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La libertad en juego: entre apelaciones y vidas encarceladas
Las defensas de 16 personas que siguen detenidas tras la cacería policial el miércoles de la Ley Gases apelaron la denegación de excarcelación. También apeló el fiscal Carlos Stornelli, pero para volver a meter presas a las 17 liberadas. Ahora la jueza María Servini tiene 10 días hábiles para resolver si las procesa o no, y si lo hiciera, bajo qué cargos; eso también determinará si seguirán el proceso en libertad.
En tanto, hoy por primera vez las familias pudieron ver a las y los detenidos, luego de cinco días de desesperación. Este lunes a las 11 habrá una conferencia de prensa en el Serpaj donde se acordará el lugar donde se realizará una manifestación para exigir la libertad, que se realizará el martes a las 17 horas. Breve síntesis de algunas de las historias de vida que hay detrás de estas detenciones arbitrarias.
1. Maripaz
María de La Paz Cerrutti fue este miércoles a una consulta psicológica en la cual recibió el alta, luego de tres meses de licencia psiquiátrica en su trabajo en el Ministerio de Economía, donde trabaja desde hace quince años. Ella es contadora, además de profesora de Historia, fotógrafa, música y muchas otras cosas más, porque siempre se interesó por saber más y de todo. Estaba reponiéndose, entonces, de los ataques de pánico y angustia que sufrió desde la muerte de su madre, y decidió ir a comunicarle la buena noticia a su delegado de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), que estaba a pocas cuadras, participando de la movilización en el Congreso. Quería ponerlo al día, preocupada por la situación precaria que viven en estos días quienes trabajan en el Estado. Estuvo un rato en la plaza, pero decidió retirarse para preservarse. Todavía estaba frágil.

Fue caminando hasta su casa, cerca de Constitución, pero nunca llegó. En Moreno y Bernardo de Irigoyen reprochó a los gritos la actitud de un grupo de policías que estaba amedrentando a manifestantes. Gritó también su nombre y DNI. En la filmación que registra lo que sucedió después, se escucha la orden policial: “Presa, presa”. Un enjambre de policías cae sobre ella, la sujeta del cuello, la tira al piso, se le sienta encima de la espalda, la sofoca. “No es algo que pueda soportar fácilmente una persona que sufre ataques de pánico”, sintetiza ahora Gabriel Becker, su abogado. Tampoco alguien que haya sufrido en su familia cinco secuestros y cuatro desapariciones.
Maripaz fue esposada y encerrada en un camión celular, en el cual la pasearon durante toda la noche. Recién a la mañana la dejaron en la Comisaría Nº 15, en el piso, sin agua ni comida, también esposada. Así hasta el viernes, cuando finalmente fue trasladada hasta los tribunales de Comodoro Py para ser indagada por una empleada del juzgado federal Nº 1, a cargo de la jueza María Servini. A ella María le contó su historia y le pidió su libertad, que le fue denegada. Su abogado no apeló esa decisión: confía en que las evidencias liberarán a María.
Hasta el mediodía del sábado sus hermanas no supieron a dónde habían trasladado a María. Luego de varios llamados desesperados la ubicaron: cárcel de mujeres de Ezeiza. Hasta allí fueron, pero sin saber qué trámites requiere la autorización de visitas -presentar partidas de nacimiento que acrediten el vínculo, por ejemplo. Lograron, sí, saber que el Comité contra la Tortura había recorrido los penales para comprobar la situación de las y los detenidos en la cacería policial del miércoles y, entre ellas, ver a María. “Estaba delicada, se trata de una persona vulnerable que necesita supervisión médica y psicológica, y todavía no había recibido ninguna de esas asistencias”, señala el abogado.
Maripaz es nieta de la madre de Plaza de Mayo Sara Derotier de Cobacho, que fue secuestrada por la última dictadura cívico militar el 23 de marzo de 1976 en Santa Fe y trasladada por distintos centros clandestinos hasta que legalizan su detención en Villa Devoto y, finalmente, la liberan. Un año después, secuestran y desaparecen a su hijo menor Enrique, el 31 de julio de 1977, cuando estaba viajando con su cuñado de Buenos Aires hacia Rosario. Se supo que tomaron el tren, pero patotas los bajaron y nunca llegaron a destino. Enrique en ese momento trabajaba en el ferrocarril General Belgrano y estudiaba Derecho.
Tiempo después, Oscar Manuel, el hijo mayor de Sara, es secuestrado el 30 de noviembre de 1978 en Ramos Mejía. Lo detiene una patota en la estación de trenes y lo llevan al centro clandestino de detención “Olimpo”. Esa misma noche secuestran a su mujer, Elena Gómez, y a sus dos hijos, uno de dos años y otro, de meses. Todos fueron llevados al “Olimpo”. Debido a que el padre de Elena era un militar de la Aeronáutica, consiguió que devuelvan a los niños a su familia. Sara dedicó desde entonces su vida a los derechos humanos. Fue senadora por la provincia de Buenos Aires y durante el período 2007-2012 fue titular de la Secretaría de Derechos Humanos en la provincia de Buenos Aires. Murió ese mismo 2012 a los 81 años de edad.
Nahuel, el hermano de Maripaz, transmite todo lo que significa para su familia esta memoria y este presente: “Estamos destruidos, en shock y tratando de reponernos para ver cómo seguir, porque si bien toda la familia está siendo víctima, una vez más, de esta violencia de Estado, a ella le toca la peor parte. Hace poco perdimos a nuestra mamá, y eso impactó en María; su salud es delicada y esta situación representa un riesgo para ella. Nos enteramos por la radio que había sido detenida y, también por los medios, que le había sido negada la libertad. Lo vivimos como una pesadilla y lo que necesitamos es que se termina cuanto antes: por ella y por cada uno de nosotros”.
2. Camila

