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Estilo Estela

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Su utopía era la de una vida normal. No pudo ser: la directora de escuela “antiperonista y aburguesada” sufrió el secuestro de su marido primero (liberado tras el pago de un rescate a los grupos de tareas) y más tarde el de su hija Laura, que parió en cautiverio y luego fue fusilada por la espalda. Para Estela comenzaba otra historia. Desde los gritos ante la Rosada, los cumpleaños simulados y las búsquedas insólitas, hasta el hallazgo de 139 vidas e identidades. ¿Qué simbolizan Abuelas? Modos posibles de ser y de hacer, frente a lo peor, y sin odio. Acción más que los discursos. Carácter, eficiencia y alegría. El efecto Milei y un consejo abuelístico. Por Sergio Ciancaglini.

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Estela de Carlotto. Foto: Lina Etchesuri

Tal vez sea una persona rara: no odia a nadie.

Esta señora de 94 años va a contramano del agujero negro cultural, político y mediático que ha convertido al odio en un lugar común, una guerra cotidiana. Le han dado sobrados argumentos para odiar, pero no hay caso. “No me sale”, dice sonriendo. De pronto se pone muy seria, señala la mesa y me ordena abuelísticamente: “Te dije que te comas esa bola de fraile”.

Aquí se narran algunas aventuras y desventuras de esta señora, de un grupo insólito de mujeres y de una tecnología que les permitió: 

actuar en momentos de desquicio,

sin ninguna ideología, doctrina o tutorial que las guiase,

en la peor de las situaciones imaginables o inimaginables,

y descubrir pese a todo formas de acción con logros que ya son parte de ciertas hazañas de la historia humana. 

Golpe y mafias

Enriqueta Estela Barnes, clase 1930, fue siempre la Ñata para su familia. Infancia feliz en Villa Sauce, La Pampa, con su papá como jefe de Correos. Familia amorosa, dos hermanos, regreso al universo bonaerense y platense, y ella se convirtió en docente y luego directora en Brandsen de una de las llamadas Escuelas Láinez, de zonas marginales. “Los años en esa escuela fueron de una felicidad enorme para mí” dice la señora. Ñata se casó con el joven Guido Carlotto que tenía una pequeña fábrica de pinturas en Avellaneda y luego en La Plata. Pareja con proyecto utópico: “Queríamos una vida normal y tranquila. Tener nuestros hijos, con el tiempo jubilarnos, y cuidar nietos en una familia en la que no hubiera sillas vacías”. 

Parió Estela dos varones y dos nenas. La mayor era Laura, nombre inspirado en una película de amor y suspenso de Otto Preminger protagonizada por Gene Tierney. La vida en los 70 se politizó al infinito. “Guido y yo votábamos a los radicales, a Ricardo Balbín, que encima era vecino nuestro en La Plata. Pero no me interesaba nada la política, y era muy antiperonista, muy esa cosa aburguesada”. Al revés, los Carlotto Jr., se lanzaron a la militancia en la Juventud Peronista.

En 1973 los jóvenes celebraron el triunfo de Héctor Cámpora contra el candidato de sus padres, pero sobre todo contra la dictadura que proscribía al peronismo. Luego festejaron el triunfo del propio Juan Perón también contra Balbín. En 1976 se produjo el golpe. “Estábamos asustados por nuestros hijos. Laura estaba en prensa de Montoneros. Queríamos que se fuera del país. Lloraba porque desaparecían sus compañeros, pero no quería irse. Les respetamos a nuestros hijos siempre sus proyectos y decisiones”. El trasfondo: no se educa para que los hijos hagan lo que quieren los adultos, sino para que sean libres de hacer sus propios proyectos. 

Pero el primer desaparecido de la familia no fue de la rama juvenil, sino papá Guido, el conservador votante de Balbín, el 1º agosto de 1977. El amor y el suspenso se hicieron realidad. “Laura le había pedido la camioneta para una mudanza. Allanaron la casa de la que se había mudado, mi marido fue a buscarla y allí lo secuestraron”. Los militares lo intentaron con la propia Estela pero ella no estaba en su casa: “Por eso no fui yo también una desaparecida”. La propia idea de la desaparición era impensable entonces: “Yo creía que debían estar detenidos en alguna parte”.  

