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Elogio de la mierda: el colombiano Jairo Restrepo en Argentina
Su lema: “Con agua y mierda, no hay cosecha que se pierda”. Sus ideas sobre la fertilidad, la felicidad, y la vida. Por qué la agricultura industrial no le da de comer al mundo. El poder de los campesinos. La mirada sobre las ciudades, la corrupción y el Estado. El poder de la agricultura orgánica, de la rebeldía, y la importancia de comer bien. SERGIO CIANCAGLINI
Composición tema la vaca:
El sistema educativo argentino ha creado un relato a partir del cual se explica a lxs niñxs que la vaca es un animal generoso que nos da la leche (y la manteca, el queso, y todo lo que ha ido deformando la industria láctea).
Traspasando todo altruismo la vaca nos da también su cuero, como si no le importase ser despellejada.
El récord del relato: la vaca nos da su carne y sus tripas, como aceptando mansamente el descuartizamiento cuyo resultado luce en las carnicerías.
Puede pensarse, en cambio, que lo único que la vaca le da al mundo objetivamente (por no decir voluntariamente), y con una segura dosis de alivio y bienestar, es el producto de sus digestiones.
Ese aporte energético y productivo inspiró al ingeniero agrónomo colombiano Jairo Restrepo a crear una organización llamada La Mierda de Vaca, destinada a difundir cómo cultivar alimentos sanos, abundantes, sin venenos y en suelos recuperados.
“La Mierda de Vaca” se lee en el pecho de las remeras con que Jairo brinda sus charlas y capacitaciones en América Latina y Europa. Se ve la caricatura de una vaca de ojos saltones emitiendo su bosta con entusiasmo. Y en la espalda está impresa la siguiente observación científico-empírica: “Con agua y mierda, no hay cosecha que se pierda”.
Restrepo anduvo con esa remera roja por la Colonia 20 de junio-Darío Santillán de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) en Jáuregui, provincia de Buenos Aires. La UTT es el mayor gremio campesino del país. Conocido por sus verdurazos y feriazos, impulsa también de modo creciente la producción agroecológica de alimentos. Allí, junto a más de 100 campesinxs y productorxs de origen principalmente boliviano y jujeño, Restrepo revolvió tachos con productos caseros para fertilizar los suelos, y revolvió también neuronas para fertilizar la imaginación y las ideas. Luego completó el panorama con una conferencia en la Universidad de Luján que hizo sacudir los claustros; y una larga charla con MU.
Habló sobre alimentos, cadáveres universitarios, culos argentinos, farmacias, el poder, minerales, mafias, microbiología, fascismo, sonámbulos, cerebros, corrupción y felicidad, entre otras cuestiones. Preguntó y se preguntó.
Por ejemplo: en la UTT, con una larga rama con la que revolvía un balde de plástico de 20 litros en el que disolvía lana cruda para utilizarla como fertilizante, Restrepo formuló una pregunta tremenda a quienes mirábamos esa alquimia, y tal vez al resto del vecindario humano: “¿Qué sueño quieren soñar?”.
Barrio & bosta
Jairo Restrepo Rivera tiene barba larga y blanca como los magos de los cuentos, pelo ralo y largo atado con colita, acento caribeño y una energía a prueba de fumigaciones. Vive en Cali, tiene cinco hijos: Daniel, 18 años, fue trasplantado recientemente de riñón. “Me hablaba sobre la muerte, pero que ahora esté bien me confirma que la vida es un milagro”, dice emocionándose.
Restrepo cumplió años el 7 de abril: “Tengo muchos otros sietes porque soy de 1957, nací el séptimo día (domingo) a las siete, séptimo hijo y además sietemesino. Mi madre, mi abuela y la partera lloraban cuando nací. Mi abuelo preguntó: ¿por qué lloran? Porque se vino antes, le dijeron. Y él contestó: no es que vino antes, es que lo necesitábamos antes. Ese era mi abuelo”, cuenta orgulloso con una carcajada que baja como catarata por su barba bien forestada.
Nació en Buga, cerca de Cali: “En un barrio humilde, Divino Niño Jesús, en esas afueras donde están el prostíbulo, el matadero, los mendigos. Me crié mucho con abuelas, abuelos, tíos, soy hijo del barrio. Había comunicación a los gritos entre los patios, se cuidaba a los niños, estaba esa idea de convivencia y estar juntos desde la alegría y la fiesta, hasta las muertes”.