La carta que escribió Néstor, la pareja de Camila Juárez Oliva, detenida en el penal de Ezeiza tras la represión frente al Congreso:
«Estoy haciendo el bolso con la muda de ropa para llevarte a la cárcel de Ezeiza. Acá, en este limbo en que nos dejaron los acontecimientos, donde sólo nos llegan sensaciones y ecos de la realidad, estamos desarraigados, tirados en la tierra, entumecidos por el dolor, alienados de angustia. Acá te estoy haciendo el bolsito, pensando qué te gustaría que lleve.
Salió en los medios, tu secuestro se volvió un gran tema nacional, y salen notas en los principales canales de noticias y portales periodísticos, me parece que puede ser bueno, porque así se visibiliza tu situación, pero al mismo tiempo percibo el estruendoso silencio que se va a producir cuando se termine la novedad, y me da miedo que te expongan los ilusos e interesados, que te ataquen los inmorales y los violentos.
Espero que entiendas por qué te mando el pantalón con felpudito, ya sé que no te gusta, pero quizás hace frío.
Comentábamos, entre las idas y venidas de todos los días, cómo estaba cambiando nuestro país, mientras llevábamos y traíamos a los chicos de la escuela, a inglés, fútbol, tela, o scout, mientras trabajábamos, o después de cenar, cómo el odio se vuelve con tanta facilidad ubicuo y contagioso, negro y pringoso como una mancha de petróleo en el mar.
Me embarga el terror de no verte, de que no te vean los chicos, les sonrío con una mueca falseada, les aseguro que venís en un rato. En el jardín de casa fructifican el limonero y el palto, se escuchan caer sobre el techo del quincho, imagino cómo te gustaría ir corriendo a juntar las paltas. Las dejé en el piso, para que cuando te suelten y se haga justicia las levantes todas juntas, recuperes aunque sea un cachito de todo lo que te están robando.
Lo que no va a tener arreglo es el dolor, eso va a quedar incrustado adentro, sin reparación posible, un hueco imposible de llenar, espacio muerto.
Esos nombres, rumores lejanos de sucesos altisonantes de tapa de diario: Stornelli, Servini de Cubría, Justicia Federal, cosas que leemos en los diarios, tan lejanas de nosotros, de pronto se nos insartan entre las costillas como un puñal helado e intento sacarlo con todas mis fuerza.
Primero tengo que elegir qué campera te llevo, no sé si preferís algo liviano o algo muy abrigado, me decido por llevarte las dos. Mientras pienso cómo escapar de la pausa en la que se encuentran nuestras vidas, recuerdo que te fuiste a una marcha con los chicos de la Unsam, por una ley que se iba a tratar en el Congreso, una ley que probablemente nos termine volviendo más dependientes, menos soberanos, y más vulnerables.
Y después todo fue miedo y terror, vigilia y encierro, sed, oscuridad, mentiras despiadadas, policías cínicos, tortura psicópata, un comisario sonriente y tranquilizador diciéndonos que no nos preocupáramos, que «estaban en un picnic», lo decían porque las tenían esposadas comiendo en el piso lo que nos dejaban pasarles y les daban a cuentagotas.
Me acabás de llamar y nos quebramos, tengo que ir a comprar ropa clara porque no te dejan vestirte con ropa oscura.Te toca a vos ser partícipe involuntaria del show esperpéntico de la política nacional, nos toca a nosotros el dolor y la injusticia, dicen que no gratuitamente, sino porque evidentemente somos terroristas sediciosos, violentos y extremistas. Te codicia un fiscal: presa fácil para exhibirte como muestra del horror, te imputan, te requisan, te trasladan, te incomunincan… te torturan. Te exhiben, te exponen, te hacen mierda gratuitamente. Y la desesperanza también es un virus, que nos copa el alma, nos empuja al abismo y nos hiela la sangre.
Ya tengo listo todo lo que te voy a llevar, te mando el libro de Bourdieu que nunca terminás de leer, lástima que no puedo guardarte nuestras voces en un frasquito, para que te arrullen cuando te sientas sola y no te puedas dormir. Y también me gustaría llevarte a vos y a los otros y otras que están con vos, el remedio que encontré acá afuera contra ese odio que nos quieren inocular y contra el virus de la desesperanza, que son las voces… de los demás. Voces solidarias que desde un primer momento estuvieron reclamando en la calle, difundiendo la locura, protegiendo la vida humana y ¡la democracia!, abrazándonos sin conocernos, mirándonos a los ojos con compasión, regalándonos su apoyo y su fuerza”.
3. Ramona
4. Lucía

