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Sin venenos
La UTT irrumpió como un sindicato fuerte durante los años del macrismo. A fuerza de verdurazos, instaló en la ciudad un tema que se viene sembrando en cada vez más hectáreas de Argentina: cómo producir sin transgénicos ni agrotóxicos. También, reveló quiénes son los que producen alimentos, y cuáles son los verdaderos costos. La tierra, la salud, las próximas generaciones, y las actuales: por qué decimos que hay otro modelo. SERGIO CIANCAGLINI
Los buenos deseos son artefactos extraños. Deseos para sí, o para las próximas y prójimos que integran el vecindario humano. Un viejo vals del supuesto autor de la Marcha peronista planteaba hace ya 80 años que tres cosas hay en la vida: salud, dinero y amor. Un refrán español era menos lírico: salud y pesetas, lo demás son puñetas.
Los deseos de los revolucionarios franceses fueron: libertad, fraternidad, igualdad. Los progresistas desean el progreso, los pueblos originarios el buen vivir, los ecologistas un ambiente no contaminado, hay quienes desean la revolución, o la contrarevolución. Un deseo bastante generalizado afecta las cuentas corrientes de varias industrias: la paz.
Muchos desean prosperidad, otros prefieren desear la tranquilidad, o el respeto, la buena convivencia. La justicia es otro deseo sobre un asunto que muchas veces parece en vías de extinción. Como el de un trabajo digno y una vida en consecuencia. Todo ese universo deseante desea desear el bien de las generaciones futuras.
La agroecología es una actividad que, más que desear, pone en práctica muchos de esos deseos, los cultiva, para que la realidad suene como algo mejor que un viejo vals. Parte de una idea: producir sin venenos. Al hacerlo, está generando todo un cambio de paradigmas. Genera salud de los suelos, el agua, los animales, cultivos y personas. No busca matar malezas ni plagas sino que las evita con asociaciones de cultivos, suelos sanos, corredores biológicos. Desaparece la jerga bélica rural. La salud no bajo el paradigma de “curar” (en una sociedad cada vez más medicada y farmacológica) sino el de la prevención según el viejo Hipócrates que sostenía: “Que el alimento sea tu medicina y tu medicina sea tu alimento”. Los productores se liberan de la amenaza del veneno, tanto ellos como sus familias. Venenos que son posiblemente cancerígenos (glifosato, según la OMS, la justicia norteamericana que ya falló en tres juicios, y el sentido común) y que han disparado en todo el territorio transgénico, además del cáncer, enfermedades de tiroides, hipertensión, de piel, respiratorias, abortos a repetición, nacimientos de bebés malformados.
Lo que crece
a agroecología aporta prosperidad (dinero) reduciendo costos para los productores entre un 50 y 80% o más, según cotice el dólar. Eso implica justicia: los productores de la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) por ejemplo, organizaron un sistema de comercialización que duplicó y hasta triplicó las ganancias de agricultorxs, evitando los intermediarios y sin encarecer el producto. Para los consumidores, la prosperidad, la igualdad y hasta el derecho humano a la alimentación se ven facilitados por poder comprar algo inusual, alimentos sanos, al mismo precio que los convencionales o menos (la UTT logró un milagro, sostener los precios por semestres enteros en plena plaga inflacionaria).
En los campos más grandes de producción extensiva como La Aurora, de Juan Kiehr (considerado emblema agroecológico a nivel mundial por la FAO) se reproducen los buenos deseos convertidos en realidades cada vez más contagiosas. Crece, por ejemplo, la RENAMA (Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología) creada por el ingeniero agrónomo Eduardo Cerdá que cuenta con 15 municipios adheridos, 300 productores y calculan unas 80.000 hectáreas de campos ya volcados o en transición agroecológica. Uno de los municipios es el de Gualeguaychú, que insertó su adhesión a la RENAMA en el marco de un Plan de Alimentación Sana, Segura y Soberana, brindando tierras fiscales para la producción de familias integrantes de la UTT.
Re-generar
La experiencia agroecológica aporta libertad al romper la subordinación de la agricultura a las corporaciones; justicia, al mejorar el nivel de vida de lxs agricultorxs; igualdad, en el sentido de no generar relaciones sociales de poder entre quienes producen, y ostensiblemente fraternidad: la recuperación de lo grupal, lo colectivo y comunitario, para trabajar, producir, intercambiar y explorar, como se ve tanto en la UTT como en los grupos de producción de Guaminí, Lincoln, Bolívar, Trenque Lauquen, muchos de ellos conectados a su vez con la Granja Naturaleza Viva de Guadalupe Norte, Santa Fe, en la que Remo Vénica, Irmina Kleiner y el ingeniero agrónomo Enrique Vénica son referencia crucial para comprender un modo de producción agroecológica que además agrega valor e industrializa productos, dándoles trabajo digno a 15 familias en 200 hectáreas (el modelo de monocultivo transgénico necesita una persona cada 500 hectáreas, a lo sumo).
