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Educación en movimiento. MU en Misiones: la experiencia del Movimiento Pedagógico de Liberación
Es un movimiento y un sindicato docente. Se sostiene con el aporte de sus miembros, que deciden todo en asamblea. Desde Eldorado, se hermanan con las experiencias campesinas y de tareferos. Luchan por lo laboral, contra las condiciones de esclavitud y por nuevos paradigmas culturales: soberanía alimentaria, asociativismo, antimachismo, una vida sin venenos. Saberes y transformaciones concretas, en tierras coloradas, para espantar al miedo. Por Francisco Pandolfi.
Lophophytum leandri Eichler es el nombre científico que lleva la planta popularmente conocida como flor de piedra, por enraizarse al suelo y a las piedras. Es oriunda de Misiones y contiene propiedades medicinales.
En 2010, tras una hambruna que golpeó al sector rural más pobre de la provincia, nació el Movimiento Pedagógico de Liberación de Misiones.
Como una flor, entre las piedras.
Movimiento: Acción y efecto de mover. Estado de los cuerpos mientras cambian de lugar o de posición.
Pedagógico: Perteneciente o relativo a la pedagogía. Expuesto con claridad y que sirve para educar o enseñar.
Liberación: Acción de poner en libertad.
Las tres palabras en fila, una a continuación de la otra, le dan nombre a una organización que brotó en la selva misionera para subvertir un orden preestablecido. Un sindicato docente que desde hace casi 15 años plantea con la investigación, la acción y la participación, transformar el sistema educativo, y lo demás también.
Anti-vicios
El primer contacto con el Movimiento Pedagógico de Liberación (MPL) se da en un corte de ruta, en un campamento, en el marco del reclamo salarial de trabajadoras y trabajadores estatales que estalló en la provincia a mediados de mayo y que aún persiste aunque con un mejor diálogo entre las partes. A simple vista, queda claro que el MPL no es un gremio común y corriente. Luján Ñiripil es maestra, es mapuche, es vecina de la localidad de Eldorado y es una de sus fundadoras: “Somos un movimiento que abraza todas las causas sociales, no solo lo gremial. Luchamos por cambiar la currícula, poniendo en el centro la discusión de qué se enseña, para quién y cuál es el fin de esa enseñanza”. Liliana, maestra en Posadas e integrante de la comisión directiva, termina la frase: “Trabajamos con el resto de los actores sociales, indígenas, campesinos, tareferos, desocupados, en un lazo muy estrecho”.
Luján comparte otra postal distintiva: “Quien conduce el sindicato está siempre con las bases”. A unos metros está la carpa de Rubén Ortiz, el secretario general del MPL. Por estatuto, cada mandato dura tres años y está prohibida la reelección. “Felizmente”, dice él. “Las personas nos viciamos si conservamos un cargo y eso es perjudicial para la organización”.
Describe cómo se financian y cómo se construyen: “Somos absolutamente autónomos. Cada afiliado aporta el 1% del salario básico; si ahora está en 100 mil, ponemos mil. Somos el segundo sindicato más grande luego del oficialista UDPM, que está teniendo una masiva desafiliación por alinearse al gobierno. Ante esto, propuse que nuestro sindicato suspenda las afiliaciones, porque estábamos sumando gente embroncada y acá no se trata de disputar personas; estás dañando una organización hermana, quizá potencialmente mejor que la tuya y eso no es bueno. Algunos internamente piensan que estoy loco, pero si uno quiere la unidad en la acción, debe quererla en serio”.
Cuerpo sin alma
Rubén cuenta que para 2024 planificaron “destinar el 80% de los ingresos a capacitación y un 20% a gastos operativos”. Precisamente en la formación está el origen del MPL, que tiene una madre y dos hermanos. La madre es la Escuela de Formación Política de movimientos sociales, creada en 2006 por él y otros compañeros. Recuerda el contexto: “Mi mamá era peronista y yo apoyé al partido hasta que llegó Menem. Más acá en el tiempo, el kirchnerismo tuvo su lado positivo, pero su programa bancaba al extractivismo más salvaje, y se sustentó por él. Una cosa es vivir una situación así en la ciudad, donde a veces la gente no quiere ver el tremendo extractivismo de las inversiones inmobiliarias; pero fuera de las grandes urbes, el impacto sobre las economías regionales es inmediato”.
Misiones tiene 900 mil hectáreas de tierra apta para la agricultura. De esas, 500 mil están atestadas de pino y eucaliptus, insumos para la multinacional Arauco que es la principal empresa forestal de Argentina. La hegemonía de los monocultivos creció en desmedro de cultivos tradicionales como la yerba, el té y el citrus. “Mil hectáreas de pinos generan 4.4 empleos estables, 4.6 la reforestación y la ganadería; son los que menos empleo dan. Combinaron una economía agro-silvo-pastoril (forestación con ganadería) que trituró el empleo, a expensas de una actividad como la yerba mate que en mil hectáreas crea 168 puestos de trabajo”.