5. Sacha

6. Juan

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Marcha de jubilados: guerra, paz y fernet

El acto de jubiladas y jubilados volvió a exhibir este miércoles la absurda represión contra personas que trabajaron toda la vida y se manifiestan pacíficamente ante la licuación brutal de sus ingresos. Tras los golpes, las fuerzas de Gendarmería, Prefectura y Policía Federal (que no parecen estar donde deberían), recibieron orden de retirada, mientras la gente celebraba otra batalla ganada. El acompañamiento de personas discapacitadas, la creatividad de los carteles, las estampitas de la Virgen y las teorías sobre el fernet para describir parte de la actualidad.
Por Lucas Pedulla y Sergio Ciancaglini
Fotos: Juan Valeiro/ lavaca.org
El horario de marcha de jubilados y jubiladas de todos los miércoles es a las 15 horas: a la hora señalada ya había un jubilado detenido –Julio Vargas, luego liberado– y una decena de heridos entre gases, palos y escudos. Por ejemplo Carlos, más conocido como Chaca, el mítico hincha de Chacarita Juniors, en un día en el que el gobierno había anunciado descuentos en supermercados: “Ni enterado, pero ya nadie les cree nada. Mirá”, dice y muestra sus brazos golpeados, su codo ensangrentado, el labio partido por un golpe. “Hoy de vuelta nos fajaron. Pero que hagan todo lo que quieran hacer, ya se van”.

Golpes en los brazos, el labio partido y la sonrisa de Carlos Chaca: las fuerzas de Bullrich terminaron yéndose mientras la gente celebraba.
Tapar a Espert
Las agresiones incluyeron a la Prefectura Naval y a la Gendarmería, ubicadas en Rivadavia y Callao para castigar a personas ancianas mientras las fronteras siguen siendo un colador por el que entran y escapan narcos, según se informa cada día.

Un total de 20 heridos, según mencionó el Centro Provincial por la Memoria.
Después de la represión, la escenografía del Congreso volvió a evidenciar su irracionalidad: el cordón de policías federales, prefectos y gendarmes circundaba la plazoleta y abarcaba dos cuadras. Es la segunda semana consecutiva en la que el despliegue del operativo queda a cargo de las fuerzas federales, luego de varios miércoles donde la única fuerza que se veía era la Policía de la Ciudad.
“Esto se llama Operativo No Rompan Las Pelotas”, define Lorenzo, 73 años, vecino del partido bonaerense de San Martín. “No quieren mostrar debilidad y quieren tapar a Espert. Tienen mil quilombos, y creen que esto a Bullrich le suma puntos para su campaña”.