Sigue recordando: “Como sietemesino, nací rebelde. De niño mi abuelo me decía: contesta, piensa, aprende siempre y, lo que no comprendes, pregunta. No te dejes engañar”. La familia era cercana al M19 de Colombia: “Era un movimiento popular, cooperante, mis padres, mis abuelos, mis hermanos, todos peleaban por los derechos humanos. Pero en 1979 había una situación violenta, asesinaban a líderes sociales, me exilié en la embajada brasileña y finalmente pude llegar a la Universidad de Pelotas, en Rio Grande do Sul, donde estudié Agronomía”.
Cuenta Jairo que le hicieron sentir un clima hostil y controlado en esa universidad, todavía en tiempos dictatoriales. “En Pelotas entendí que la debilidad de la universidad era cuando llegaba el tema campesino. Yo planteaba problemas, y los profesores me tenían miedo. Trabajaban con teoría y yo me iba al campo. Como estando lejos no los molestaba, me dejaban ir”. Avanzó en sus estudios, sus escapadas y conoció al Movimiento sin Tierra.
¿Cuándo apareció la mierda de vaca? “Me empecé a apasionar por el origen de la vida, estudié los escritos de Lynn Margulis, una gran bióloga norteamericana, y comencé a entender el valor de las fermentaciones para la vida”.
Jairo conoció a Sebastiao Pinheiro, que investigaba cómo materializar producciones sanas frente al modelo agroindustiral con el foco puesto en la situación de los campesinos. Pinheiro trabajaba con el bioquímico Delvino Magro en la preparación de bioinsumos, de lo que surgió el Supermagro, un fertilizante de uso foliar hecho en base a bosta fresca de vaca, agua, melaza, leche o suero, al que se agregan minerales (sulfato de zinc, magnesio, manganeso, cobre y clorato de calcio, entre otros), y luego harina de huesos o restos de pescado, o sangre de vaca. Todo eso en determinadas proporciones y tiempos de fermentación hasta que queda listo para utilizar en tres meses. A partir de allí comenzaron las infinitas experimentaciones y pruebas que multiplican la cantidad y calidad de bioinsumos de costo ínfimo. “Hice la analogía: la panza de vaca es como el bosque, ahí están la vida y la diversidad”.
En la Colonia de la UTT ya se cultivan 20 hectáreas agroecológicas. Hay un galpón al que llaman La Fábrica, inaugurado tras una anterior visita de Jairo. El lugar está repleto de grandes toneles con distintos bioinsumos fermentándose en una especie de danza secreta de microorganismos, extractos, rumen, sales minerales, polvo de roca, fosfitos, esporas y, obviamente, mierda de vaca. Calculan que el gasto es un 10% de lo que perderían comprando químicos, sin contar todo lo que eso representa como riesgo para la salud de cada familia.
Los aromas en el galpón no son de perfumería, ni artificiales: la fábrica de vida huele a liberación de los agrotóxicos para el suelo, agua, aire y las familias productoras. Y por lo tanto, libera también de venenos a quienes consumen las frutas y verduras cultivadas en estos suelos. Este enfoque obliga a repensar el uso de las palabras. Si alguien le dice a Jairo que lo que hace es una mierda, lo agradecerá de corazón.
Bayer, el león y el hambre
En el currículum de Restrepo figuran más de 700 conferencias, otros 700 cursos en organizaciones sociales y 37 universidades de América Latina, Caribe, África, Australia y Europa (Inglaterra, España, Holanda, Bélgica e Italia). Publicó 16 libros en los últimos ocho años y como consultor ha trabajado con Naciones Unidas, OIT, Unicef, FAO, OMS, y Unesco.
