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Mal curados. Soledad Barruti, periodista especialista en alimentación
La autora de las investigaciones Malcomidos y Malaleche, describe lo que dejó la pandemia en materia de alimentación: la globalización ultraprocesada, el supermercado como emboscada, comestibles que enferman, el delivery de la precarización, y la urgencia de pensar una producción sana y saludable para todxs. Soledad Barruti habla sobre el marketing de las empresas que aprovecharon la crisis para vender, el rol de los supermercados, de los medios, y la falta de planificación estatal para relacionar alimentos y salud: propuestas para salir de los parches y encarar el problema de fondo. Por Lucas Pedulla.
La periodista y escritora Soledad Barruti pasó las últimas horas previas al aislamiento obligatorio en un supermercado. Entre las góndolas coloridas repletas de gente agolpada en serie, la autora de los bestsellers Malcomidos y Malaleche –dos libros centrales de esta época sobre la producción industrial de alimentos y el impacto en nuestra salud, con el supermercado como el territorio perfecto de esa emboscada de consumo– observaba la forma en la que la ansiedad y el miedo se conjugaban en esa muchedumbre que hacía colas infinitas para acumular dos cosas que, a priori, otorgaban una sensación de protección ante la amenaza del entonces –como ahora– desconocido Covid-19: alcohol en gel y comida ultraprocesada.
Barruti narró esa escena en un artículo publicado en The New York Times titulado“La dieta del coronavirus” en el que alertaba que, de manera paradójica, las comidas procesadas y ultraprocesadas –bombas con alta cantidad de azúcar, sal y aceites agregados, mechados con harinas refinadas, aditivos y nutrientes artificiales– podrían tener el efecto inverso, ya que esos productos “son responsables de obesidad y de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, hipertensión y cáncer, condiciones que aumentan la mortalidad ante el coronavirus”, mientras la falta de alimentos frescos y sanos debilita nuestro sistema inmune.
A un año de la aparición de los primeros casos a nivel mundial, Barruti piensa en esta charla con MU qué escenarios, hábitos y posibilidades nos dejan esas y otras escenas de la vida rumbo a la ¿pos? pandemia.
Modo delivery
La alimentación y la pandemia se relacionan en un montón de cuestiones a analizar”, comienza Barruti. “Por un lado, en el principio hubo esta idea de abastecernos, pero: ¿dónde se abastecían las personas y con qué? Es muy sorprendente que lo que mostraban las encuestas en todo el mundo, desde China hasta acá, era la globalización de los hábitos, ya que todos se abastecían de las mismas cosas: productos comestibles industrializados que, por otro lado, son pésimos para la salud. Esa contradicción se subraya en el gran éxito que tienen las marcas en convencernos de que sus productos comestibles son igual de efectivos para alimentar, y ante una situación de salud como esta; sin embargo, no hubo ninguna directriz, desde ningún lado, desde ninguna entidad, que propusiera una alimentación adecuada para esta situación tan particular de estrés, de encierro, de poco movimiento, donde se supone que estamos acechados por un virus que nos está poniendo en jaque. Y qué mejor antídoto ante la falta de vacunas y de un escenario incierto que cuidar la salud, el cuerpo y comer lo mejor posible”.
Durante la cuarentena, la periodista contó también cómo aumentó la compra de productos congelados, que se conjuga con una cultura del delivery y el crecimiento de las apps. “Viene de la mano de la fuerte precarización que hubo. Personas que se dedicaban a otra cosa y terminaban en una motito de delivery. A su vez, los restoranes se encontraron con esa forma de sobrevivivir, y se formó un círculo del horror de la precarización expuesta de una manera brutal, con la posibilidad de pedir cualquier cosa rápido para que te suban las endorfinas. Eso está construido sobre crisis superpuestas que atraviesan a pibitos que traen la comida por dos pesos con cincuenta hasta el restorán que tuvo que salir a rematar todo”.
Bajo esa clave, la lógica supermercado, dice Barruti, fue un fenómeno que se impuso en toda la región: “Fueron los supermercados los que quedaron en pie. Se cerraron los mercados de abasto y hubo una imposibilidad de acceder a alimentos frescos. Las personas que iban a las ferias de la Ciudad, por ejemplo, al encontrarlas cerradas, quedaban presas de una institución como el supermercado que te propone comer lo que en el fondo te hace daño, te destruye la salud, y te deja más vulnerable ante una situación de contagio de Covid”.
La consecuencia: “Si tu cuerpo está en peores condiciones, va a reaccionar peor al virus”.
Des-cuidados
Otra observación que anotó la periodista tiene que ver con el poco cuidado que hubo a las familias productoras de alimentos: muchas viven de su venta diaria, con alimentos que terminan en verdulerías o mercados, y vieron obturadas sus posibilidades de trabajo en el contexto de encierro. “Sobre todo los que producen hortalizas se vieron muy perjudicados en la primera instancia de la pandemia, y terminaron produciendo pocas cosas, sin variedad y para el mercado. Esas familias están recibiendo su alimentación de la misma forma que alguien que no produce comida. Así se vio un empobrecimiento en toda la región”.