La marcha pacífica después de otra represión absurda. Gendarmería y Prefectura, ¿no deberían estar en otra parte?
Esa sumatoria todavía está por verse: alguien debió pensar algo distinto si hoy desistieron repentinamente de agredir a jubilados. El razonamiento de Lorenzo emparenta el despliegue policial con la candidatura de la ministra de Seguridad a una banca en el Senado, un lugar donde tendrá fueros que la podrían proteger ante un eventual avance en las causas por las diversas represiones que la tienen como la máxima responsable política, entre ellas el balazo que dejó al borde de la muerte al fotógrafo Pablo Grillo, hoy en rehabilitación.

Retenciones y fin de mes
A Lorenzo lo escucha Juan Manuel, uno de los tantos jubilados que redacta carteles que van marcando el ritmo de la época: lleva 115 frases anotadas en una libretita, ordenadas por fecha de creación.
Hoy exhibe dos, que aquí registramos:


Sobre esta última hipótesis, Juan Manuel hace un gesto con su mano derecha, como quien describe a algo que está rumbo a otra parte.
Despidiendo policías
Los que primero parten, en este caso, son los efectivos (?) federales. La gente de a poco fue sobrepasando al cordón policial, empujándolos hacia la vereda, hasta que de alguna parte llegó la orden de abandonar el lugar.
La manifestación los despide cantando: “Son todos narcos”. Lo pesado de los trajes policiales, sus escudos, armas y tonfas, hace cada movimiento más robótico, y en muchos sentidos más absurdo. El vallado que separa el punto de fuga de la plaza es tan grande que solo por un pequeño pasillo los cientos de efectivos se escabullen a un ritmo que permite que el estribillo que no cesa –“son todos narcos”– sea capturado por cientos de cámaras.

Una imagen resulta conmovedora. Alberto, un hombre ciego, camina con un bastón en la mano derecha y la izquierda la lleva apoyada –para guiarse– en el hombro de Sergio, que avanza en silla de ruedas.

Alberto y Sergio.
Forman parte de un pequeño grupo que incluye a Ariel, que tiene síndrome de Down, Remigia en su andador eléctrico, integrante de la CTA, Julito, también ciego, Sol, Daniel. Marcela y Leonor los acompañan y llevan una pequeña bandera que dice “Unidos por la especial”, en referencia a la educación especial eliminada, calcula Leonor, en más de 20 escuelas porteñas. Alguien que ve a ese pequeño grupo manifestarse plantea una posibilidad: “Este pueblo es invencible”.

Alberto dice: “No podemos dejar que nos quiten los derechos, nos pisoteen como un trapo sucio en el fondo de una casa”. Sergio agrega: “Hoy encima, como vienen las elecciones, te dicen que te van a dar descuentos en los supermercados. Nos toman de idiotas. Pero así les va a ir”.
Sobre las estampas y el fernet
Cuando se va el último policía, la plaza celebra. Entonces empieza la marcha, como cada miércoles. Aparece una tercera fuerza –Policía de la Ciudad– que sólo armará un cordón sobre Sáenz Peña para que la marcha no siga hasta Plaza de Mayo.
Allí está Patricia, 68 años, de zona norte del conurbano, que le reparte estampitas de la Virgen María a los policías.

La sonrisa de Patricia, observada por la policía y por un «eternauta» de prensa.
Algunos se ríen, otros permanecen inmutables, y ella dice: “Necesitamos bendiciones. Prefiero confiar en la misericordia. Es una forma de decirle al Presidente que se está equivocando. Confiemos en que puede escuchar, ¿no? Escuchó el resultado de las elecciones, pero no está escuchando la calle. Hay que seguir viniendo. Y pedir por los derechos del pueblo”.
La insistencia sonriente de Patricia genera lo inesperado: varios policías aceptan la estampa de la Virgen y le agradecen. Nadie sabe muy bien cómo interpretar eso. Ella arquea las cejas: “No se pueden conocer los caminos de la misericordia”.
Un poco más allá hay una celebración de cumpleaños, con orquesta de bombos y trompetas, con baile de jubiladas y jubilados al ritmo de «como a los nazis les va a pasar, a donde vayan los iremos a buscar».
Selva, 65 años, vecina del barrio porteño de Floresta tiene una bandera argentina atada como capa, gorrito celeste y blanco, y un cartel que ranquea entre los más llamativos de la jornada:

Su situación –dice– es como la de cualquier otra jubilada: “Tengo la suerte de tener mi casa, un baño con agua caliente, mi comida calentita, pero la veo feo para mis hijos”. Por eso no se pierde un miércoles. Tampoco pierde el humor: “Toda mi vida traté de ser respetuosa. No me gusta venir y pelear con la policía. Pero no nos vamos a dejar asustar. A mi hermana y a mí nos tiraron con el hidrante en el invierno pero seguimos luchando”.
¿Cómo seguimos? “Hay que ir a votar. Cada uno sabe en qué momento estuvo mejor. Hay que luchar. Siempre con esto”, dice y señala su obra de arte sobre el fernet: “Con la palabra y la sonrisa”.


