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Lugano resiste al “máster plan” que intenta imponer Macri

El vecindario de Villa Lugano realiza asambleas y guardias para evitar que el gobierno porteño comience a talar árboles en lo que consideran un ecocidio, cerrar accesos de la autopista Dellepiane y modificar al barrio sin consulta a los vecinos, cosa que sí hacen en los barrios del norte, como Belgrano y Palermo.
El mismo mecanismo obligó en 2024 a que la la comunidad frenase obras que Jorge Macri intentaba imponer, incluso con mujeres atándose a los árboles y gente atrincherándose contra las máquinas. Detalles de un negocio de más de 7 mil millones de pesos que la comunidad rechaza (tala de 437 árboles y un nuevo peaje, entre otras cosas). El mismo vecindario hizo un relevamiento casa por casa con los frentistas a la autopista Dellepiane: más del 70% no tenía idea de la existencia del Máster Plan.
Presentaron por escrito pedidos de información pública a AUSA (Autopistas), APRA (Agencia de Protección Ambiental), Ministerio de Infraestructura y a la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano porteño. Cero respuesta a ese reclamo de ser tenidos en cuenta como parte de la convivencia democrática. Los guardianes de los árboles, y las escenas de la organización barrial para rechazar el proyecto.
Por Francisco Pandolfi
La gente de Lugano se reúne en el centro. No están de paseo, ni de compras, ni miran vidrieras. Las y los vecinos autoconvocados se vuelven a juntar, una vez más, para defender a la sureña comuna 8. Vuelven a ver el barrio en peligro.
Es la misma comunidad organizada, sin bandera partidaria, que el año pasado se formó con el nombre No dividan Lugano, y evitó que el gobierno porteño hiciera una serie de pasos bajo a nível, que no tenían ningún beneficio vecinal y sí un amplio abanico de perjuicios: encajonaban al barrio, lo fragmentaban con murallas, lo hacían intransitable para los vecinos, en pro de un negocio poco claro de 4.500 millones de pesos (de un año atrás).
Cuando empezaron a llegar las máquinas demoledoras y excavadoras, y luego se agregaron las topadoras, el vecindario salió a la calle. Mujeres y hombres se atrincheraron para defender árboles de más de 100 años. Las mujeres, sobre todo, decidieron atarse a los árboles para defenderlos, mientras muchos vecinos –profesionales y arquitectos del barrio incluidos– mostraban los errores de ese plan y formas mucho más sensatas de hacer las cosas.
En esta crónica contamos todo lo que fue ese proceso, una especie manual de organización comunitaria: https://lavaca.org/mu198/la-comunidad-organizada-triunfo-vecinal-en-villa-lugano/
Sin embargo, no hubo tiempo para festejar el freno puesto a Jorge Macri, porque tan sólo un par de semanas después empezó otra embestida, otra vez a espaldas de la gente.
En esta oportunidad, a través de una obra denominada Máster Plan Autopista Dellepiane, con un costo de más de 7.000 millones de pesos, tala de 437 árboles, cierre de 14 ingresos y egresos a la autopista, y (lo que tal vez sea el fondo recaudatorio de todo) otro peaje.
Por eso el vecindario se vuelve a juntar en el centro de Villa Lugano. Ya han demostrado su capacidad de resistencia, y aquí empiezan a levantar la guardia para informar lo que está pasando, seguir acumulando fuerzas y a planificar los pasos a seguir.
El encuentro es en la Plaza Unidad Nacional.
Nada menos.

Primero proyectaron un documental sobre la lucha del colectivo No Dividan Lugano, que frenó la construcción de los túneles. Luego, con el recuerdo a flor de piel, se habla de esta nueva pelea, que también tiene su historia: los primeros días de noviembre de 2024 se llevó a cabo una audiencia pública donde más de 100 vecinos exigieron una mesa de trabajo conjunta con el gobierno de la Ciudad, así como la información pública y detallada. Hasta el día de hoy, denuncia la comunidad, solo recibieron un amenazante silencio como respuesta.
¿Qué dice el gobierno porteño?
El proyecto abarca una traza de 4.6 kilómetros en la autopista Dellepiane (que une la Ricchieri con la 25 de Mayo), desde avenida General Paz hasta avenida Lacarra. La empresa a cargo de la obra es Eleprint S. A. y el monto adjudicado para su realización es de más de 7 mil millones de pesos ($7.682.057.632, 70). La gestión del PRO en la ciudad de Buenos Aires informó en un documento de 1.200 páginas estos puntos principales con el fin de “incrementar la seguridad vial en la autopista y disminuir la siniestralidad” y “mejorar el uso del transporte público”:
-Incorporación dos carriles centrales para el transporte público, en el medio de la autopista (Un metrobús, aunque no lo mencionen con ese nombre).
-Ensanchamiento de las colectoras.
-Y el punto neurálgico de esta obra, como parte del sistema recaudatorio del gobierno porteño: la instalación de un nuevo peaje a la altura de Lacarra, a tan sólo 4 kilómetros del que ya está emplazado.
Otra arista a tener en cuenta: el proyecto menciona a la ley 104 de acceso a la información pública. Para eso no hay colectoras ni carriles: el acceso a la información pública sigue bloqueado.
Fuera árboles, adentro el peaje
El micrófono va pasando de mano en mano en el encuentro. Vecinos de cualquier edad, trabajo y de distintos niveles económicos, comparten lo que los une, lo que es público. El micrófono amplifica los argumentos.

