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Desde abajo: familiares y Compañeros de Tres de febrero
Se volvieron a organizar hace 15 años, pero sus inicios se remontan a tiempos de la dictadura. Trabajan en escuelas y con homenajes, donde activan la memoria a nivel territorial. Organizaron un escrache a Victoria Villarruel cuando votó en un jardín de infantes donde había vivido una desaparecida. Uno de sus fundadores, hijo de una Abuela de Plaza de Mayo, editó un libro fundamental que recupera las historias y la militancia de las 345 personas desaparecidas en el distrito. Qué nos invitan a pensar hoy: las encerronas, las grietas, lo individual, lo colectivo, la vida, qué esperar del Estado, y dónde está la utopía. Por Lucas Pedulla.
1. El barrio
Un hablar en tanto hacer.
Un decir, pero con espesor.
Un hacer para pensar.
Las definiciones sobre el objeto del discurso son varias y pueden ser más académicas, pero el recorte –siempre arbitrario– del ejercicio periodístico nos permite la excusa: Foucault enseñó que el trabajo arqueológico no trata de restituir lo que pudo y supo ser pensado, querido, deseado o experimentado en un momento determinado, sino la “descripción sistemática” de un objeto de discurso. No pretende definir sus pensamientos, sino los discursos en tanto prácticas que brotan de una época y que tienen su regularidad. A este conjunto de elementos formados de manera regular se lo puede denominar saber.
Como todo, quizá sea más sencillo bajarlo al territorio.
Estamos en una calle de casas bajas y arbolitos conurbanos, en una localidad llamada Villa Bosch, ubicada en un municipio con nombre de fecha veraniega: Tres de Febrero. La casa, a la que se accede por unas escaleras, es cálida a pesar de este frío: es la sede de la Comisión de Familiares y Compañeros de Detenidos Desaparecidos. En la pared de la izquierda hay un cuadro con rostros, nombres y fechas de desaparecidos de este lugar; en la pared de la derecha hay afiches elaborados por niños, niñas y jóvenes de primaria y secundaria de este lugar. De fondo, una biblioteca, y arriba de la mesa un libro: Libres o muertos, jamás esclavos. Historias de la militancia revolucionaria en Tres de Febrero.
De pronto, ese saber: quizás, en una época en la que lo horrible pareciera lo común y las miradas apuntan hacia algún arriba buscando respuestas o reordenamientos astrológicos y políticos, hay algunas personas que miran un abajo, que es donde todo nace.
Por suerte, esas personas están sentadas en esta mesa.
2. La vida política
El autor de Libres o muertos… es Edgardo Cambá Fontana (69), más conocido como Cambá a secas, y este libro no podía escribirlo otra persona que no fuera él. Es hijo de Clelia Chela Deharbe de Fontana, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo. Liliana, la segunda de sus tres hijos, fue secuestrada el 1º de julio de 1977 junto a su compañero, Pedro Sandoval, de la casa de Chela. Liliana estaba embarazada de tres meses y dio a luz a su hijo en cautiverio. Estuvieron en el centro clandestino Atlético, y en la ESMA. En 2006 Chela y Cambá encontraron al hijo de Liliana: había sido apropiado, con una partida de nacimiento falsa, por el agente de inteligencia de la Gendarmería Nacional, Víctor Rei. Pedro –el nombre que Liliana siempre soñó para su hijo– es el nieto recuperado número 84. Liliana y su compañero siguen desaparecidos. Rei fue juzgado y condenado.
Esa búsqueda fue el motor de la investigación de Cambá, que no sabía que se convertiría en esta obra. “Comenzó como la búsqueda individual de una persona: mi hermana y mi sobrino. Ese es el vínculo. Después, la búsqueda siguió con mis compañeros y, después, con todos los compañeros. Fue a la luz del trabajo de la Comisión. Sin ese proceso, no hubiera sido el mismo libro. Y no trata sobre historias personales, sino sobre la militancia. Eso se hizo con el trabajo que fuimos desarrollando, pero nunca pensé que fuera un libro: la idea era buscar a mis compañeros”.