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Ni Una Menos con voz propia: lo que necesitamos escuchar

Por Claudia Acuña
Empecemos por el final, que es el principio de todo.
La mujer lleva una remera blanca con la cara de una de las masacradas encima del pullover y resguardada por un chaleco negro. Sostiene la cabeza con una mano mientras con la otra se frota la mollera donde recibió el golpe de un palo. No está sentada, sino derrumbada en la silla cuando comienza a hablar. Lo que dice y cómo lo dice es lo revelador porque esa mezcla de aturdimiento e información es lo que define esta jornada en la que miles de personas se movilizaron para decir aquello que necesitábamos nombrar en voz alta.

“No sé cómo terminamos así, pero ahí estamos” arranca.
Su joven hija la observa en silencio.
“Tenía de la mano a los chicos que se subieron al micro… quisieron acompañar, pero son muy chicos… y las madres… bueno: eso no es lo que importa ahora. Son chicos: eso es lo que importa. Y está bien que vengan a la marcha porque es una manera… ya saben, de salir de toda la lógica que quieren imponerles… Siento que sus manos tiemblan… Ellos que siempre se muestran tan… tan como que nada los afecta… y estaban agarraditos a mi mano… siento eso y me doy cuenta que son nenes, que hay que cuidarlos y no sé si puedo… y los chicos se sueltan y ahora… ¿dónde están?
Repite:
¿Dónde están?
Suspira:
“No doy más”.
Llora.
La abrazo.
Un vaso de agua, un ibupirac para el golpe, un mate, el silencio que riega sus lágrimas.
Sigue:
“Queríamos llegar al micro y no podíamos: estábamos encerradas por la policía. Tiraban gases. Golpeaban. Y cuando logramos doblar no sé por qué calle (era Solís) aparece un pelotón de motos con policías y ahí es como que me perdí, no sabía para dónde ir… Estaba paralizada… lo único que pensaba era por qué… por qué”.
Su joven hija la ubica:
“Por el periodista que se estaba riendo de nosotras”.
Se refiere a un cronista de La Nación+ que tuvo un gesto hacia las mujeres y fue repudiado por las manifestantes, lo que justificó que la policía comenzara a golpear y arrojar gases a las familias de las víctimas.
La mujer sigue:
“También se ríen de nosotras en las redes, pero bueno: eso no es lo que importa ahora… Lo que importa… (cierra los ojos en un largo silencio) Ya está. Ya estoy en eje otra vez: lo que importa es que tenemos que volver al barrio”.
La mujer llama al chofer del micro: las están esperando en el edificio con la cara de Evita, la ubica.

Lo que se mueve
Tres chicas muy jóvenes y muy empobrecidas masacradas con crueldad lograron algo imposible: que la marcha la encabecen sus familias. Detrás, miles de nadies. En el cordón de protección, las travas y putas de Constitución, las heroínas anónimas de la economía social, las jóvenes no binaries que protagonizaron la primera rebelión antifascista en aquel febrero que parecía tan lejano. Muy detrás los kioscos –encabezados por el de Ni Una Menos– todavía por delante de los partidos y los sindicatos, pero eso hoy tampoco es lo importante. Lo que suma es el todo porque es lo impredecible para los criminales que ejercen su saña sobre cuerpos que creen socialmente descartables. Que así no lo sea es lo que hace único a este movimiento y a este país, todavía: eso es lo importante.
Hay muchas madres acompañadas por hijas de la edad de las víctimas, aun cuando sin duda no comparten esos destinos sociales. Le pregunto a una –Isabela, 15 años– qué sintió cuando leyó la noticia. “Miedo”. Su madre, Carolina, completa. “Por eso le dije que había que estar hoy acá: lo que saca el miedo es salir a la calle”.
Le pregunto a otra –Dina Sánchez, secretaria general de la UTEP– qué representa esta marcha: “Estamos expresando con mucha contundencia que está pasando algo gravísimo: avanza el narcotráfico y no pasa nada. Desaparecen el Estado y no pasa nada. Matan pibas ¿y no pasa nada? No: acá estamos”.