Es polémico y provocativo. Muchos encontrarán difícil acordar con él, pero es una permanente invitación a repensar muchos dilemas de la vida actual. Jairo mezcla en sus charlas la precisión de las recetas con una sucesión de ideas que puede parecen caótica, a condición de captar qué significa para él el caos: “Tenemos que entender la naturaleza, el sol, la termodinámica, y también el caos. Eso significa comprender lo diverso y el desorden. La vida es la manifestación y el ajuste de los diferentes tipos de energía. La diferencia y la diversidad son las que hacen posible la evolución. La evolución o la transformación es la constante inestabilidad de las energías. Es bella la vida, salvo para los ingenieros agrónomos”, remata sobre sus colegas abrumadoramente formateados en el uso y difusión de los paquetes agrotóxicos y transgénicos.
Caos estilo Restrepo. En la Universidad de Luján, por ejemplo, venía hablando sobre Serenade, un producto de Bayer (la empresa alemana que compró a Monsanto y que ya lleva dos condenas en contra en Estados Unidos contra el glifosato Roundup por provocar cáncer). Jairo explicó que el principio activo de ese producto es el “bacillus subtilis”. “Lo mismo que la mierda de vaca. ¿Por qué los profesores no se ponen a discutir esas cosas? ¿Qué te vende Bayer? Mierda de vaca a cientos de euros”.
Mostró entonces una diapositiva de un león y una leona comiendo un venado. “Los profesores tendrían que mostrar esta diapositiva, decirles a los estudiantes que discutan qué ven, y volver muchas horas después a ver si llegaron a alguna idea. ¿Qué les parece?” Silencio. “¿Por dónde comienzan a comer el león y la leona? Comienzan por comerse el intestino. Para alimentarse y protegerse el león debe comer la mierda del intestino, el bacillus subtilis, que también es lo que protege los cultivos. Pero está prohibido discutir esto en la universidad porque los profesores son cadáveres y apéndices de la industria. De la mierda no se habla. Para aprobar el examen debes decir dónde venden el producto de Bayer. Y decir que todo es muy ecológico y sustentable”.
Abonando al caos, Restrepo preguntó: “Imaginemos a una señora, doña Joaquina, que tiene hambre. ¿Qué necesita una persona que tiene hambre? Contesten por favor, ¿qué necesita”. Varias voces respondieron: “Comida”.
“¡No! La persona con hambre no necesita comida: necesita dinero. Distribución de renta. El problema no es el hambre ni que falten alimentos, es el dinero. Pero tampoco eso se discute en la universidad”.
Del bacillus hasta doña Joaquina, pasando por Bayer y el león: el caos como un disparador para describir las inconsistencias del presente.
Explica Restrepo a MU: “La gente confunde volumen con disponibilidad de alimentos. El 70% de la producción mundial agropecuaria lo hace las grandes corporaciones. Pero ese volumen no es alimento para humanos sino para hacer balanceados para pollos, cerdos y vacas. Y el 30% de los alimentos que producen los campesinos alimenta efectivamente al 70% de la población mundial. Entonces el problema no es el volumen de alimentos sino quién produce y a dónde se destina. Otro dato: el 52% de la tierra cultivable del mundo está en manos del 2% de la población. Y los campesinos que producen para el 70% de las personas, tienen solo el 13% de las tierras, que además son las peores. Por eso estoy con los campesinos. Por eso son necesarias transformaciones productivas y que exista una reforma agraria que brinde tierras, dignidad, salud, educación y placer a la gente del campo. Por eso lo que estamos haciendo, antes que un instrumento tecnológico, es un instrumento de transformación de la sociedad”. Agrega Restrepo una palabra fuera de moda: “Esta agricultura es altamente revolucionaria y positiva. No vinimos a tragarnos el modelo que quieren hacer que nos traguemos, que es totalmente desastroso. No hay que tenerle miedo al miedo”.
¿Qué significa la palabra revolución? “Algo que nunca se logra, porque apenas se logre para que haya vida tendrá que haber nuevas transformaciones. Eso es lo bueno: el sueño nunca terminará. No paremos de soñar. El sueño es infinito, y por ser infinito es bello”.
Del Estado a Facebook
Restrepo llama a lo suyo Agricultura Orgánica, aunque no se refiere al sistema de certificación de productos con el sello orgánico: “Una agricultura en la que hay que pagar de más por un producto sano y certificado, es fascista”. No utiliza la palabra agroecología: “Le quitan ‘cultura’ a la palabra agricultura, y yo critico la arrogancia de los académicos, porque la palabra ha sido cooptada”, afirma.