Tiene 402 páginas. La introducción parte del auge de la militancia revolucionaria en Argentina a partir del golpe contra Perón en 1955, para luego adentrarse en las formas que tomó la llamada “resistencia peronista” en Tres de Febrero, mientras surgía otro conjunto de organizaciones. El terrorismo de Estado de 1976-1983 lo ubica en horrores territoriales:
345 personas desaparecidas.
De 100 mujeres, 11 estaban embarazadas.
92 personas eran obreras, 68 estudiantes, 60 empleadas.
181 militaban en Montoneros, 66 en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT).
Luego, el libro hilvana con mucha dedicación la militancia en los distintos barrios: Caseros, Tropezón, Ciudad Jardín, Ciudadela, Carlos Mugica, Podestá, Loma Hermosa, Churruca, El Libertador, Villa Bosch, Martín Coronado, Santos Lugares, Sáenz Peña, Villa Raffo. También, lugares clave como la fábrica FIAT (al menos 40 personas fueron víctimas de crímenes de lesa humanidad) o el grupo scout de San Francisco de Asís, con sus militancias en barrios. Cada capítulo está atravesado por nombres, apellidos y fotos que van construyendo, con una precisión que Cambá fue tejiendo con paciencia y con años, semblanzas de esas historias: “Le gustaba jugar con muñecas, pero también compartía todos los juegos que su hermano Edgardo llevaba a cabo con sus amigos –escribió Cambá de Liliana, su hermana–. Le encantaba treparse a los árboles y a veces era la que más alto llegaba. Le ayudaba su delgadez, tanto que la llamaban ‘la flaca’, apodo que conservaría toda su vida”. Además de memoria emotiva, el libro recupera las acciones concretas y cotidianas de militancia: cloacas en los barrios, construcciones de casas para los vecinos, chocolateadas para infancias.
Hay datos precisos y descripciones que evidencian mucho trabajo y muchas entrevistas, al punto de que varias personas se enteraron de detalles de sus familiares que no conocían. Pero también, y por sobre todo, hay una reivindicación de esas militancias que busca salir de una reivindicación personal, muchas veces victimizante. “Detrás de cada una de esas personas había una experiencia social, política. Y en esos militantes había una experiencia social colectiva muy fuerte, que había que ir a buscar y conocerla para ponerla a intervenir con lo que ocurre –piensa Cambá–. No para copiarla, sino para que aporte a las nuevas experiencias. Desaparecer al individuo era, también, desaparecer el colectivo”.
3. Familia, identidad, sostén
Los primeros antecedentes de la Comisión se ubican aún en dictadura cuando familiares –entre quienes estaba Chela– empezaron a organizarse en el conurbano. Tras la desaparición de su hermana, Cambá, con una hija de apenas seis meses, se exilió en España. Militaba en el Frente Revolucionario 17 de Octubre. Volvió en 1984, y con Chela y otros compañeros formaron la primera Comisión. Hay dos antecedentes importantes en su conformación, ambos en 1983: el primer siluetazo local en la plaza de Caseros y una marcha contra la Ley de Autoamnistía de los militares. La experiencia se diluyó, pero los lazos quedaron, y en 2009 volvieron: Cambá salió a golpear puerta por puerta de las casas de sus compañeros para reactivar el tejido. Y conversar.
El lugar donde se reúnen todos los jueves es la Casa de la Memoria y quien recibe con una sonrisa es María del Carmen Luppo (76), quien en los setenta militaba con su compañero Urbano López en el barrio Manzanares e imprimían tiradas largas de la Evita Montonera cuando se mudaron a otra casa en Ituzaingó. El 16 de diciembre del 76, María del Carmen estaba llegando con su hija de once meses cuando la pararon unos vecinos: “Tu casa fue allanada”. Nunca más volvió ni supo de Urbano.
Al poco tiempo se enteró de que estaba embarazada: así sobrevivió durante años, clandestina, quedándose en casas de compañeros, un tiempo en Ciudad Jardín, otro en Loma Hermosa, y así por varias más. “La militancia fue mi familia y fue lo que me salvó: sin ellos no estaría hoy acá”, dice y sonríe y explica ese gesto: “En la Comisión buscamos difundir la alegría. A pesar de todo estoy acá, y eso quiere decir que se puede”.