Dina Sánchez, de la UTEP.
Le pregunto a Bianca, militante de izquierda, cómo seguir después de esto: “Para mi tendría que seguir con asambleas en todos los lugares porque esta pelea es muy grande. Tenemos que juntarnos a pensar cómo dar la batalla no sólo a estos femicidios crueles, al narcotráfico y a la pobreza, que es la madre de todas estas batallas. De arriba no va a venir ninguna idea ni mucho menos, una solución”.

Le pregunto a Georgina Orellano –trabajadora sexual y secretaria general de Ammar– qué expresa esta marea, pero hoy prefiere no hablar. Solo repite por el pequeño megáfono –que es el único lujo de la organización de la marcha– los tres nombres que duelen:
Lara.
Morena.
Brenda.

Georgina lo gritará mil veces a lo largo de las diez cuadras que separan Plaza de Mayo del Congreso y todavía más alto cuando pasa delante de la bandera que sostiene el pequeño grupo de Mujeres Abolicionistas, la vieja cicatriz que divide esas aguas. Y aunque eso no sea hoy lo importante me tienta decirlo: la bandera proclama “Ninguna mujer nace para puta”, frase robada a la activista boliviana María Galindo, quien batalla desde hace añares por terminar con esa grieta apelando al realismo: sin políticas sociales el abolicionismo suena negacionista. ¿Significa afirmar esto estar a favor de la explotación sexual? No: significa Lara, Morena, Brenda, mutiladas en vivo por Instagram. El horror aniquila disputas teóricas. Es cruel realidad: abre preguntas nuevas que hay que comenzar a responder urgente y colectivamente.
Ya está.
Recuperemos el eje.

Lo importante hoy quedó claro cuando en las calles de la ciudad este Ni Una Menos representado –al fin– por los bordes más castigados gritó con voz propia lo que necesitábamos escuchar:
“Yo sabía,
yo sabía
que a los narcos
los protege la policía
¡y la justicia!”.
Luego, vino el final: las familias de las víctimas acorraladas por la policía.
Y esa mujer que, como todas, necesita nuestro abrazo.

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Marcha de jubilados: volvió la “coreo” represiva

El gobierno montó nuevamente una coreografía de represión buscando imágenes que ensamblen con la del presidente Javier Milei, su hermana Karina y el ministro Luis Caputo en Estados Unidos, alborozados por los tuits de Donald Trump y el nuevo endeudamiento del país. En Congreso pudo verse a lisiados marchando en sillas de ruedas, jubilados atacados y gaseados por la policía, la libertad de expresión en los carteles que dicen mucho más que los exmedios de comunicación. Reflexiones sobre préstamos y deudas y las primeras reacciones en la calle frente al triple femicidio de Lara, Brenda y Morena.
Por Lucas Pedulla y Francisco Pandolfi
Fotos: Tadeo Bourbon / lavaca.org
“La timba de la city es la tumba del país”.
Podría ser una síntesis de esta época. Es un cartel que lleva Juan Manuel, jubilado de asistencia perfecta los miércoles. Dice que espera que hoy no haya gases ni represión. Lo dice por un cuidado colectivo, pero también por una necesidad personal. Muestra contento, feliz, una entrada que sacó al teatro (Sala Lugones, del San Martín, $4000) para ver “El gran desfile”, sobre la Primera Guerra Mundial. Sus carteles, como los de tantas jubiladas y jubilados suelen decir más sobre la actualidad del país que los editoriales y comentarios del experiodismo que fatiga los medios.

Pero sus deseos sobre un miércoles sereno no serán órdenes porque a los 10 minutos, por reloj, la Policía Federal y la Prefectura empiezan a reprimir, en una imagen que pareciera que las Fuerzas vinieron a buscar.
El saldo: varias personas gaseadas, dos demoradas (entre ellas, una mujer embarazada de dos meses) y dos heridas fuera de peligro trasladadas por el SAME: Mabel, jubilada de 64 años, enfermera de Malvinas, a quien le pegaron con un casco y su cabeza dio contra el asfalto; y Diego Gómez, comunicador, al que gasearon y le pegaron con un palo. A ambos los llevaron al Hospital Ramos Mejía y para hacerles estudios.