Pidió licencia en la escuela y empezó la primera de sus búsquedas. Estuvo en el arzobispado platense, apareció un contacto en nombre de un profesor de la ultraderechista Concentración Nacionalista Universitaria (CNU) llamado Recalde Pueyrredón “que andaba siempre con un perro de policía”. Extorsionaron a Estela pidiéndole 40 millones de pesos (80.000 dólares negros, hoy “blue”, de aquellos tiempos), lo que demuestra cómo la represión que iba a salvar a la Patria era en realidad un negocio mafioso. Estela corrió a pedir préstamos para completar esa cifra y pagó. Habló con el general Reynaldo Bignone que luego sería comandante del Ejército y presidente de este extraño país. A los 25 días, no se sabe si por el dinero o por los contactos, Guido fue abandonado vivo en un basural de Lanús. “Estaba hecho un espectro, pesaba 15 kilos menos. Nunca se recuperó del todo”. Lo peor: “Contó cómo policías y militares torturaban personas para sacarles información, las inyectaban hasta desmayarlas o matarlas, y después las metían en bolsas que se llevaban. El horror”. El objetivo militar: la aplicación de un plan económico ultraliberal a cargo de José Alfredo Martínez de Hoz, la llamada “patria financiera”, con miles de obreros secuestrados y desaparecidos y visitas frecuentes de miembros de la hoy mentada perrunamente Escuela Austríaca a la Bolsa de Comercio y  encuentros con el dictador Jorge Videla.    

En noviembre de ese 1977 fue secuestrada Laura junto a su marido, Walmir Montoya. Los Carlotto no sabían que estaba embarazada. Estela salió a buscar a esa hija esfumada. Un secretario de monseñor Plaza fue contacto para la nueva extorsión de Recalde Pueyrredón en nombre de policías y militares. La ironía panadera anarquista del siglo XIX convertida en terror cotidiano, con esa madre desesperada y el país sometidos a vigilantes y bolas de fraile. Esta vez le exigieron 150 millones de pesos, que el matrimonio logró reunir y pagar. Ella volvió a ver a Bignone en el comando en jefe del Ejército. “Estaba como loco, con una pistola arriba del escritorio, gritando. Le dije que si Laura era culpable la juzgaran, pero no que la mataran. Me dijo: ‘En Uruguay tienen presos a los Tupamaros y es peor, convencen a los guardias. Acá hay que hacerlo’. Eso quería decir: acá hay que matarlos”. Ella respondió: “Si ya la mataron, devuélvanme el cuerpo, no quiero volverme loca buscando en las tumbas NN de los cementerios”.  

Estela pudo saber por una liberada que Laura estaba embarazada. Que quería que su hijo se llamase Guido si era varón. Seguía recorriendo comisarías hasta que su consuegra Nelba Falcone, madre de María Claudia Falcone (estudiante secundaria de 16 años que reclamaba el boleto escolar y fue una de las seis adolescentes asesinadas tras su secuestro en la Noche de los Lápices, en 1976) le dijo: “No estés sola. Hay otras abuelas que buscan”. Así conoció al grupo Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos, primer nombre de Abuelas de Plaza de Mayo. En 1978 la convocaron de la Comisaría 9ª y le dijeron: “Su hija ha fallecido”. Atinó a responder: “Asesinos”. No quiso ver el cuerpo. Tramitó su jubilación como docente: “Ya no iba a poder estar en esa escuela que amaba”. Se dedicó literalmente con alma y vida a buscar con las Abuelas a cada uno de los bebés secuestrados por la dictadura, tarea que en ese momento parecía totalmente absurda. 

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Las sonrisas de Estela y Laura Carlotto, pre 1976. La mamá era votante y vecina del radical conservador Ricardo Balbín: “No me interesaba la política”. Laura militó en la Juventud Peronista y en prensa de Montoneros: fue secuestrada y fusilada por la dictadura después de parir. Estela se unió a Abuelas buscando a ese nieto que finalmente encontró en 2014, sin dejar por eso la búsqueda de todos los que faltan. ¿La política de la organización? “Lograr cosas buenas, útiles, sanas y positivas”.