Pudo encontrar los restos de Urbano en 2011: aparecieron en el Cementerio de Villegas, en La Matanza.
Miriam Galván (58) tenía 11 años cuando vio cómo un grupo de tareas se llevaba a su papá Orlando de su casa en Caseros. Eran las cuatro de la mañana del 19 de octubre del 77. No olvida olores ni colores: su papá llevaba un pantalón verde y un saco con llamitas cuando lo subieron a una camioneta celeste y blanca. Su mamá salió a la calle con su otra hija en brazos corriendo a los secuestradores. Miriam, detrás de la ventana, le gritaba que volviera. Encontró los restos de su padre en 2010 gracias al trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAFF). Encontraron también el pantalón y el saco que vestía cuando se lo llevaron. Orlando era zapatero, tenía su taller en la cuadra de la casa, y militaba en Montoneros. Era muy alegre y solidario con todo el barrio. Miriam, de chica, fue a todas las manifestaciones, y hay fotos de su familia yendo a Plaza de Mayo con banderas que decían: “Que aparezca con vida mi papá”. Desde esa época se sabe todas las canciones y recuerda los primeros años de la Comisión: “Decía que era gente de mi misma calaña, porque no era todo el mundo. Nos reuníamos porque necesitábamos saber”. Cuenta con orgullo que hace unos años organizaron una caravana sobre los desaparecidos del barrio: “Señalizamos las veredas. Vino mucha gente. Fue muy lindo, porque sumamos muchos familiares”.
José María Sturla (74) tiene tres compañeros y amigos desaparecidos: los trabajadores de la fábrica de motos Zanella, Jorge Padapopulos y Darío Miguel Valiño (ambos secuestrados el 1º de julio del 77), y Jorge Quinterno, delegado de la sucursal de Caseros del Banco Provincia, militante de la Juventud Trabajadora Peronista (desaparecido el 27 de enero del 76). Piensa lo territorial: “Nos une la idea de que no podemos abandonar a nuestros compañeros y que tenemos que transmitirlo a las próximas generaciones. Nuestro trabajo con las escuelas es lo que más me impactó. Lo territorial es saber a dónde vas. Tiene que ver con tus raíces, que son parte de tu identidad y tu sostén”.
4. Lo personal y lo sistémico
a Comisión también sostiene un trabajo fuerte con escuelas, y los dibujos que ilustran la pared de la Casa de la Memoria en Villa Bosch son parte del proyecto “Afiches x la identidad”, que va por su sexta edición. Los colegios los contactaban todos los 24 de Marzo para que fueran a contar sus historias; así fueron repensando qué decir y cómo llegarles a las nuevas generaciones. En 2019, Chela Fontana empezó a revisitar el material que tenía guardado y llegó a los afiches históricos de Abuelas. La chispa se encendió. “Si hay algo que tiene cierto consenso en el horror y es muy difícil discutir son las apropiaciones de nietos y nietas”, dice Verónica Hendel, socióloga, docente, y capacitadora en el Centro de Investigación e Innovación Educativa (CIIE) de Tres de Febrero. “Es muy difícil argumentar que estuvo bien que mataran a tus padres y robaran a los bebés. Arrancamos muy de abajo, pero enseguida se fueron sumando profes con quienes teníamos diálogo, y se fue multiplicando”.
Durante la pandemia el trabajo sostuvo y, además, creció. El contacto con las escuelas, entonces, se complejizaba: ya no era solo la historia individual, sino una capa más profunda. “Es nuestra manera de trabajar –dice Verónica–. Nosotros decimos que no somos colocadores de baldosas. Cada homenaje, por ejemplo, tiene un trabajo previo con el barrio”.
A ese método se sumaban las escuelas. En 2023, a 40 años de la democracia, la Jefatura Distrital propuso que el proyecto se expandiera a todas las escuelas primarias del municipio: “Pasamos de un promedio de 25 escuelas a 70, y se abre una llegada a docentes que no tenían ni idea de que existíamos. Y este año sumaron nivel inicial”.
No trabajan únicamente en marzo sino todo el año, y destacan que, a pesar del negacionismo oficial, la poca formación docente en derechos humanos y las escuelas atajando todos los conflictos sociales, la demanda crece. Verónica es la coordinadora del proyecto, y celebra ese boom territorial: “Muchos docentes nos dicen que este es el momento de trabajar. Allí donde el Estado se retrae, esos roles son cada vez más valiosos”.
