Nota
Encuentro de Pensamiento Fotográfico: Por qué no un encuentro porque sí…
Arrancó el EPF, pero lo importante es que sigue.
Más de 50 fotógrafos y fotógrafas se reunieron en Mu.Punto de Encuentro el pasado 6 de marzo para debatir sobre un montón de temas que, coincidieron, no se enseñan – ni se discuten- en ninguna escuela de fotografía.
El disparador fue el espacio público. La calle.
Con esa excusa surgieron proyecciones de distintos colectivos que acompañaron las fotos contando el proceso de trabajo, la interiorización con el tema, la intimidad lograda, la mirada impresa.
Fue inevitable relatar la génesis de cada colectivo, tan apegada al motivo de la charla: la calle.
Hacer y pensar
Los integrantes de En la vuelta cocieron su colectivo al calor del asfalto, de movilizaciones y acompañando a personas en situación de calle que consiguieron luego asilo en residencias y hoteles. Presentaron dos trabajos: uno sobre la toma y el violento desalojo del Parque Indoamericanao; y otro, un impactante ensayo que retrataba la vida dentro de la residencia Monteagudo. En la charla rememoraron el proceso – que en casos de algunos integrantes duró hasta un año entero- que les permitió penetrar la intimidad y la confianza de quienes allí vivían.
Así se motivaron discusiones sobre cómo llegar a esa mimetización, si es posible tal cosa, o al menos cómo imprimir una mirada que grite lo que esos cuerpos dicen.
En el medio brotó una pregunta, que vinculaba lo artístico del trabajo al trabajo mismo: ¿Y qué hicieron con eso?
En la vuelta contó que la secuencia de fotos de un edificio tomado se inauguró en el propio lugar, con quienes vivían como protagonistas y espectadores de esa vivencia.
Siguiendo la temática del espacio público, el fotógrafo Hernán Cardinale, integrante del equipo de fotógrafos de lavaca y uno de los organizadores del encuentro, acercó un tema candente: la resistencia generada a partir del enrejamiento del Parque Centenario. Mostró principalmente fotos de los días de la represión, el 28 y 29 de enero, con la Policía Metropolitana como protagonista. Hernán participa de la asamblea del parque, pero en ese momento gozó de la impunidad de un reportero: las imágenes muestran en primer plano los golpes, las corridas, las sensaciones que producía el enfrentamiento. Fue quizá el trabajo más gráfico en cuanto a lo pornográfico de cómo el gobierno porteño limita el acceso al espacio, y obliga a repensar qué es lo público y qué es lo privado.
Luego fue el turno de la Cooperativa SUB, sin que haya turnos. El espacio fue rodando según una organización primitiva previa que organizó estos trabajos, pero que se irrumpía siempre que brotaban preguntas, debates y discusiones. “La idea que proyectemos trabajos de los colectivos es que sean el puntapié para discutir cuestiones que nos interesen”, resumió Julieta Colomer, integrante del equipo de fotógrafos de lavaca y una de las organizadoras del encuentro.
Los Subcoop rompieron el molde: nada de desalojados, ni reprimidos ni explotados. En todo caso, eso formó parte de su origen como cooperativa: contaron cómo se conocieron y se hicieron conocidos – participan y participaron en numerosos medios nacionales e internacionales- retratando historias atravesadas por la resistencia de trabajadores, campesinos, pueblos originarios o artistas que peleaban por lo suyo. Pero al EPF trajeron un material que dio para reflexionar: se metieron en un country a fotografiar durante tres semanas a una misma familia.
La intimidad lograda sorprende. En la cama, en la cocina o en el baño. Las mucamas, los autazos, los caprichos de quienes viven encerrados estaban congelados por estas fotos que debieron reservar bajo la promesa de no difundirlas en medios nacionales. Tal fue la cláusula que motivó a la familia a mostrarse descaradamente, aún, dijo Nicolás, “no sabiendo si se daban cuenta qué queríamos mostrar o no, cosa que hasta a veces nos hacía pensar si no eran ellos los que nos usaban a nosotros”. Las fotos fueron vendidas a países como Italia donde, contaron, “no pueden creer que existan los countries. Los llaman “guetos para ricos”, y les da impresión la idea de autoencerrarse por gusto”.
A partir de esto se cruzaron voces sobre la identidad del trabajo y del material logrado.
Alguien soltó la pregunta: “¿Qué es más violento? ¿Esto o las familias desalojadas?”. La pregunta fue intentada responder sin que nadie cale en lo justo, y que el placer sea el debate.
Irene, estudiante del Instituto Fotográfico de Avellaneda, aportó dos intervenciones reveladoras: cuestionó la idea del espacio público para quienes, como ella, vienen del interior. En el impasse se sobrevoló sobre el registro que generan las cámaras de seguridad, como mirada omnipresente en el espacio público y como fotografía de la vida cotidiana.