Gritar ante la Rosada

Estela posa para las fotos en la sede de Abuelas de Plaza de Mayo: “Nunca hay que perder la sonrisa”, dice. Retoma la historia. “En Abuelas no queríamos que vinieran nuestros maridos. Para los malditos los hombres eran peligrosos y las mujeres éramos unas bobas, que no servimos para nada. Se equivocaron feo, ¿viste? La primera vez que fui a la Plaza me llevaban de la mano entre otras dos Abuelas. Yo tenía miedo. Era impresionante. Todavía no se hacían rondas. Nos acercábamos a la Rosada y gritábamos: ‘salgan, digan dónde están’. Los asesinos no abrían la ventana, y nos sacaban fotos desde arriba”. 

Difícil imaginar mayor muestra de valentía que el de ese puñado de madres y abuelas desafiando a los gritos desde la calle a una dictadura sangrienta. Para hacerlo, además, ignoraron a partidos políticos y organismos de derechos humanos que, por lo que fuera, eran de los que planteaban que hacer eso era una locura, que derivó en el mote de “locas de Plaza de Mayo”.  

En esa escena de las mujeres frente al poder militar absoluto, ¿dónde estaba la locura y dónde la racionalidad? ¿Dónde estaba el coraje y dónde la cobardía? Las protagonistas: “Algunas éramos docentes, otras ni habían podido hacer la primaria, otras profesionales, jubiladas. Pero todas abuelas impecables” cuenta sobre esas  señoras hasta entonces dedicadas al hogar, los teleteatros, sus trabajos, votando a Balbín o como me confesó una de las emblemáticas fundadoras y anterior presidenta de Abuelas, Chicha Mariani: “La verdad es que yo lo había votado a Paco (Francisco) Manrique” (militar que intervino en la Revolución Libertadora). 

Las mujeres no sabían qué hacer: “Nos decían que un chiquito en una escuela podía ser uno de los nietos que buscábamos, porque lo llevaban con custodia. Una se escondía detrás de un árbol con una máquina de fotos, otra hacía como que esperaba un nene. Era una tontería, una fantasía de que así podríamos verlos. Pero al menos hacíamos algo. Veíamos a jueces que nos mentían, o nos maltrataban”. Por ejemplo, la jueza Delia Pons, del Tribunal de Menores de Lomas de Zamora, les dijo: “Solo sobre mi cadáver van a obtener la tenencia de esos niños”. Hablaban por los viejos teléfonos en clave: el señor Blanco era el Papa, y se referían a sus nietos desaparecidos como “flores” o “cacharritos”. Se encontraban en la porteña confitería Las Violetas para poder hablar pero simulaban un cumpleaños y cambiaban de tema cuando se acercaba un mozo. “Nos acompañábamos, también peleábamos, pero todas hicieron un trabajo increíble” dice Estela. En 1985 el cuerpo de Laura fue exhumado por el Equipo de Antropología Forense: “Vi sus huesitos, su pelo, las balas. Le habían disparado por la espalda, a la cabeza, a 30 centímetros. Por la pelvis se demostró que había tenido un hijo. Allí hice el duelo”. Su otro duelo fue en 2001 cuando falleció Guido, su marido. 

El resultado más visible de lo hecho por Abuelas hasta hoy tiene una cifra: 139 nietos y nietas con una historia recuperada. Uno de ellos es Ignacio Montoya Carlotto.  

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Consejo para nietas 

La charla y la experiencia de Abuelas son técnicamente infinitas. Estela salta al presente y define a Milei. “Me indigna por su falsedad, por todo lo que tiene tan feo como persona. Su proyecto es dejar un país diezmado y arrasado. Insultar y humillar. Creo que hay cada vez más gente arrepentida. Ni hablar con la corrupción que ya se sabe que hay. Cuando ganó yo estaba con dos de mis nietas adolescentes. Les dije: ‘No lloren más. Acá empieza la lucha. Hay que pelearla. No lloren, chicas, todo pasa en la vida. La vamos a pasar mal, pero no es para siempre. Hay que seguir haciendo cosas como hicimos toda la vida, respetando, y sin ofender a nadie”. El diagnóstico: “Milei me resulta un hombre increíblemente malo”. Dice que nunca fue de insultar: “No le deseo la muerte a nadie, solo me sale pensar que ojalá les cambie el cerebro y actúen distinto. Si alguien es un asesino no digo que es, perdón, un hijo de puta: con decir que es un asesino, ¿qué hay peor? Soy tranquila. Me gusta decir la verdad sin ofender, y si es necesario, ofendo pidiendo disculpas”. 