La Prefectura gaseando a jubilados.


Mabel golpeada por la policía. Fue enfermera en Malvinas.
Para la foto
La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, otra vez montó una coreografía de represión, buscando una imagen de violencia en las calles que dialoga con la del presidente Javier Milei y el ministro de Economía Luis Caputo con la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, en Estados Unidos. La imagen llega también después de la reunión con Donald Trump, la noticia del swap de miles de millones de dólares de los que nada llega al país ni a su población, sino al esquema de vaciamiento financiero, con el agregado del supuesto pedido/orden de la Casa Blanca de que el gobierno retome el control político del Congreso.

Editorial sobre la actualidad argentina.
Por eso, en la previa de la marcha, algo de la disposición policial callejera olía extraño.
A diferencia de otros miércoles el vallado no cruzaba de punta a punta la plaza. El tránsito tampoco estaba cortado. Y la impronta Bullrich se veía en las fuerzas: el control de la calle estuvo a cargo de Prefectura y Policía Federal. Había gendarmes pero no intervinieron en la represión, que comenzó en Entre Ríos e Hipólito Yrigoyen, mientras un grupo de jubilados realizaba un semaforazo. Primero avanzó la Prefectura con violencia en el cuerpo a cuerpo con escudos frente al puñado de personas. Luego, cortaron el tránsito y colocaron las vallas, mientras desparramaron su gas tóxico sobre los manifestantes.




Teatro antidisturbio
Durante la marcha Juan Manuel, dudando sobre si ir o no al San Martín, analiza la economía argentina en este teatro antidisturbios: “El nuevo acuerdo con Estados Unidos potencia este circuito de guita en el que nos prestan y nos prestan, y solo nos queda más y más deuda que pagará el pueblo. Por eso siguen prestando. Es simple”.
Lo que más se escucha y se lee en la movilización de hoy está vinculado a la relación cada día más carnal con los Estados Unidos. Un señor espigado camina al grito de “vendepatria, Milei vende patria”. Otro hace lo mismo golpeando un jarrito de lata. Abundan los carteles alusivos: “cipayo”, “no faltan recursos, nos sobran ladrones”.

En la radio abierta, no van con vueltas: “Esta semana volvió a quedar claro que es un gobierno de transnacionales, que le sacaron las retenciones al campo mientras a nosotros nos tienen acá, dando vueltas en este marchódromo”. También hay carteles por el triple femicidio de las chicas de La Matanza: “Justicia por Lara, Brenda y Morena”.

Sin palabras
Una de las que vino a movilizarse es Amanda, que dice ser “barra y patotera”. Lo dice en el dorso de su guardapolvo blanco. Tiene 86 años y llega en bastón con un mantra que suelta al aire: “No nos han vencido; no nos han vencido”. Amanda dice que repite esto porque ya no tiene palabras para describir lo que ve. Que ya no quiere ni mencionar el apellido del presidente porque le hace mal a la salud. Señala su garganta y señala que le quedan atragantadas justo ahí. “A mi edad, pensé que ya había visto todo”.

Amanda cuenta que le gusta usar el diccionario y conocer palabras nuevas y que desde hace semanas tiene un pasatiempo: encontrar un adjetivo que encaje para describir a Javier Milei. “Pero ya se acabaron, no hay palabra que describa a este sinvergüenza que vino a sacarnos lo que no teníamos a los jubilados”. Amanda tiene 4 hijos. Uno de ellos está ahora en Hamburgo, Alemania, “puchereando”. Su hijo es músico, dice, y que se llama Ariel Prat. “Ambos estamos puchereando, él allá; y yo acá”.

El Himno al sol
Sobre avenida Rivadavia, tres jubilados y una jubilada en silla de ruedas van por el medio de la calle. Se detienen al sol y cantan el himno. Se emocionan. La Plaza, que había comenzado sin cortes de tránsito ni vallas, ahora está cercada y sin tránsito.

En otra postal del epílogo del miércoles, Zulema, de Jubilados Insurgentes, agarra el megáfono y dice a todos los vientos: «Ante la deuda externa que crece más y más, la única que nos queda es organizarnos cada vez más y más, no solo contra este gobierno sino contra todos los poderes que lo sostienen. Esto va a seguir, sea el gobierno que esté, y nos tiene que encontrar organizados y dispuestos a hacernos oir para que las cosas cambien».

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