El orden siguió con el fotógrafo Facundo Nívolo, también integrante del equipo de fotógrafos de lavaca, quien relató su paso por el colectivo Imagen Insurrecta, grupo de jóvenes del noroeste del Conurbano Bonaerense, que compartían la pasión por la fotografía y terminaron de sellar su vínculo en las movilizaciones, actos y calle.
Facundo mostró su trabajo «Pasajeros» del ferrocarril Belgrano, haciendo eje en las dos realidades que separa (un punto nodal como la Estación de Retiro) ese punto nodal de la Ciudad, y a partir de su exposición se trató un término polémico: “el fotógrafo militante”.
Hasta qué punto la militancia y la fotografía van de la mano, si son lo mismo, si una es un instrumento de la otra, si es una herramienta de lucha. Todos coincidieron que, si estaban ahí, acá, era por algo y no por mera pasión al click. Incluso muchos dijeron participar de movimientos, cooperativas, fábricas recuperadas y hasta partidos políticos. Sin embargo, se cuestionó la idea de “fotografía militante” desde el lado profesional: ¿hasta qué punto eso esconde una no profesionalidad en el trabajo? ¿quiénes queremos vivir de la fotografía? ¿quiénes vivimos de la fotografía? ¿se puede vivir de la militancia?
En ese ambiente de reflexión colectiva, sin prejuicios ni peroratas, se proyectó el colectivo Indómita Luz, que además mantiene una revista bimensual y temática sobre la imagen. Las tres mujeres presentes hicieron pie en las movilizaciones e interpusieron una práctica hasta entonces no presentada: la fotografía como intervención. La idea que deslizaron tuvo que ver con romper las imágenes habituales de marchas y actos a partir de generar un estilo particular de foto, lo cual requiere una idea y un trabajo previo. Así mostraron su trabajo en la marcha del orgullo gay, donde llevaron dos conceptos: un sencillo marco de cuadro que enmarcaba lo que el fotografiado decidía; y una más sencilla aún hoja en blanco en la que cada uno escribía “cuál era su orgullo”. El resultado, relataron, fue que dentro de la marcha misma se armó un microespacio que revolucionaba la dinámica regular. Es decir que muchos se acercaban o miraban qué estaba pasando a partir de la idea generada por la foto. Los resultados estaban a la vista.
Entonces se habló sobre la “predisposición” del fotografiado: las fotos documentadas con o sin el aval del protagonista del cuadro. ¿Cuál es más fácil o difícil de lograr? ¿Cuál es más verdadera?
Por último se proyectó un trabajo que mostró en paralelo dos fotos: la foto del mismo lugar exacto, pero diez años después. La secuencia relacionó 2001 con 2011. De las imágenes de aquella época se recordaron las de Pepe Mateos en Puente Pueyrredón y otras movilizaciones sociales, como la que terminó con la vida de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki. La imagen actualizada encontró también a movilizaciones, pero éstas en recordatorio de aquellas muertes, una buena forma de hacer imagen una continuidad generada por la represión social y que enaltece el rol del periodismo: Mateos registró en aquella oportunidad a los policías que hoy rinden cuentas por la muerte de Santillán.
Sus fotos no serían publicadas en el Clarín del día siguiente, que en cambio titulaba impunemente: “La crisis causó dos nuevas muertes”.
Las fotos de Mateos y Mateos mismo generaron otra pregunta sin respuesta, pero que alentó un movimiento de mentes: “Si Mateos fuese militante, ¿hubiese sacado la foto o ayudado a Maxi?”, arrojó Irene.
El último expositor fue un joven del PTS que se confesó más militante que fotógrafo, y cuyos trabajos giraban en torno a la documentación de movilizaciones para un periódico partidario.
Por último, y a partir de reflexiones generadas por las últimas fotos, se habló de los medios comerciales, con un temario desordenado y nunca acabado: al servicio de quién ponemos el material, la masivización de una fotografía militante, qué van a decir de esas fotos, cómo filtrar lo que no se muestra, el rol de Internet.
Se dejaron picando varios temas inabarcables, pero que en la discusión misma van generando ideas y nuevos debates que acomodan al rol del fotógrafo tal cual fue pensado en este espacio.
Alentados por ese entusiasmo, los organizadores propusieron continuar, al menos una vez por mes, y una lista de contactos giró para asegurar las ganas: ya te enterarás del próximo encuentro.
Por que NO un encuentro porque SI…
Desde Lavaca te invitamos a un nuevo espacio de pensamiento para hacer foco crítico
sobre la fotografía y la mirada, sobre lo estético y lo político, y pensar los modos de mirar para re-pensar nuestra época… Un lugar para debatir, compartir, intercambiar y crecer…
La entrada es libre y gratuita.
Para participar de las proyecciones o recibir más info comunicate con nosotros a través de nuestro mail: [email protected]
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De la idea al audio: taller de creación de podcast
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Docente:
Mariano Randazzo, comunicador y realizador sonoro con más de 30 años de experiencia en radio. Trabaja en medios comunitarios, públicos y privados. Participó en más de 20 proyectos de podcast, ocupando distintos roles de producción. También es docente y capacitador.




Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
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