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Estado verde
Eduardo Cerdá, ingeniero agrónomo. Lo designaron Director de Agroecología del Ministerio de Agricultura. El desafío de actuar desde lo estatal para consolidar producciones sin venenos y alimentos sanos, frente a un modelo colapsado. Por Sergio Ciancaglini.
A Eduardo Cerdá le gusta oler puñados de la tierra de los campos que recorre, para saber cuán vivo y fértil está ese suelo. Todo indica que en los próximos tiempos tendrá la nariz más ocupada que de costumbre: ha sido propuesto como Director de Agroecología (área aún en gestación administrativa) de la Secretaría de Agricultura Familiar del Ministerio de Agricultura.
El vaso medio vacío determinaría que ese escalón jerárquico en el Estado puede tener olor a poco reconocimiento ante un estilo de agricultura considerado clave para lograr otra matriz productiva, alimentos sanos, campos recuperados y hasta un planeta algo más alejado del precipicio climático.
El vaso medio lleno exhibe en cambio el aroma de la entrada oficial en agenda de un saber y una tecnología que hasta hace pocos años parecía reducida a algunos pioneros dispersos como la familia Vénica-Kleiner en la Granja Naturaleza Viva de Santa Fe, o Juan Kiehr, productor agropecuario asesorado por el propio Cerdá desde hace 25 años en Benito Juárez, Buenos Aires. Tiempos en que hasta la palabra “agroecología” sonaba como un enigmático trabalenguas para quien no había oído hablar del tema.
Pero a esos y otros pioneros se fueron sumando experiencias que se materializan, por ejemplo, en las verdulerías y mercados de la UTT (Unión de Trabajadores de la Tierra) y otras organizaciones; en el crecimiento de la RENAMA (Red Nacional de Municipios y Comunidades que fomentan la Agroecología). Y a nivel internacional; en la FAO recomendando a los gobiernos el fomento concreto de esta actividad e incluso, como asunto de derechos humanos, cuando la Relatora de la ONU sobre el Derecho a la Alimentación, Hilal Elver, postula que la agroecología es la clave alimentaria del futuro. Y lo empiezan a reclamar de forma creciente las personas que sospechan que el sistema convencional quiere hacerles tragar cosas no muy recomendables.
Más allá de cómo se mire el vaso, el ingeniero Cerdá está feliz: “Siento que la creación de la Dirección es una posibilidad de avanzar más rápido. Y si se avanza siempre es muy bueno para acercarnos a lo que imaginamos desde hace mucho: la agroecología es la agricultura que se viene”.
Llueve glifosato
El argumento de Cerdá parte de la noción de que el modelo agrícola convencional y transgénico está colapsando: “Dentro de pocos años ya no serán aceptados en el mundo alimentos ni granos que tengan sustancias tóxicas. Pero aquí se han hecho las cosas en sentido inverso. De 38 millones de litros de agroquímicos y pesticidas que se fumigaban en los 90 se pasó a 500 millones actuales: el 1.300% más. Pero la superficie cultivada aumentó sólo el 50%. Encima, hay cada vez más yuyos resistentes al glifosato. En los 90 no había ninguno, y hoy son 33” (según el registro del grupo de agronegocios Aapresid, aunque pueden ser más todavía).
Todo esto había sido anticipado a comienzos de siglo por el propio Cerdá y el ingeniero agrónomo Santiago Sarandón, creador de la primera cátedra obligatoria de Agroecología en el país. (UNLP). Analizado técnica y científicamente, el modelo de pesticidas masivos sólo podía derivar en mayores costos de producción, más uso de pesticidas y –nada paradójicamente- más plantas consideradas “malezas”. La resistencia al glifosato crece geométricamente como se podía prever desde una mirada biológica y práctica, obligando a usar mezclas cada vez más potentes y en mayor cantidad. Y a que los productores queden cada vez más entrampados en el uso de insumos costosos, suelos destruidos y enfermedades sobre sus cabezas.
Cerdá, en ese punto, es literal: “El doctor Damián Marino del EMISA (Espacio Multidisciplinario de Interacción Socio Ambiental) ya demostró que en las zonas rurales llueve glifosato, además de todo lo que llega a los suelos, los ríos y las napas subterráneas. O sea: ya hay nubes agroquímicas. Entonces el modelo basado en insumos tóxicos está mal enfocado. ¿Qué van a hacer con eso? ¿Tirar 1.000 millones de litros? ¿O empezamos a hacer algo distinto?”.