El enfoque agroecológico de la producción involucra otro tema escaso y deseable: la ética. Explica el ingeniero agrónomo Santiago Sarandón, creador de la primera cátedra de Agroecología del país, en la Universidad de La Plata ante la pregunta sobre quiénes se oponen a esta idea: “Los que fabrican y venden insumos, los que asesoran en el uso de insumos, el statu quo de las universidades, los intereses de las empresas que ofrecen viajes, congresos, reconocimiento. Pero apareció un actor inesperado: los pueblos. La gente que dijo: basta, este modelo resulta insoportable. Y ahí aparecen los elementos de la agroecología que le dan un sentido profundo: el componente fuertemente ético, y la búsqueda de lo socialmente justo. ¿Podemos como generación usufructuar los recursos y degradarlos para ganar dinero, a costa de las generaciones futuras? Porque esas generaciones hoy no están aquí, pero es a las que estamos dañando inexorablemente. La agroecología está proponiendo desarrollar sistemas compatibles con ambas cosas: que la generación actual pueda vivir, ganar dinero, hacer su vida, y que a la vez deje un ambiente de calidad a las generaciones que vienen”.
El aspecto socialmente justo que menciona Sarandón: “La agroecología reivindica como bueno al modelo del agricultor familiar, que reúne al 70% de los agricultores del país, y es responsable de la elaboración del 70% de los alimentos que se consumen. Esa gente tiene que seguir en el campo, hay que generarle buenas condiciones porque ahí está el futuro”.
¿Por qué estos temas son inexistentes en la autodenominada “agenda política”? “Lo ambiental en general está ausente. Los políticos no lo ven. Como piensan en períodos electorales de dos o cuatro años, les interesa tener la soja, sacar plata de ahí, repartirla y no hacerse problema. Ese modelo se está cayendo a pedazos, pero no lo ven”.
El verdurazo
La UTT es el gremio campesino más grande del país. Ganó presencia callejera con los feriazos y verdurazos (varios de ellos reprimidos entusiastamente por las llamadas “fuerzas del orden”) y ya ha instlado tres verdulerías agroecológicas y un mercado de abastecimiento en Avellaneda. En 2015 una familia inició la producción agroecológica. Hoy son 120 y han creado el Consultorio Técnico Popular (Cotepo) para mostrar de qué modo es posible producir sin pesticidas ni fertilizantes.
La organización, por su lado, fue de las grandes impulsoras del Foro Nacional por un Programa Agrario, Soberano y Popular realizado en mayo. Zulma Molloja, una de las voceras de la UTT: “Necesitamos exigir una ley de acceso a la tierra. No queremos que nos regalen la tierra, queremos pagarla. Pagarla en cuotas en vez de pagar un alquiler. Hacer el trabajo de la tierra que siempre hemos querido, que siempre hemos anhelado y vivir dignamente con nuestros hijos”.
Rosalía Pellegrini, otra de las referentes de la UTT plantea el deseo con otro formato: “Siempre tuvimos un sueño. Cuando vos ves una villa, un asentamiento, pensás: ¿cuánta salida, cuánta proyección de una vida digna puede haber si están uno encima del otro, sin laburo? Los hijos tampoco tendrán vivienda y es muy difícil pensar una salida sana, sin todas las problemáticas de drogadicción y todo lo demás que tenemos entre los más pobres. En cambio, hay una tierra riquísima para producir, buenas condiciones naturales, y una posibilidad enorme de construir fuentes de trabajo en un sector que casi siempre tiene raíces campesinas. Fijate el panorama que se abriría”.
El ingeniero Damián Pettovello fue parte del agronegocio (trabajó incluso para Bayer) hasta que comprendió que eso le estaba matando el alma, y también el cuerpo al declarársele un melanoma que por suerte superó. Con Facundo Alvira impulsan Tekoporá, proyecto de enseñanza y difusión. “Lo agroecológico no es solo lo productivo. Es una forma de vida que promueve el bien común para ser socialmente justa y que tiene que ser económica y financieramente viable. Y regenerativa del suelo, al revés que el sistema actual que es degenerativo, porque se lleva puestos a los recursos y a las comunidades. Estamos ante un vaciamiento de los sistemas de vida, entonces lo agroecológico es algo que viene a replicar lo vivo, y eso te conecta también con la soberanía alimentaria, tecnológica y energética. Y con el respeto”.