5. Volver a la utopía
El día del balotaje, el barrio del Jardín de Infantes 916 de Caseros, donde iba a votar la hoy vicepresidenta Victoria Villarruel, amaneció empapelado con afiches de desaparecidos. Cuando llegó, le mostraron carteles que decían “Son 30.000”. Villarruel los trató de “familiares de terroristas” y chicaneó que esa pintada en un jardín era “como ir a un cementerio y pintar al Oso Barney”. En los 70, el edificio que hoy es la escuela era la casa de Alicia Amaya, secuestrada el 3 de junio de 1978 por una patota. Alicia tenía 21 años y era estudiante de Trabajo Social. Su hermano fue quien alertó a la Comisión: organizaron la intervención y, también, pintaron un mural por los 40 años de la democracia.
Temas nunca faltan: están visibilizando que las visitas al Museo del Ejército Argentino –ubicado en Ciudadela en el predio vecino a los excentros clandestinos Grupo de Artillería 1 y Grupo de Artillería de Defensa Aérea 101– no cuentan el horror de esos sitios. Y así –con afiches, con escraches, con memoria viva– la Comisión no para de hacer cosas.
Piensa Verónica qué significa este momento: “Hay una sensación de que estamos ante algo que es diferente. Es un momento de encerrona y por eso el desánimo es algo que caracteriza a este tiempo. Se ve desde los que todavía tienen esperanzas en que este gobierno genere alguna transformación, en los que confían en que la política desde arriba va a resolverlo, o los que dicen que hay que repensar muchas cosas. También escucho gente que busca lugares para hacer, porque son sectores que se han desencantado y no encuentran el cuándo y el dónde. Es una pequeña grieta donde podemos caminar”.
Piensa Cambá: “Dicen que esto es igual a los setenta, pero no tiene nada que ver. Tampoco es la dictadura, porque ya vimos cómo funcionó el Congreso durante la Ley Bases: la política tradicional a pleno, hasta comprando votos. La derecha arrebató muchas banderas que teníamos en la militancia popular. Mucho de lo que Milei decía lo decíamos nosotros, y ya hace mucho alertamos, por nuestro trabajo en los barrios, que la teoría de los dos demonios, por lo menos, empataba en el discurso. El quid es cómo llegamos a esto y cuán responsables somos, porque no apareció por arriba, sino que vino por abajo”.
Detecta un problema: “Nosotros no tenemos cuadros, ni generamos ilusión, porque lo primero que hay que ver es por qué estuvimos hablando de derechos de otra época cuando en los últimos 20 años esos derechos no existen más. Milei tuvo la respuesta a eso: ‘van a ser burgueses, van a tener libertad, van a ser mejores’. La construcción de sentido en los setenta tenía que ver con una utopía que existía, y hoy sin utopía no se mueve nadie. Si no tenés un objetivo, no hay nada de eso. Siempre buscamos cómo generar un pensamiento crítico y que eso se pueda poner en política, pero hoy la política no sé si resuelve todo”.
Un ejemplo: “Hay un error en esperar que todo lo resuelva el Estado y que toda tu militancia signifique ir a un determinado lugar. Nuestra militancia no esperaba eso: si en un barrio había que construir cloacas, se construían. La situación se resolvía y no te quedabas esperando. Eso fue lo que hacía esa generación”.
Cambá dice “esa generación” y acaricia el libro que está encima de la mesa. Le celebro que llega en el momento justo: por el método, por la reivindicación de esa militancia ligada a la transformación social, por las presentaciones que invitan al encuentro y al debate en momentos de desazón. Cambá –un poco– duda, aunque sabe que hizo un trabajo notable, porque allí, con precisión y sensibilidad, está gran parte de su vida: una búsqueda que encontró un sobrino, la reactivación de un trabajo colectivo, el homenaje a compañeras y compañeros. Todo en una escala territorial que permite pensar, complejizar, sostener.
Abrazar.
Eso, dice, lo pone contento.
Y esa sonrisa, como decía María del Carmen, quiere decir que se puede.
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