El ofrecimiento le llegó de parte del secretario de Agricultura Familiar Miguel Gómez. “Me comentó que conocía todo el trabajo de la RENAMA y querían ver si podía desarrollarse ese tipo de acción desde el ministerio”. La RENAMA cuenta con 21 municipios asociados (incluido el uruguayo de Canelones), tres facultades de Agronomía (La Plata, Río Cuarto y Villa María), las defensorías del pueblo de provincia de Buenos Aires y de Río Cuarto (Córdoba), 29 grupos de productores y 70 profesionales, abarcando unas 85.000 hectáreas cultivadas agroecológicamente. “Sumale lo que ha crecido la UTT, y para mí los datos del Censo Nacional Agropecuario que plantean que hay 5.277 producciones agroecológicas, biodinámicas y orgánicas están subestimados: creo que son muchas más”. La UTT es el mayor gremio de campesinos y agricultores del país: no menos de 10.000 familias. Una parte pequeña pero creciente de ellas se están volcando a la agroecología para producir frutas y verduras en el gran Buenos Aires y distintas provincias. La organización ha logrado abrir verdulerías al público (Almacenes de ramos generales) y mercados de abasto para proveer a verdulerías convencionales.
Para comprender en parte al modelo convencional, Cerdá aporta datos reunidos de ese Censo de 2018/19:
Desapareció el 25,2% de las EAP (explotaciones agropecuarias) desde 2002 al 2018, en pleno auge del “modelo”. Calcula Cerdá que son 80.000 productores menos en 16 años.
Aumentó la superficie promedio de 550 a 690 hectáreas, lo que indica que desaparecen pequeños y medianos agricultores y se concentra la tierra.
El 1,08 % de los establecimientos concentra el 36,4% de propiedad de la tierra.
El 54,62% de los establecimientos poseen apenas el 2,25% de la tierra.
Sostiene Cerdá: “Hay explotaciones más grandes y sojeras, Entonces, además, se invierte en equipos y no en trabajo humano, se vacían los campos, se genera desarraigo”.
Esa ruralidad encogida y vaciada se confirma en otro dato: los productores viven en el campo solo en el 45,9% de los establecimientos y hay 75.193 viviendas deshabitadas. La duda flota: ¿se puede hacer algo distinto?
Agricultura minera
Huele Cerdá otras posibilidades: “Según el Censo Nacional Agropecuario (datos 2018) hay un establecimiento agroecológico, orgánico o biodinámico, cada 50, o el 2% del total. Ya eso significa 10 millones de litros de agroquímicos que no se usan. ¿Qué pasa si en este ciclo de gobierno vamos aumentando esa cantidad un 10% por año, o si al menos bajamos un 30% las fumigaciones? Ya serían 150 millones de litros menos, unos 500 o 600 millones de dólares. Bajarían los costos para los productores, mejoraría la balanza comercial y el gobierno podría premiar y bajar las retenciones a quien produzca de forma agroecológica”.
Siguiente paso: “Nosotros desde ese fomento, desde esa concientización, podemos aumentar el número de productores y eso no es en contra de nadie, sino ayudando a los que quieren reducir sus costos y de paso trabajar más sano. Hemos hecho una experiencia concreta en el campo La Primavera (MU 112): bajamos de 9 mil litros de glifosato a 4 mil, después a 3 mil, hoy estamos en unos 600 litros (reducción en más de un 93%). Quiere decir que se hizo una progresión que puede ser un modelo para el país. Y lo más importante: todo lo que eso representaría para la alimentación, la salud y el medio ambiente. Ese es otro cálculo que en algún momento habrá que hacer”.
Cerdá propone una imagen: “La agricultura es extractiva. Se parece más a la minería que al cultivo y cuidado de un organismo vivo. Se plantea como monocultivo, con lo cual arrasa con una producción diversa, y extrae nutrientes y minerales del suelo que se exportan. El 80% de los granos producidos en el país alimentan a cerdos, vacas y gallinas en Europa y China principalmente, y ahí se van los nutrientes de nuestros suelos”.
¿Qué efecto provocan esos nutrientes perdidos? “Los suelos están secos, laminados, sin capacidad de absorber el agua. Por eso hay inundaciones, y la gente pide obras hidráulicas. Todo un error: lo que está pasando es que la tierra no retiene el agua porque está casi muerta. Y eso es por haber hecho una agricultura extractiva”. Recuerda el ingeniero que el INTA comprobó en diferentes zonas que se ha perdido el 50% de la capacidad de los suelos.
Campos drogadictos
Suele plantear Eduardo Cerdá que los campos están drogados de tóxicos, adictos. Parte de su trabajo en estos años ha consistido en desactivar esa drogadicción a biocidas y fertilizantes mediante la agroecología. ¿De qué modo? “Aquí primó una idea de aumentar los rendimientos, que los cultivos dieran cada vez más, y para eso había que usar mucho fertilizante y matar a todas las plantas que no eran el cultivo en sí, el monocultivo. Y matar además a todos los insectos. Por eso hablamos de biocidas, que matan bichos y plantas, pero matan y contaminan también la vida del suelo, sus microorganismos. El suelo degradado no permite tener plantas sanas y aparecen las plagas al percibir el desequilibrio. ¿Cuál es la solución del modelo? Poner más fertilizantes y más biocidas. Nosotros en cambio no tenemos la idea del monocultivo, y apostamos a la vitalidad del suelo. Asociamos cultivos para que no haya espacio para las plantas que son indeseables o pueden dificultar la cosecha o la calidad de producto que se quiere lograr”.