Irmina Kleiner hace una síntesis: “suelo sano, plantas sanas, personas sanas”. Su marido, Remo Vénica, plantea: “Todo esto que se está logrando es una maravilla. No sé si es una revolución, pero sí sé que es una re-evolución”.
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La calle habló
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Bolivia: estado de golpe
Breve crónica de los últimos y precipitados tiempos en Bolivia, en los que pasó de todo: elecciones, golpe, candidaturas, masacres y exilios que incluyen Argentina. De las sospechas de manipulación de las urnas al aprovechamiento de la derecha, qué factores también señalan errores internos para rearmar el MAS y volver a recuperar el voto.
Es obvio decir que en Bolivia son tiempos de cambio. Pero el análisis no solo puede ser político sino también arquitectónico: existe una nueva casa de gobierno, la Casa Grande del Pueblo, justo detrás del famoso Palacio Quemado. Es un edificio vidrioso de más de 20 pisos al que la gente compara con un shopping. Dicen que el propio Evo, quien lo mandó a construir, no se sentía cómodo en la moderna construcción, y el último tiempo volvió al Palacio. Lo dejó el 10 de noviembre, tras aceptar la “sugerencia” del comandante mayor del Ejército boliviano y después de una semana turbulenta por la presunta manipulación electoral. El propio Evo convocó a la OEA para que analizara el tema, y ésta finalmente publicó el informe final el 4 de diciembre concluyendo que hubo “manipulación dolosa”. Los medios lo titularon bien grande.
Pero el proceso parece ser mucho más largo y complejo que el de unas elecciones fallidas. Más acá de la palabra de la OEA, de las maniobras de la derecha para ensuciar la cancha, del golpe de Estado y de la asunción de Añez, muchos señalan el comienzo del fin de Evo al referéndum donde el 51,3% de los bolivianos votaron en contra de su reelección. Se presentó igual, pero su imagen ya no era la misma: en El Alto, donde la fórmula del MAS había llegado a superar el 90% en elecciones pasadas, esta vez no superó el 60%. El núcleo duro seguía, pero faltaba el resto histórico. Igualmente, con los números parciales de las elecciones 2019 el MAS asegura que habría ganado la elección por unos 10 puntos.
Evo renunció como consecuencia del debilitamiento de su figura, pero también -o sobre todo- por una mezcla de presiones económicas y políticas que él adjudicó a Estados Unidos. Finalmente fue presionado por los altos mandos militares, pero la sublevación más grande fue la policial. Hubo motines y mensajes de odio para el Presidente, quien amenazado terminó viajando a México a exiliarse junto a su vicepresidente Álvaro García Linera. Aseguró que de quedarse en Bolivia corrían peligro su libertad y su vida. Hoy se encuentra en Argentina desde el 12 de diciembre.
Lo que siguió es de película: la sucesora natural era la Presidenta del Senado, Adriana Salvatierra, también del MAS. Pero ésta también renunció presionada por amenazas. Y fue Janine Añez, la vicepresidenta segunda, miembro de un partido con escasa representación parlamentaria, quien aprovechó el vacío de poder y, en una sesión relámpago y sin quórum legislativo, se autoproclamó presidenta de Bolivia.
En Bolivia todos saben que, en verdad, quien gobierna no es la obediente mujer rubia, sino dos apellidos candidatos a las próximas elecciones: Mesa y Camacho.
Crónica al vuelo
Lo primero que se ve al bajar del aeropuerto en Santa Cruz, al hacer escala, es una gigantografía de Corteva Agroscience (fusión de las corporaciones del agronegocio Dow, DuPont y Pioneer) que dice: “Sigamos creciendo”. En La Paz el cartel es el de la empresa de hidrocarburos estatal: YPFB.
Los carteles son importantes en Bolivia. Junto a uno gigante de El Alto, otro mensaje asegura: “Siempre de pie, nunca de rodillas”. Bajando hacia La Paz conviven pintadas de “Evo 2020” con “Chau Evo” y “Evo ecocida”. Su nombre parece ser el epicentro de un país sacudido, con una derecha fragmentada, un MAS también revuelto que quiere volver con Evo dirigiendo la campaña desde Argentina (él no puede presentarse y aún no hay candidaturas definidas, aunque al cierre de esta edición sonaba fuerte el nombre de Andrónico) y los cuestionamientos en los movimientos sociales.
Desde El Alto, la ciudad de La Paz se ve como una gran marea de casitas sin revoque, que cubren todo el largo y ancho de un gran valle de montañas. Al ir acercándose uno va notando los matices, las alturas y profundidades de esa ciudad única.