Rubén nació en Paraguay pero hace décadas vive en la localidad de Montecarlo. “Acá la hambruna estalló en 2008, cuando a nivel país crecíamos a tasas chinas. El extractivismo genera mucha riqueza con grandes excluidos y eso lo sufrimos con el hambre de los tareferos (cosechan manualmente la yerba) y un sindicalismo enamorado del fenómeno kirchnerista que no lo percibió”. Amplía: “Durante el kirchnerismo creció la extranjerización de la tierra, a tal punto que en Misiones tenemos el 13,9% extranjerizado, el porcentaje más alto del país. Cuando el gobierno vio los daños que estaba haciendo sobre los pequeños productores, creó la agricultura familiar. Pero agricultura familiar sin política de tierra, o sea, sin reforma agraria, ni política de semillas nativas, ni educación, es un cuerpo sin alma”.
Fundada a inicios del siglo XX como una colonia alemana, Montecarlo está ubicada 185 kilómetros al norte de Posadas, a orillas del río Paraná. “Frente a ese escenario abrimos la Escuela de Formación Política desde la educación popular y para organizar la clase; se entra como grupo y se egresa como organización”, dice Ortiz en el interior de la cabaña que hace de aula, en las entrañas de la selva. Mientras, en el pizarrón verde escribe flechas que se conectan unas con otras. Con una tiza blanca y letra prolija enumera el nacimiento de los tres hermanos: en 2008, el Sindicato de Tareferos; en 2010, el Movimiento Pedagógico de Liberación; y en 2013, el Movimiento Campesino de Liberación.
“El Sindicato de Tareferos creó su propia escuela y lo mismo hizo el de Campesinos. Nuestros colegios no buscan certificar a un sujeto, sino construir un espacio colectivo. Los tareferos se forman como técnicos auxiliares en producción, elaboración, secanza, molienda y comercialización de la yerba mate. La de campesinos se llama Ñande Kokue (Nuestra chacra) donde además de la formación política hay alfabetizadores, y el horizonte es la reforma agraria para promover la soberanía alimentaria”. También parieron un bachillerato –donde estudian hijas e hijos de campesinos– y el Instituto de Investigaciones Pedagógico, Económico, Político y Social “Guillermo Maerker”, en honor a quien fue una guía en la pedagogía provincial. Desde hace tres años, además, trabajan en una coordinadora indígena.
La causa de los cuadernos
En el norte misionero, el frío invernal se nota crudamente por la mañana y por la noche. Por la tarde, el sol pega como si fuera otoño. En este clima de época, con un gobierno provincial que desde hace dos décadas se mantiene siempre alineado a la gestión nacional de turno –sea en formato kirchnerista, macrista o libertaria–, Luján enseña lo que no figura en la currícula: “La extranjerización de la tierra solamente nos deja destrucción ambiental y enfermedades. ¿Si de eso no se habla en la escuela, para qué sirve? Necesitamos aprender saberes ligados a la realidad del pueblo”.
¿Qué sí problematizan en sus colegios? Explica Rubén: “Ante todo, quiénes los dirigen. La escuela de campesinos la conducen los campesinos y eso le duele a cualquier gobierno. La escuela es campesina pero no por la orientación sino por la conducción política”. Suma: “En la práctica nos dimos cuenta de todo; por ejemplo, si al área la llamábamos matemáticas los campesinos disparaban, entonces se llama ‘Cálculo elemental’. Educación física se llama ‘Uso del tiempo libre y la recreación’. No es que solo discutimos los nombres, es más profundo: estudiamos la historia del capitalismo, de los trabajadores, la economía, la política, nada que ver con la contabilidad estúpida que enseñan y sólo registra lo que otros hacen”.
Sobre los habituales tipos de registro, comparten otra manera de pensar el mundo, y sorprenden con una noción: “Tratamos de que no exista el cuaderno”.
¿Por qué?
Porque al exigir que se debe tener un cuaderno desde la infancia, se refuerza la propiedad privada: mi lápiz, mi cuaderno, mi, mi, mi, mi. ¿Y entonces? ¿Después queremos que esa persona termine construyendo una cooperativa?
En el proceso de alfabetización, ¿cómo es la enseñanza con quienes aún no saben leer y escribir?
Los libros son importantes, pero el oído también es una cosa interesante; por eso nuestras escuelas aceptan que el alumno solo se exprese en la oralidad. Si el campesino no sabe escribir, igual va, porque quiénes somos para decir que el conocimiento escrito es el único que vale.