Para la edición 147 de MU, Barruti entrevistó a la filósofa y activista Vandana Shiva, referente mundial de la soberanía alimentaria, las resistencias comunitarias y la lucha contra el extractivismo, que mencionó que, a su vez, en la India se estaba produciendo un regreso masivo de campesinos a sus pueblos de origen, donde podían producir y garatizarse su alimentación.
“Acá también se dio: gente que volvía a sus pueblos, ciudades y aldeas, y distintas conformaciones sociales que se reacomodaron en sus lugares de origen, donde muchas veces resulta ser un lugar donde se produce y se puede acceder a comida de mucha mejor calidad. Allí también hay otra paradoja de este escenario de pandemia: hay una posibilidad mucho más real de comer bien y de tener garantizados los servicios básicos en esos lugares donde todavía la sociedad es un espacio de contención, por lo general pueblos y ciudades pequeñas y aldeas campesinas. En las grandes ciudades hubo planes sociales importantes del gobierno pero que no terminan de garantizar que una familia pueda alimentarse bien con lo mínimo”.
Resula curioso y llamativo que siempre se hable de lo que ocurre por no cuidar nuestra alimentación, pero no de prevención. Informa Soledad: “En Argentina hubo una sola charla oficial, protagonizada por Verónica Risso Patrón, del Ministerio de Salud (del Programa Nacional de Alimentación Saludable y Prevención de Obesidad) que habló públicamente de evitar los ultraprocesados. Pero fue apenas una charla en un conteto de meses y meses, mientras los canales de televisión publicitaban las marcas que siguieron beneficiadas al momento de ponerle el marketing a sus productos. Un ejemplo: las industrias lácteas insistieron en que agregan los nutrientes que le faltan al cuerpo para que esté mejor, y promocionan leches multivitamínicas y yogures con probióticos para la inmunidad. Hubo una especie de avanzada del marketing de la industria, y pueden hacer esa publicidad amparándose en que existe evidencia científica que vincula esos nutrientes con cuestiones necesarias para mantener la salud. No está probado que esos nutrientes aislados y puestos por la industria sirva a la salud. Pero hacen marketing, y logran instalar un gran negocio muy redituable”.
Barruti menciona un tercer escenario: “Lo vimos en muchos países. En Brasil, por ejemplo, fue espeluznante: la gente necesitando de comedores para no morir de hambre. Acá también, y la respuesta la dieron organizaciones sociales que se dedicaron a coordinar comedores populares basados en alimentos de verdad. Eso fue algo maravilloso: los barrios como comunidades y espacios de contención”. Esas experiencias convivieron con los Bancos de Alimentos que suelen representar lo contrario: la buena conciencia de multinacionales y sectores de poder, abasteciendo de productos de las corporaciones a los sectores vulnerables.
Oportunidades pandémicas
El Gobierno comunicó este febrero el aumento del 50% de la Tarjeta Alimentar, que alcanza a más de 2 millones de niños y niñas de hasta 6 años. Al comienzo de la pandemia, los movimientos sociales observaron que su uso se restringía a grandes cadenas, sin posibilidad de acceder a una alimentación saludable. La UTT (Unión de Trabajadores de la Tierra) lo planteó nuevamente en diciembre en la segunda reunión de la convocatoria que reúne a sectores políticos, empresariales, sociales y productivos en el Programa Argentina contra el Hambre: “Las tarjetas alimentarias son un instrumento importante para enfrentar la crisis alimentaria y es necesario que se implementen dispositivos para que esas familias puedan comprar sus alimentos a las cooperativas y a la agricultura familiar, sin obligar a adquirir alimentos en los supermercados”, resume Barruti.
En ese sentido, y vinculado a la nula campaña de prevención, ¿hay una oportunidad que se está desaprovechando para diseñar otro tipo de política respecto a la alimentación? Barruti: “No hubo nada planificado. En ninguno de los países del continente existió esa lucidez. El único que habló seriamente del tema durante las primeras conferencias que se hicieron fue México, con Hugo López-Gatell Ramírez (subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud), que puntualizó cómo y por qué el Covid iba a golpear mucho más a esa sociedad atravesada por los desastres por comer la comida ultraprocesada que come. Pero no hubo tampoco una planificación para que puedan acceder a alimentos de verdad, a pesar de una campaña que estimulaba a abastecerse en negocios de cercanía”.
Para la periodista, alimentación y pospandemia es una relación urgente que ya no se puede emparchar más: “En las crisis se agarran del salvavidas de lo que existe, a pesar de lo que ya vimos. Pero lo que hay que remover es el sistema complemetamente de fondo y construir y habilitar otras dinámicas de producción, de consumo y de comensalidad”.
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