Por esas cosas las Abuelas son un caso de autoridad. También de investigación e inteligencia, capacidad de trabajo, acciones más que discursos, paciencia, voluntad, decisión, todo construido a base de desesperación por la vida, amor y guapeza. El amor para ellas no es una gesticulación con los dedos ni un emoji en las redes. 

Simbolizan la dignidad, la identidad, los derechos, la memoria. ¿Cómo sería una persona sin esos atributos? Tal vez un zombi o un fantasma. Se estima que lo mismo le puede pasar a una sociedad. 

Son mujeres que han llorado, pero nunca lloriquearon ni fueron quejosas, teniendo muchos más motivos que gran parte de los quejosos en loop. 

Pudieron actuar juntas porque las unía un proyecto, no una discusión teórica o doctrinaria. Siempre hablaron poco e hicieron mucho, al revés que gran parte de ese conjunto estrafalario denominado “dirigencia”. 

Si tuvieron miedo, no las paralizó, y lo superaron haciendo cosas juntas. Actuaron con sentido común, entendido como pensamiento, sentimiento y acción. Estuvieron siempre llenas de ideas, pero no dan sermones ni venden conferencias. Transmiten serenidad y lograron una eficiencia inédita. Hablaron y hablan mirando a los ojos. Nunca quisieron hacer justicia por mano propia. Jamás propusieron la violencia. No postulan la venganza sino la reparación del daño. Tienen un carácter fuerte que ha sabido plantársele a criminales de Estado, a líderes mundiales, a obispos mudos o corruptos, a jueces impresentables, a la política zombi. Pero ese carácter es alegre. La potencia de la alegría de las Abuelas debería ser un tema de estudio, aprendizaje y contagio para imaginar cómo crear otros horizontes.  

Sin alardear de nada resolvieron problemas de una complejidad inconcebible y siempre hicieron verdadera política sin funcionar como panelistas mediáticas. No les interesan la fama ni los seguidores. No hablan de cambiar el mundo, pero sembraron el mundo con la certeza práctica de que las cosas pueden cambiar. El proyecto parece modesto: Estela dice que le gusta lograr cosas que sean “buenas, útiles, sanas y positivas”. Los resultados son asombrosos.

Ya no hay facturas sobre la mesa. Estela cuenta: “Lo que me hace feliz es seguir encontrando nietos. Es un triunfo maravilloso de la vida”. Un auto espera para llevarla a su casa de Tolosa. “Me voy a descansar un poco pero ya te dije: no es que soy vieja, sino que tengo mucha juventud acumulada”. 

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Mundo Abuelas: el legado

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Las y los nietos que llevan adelante Abuelas e impulsan junto a las “viejas” la búsqueda, cuentan a MU cómo es ese trabajo artesanal e inédito en el mundo. De sus historias de los –por ahora– 139 recuperados, a las charlas en talleres. Lo que representan y son las abuelas, y la continuación del legado. Los colores políticos, el Estado, el no-presupuesto, el apoyo social, las esperanzas y los sueños: cómo funciona la máquina de búsqueda y encuentro de memoria, verdad y justicia. Por Lucas Pedulla.

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Víctor Penchaszadeh: el gen de la resistencia

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Es uno de los creadores del “índice de abuelidad”, crucial en la recuperación de nietos y nietas hijos de desaparecidos arrebatados por la dictadura. A los 82 años repasa su increíble historia: el secuestro de la Triple A, su exilio y carrera científica en Estados Unidos, la pregunta que le hicieron las Abuelas. El rol de la genética: de arma de discriminación, a herramienta de los derechos humanos. ¿Con qué “genes” mirar el futuro? Por Sergio Ciancaglini.

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Por Susy Shock.

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