Mate o narco
Según el último Registro de Productores y Yerbales del Instituto Nacional de la Yerba Mate (INYM), existen 9.334 productores de yerba mate en Argentina y el 95% se cultiva en Misiones. “Antes de que creáramos el Sindicato de Tareferos, ellos eran esclavos, vivían hacinados, los siete días trabajando en el yerbal, sin lo mínimo y cobrando monedas”, cuenta Liliana.
“La explotación del tarefero no es solamente un problema del capital, o sea del patrón. Esa explotación –resalta Rubén– tuvo el apoyo explícito de un sistema educativo que, por ejemplo, acompañó la industrialización de la madera con las escuelas técnicas. Hay carpinteros, muebleros, constructores, pero ¿por qué no se hizo lo mismo con la yerba mate? Hasta hoy no existe una sola carrera que hable de la yerba mate. Por eso creamos la escuela que el Estado no quiere reconocer, porque busca terminar con el tarefero”. Detalla: “La máquina en una hora cosecha 2.000 kilos; por cada máquina, donde había 20 obreros ahora hay cuatro. ¿Qué hace la academia? Se apodera del conocimiento ancestral, chupa el saber y a los tareferos se los borra del mapa. No nos enfrentamos al avance de la ciencia, pero si querés que una parte de la producción sea de buena calidad debe seguir haciéndose a mano, porque una máquina no distingue si la hoja está podrida o no”.
En el barrio Malvinas de Montecarlo, el MPL ocupó 308 hectáreas ociosas. Allí construyeron 96 viviendas para el campesinado y dispusieron un sector para chacra, donde 110 familias tienen sus parcelas y escaparon de la esclavitud en la que estaban sumergidos.
María tiene 51 años y es una de ellas. “Primero con mi marido trabajamos juntos en la cosecha de citrus y luego empezamos en la tarefa. Nos íbamos a las 3 de la mañana y volvíamos a las 10, 11 de la noche. Ganábamos miseria”.
¿Qué significa miseria?
Lo que equivalía a un kilo de carne por día. Al principio nos daban un vale, no plata. Yo trabajé así 8 años. Mi marido 25. Nos llevábamos a la cosecha mate o tereré, a lo sumó un chipá, para que lo poco que teníamos lo comieran nuestros hijos. Así fue nuestra vida, como esclavos, hasta hace 5 años que empezamos a trabajar en la chacra del barrio.
Junto a José, su marido, le dieron forma al Sindicato de Tareferos. Hoy plantan mandioca, zapallos, choclos y otras verduras. “Vendemos la mayoría de lo que cosechamos, con la seguridad de que ya no nos va a faltar para comer”.
Cuando María pudo garantizar lo mínimo para su familia, hace dos años abrió un merendero en su casa. Lo sostenía tres veces por semana con donaciones y lo poco que el municipio le mandaba por mes: un pack de 12 leches, otro de 10 kilos de azúcar y otro de harina. “Aunque hacía raciones chiquititas, usaba tres paquetes por cada merienda; en una semana se me terminaba. Pero ahora ni eso. Desde enero tuve que cerrarlo, porque el municipio ya no me ayuda más. Dicen que desde provincia les cortaron todas las ayudas para merenderos”. No es lo único que se frenó en los últimos meses. A pocas cuadras, otra obra paralizada: “Ya había casas adjudicadas para inmigrantes con quienes estamos trabajando para que accedan a la vivienda propia mediante un programa de integración urbana, pero cuando asumió Milei se paró todo”, relata Rubén.
En el barrio Malvinas viven 700 familias. En el merendero de María estaban anotadas más de 200 personas. “Todos los días viene la gurisada a preguntarme cuándo vuelve la merienda o si tengo pan. Hay muchas necesidades. A esto se le sumó que en la pandemia caló hondo el narcotráfico por la falta de laburo. Es un desastre, hay nenes de 8 años fumando, de 11 consumiendo paco”.
De esclavo a productor
En las 308 hectáreas producen yerba mate, banana, mamón, ananá, batata, siete variedades de mandioca y maíz, ocho de porotos. Cada familia tiene entre 3 y 7 hectáreas de producción, excepto la que necesita menos. “Aunque el Estado no quiera reconocernos, le es imposible: somos los mayores productores de mandioca, con tres millones y medio de kilos por año”, ejemplifica Rubén, parado sobre la tierra colorada. Está rodeado de plantas, plantines, mariposas que vuelan, loros que cantan, árboles como el anchico y el cedro. Señala una guayubira, donde colgaron la pizarra que se usó para la primera clase, con el cielo como techo y los troncos como sillas: “Este es un lugar sagrado, acá se empezó a soñar”.