Ya en el kilómetro 0, como se le dice a la Plaza Murillo -donde están el Palacio de gobierno y la Asamblea Legislativa-, se puede ver desde cerca y como un Aleph mucho de lo que pasa hoy en Bolivia: los militares custodiando los edificios celosamente; los políticos y empresarios pululando de traje; los medios a la espera de que algo pase (y siempre pasa); las cholas vendiendo; los jóvenes parapoliciales; y alguna pancarta con reclamos (sobre el incendio de la Chiquitanía, o justicia por los muertos de Senkata) que rápidamente son disueltos por policías y/o militares.
Quizá sea esa la mayor dimensión de qué significa un golpe de Estado: en Bolivia hoy no se puede desplegar una bandera con reclamos frente al Palacio Quemado; hay perseguidos políticos, exiliados, amenazas por doquier, denuncias por sedición; hubo dos masacres a manos del Ejército; hay familiares reclamando justicia sin ningún éxito; y lejos de plantarse como un gobierno de transición, el de Yanine Añez sigue gobernando el país e instalando decretos y cambios institucionales.
Recuperar el voto
Al descabezamiento de la cúpula del MAS le sucedió una ola de persecuciones y amenazas a dirigentes territoriales y militantes que forzaron exilios y pases a la clandestinidad. Evo Morales enfrenta distintos tipos de juicios en Bolivia y en cortes internacionales como La Haya, pero no solo él: cargos de sedición a quienes critican al gobierno, de terrorismo a quienes protestan, o la revisión a contrareloj de contratos estatales flojos de papeles forman parte de las estrategias político-judiciales que intentan desprestigiar a los dirigentes del MAS.
En una asamblea en Cochabamba con más de diez mil representantes de movimientos sociales el MAS debatió, en medio de críticas y arrepentimientos, la estrategia para restructurarse. Con sus principales líderes exiliados y ocultos por las persecuciones, enfrentó así el mayor desafío de sus veinticinco años de historia. Fueron las mujeres las que, sin medias tintas, reclamaron que los candidatos no sean elegidos “desde arriba”. El documento final le otorgó a Evo Morales el título de jefe de campaña. Con la ultraderecha golpista dividida todo parece indicar que otra vez las elecciones se decidirán entre quienes consagre el MAS y el partido de Carlos Mesa, así que la fórmula que resulte elegida deberá cargar con el desafío de una campaña electoral en pleno gobierno de facto.
Al cierre de esta edición Evo Morales planeaba, desde Buenos Aires, un acto de campaña en la frontera entre Bolivia y Argentina para definir la fórmula que competirá contra los candidatos de ultraderecha.
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Guatemala: originarias
Apuntes del 5º Encuentro del Grupo de Economía Feminista Emancipatoria. Cuáles son los ejes de discusión y las experiencias concretas que se compartieron en territorio mesoamericano, lejos de la burocratización del feminismo y junto a las raíces de las comunidades ancestrales. Del sentido de las palabras a las lecciones de la violencia del capitalismo patriarcal. Resistencia, organización, politización, autonomía, afectos y cocina: las claves para cuidar la vida. CLAUDIA ACUÑA
El quinto encuentro del Grupo de Trabajo de Clacso de Economía Feminista Emancipatoria es en Guatemala y eso significa, entre otras cosas, que estamos en territorio mesoamericano y en contacto directo con las raíces de la cultura maya. Significa también que las participantes llegarán mayoritariamente desde el sur de México, El Salvador, Costa Rica, Honduras, Ecuador, Nicaragua o Panamá, países todos que están sacudidos por el tsunami del capitalismo extractivo y sus temporadas de ciclones de crímenes de Estado: toque de queda, estado de sitio, represiones, cárcel, desapariciones y asesinatos. Pero lo más importante es que también significa que estamos compartiendo la reflexión con mujeres que saben cómo resistir genocidios, tantos los milenarios como los posmodernos, y que llevan en sus ideas y en sus cuerpos la memoria de combates y derrotas y en sus almas las victorias construidas con ingredientes muy variados.
Definiendo luchas
as dos jornadas estuvieron dedicadas a escuchar a expositoras que con investigaciones y experiencias concretas fueron trazando un diagnóstico de las batallas feministas en el continente, así como también señalando las alertas para no desviar la potencia alcanzada hasta hoy y apuntar al horizonte común: queremos cambiarlo todo.
