a las palabras, sino a los sentimientos que allí se comunicaban. Y dice, palabras más, lágrimas menos, esto:
«Nosotros, israelíes y palestinos, militantes de la paz, estamos decididos a perseguir la paz y eliminar la ocupación israelí de los territorios ocupados, crear un estado Palestino y consagrar Jerusalén como la ciudad capital de ambos estados; encontrar una solución justa a los refugiados y exigir a los gobiernos que pongan fin a la violencia de ambos lados. Paz Ahora».
El estadio, en ese momento, estaba de pie y unido mano con mano. Por los parlantes se escuchaba a John Lennon y esto que el alcalde de la ciudad anunció como un regalo de Porto Alegre al mundo hubiese sido perfecto, si no tuviese tantas otras cosas. En principio, la docena de hombres de negro que protegían en el escenario el abrazo de los firmantes de la declaración.
Luego, llegó una aymara integrante del movimiento Bertolina Sisa, desde Bolivia, con un mensaje del dirigente Evo Morales, invitado al cierre del acto, pero imposibilitado de viajar por los sucesos de los que pocos hablan: 9 muertos, 100 heridos y 1.000 detenidos, según informó la carta, por la represión a los piquetes que los cocaleros iniciaron para hacer oir sus demandas «en defensa de nuestra tierra y nuestro futuro».
Entonces, llegó el segundo acto.
Un hombre pequeño, de camisa celeste, anteojos grandes, casi anciano, entró al escenario y recibió la ovación de un ídolo de rock. Noam Chomsky, 74 años, estadounidense, lingüista, investigador del mayor centro de Ciencia y técnica del mundo, el mítico MIT, fue consagrado así como el líder intelectual del nuevo siglo. Del otro mundo posible.
Chomsky fue el encargado de dar la explicación, sin quererlo, cuando comenzó comentando a su compañera de panel, la joven escritora india Arundathi Roy, que a partir de ahora debería cambiar el título de aquel artículo que escribió hace un año sobre él, y que decía: «La soledad de Noam Chomsky». ¿Qué hizo posible que esa justa apreciación de Roy ahora quedara anacrónica y provocara risas? La valentía de Chomsky, el primer intelectual en nadar contra la corriente en pleno 11 de setiembre y en el corazón del Imperio. Esa honestidad intelectual, ese coraje, le reportaron tantas críticas, como aplausos ayer. No tuvo que esperar tanto tiempo para verse compensado. Apenas este larguísimo año, en que todo cambió.
El profesor Chomsky podría haber hecho cualquier cosa ayer, porque lo más importante ya había sido hecho. Sin embargo, eligió dar una lección. De muchas cosas. La primera, de antidemagogia.
Durante casi una hora, en inglés y ante un público que mantuvo los auriculares y la atención apretados para poder seguirlo, leyó un ensayo sobre todo lo que vio y entendió en este año. Es decir, brindó una lección que el silencio convirtió en misa.
«Estamos enfrentando un momento histõrico que tiene mucho de sombrío, pero también de esperanza. El poder proclamó en alta voz que tiene intenciones de gobernar el mundo por la fuerza. El Imperio expresó explícitamente que no va a tolerar ninguna competencia ni ahora ni en el futuro. Su doctrina no es nueva, pero nunca ha sido proclamada tan abiertamente y con tanta arrogancia.»
Luego, repitió en voz alta el título de la conferencia: «Cómo enfrentar al Imperio». Y contestó: «No pienso responder a esta pregunta porque ustedes conocen la respuesta incluso mejor que yo: creando un mundo distinto, sin miedo a la opresión.»
Luego, comentó lo que había hecho ayer: visitar uno de los campamentos del poderoso Movimiento Sin tierra de Brasil. Fue en el asentamiento de Maio y en un área de 850 hectáreas donde viven 46 familias. Allí plantó un cedro, comió arroz, recorrió el asentamiento y cuando partió recibió el elogio que mejor lo define: «Es el hombre más coherente que conocí», dijo su anfitrión. Joao Pedro Stédile, uno de los líderes del MST y de la Vía Campesina, organizadora de este visita de la que participaron 2.000 personas.
Chomsky no contó estos detalles a la multitud, sino las conclusiones que le dejaron.