Hay parcelas individuales y también colectivas, donde se hace investigación: “Estamos experimentando sobre una variedad de yuca (mandioca) que da de 8 a 12 kilos por planta, es impresionante”. Señala un sector con dos cultivos diferentes y casi pegados. Uno flaco y largo; otro bajito y con hojas incipientes. “Son mandioca y yerba. Desde el Instituto de Investigación estamos probando si funciona esa sinergia; por ahora los resultados son positivos”. Y lanza al aire un comentario que podría no tener relación con lo que está diciendo, pero la tiene por completo: “Tipos que eran esclavos de la yerba, hoy son productores. Los que quieren exlotarnos nos odian, en su puta vida nos van a querer”.
Es difícil seguirle el ritmo a Rubén cuando camina el terreno donde también habitan venados, tapires, chanchos del monte. En su andar, a metros del Río Paraná que separa a Argentina de Paraguay, con el dedo índice muestra una tierra fértil. “Está hermoso porque no tiene round up”, dice en referencia al herbicida más vendido del mundo, hecho por Bayer/Monsanto y del que se han comprobado sus efectos cancerígenos. “Toda la producción que hacemos es agroecológica; está prohibido el uso de agrotóxicos”.
Tienen un estatuto en el que se establecen esa y otras reglas: “No puede contratarse mano de obra de afuera, ni usar el cuerpo del otro como mercancía; sí fomentamos las mingas, el asociativismo; el intercambio. Acá todo es democrático y solo una sola vez acusamos a un compañero por tirar round up”. ¿La resolución? Mediante un juzgado popular: “Me tocó a mí y al abogado ser los acusadores. Nos dieron 15 días para reunir las pruebas ante la asamblea, como en los procedimientos indígenas. El compañero reconoció el error y fue sancionado con tareas comunitarias. Además, como sabía leer poco, se le ordenó 30 días de lectura sobre un tema específico: la agroecología; la agricultura como tal, sin venenos”.
La machocracia
Hay otro tipo de veneno que sigue haciendo estragos. “En este territorio el cuerpo de la mujer es un objeto. Al cuerpo del hombre también lo explotan, pero el de la mujer es peor que la mercancía; es terrible cómo quedan después de trabajar en la yerba y por el machismo que existe”, reconoce Rubén. Luján agrega: “Acá fuimos criados en base al machismo, nos cagaron a palos para obedecer a todos los hombres”.
El MPL denominó internamente a 2013 como “El año de la lucha contra el patriarcado” y empezaron a hacer talleres con ese enfoque. “Los hombres del movimiento viajamos a Buenos Aires. Recuerdo que las identidades sexuales de los compañeros que nos dieron el curso eran diferentes a las nuestras. Fue una experiencia tremenda para indígenas, campesinos, docentes; a mí al principio me chocaba mucho. Nos juntamos los varones y tomamos la decisión de asumir nuestro problema, como única manera de curarlo. Nuestras compañeras nos compartieron textos que debíamos leer e incorporamos la importancia de la diversidad de géneros a la política del MPL. Así nació el grupo Kuña Mbarete (Mujer fuerte). Hoy nos seguimos formando, pero no se trata de aggiornarse a la época. Si queremos cambiar al capitalismo, debemos terminar con el patriarcado, es un deber de la humanidad”.
¿Para qué es la educación?
Rubén Ortiz es profesor en la escuela secundaria, licenciado en economía agraria y especialista en investigación educativa. Está haciendo el doctorado en la Universidad de Misiones, con una tesis sobre la extranjerización del territorio. “Argentina necesita una reforma agraria, integral y popular. Hoy el problema no es la cantidad de comida, sino la propiedad y cómo se distribuye. Si vos no distribuís la tierra a gran escala, no vas a democratizar la agricultura porque ya hay demasiada gente afuera”.
El MPL es una muestra de la cultura del hacer y del buscar el efecto contagio. Desde hace 13 años en vacaciones de invierno y verano instauraron las brigadas solidarias. “Son 15 días viviendo con los campesinos y haciendo tareas comunitarias; se ayuda a plantar y hay clases de distintas temáticas. Es una experiencia a la que vienen organizaciones de otros países, como del Movimiento Sin Tierra de Brasil”. Se trabaja a la mañana, se estudia a la tarde, se va al río al atardecer y se comparte un encuentro por la noche para reflexionar sobre el día vivido. La invitación es a toda la comunidad. ¿La ubicación? Montecarlo, Misiones, Argentina, el lugar donde empezó y termina esta nota; donde brota una última frase de Rubén, como flor entre las piedras: “Lo más sagrado de nuestro proyecto es la investigación y la acción, que nos permiten construir la pedagogía que queremos: una pedagogía que termine con el miedo”.
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