Un asociativismo o cooperativismo biológico, con cultivos complementarios que cubren, defienden y nutren el suelo. Explica: “Y los rendimientos son similares. Eso permite que el margen de ganancia del que produce sin esos insumos sea mucho más amplio que el que tiene que comprarlos, a valor dólar encima. O sea: la producción agroecológica beneficia también por el lado económico al productor”.
Por eso Cerdá cree que lo mejor que puede ocurrir es que los agricultores tengan la oportunidad de escuchar qué es la agroecología: “No es una agricultura de máquinas especiales, ni tampoco volver a los años 60. Es una mirada que incluye lo biológico, lo económico, la vinculación con la tierra. Una mirada social, de producción y de salud”.
Una de las ideas que piensa impulsar es el incentivo a las huertas y producciones de cercanía en cada ciudad y cada pueblo: “Es lo que se está pensando en el programa Argentina contra el hambre, desarrollar alimentos de proximidad. Frutas y verduras, también pollos, huevos, carne, leche, y eso en coordinación con los municipios y el INTA. Recuperar esa riqueza que se eliminó con el monocultivo”.
En esa sencilla complejidad que representa la agroecología, Cerdá plantea que esos alimentos agroecológicos “tienen, además, el doble de nutrientes que los convencionales. Como las producciones se están vendiendo a precios similares, estás comprando por el mismo valor el doble de calidad y de nutrición”.
Salud y alimentación
Está sublevado Cerdá por un twit. El ex ministro de Salud de Mauricio Macri, Adolfo Rubinstein, publicó hace poco en Twitter una pequeña radiografía del infierno. Reproduce una nota sobre el éxito del etiquetado frontal de alimentos industrializados en Perú (los que se venden principalmente en supermercados). La nota comenta que “tres de cada cinco limeños revisan la información nutricional de los productos”. El artículo informa que tras la implantación de advertencias como “alto en azúcar”, “alto en grasas saturadas”, “contiene grasas trans” y “alto en sodio”, el 77% de los consumidores eliminó todos o algunos de esos productos de sus dietas. Rubinstein entonces declara en su twit: “Resultados del etiquetado frontal de advertencia de alimentos en Perú. Ya está en Chile, Perú, Uruguay y México. En @msalnacion no pudimos por los obstáculos de la industria alimentaria y su influencia en la sec de comercio. Una asignatura pendiente de nuestros legisladores!”.
O sea: la confirmación de todo lo que se ha venido publicando sobre la complicidad entre la industria alimentaria y los funcionarios que juegan con la salud de la gente en pro de los negocios. Que un ministro de Salud recién mencione esto a meses de haberse ido califica también su gestión.
Cerdá: “Aquí debería existir un etiquetado que le permita al consumidor discernir si quiere comer transgénicos, o si quiere comer algo cuando el Estado le está diciendo: ‘ojo, guarda que esto es alto en azúcar’. O si tiene jarabe de fructosa que es tremendo y, lo mismo que si tiene soja, viene con glifosato. Esa declaración confirma que cedieron a las presiones y que es crucial volver a tratar el tema del etiquetado en el país”.
Una duda aún mayor: “Hay muchos trabajos que señalan que a medida que se elevó el uso de agroquímicos, aumentaron la celiaquía, el cáncer, los problemas de tiroides. No es que vos puedas asegurar. ‘aumentó el uso de glifosato y eso generó tanto cáncer’. Pero lo que sí está claro es que el Garrahan está superpoblado de chicos con cáncer de zonas fumigadas, o que ha aumentado el autismo. O, como te decía, la celiaquía. Sin hacer una relación directa, uno puede preguntarse: ¿Qué es lo que ha cambiado? La respuesta es: la matriz productiva, la cantidad de agroquímicos que tenemos alrededor. Estamos trabajando con la Asociación de Médicos Generalistas de la provincia de Buenos Aires cómo plantear una reducción en gran escala del uso de agroquímicos”.
A los productores convencionales hay que decirles dos palabras, según Cerdá: haga números. “Si anda con un tiempito que mire cuánto le salía hacer un cultivo de maíz o soja en 2000, 2010 y ahora, Qué pasó con los costos, los rendimientos y el suelo. Qué pasa cuando no acompaña el clima. ¿Y la salud? Porque si ganaste plata pero te enfermaste, no sé cuánto vale eso, ni quién te lo paga. Lo que yo veo es que en estos años todos han ido perdiendo, que hay más desigualdad, más enfermedad, una matriz ambiental de biocidas. Eso tampoco hay nadie que lo pague, pero por lo menos podemos empezar a hacer algo para dejar de ser tan poco inteligentes de seguir haciendo siempre lo mismo”.
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