Le digo que el término “agricultura orgánica” también ha sido tomado por el sistema agroindustrial pero que cantidad de experiencias –incluyendo a la UTT- reivindican y promueven la agroecología sin arrogancia ni cooptaciones. El debate queda girando ahí, aunque Jairo mantiene la nomenclatura que para él es una bandera, y vuelve al conflicto de fondo: “Nuestra agricultura orgánica tiene un sentido social. La agricultura industrial es antisocial”.
El mapa: “La agricultura orgánica reivindica el trabajo en el campo. Desde el punto de vista ambiental y de salud del trabajador, reivindica la eliminación del riesgo de los agrotóxicos. Desde el punto de vista de la Naturaleza, no se contamina ni se destruye. Desde el punto de vista económico tienes más ganancias y economizas la utilización de petróleo. Y además construyes una sociedad más justa con accesibilidad a la comida”.
Define al modelo productivo convencional como antieconómico: “Solo es beneficioso para los grandes grupos. Reciben subsidios, máquinas. ¿Dónde están las mejores estancias y fincas? ¿Las infraestructuras? ¿Quiénes son los ministros? Gente que pertenece a los monopolios. Entonces el problema no es que no podemos politizar la cuestión. Lo que no podemos hacer es despolitizarla. Porque todo esto es una política de Estado. Pero como yo no creo en el Estado… porque no existe”.
¿No existe el Estado? “Lo que existe para mí son administradores corruptos. Por eso digo siempre que mi sueño es construir un estado ideal del ser, para no convertirnos en un ser ideal del Estado. ¿Eres servil al Estado? Estás jodido”.
¿Y cómo se llegaría a ese estado ideal del ser? “Buscando la independencia. Puedes gritar, trabajar, pensar, escribir, hacer cosas… Y cuidarte de que no te maten. Es una cuestión de poder. Hay que usar como armas el conocimiento y el saber, porque de lo contrario solo te queda la obediencia”.
El volcán Restrepo funciona bajo el lema alimenticio y filosófico que reivindica el arte de romper los huevos: “Además tenemos el WhatsApp y Facebook. La gente pone ‘me gusta’. ¿Solucionó algún problema? Al revés, te están estudiando el perfil. Y tú le tiras la piedra al computador. No. El lugar es la calle, lo público, afuera. Estos son mecanismos de control para transformar tus ideas en un dedo mecánico. Hoy los imbéciles viven del ‘me gusta-no me gusta’. Es un vacío de esta época: estás en contra del sistema agroindustrial, asistes a una conferencia, y luego vas a Mc Donald’s a tomar Coca Cola y le pones ‘me gusta’ a la lucha campesina en tu móvil”.
La relación de este argumento con sus trabajos: “La simplificación de la biología en el suelo, su vaciamiento, equivale a simplificar y vaciar los nutrientes de lo que comemos. Entonces también estoy simplificando y reduciendo la microbiología del estómago. Cuanto más lo haga, más voy a dominar a la sociedad. Porque cuanto más simplificas tu estómago, más se simplifica tu cerebro. Comes basura y no se produce desarrollo neural”.
La vida sonámbula
Qué caminos pueden plantearse para no quedar atrapado en esa Mátrix? Primer acercamiento, mientras mira los árboles de la colonia: “Defender una buena alimentación y ejercerla. Yo con los alimentos soy muy democrático. Si hay fila de veganos, voy. Si es de vegetarianos, voy. Como la carne. Tengo la ventaja de que en mi finca en Cali, La Pachita, tengo toda la verdura orgánica que necesito. Y también hay que buscar que lo que comes esté hecho con buena energía. El sabor de una comida depende de la alegría de quien la hace”.
Siguiente nivel: “Tenemos que reconquistar la idea de que somos capaces de hacer las cosas, y tenemos derechos. Derecho a decir ‘no’. Porque hoy tienes apagados los derechos ciudadanos. Así como nos quitaron la microbiología con alimentos sin nutrientes, nos desarmaron dos cosas: la lectura y la escritura. Por eso las universidades son el arte de copiar y pegar, todo idéntico, las tesis, la falta de novedad. No leo, no escribo, no pienso, estamos en la confusión y sin argumentos. Sonámbulos y cada vez más analfabetos, solo podemos comprar. Hay una seducción del capitalismo que es la circulación del capital, de consumir cada vez con mayor velocidad y sin cerebro”.