«Ese es un mundo que nos brinda una esperanza. Este movimiento popular es uno de los más importantes del mundo y, por ellos, es que el Foro Mundial se celebra aquí». Esta fue otra de las lecciones de Chomsky: recordar -y con ello rescatar- el verdadero espíritu del Foro, su origen fundacional, su alma. En el último día de esta tercera reunión en donde tantos partidos politicos disfrazados -como lobos con piel de oveja- bajo las denominaciones más variadas intentaron «disciplinar» aquí y allá, con recetas y dogmas, a los nuevos movimientos sociales autónomos, esta mención de Chomsky no fue casual, sino central: no estamos aquí por obra del Partido de los Trabajadores, sino por el Movimiento Sin Tierra. La diferencia hace a la diferencia.
Luego, Chomsky contó otro viaje, realizado meses antes, al sudeste de Turquía, en territorios donde los kurdos viven bajo el terror de la violencia más salvaje, que Chomsky describió con escenas y datos precisos. Uno de ellos: Turquía fue el principal receptor de armas de los Estados Unidos hasta 1999. Ahora, ese puesto lo ocupa Colombia: «El país donde hoy más se violan los derechos humanos de todo el hemisferio, y el líder mundial del asesinato de trabajadores. Hoy en Colombia hay 20 asesinatos por día, el doble que hace cinco años».
Allí estuvo Chomsky hace unos meses y allí se encontró con el relato de otros campesinos que le contaron cómo la guerra química no sólo destruyó sus tierras, sino cómo asesinó a sus hijos, intoxicõ a las mujeres y contaminó su futuro. «La agricultura se basa en una tradición muy rica que se transmite, básicamente, de madre a hija. Es, entonces, sumamente frágil porque depende de la vida humana. Y podemos perderla en una sola generación».
Como en Bolivia, según le contaron esta misma mañana. Allí también las multinacionales entran, arrancan el carbón y el oro, y expolian la tierra con la agroexportación y las semillas de laboratorio.
«Así como Vía Campesina nos da esperanza, en todos estos países y bajo condiciones indescriptibles, hay gente que tiene el coraje de luchar por la justicia y la libertad. Eso también nos da esperanza porque enfrentan al Imperio allí donde está matando, torturando y destruyendo.»
En ese instante de su charla trazó, con dos rayas, los grandes temas que cruzaron a este foro. «Por un lado, la justicia global, entendida como la vida después del capitalismo, aunque no resulta tan claro que las especies puedan sobrevivir en este capitalismo por mucho tiempo. En segundo lugar, la guerra y la paz.»
Llegó el momento, entonces, de las «buenas noticias»:
«Así como en este Foro estamos llenos de esperanza, vigor y ánimo, las noticias nos hablan de que Davos no es precisamente una fiesta global como ésta. Davos y Porto Alegre están fatalmente relacionados. En la medida en aquí aumenta el ánimo y la participación, allí se ponen sombríos. Los fundadores de Fondo Económico Mundial de Davos han reconocido su derrota. O sea: ganamos nosotros.»
«Lo que nos queda por hacer ahora es recoger los trozos. Avanzar. Y crear la vida después del capitalismo».
Para no parecer ingenuo, Chomsky comenzó a citar los datos de tres encuestas realizadas en las últimas semanas, en donde a la cabeza de los rankings de confianza figuran los líderes de las ONGs y en las que los Estados Unidos es considerado la mayor amenaza para la paz mundial, por encima de Irak, Corea y Al Qeda. «Hacen muy bien los 30.000 asistentes a Davos en debatir como tema central de esta reunión, el tema de la confianza.»
Siguió, con el significado que para estos dirigentes tiene la palabra democracia. Y citó un concepto clave: el parlamento virtual que conforman los prestamistas que deciden las leyes de las democracias pobres.
Por supuesto, llegó el turno de arremeter contra el periodismo. Contó, entonces, que en el aeropuerto, camino a Porto Alegre, un periodista norteamericano le preguntó porqué era tan pobre la protesta contra la guerra dentro de los Estados Unidos. Apenas unos días antes, una manifestación de 500 mil personas se había pronunciado contra la guerra en Washington, los concejales de Chicago habían aprobado una declaración por 41 votos contra 1 y la Universidad de Texas, vecina a la finca de George Bush, había también suscripto una declaración anti guerra. No es suficiente, para determinados periodistas que ven sólo lo que quieren ver.
A Chomsky tampoco le pareció «muy revelador» comparar la situación actual con la guerra de Vietnam. En los 60, la protesta pacifista tardó años en madurar. «En cambio ahora se ha manifestado mucho antes de que se tire la primera bomba».