Algunos apuntes de lo rumiado en esa puesta en común:
Las mujeres somos un actor social que nunca fue reconocido como sujeto de transformación política y esa negación se transforma en nuestra principal virtud: la de lo inesperado. No saben cómo leernos, anticiparnos ni proyectarnos.
La respuesta de los factores de poder es la misma de siempre: la colonización. Somos salvajes, ergo nos educan. La evangelización del género nos creó así falsos ejes de lucha. Un ejemplo: la lucha por la igualdad y su aplicación limitada al tema concreto de la llamada “brecha salarial”. La investigación compartida demostró que los peores salarios son los más igualitarios (y por supuesto, los que recibe la mayor parte de la población). Eso significa que la lucha feminista no se puede reducir a igualar las condiciones de explotación del mercado laboral. La lucha es por “la otra economía”.
Otra investigación del Grupo de Trabajo de Clacso ya había demostrado, además, que el 40% de la población de América del Sur recibe planes sociales desde hace ya veinte años. Eso significa, entre otras cosas, que no se trata de una medida de emergencia, sino que este sistema productivo ya no puede ofrecer ningún empleo digno al 40% de la sociedad económicamente activa. Y al resto, en su gran mayoría, lo somete a la precarización laboral. Ergo: eso que llamamos capitalismo industrial no tuvo en América Latina un desarrollo completo, pero su decadencia es constante y sin aparente retorno.
¿Cuál es nuestra lucha entonces? “Hablemos de autonomía0, es decir avanzar en la soberanía sobre las condiciones para la reproducción de la vida”, propone Natalia Quiroga Díaz. Se trata entonces de reconocer que las mujeres están sobre representadas en la población sin ingresos: una de cada tres no tiene ningún ingreso monetario y en una sociedad crecientemente mercantilizada significa que ellas ven gravemente afectada su autonomía, a la vez que plantea que las salidas individuales no son sustentables, las economías populares y sociales están conectadas con el bienestar de su entorno inmediato, por eso la autonomía tiene una dimensión territorial.
Alertas
Es fácil advertir en Centroamérica que la mal llamada cooperación internacional está ahora dedicando sus recursos a financiar una alianza folklórica entre el feminismo y los pueblos originarios. Una vez más la memoria de las más veteranas nos ayuda a desentrañar qué representa esta intención: “Si no hablan de monocultivo, fumigaciones y el agua no es la lucha ni del feminismo ni del pueblo originario”, advertirán. La memoria de estas expertas resume así la situación actual: “Nunca tuvimos agua potable, sino de pozo. Hace unos años con cavar 10 metros ya encontrábamos agua sana y en cantidad. Ahora necesitamos pasar los 30 y recién ahí la sacamos a gotas y con veneno”.
Monocultivo, fumigaciones, agua: palabras clave para detectar operaciones que intentan correr el foco y así, la presión.
Todavía no había comenzado la primera disertación y ya habíamos aprendido esta lección: la que sabe no está arriba ni adelante, sino al lado.
Parar la olla
¿De qué nos hablan estas mujeres de comunidades remotas, originarias y organizadas? De la cocina. Esa es la trinchera. Y de lo que se trata es ni más ni menos que de “politizar la olla”. Dicen: “Cada comida es una oportunidad de defender la diversidad, de poner en acto saberes ancestrales que se están perdiendo y de boicotear al capitalismo transgénico. Cada comida es una oportunidad de sanar a nuestra comunidad, de aprender a hacer de una forma mejor las cosas y de cuidar nuestros cuerpos y a la Madre Tierra”.
Politizar la olla significa repartir las tareas en forma equitativa, porque hoy la carga, el peso y la mochila están depositadas en la espalda de las mujeres; eso significa también que además de todo lo que ya este sistema patriarcal nos impone tenemos que soportar la resistencia en el espacio público y en el espacio cotidiano, ya sea privado o social. La casa, la calle y la olla popular: todo eso está hoy en los hombros de las mujeres. Y no está bien: está mal.
¿Podemos decirlo en voz alta en los espacios donde estamos organizando la resistencia? No. Todavía falta. ¿Qué falta? “Entre otras cosas, falta que cuando hablamos de políticas de cuidado incluyamos a las tareas sociales y políticas que están soportando las mujeres en esta crisis”, se apunta. Valorizar la militancia, por ejemplo. Cotizar las horas de la olla popular, por supuesto. Ejemplos ausentes en los estudios e investigaciones de la llamada economía del cuidado, que toma siempre como paradigma y medida la Familia destruida por el modelo neoliberal: padre, madre, hija, hijo, cenando en la mesa del departamento de cuatro ambientes comprado en cuotas con el sueldo en blanco, con aguinaldo y obra social de la pareja heterosexual.
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