Argentina, vía estanflación, parece a salvo de toda aceleración del consumo, pero Restrepo plantea el problema global, que sin embargo parece el ADN nacional: “Estás constantemente endeudado, y así no se puede hacer ni pensar. El endeudamiento es otro modo de esclavizarte para seguir consumiendo. Y mientras tanto lo que más producimos es una basura imposible de descomponer para la Naturaleza, basura que es producto de un tipo de sociedad y de economía manejada por las corporaciones. ¿Por qué no se hacen cargo ellas? Por qué Coca Cola no se responsabiliza por el destino final de sus botellas, después de vendernos agua pintada? Lo mismo con todo. No me vengan con que la culpa no es del modelo de producción”.
¿Qué cosa nos une?
Plantado junto a vacas y campesinos, Restrepo considera que el significado peyorativo del término mierda es aplicable a las grandes ciudades. “Son inviables en términos ambientales y de alimentación. Son un mundo de parásitos. ¿Qué producen? Mentira, enfermedad, robo, corrupción, saqueos. Producen problemas. Allí nace la maldad, la usura. Son la justificación para destruir todo lo que no es ciudad. Mi sueño es que se pueda producir una re existencia de la gente del ámbito rural, y reconstruir tejido en la interioridad de las personas”.
Mencionó la palabra corrupción, uno de los temas de la época: “Corrupto no es solamente el que roba. La peor corrupción es el secuestro de la posibilidad de soñar. Corromper el pensamiento es la peor corrupción que se le puede hacer a la humanidad. Eso hace el sistema. No permitir que el otro tenga la posibilidad del conocimiento”, reflexión que resuena en la producción, la política y el periodismo, entre otras actividades inquietantes.
Entre los blancos favoritos de sus charlas está la alianza de la agroindustria con los grandes laboratorios. “La salud es la ausencia de enfermedad, y no la cura de la enfermedad. A la agroindustria le interesa primero enfermarte, y luego darte una aparente solución, generándote una permanente dependencia económica. El mayor negocio del universo es la enfermedad. Es una mafia. Por eso digo que estamos en la era de agro-farmafia, un binomio del que nunca lograremos una verdadera salud”. ¿Cree en dios? “Creo en la fe, en la vitalidad de la persona. No me gusta la esperanza, eso de esperar. Mejor arráncale de una vez”.
Formula otra pregunta tremenda a su auditorio universitario: “La agricultura, al ser sana, genera salud y felicidad. ¿Son ustedes felices? Mírense al espejo y pregúntenselo. ¿Y qué es la felicidad? Borra las ataduras, y comenzarás a verla. No es la tarjeta de crédito. No te tragues las cosas, ríete, danza, no seas objeto y sé sujeto, y de una vez por todas comienza a ser feliz”.
En Luján, el caos jairiano pasó de los bioinsumos a la rebeldía: “¿Quieren recetas? Rebeldía todos los días. Rebeldía colectiva. Otra cosa: no creer que la vida hay que justificarla. Es mejor contemplarla y disfrutarla. Me gustaría apasionarlos por la vida, y eso solo se logra cuando uno se siente vivo por dentro. La ventaja de la agricultura orgánica es que la fuerza que vas generando te da a la vez una energía que da ganas de salir corriendo a transformarlo todo”. Para eso plantea que el nuevo paradigma es el de un cambio en el modelo de discusión. “Y en esa discusión sobre cómo ver el mundo debemos fortalecernos entre nosotros. Porque si no, ¿quién nos va a fortalecer? Solamente es posible el calor mediante las conexiones. Es un tema energético, y humano”.
Apuesta Jairo a una complicidad: “Ningún ser humano deja de comer. Todos estamos relacionados con el alimento. Por eso estamos hablando sobre cómo nos aliamos a la posibilidad de la vida, porque sin agricultura no hay vida”.
Murmura “qué interesante”, se pasa la mano por la barba y observa en silencio a quienes lo rodeamos, como el maestro o el hechicero que intenta detectar si hemos descubierto lo crucial de toda esta danza de energías: qué sueño queremos soñar.
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