Describió la estrategia de la administración Bush. Primero, crear un monstruo, para luego presentarse como el salvador que todos esperan que se haga cargo de exterminarlo, aunque la realidad indique que «Saddam era mucho más peligroso cuando los Estados Unidos lo apoyaba, que ahora». La maniobra fue descripta «como una vieja estrategia de desviar el descontento que produce el poder creando otro enemigo».
Finalmente, y con el mismo medio tono con el que comenzó, Chomsky resumió en qué punto estamos parados. «Una mirada realista nos indica que hay muchas razones para tener esperanza, pero también que el camino es muy largo. Recién estamos empezando».
Arundathi Roy escribió un libro delicioso: El Dios de las cosas pequeñas. Ella también es pequeña y tiene la sonrisa divina, pero ninguna de esas cosas fueron las que le permitieron levantar a la platea varias veces y con adoración. Roy, con su energía, firmeza, indignación y fuerza representó no solo el futuro del Foro -que se hará en la India el próximo año- sino su cimiento. Su voz era la voz de esa generación que creó el movimiento, lo puso en la calle y lo empujó de arriba para abajo, hasta convertirlo en este plato sabroso que hoy muchos se disputan. Roy habló como lo que es: una aplicada alumna de Chomsky, con vuelo propio. «Este es uno de los momentos más lindos de mi vida. Estar aquí, en la misma mesa con una de las mentes más brillantes de nuestra época», dijo para contagiar a todos su entusiasmo.
Luego, se preguntó: ¿Qué es el Imperio? ¿Son los Estados Unidos, la Unión Europea, el Banco Mundial, El FMI, la Organización Mundial del Comercio y las corporaciones multinacionales? ¿O algo más? ¿Los nacionalismos, los fanatismos religiosos, el terrorismo, la violencia? Porque uno camina al lado del otro en este proyecto de globalización corporativa.
¿Cómo resistirlo? se peguntó después de hacer un repaso sobre la actualidad de su país (en el con que con la velocidad de un plan de ajuste, la democracia quedó convertida en nada). La respuesta: buenas noticias. «No nos va tan mal. En Bolivia, Cochabamba. En Perú, Arequipa. En Venezuela, el presidente Chávez se mantiene a pesar del esfuerzo del Norte, se mantiene. Y la mirada mundial se dirige ahora hacia la Argentina, que está tratando de renacer entre las cenizas, luego de la devastación. ¿Y cómo le ha ido a Enron, Arthur Andersen y todas esas compañías que este año fueron solo escándalos y malversación? ¿Y quién era el presidente de Brasil el año pasado y quien ahora? Aun así muchos de nosotros pasamos por momentos de desesperación o desaliento. Las bombas nos caen al lado, las patentes se están registrando, los recursos naturales se están devastando. No parece fácil esta batalla, pero hemos ganado algo muy importante. Hemos logrado desenmascarar al Imperio. Y al sacarse la máscara, lo vemos como lo que es, brutal y homicida. Incluso los secretos de los Estados Unidos ya son historia. Todos saben ahora que son mentiras. Y hasta ridículas. Nos dicen, por ejemplo, que quieren llevar la democracia a Irak. Y ya pocos le creen. Nos dicen que estaríamos mejor sin Saddam. Y muchos más creen que estaríamos mejor sin Bush. ¿Tenemos por eso que bombardear la Casa Blanca?»
Consciente de lo que significa la lucha cotidiana, Roy no magnifica las posibilidades de triunfo, sino sus pequeñas y contundentes victorias cotidianas. «Podemos construir una opinión pública que logre ensordecer a Bush y Blair, que los llame como lo que son: asesinos de niños, evenenadores de agua, homicidas. Podemos reinventar la desobediencia civil de mil maneras. Podemos sitiar al Imperio, quitarle el oxígeno, burlarnos de él con nuestro arte, nuestra literatura, nuestra obstinación, nuestra alegría y nuestro brillo. Negándonos a comprar lo que nos venden: sus ideas, su versión de la historia, su noción de inevitabilidad. Somos muchos y ellos son pocos. Nos necesitan más de lo que los necesitamos a ellos. Otro mundo no es solo posible, sino que ya llegó. Ya se puede escuchar cómo está respirando.»
De pie, el aplauso llegó como aire fresco a un estadio que hervía, literalmente.
Y con ese sudor y esos aplausos se anunciaba el parto no de otro mundo, sino de este que es posible hoy.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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