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Geopolítica del fiolo (versión porteña)

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Respuesta a la convocatoria realizada por El Centro Cultural de España en Buenos Aires bajo el título “La lucha contra la pobreza y el arte”.

Me parece éste un contexto adecuado para hablar de la lucha contra la pobreza en el arte. Es decir, cómo opera dentro de las producciones artísticas de nuestra época la tremenda desigualdad de la sociedad que padecemos juntos. No tengo mucho que decir al respecto, porque este ejercicio de reflexión no es algo que pueda hacerse en solitario ni a partir de las propias convicciones. La mirada personal reproduce aquello que, precisamente, es necesario combatir: el miserable pedacito en el que estamos encerrados en una sociedad que nos divide en anaqueles y con férreas etiquetas que nos alteran no solo la vista, sino el alma.
No se trata tan solo de luchar contra quienes nos dictan quiénes somos, qué podemos hacer y qué no, sino contra las formas en que condicionan nuestra subjetividad para aprisionar nuestros sueños y nuestros deseos.
Sueños y deseos, precisamente son los que producen eso que llamamos arte.
En 2001 fuimos privilegiados testigos de cómo esas producciones nacieron y poblaron las calles. Lenguajes, formatos, signos y símbolos nuevos, novedosos, fueron paridos en un proceso colectivo y heterogéneo que sacudió los anaqueles y arrancó las etiquetas.
Pienso en Indymedia.
En el Arte Callejero.
En los escraches.
En las creaciones de colectivos que se proponían todo, porque no había nada.
Ni Estado, ni dinero, ni mercado.
Casi 10 años después, esa turba ha impregnado todas las formas de producción, de pensamiento y de organización de lo creativo, pero también y al mismo tiempo, han insuflado en las instituciones más decrépitas un soplo de vida.
El problema es qué vida.
Tampoco se puede analizar esta incógnita –que es nuestra, nuestro enigma- en solitario.
Pero hoy es poco y nada la que puede analizarse colectivamente sin la interferencia de las divisiones, las internas, las facciones y todas las mezquinas formas en las que, como cuervos, se alimentan las etiquetas.
Y la miseria.
Desde mi perturbada y espero que perturbadora visión, lo que se ve es lo siguiente:
Jóvenes profesionales que tienen un empleo precario, flexibilizado y de eterno corto plazo, cuya base y fundamento es el estudio o la investigación de la pobreza.
No viven con ella, sino de ella.
De traducirla para el consumo de los otros, que son eso: otros.
La pregunta es si trata de un puente, una mediación o una intervención.
Puede, incluso, que existan otras palabras más adecuadas para describir esta relación tan diferente a la que vimos nacer en la calle hace 10 años.
¿Cuál es esa diferencia?
¿El escenario? ¿Es la calle el único lugar donde es posible encontrarse con otros sin reproducir las jerarquías que distorsionan cualquier posibilidad de encuentro?
Pero ¿cuáles serían estas jerarquías? ¿Quién sabe y quién no? ¿Quién habla y quién escucha? ¿Quién produce –una foto, un cuadro, un texto- y es autor y quién es espectador?
Otra serie de preguntas podrían derivarse de la ambigüedad que nos produce no saber, no detenernos juntos a pensar qué frenó aquel proceso que parecía imparable. ¿Nos paralizó el miedo a perder nuestra etiqueta porque de alguna manera estamos involucrados en aquello que comenzaba a morir sin terminarnos de convencer aquello que todavía ni se veía nacer? ¿Creemos aun que el proceso necesario para el cambio no nos involucra, que no conmueve ese fuero tan íntimo como es el de la interpelación de la propia identidad; no de aquello que somos, sino de lo aun más inconfesable: de lo que queremos ser? ¿Qué fantasmas nos acechan?
Derrida nos advirtió que es imposible pensar una política que no se haga cargo de nuestros fantasmas. La experiencia de HIJOS, del arte callejero, de los escarches, nos dan recursos privilegiados para aplicarlos a estos nuevos desafíos, que son los nuestros por contemporáneos, que son complejos porque requieren ni olvido ni perdón, porque estamos condenados a la lucidez, a no cerrar los ojos frente al abismo, a la Tempestad, a la intemperie, mientras nos claman memoria y justicia. Esto solo puede generar angustia y miedo. Son espectros nos acechan, aullando: no podés, no podrán. Y es cierto: solo no se puede.
Como una piedra en el zapato hoy recordamos que, sin embargo, fue posible y palpable, en aquel 2001 y en la calle: ¿Qué puso en marcha aquella máquina creativa? ¿Qué la detuvo?¿Hay todavía vivas experiencias que creen belleza, vida, colores, en territorios donde solo hay violencia, televisión y mugre?
Las hay, por supuesto.
Pienso en El Culebrón Timbal.
En el taller de producción musical de Villa Corina.
En el hip hop de Poesía Urbana que brota en los bordes de Comodoro Rivadavia.
Pero ¿son estas expresiones valoradas como arte?
Y si lo son ¿por quiénes? ¿Quiénes construyen a su alrededor el abrigo del prestigio, el necesario aliento, el imprescindible respeto?
La mirada miserabilizadora que pesa sobre algunas de estas experiencias no es un problema de otros, sino nuestro.
Creo, en síntesis y para no hacerla larga, que el desafío que nos atraviesa hoy es grande y, por eso mismo, extraordinario. Por enorme, pero también por divertido. Porque crear representa, también y sobretodo, el desafío de inventar por lo menos tres enormes cosas:

  • Fuentes de recursos nobles que financien nuestras producciones y creación de nuevos saberes que permitan autogestionarlos socialmente.
  • Contenidos que interesen a la mayoría de la gente con igual intensidad y calidad que los medios-cada-vez-menos-masivos de distracción.
  • Formas propias de alentar y proteger experiencias y saberes, creados por fuera, pero fundamentalmente hacia fuera de los circuitos institucionales que reproducen y refuerzan la miserable mirada del mercado.
  • Un espacio de reflexión sobre nuestras propias subjetividades: la prioridad, la obligación política y ética de esta generación de artistas, intelectuales, periodistas y demás sujetos culturales producidos por el mercado (académico o mercantil) es crear teoría que interpele su propia etiqueta. Mi objeto de estudio es mi yo, en relación a los fantasmas que interfieren mis ilusiones y deseos, mi contexto y mis otros posibles. Y esto es algo que no puede hacerse solo.

Para sintetizarlo, finalmente, retomo la pregunta central que nos planteaba la brasileña Suelly Rolnik en su texto Geopolítica del fiolo. Se trata, en suma, de preguntarnos hoy lo siguiente:
“¿Cómo reactivar en los días actuales la potencia política inherente a la acción artística, su poder de instauración de posibles?”
Entendiendo por “posibles” otras formas de soñar y desear.
De crear.
De encontrar en el arte una herramienta de creación de verdadera y legítima riqueza.
Juntos pudimos hacerlo.
Y también juntos tendremos que pensar cómo seguir haciéndolo.
Aunque seguramente ese “juntos” implique hoy y sobre todo volver a preguntarnos con quiénes y dónde.

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

Entradas por Alternativa Teatral

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