- “Este proyecto solo traerá más cemento y más tránsito. Y va a afectar sustancialmente la vida de quienes vivimos acá. Es una mega obra a escala metropolitana y ni siquiera tenemos toda la información concreta de cómo son los pasos a seguir. Desde noviembre exigimos una mesa de trabajo conjunta y solo hubo oídos sordos”.
- “Para lo que buscan hacer deberán talar muchísimos árboles añosos y frondosos. Los mismos vecinos hicimos un relevamiento que demostró que buscan sacar una cantidad muy superior a la que informaron la Dirección de Arbolado del gobierno y AUSA (Autopistas Urbanas Sociedad Anónima, empresa que tiene la concesión de la autopista). Son 176 árboles de Dellepiane Sur y 261 de Dellepiane Norte. O sea, 437, un bosque urbano, con su fauna nativa. Es un ecocidio lo que intentan hacer”.
- “Y encima nos mienten sin parar. Para convencernos prometen que al lado de la autopista harán dos parques lineales, y nos muestran los planos con árboles enormes, que dan una sombra espectacular. Esos mismos árboles que planifican derribar. ¿Tan loco es exigir la verdad”.
- “Con el paso del tiempo van modificando la obra al planteo original, y no lo comunican. La semana pasada hicimos una recorrida con AUSA. En una primera instancia habían dicho que dos carriles que ampliarían de la colectora tendrían 3.5 metros cada uno, o sea 7 en total, y ahora hablan de 10 y de 12. Por un lado cada vez más cemento, por el otro ni saben cómo va a ser la obra definitiva cuando ya la empezaron. ¿Cómo podemos actuar si no hay información precisa, y si ni ellos saben cómo será?”.
- “Hasta hoy, en los poco más de cuatro kilómetros de la Dellepiane, el barrio cuenta con 26 entradas y salidas. El gobierno nos va a cerrar 14 ingresos y egresos. ¿En serio piensan en el vecino? No. ¿Qué relación tiene el querer disminuir los choques con disminuir los accesos? No lo informan. Porque lo que les importa es recaudar en los peajes”. Mencionan otro detalle: “Qué podemos esperar si hasta el nombre es en inglés. Por lo menos que le pongan Maestro, no Máster”.
Vecinos de segunda
El proyecto cuenta con un área de Relaciones con la Comunidad, en la que AUSA tiene la obligación por ley de generar canales con los vecinos, reuniones presenciales con material impreso, información permanente y verídica, así como el estar disponible para recibir cualquier consulta o reclamo de los vecinos, sean frentistas o usuarios que tengan alguna implicación con la obra.
¿Hubo relación con la comunidad? “Para nada. Desde la audiencia pública, en noviembre pasado, exigimos una mesa de trabajo con el gobierno porteño y nunca sucedió”.
Agregan: “El 17 de enero solicitamos por escrito un pedido de información pública a AUSA, a APRA (Agencia de Protección Ambiental), al Ministerio de Infraestructura y a la Secretaría de Gobierno y Vínculo Ciudadano porteño. Lo repetimos el 30 de enero, con la firma de más de 800 personas. No hubo ninguna respuesta”.
Los mismos vecinos autoconvocados y organizados hicieron un relevamiento territorial casa por casa con los frentistas a la autopista Dellepiane. “Más del 70% no tenía idea de la existencia del Máster Plan. Por eso decidimos hacer mesas informativas en distintos barrios de Lugano, como Copello, Samoré, Nágera, Cildañez e INTA. Fue muy fuerte notar que casi nadie sabía nada”.
En la asamblea no faltaron la bronca y la indignación: “En la Comuna 13, que abarca Belgrano, Núñez y Colegiales, el diseño del espacio público se realizó igualito a lo que hacen con nosotros”, y vuelven a reír irónicamente, mientras muestran unas imágenes en las que el gobierno porteño y los vecinos de la comuna más norteña están reunidos en mesas de trabajo para establecer las políticas públicas a llevar adelante. “Queremos un trato igualitario, que nos respeten como ciudadanos y obras de calidad, las mismas que hacen en Belgrano y Palermo. No merecemos menos. Acá no hacen mesas participativas porque nos tratan como unos negros de mierda”.

Parte del vecindario autoconvocado de Villa Lugano, que logró frenar el proyecto porteño de 2024 que, como ahora, los ignoraba.
Guardianes de los árboles
Al cierre de la asamblea, alguien que participa por primera vez lanza una pregunta al aire: “¿Cómo sigue el plan de lucha?”.
La respuesta se construye colectivamente:
“Todos los días, a las 7 de la mañana en Dellepiane norte, para defender nuestros árboles. No nos van a sacar. No los van a sacar. Haremos lo mismo que hicimos el año pasado: Resistir”.
Desde el 17 de febrero, ante la amenaza de que ese día empezarían la tala, la vecindad se organiza y rota para que siempre haya guardianes de los árboles. Ahora existe una nueva amenaza para esta semana y las y los vecinos allí estarán.
Antes de despedirse alguien agrega: “No buscamos que no se haga ningún tipo de obra y no es que estamos en contra del desarrollo, para nada. Pero esto no es desarrollo. Queremos acompañar el proceso, tener un diálogo fluido con los responsables, establecer mecanismos eficientes para nuestros reclamos, recibir información veraz y que sean escuchadas las propuestas de quienes vivimos acá. No debería ser tan difícil en una democracia”.
Y cierran con algo que no muchos políticos y funcionarios tienen en cuenta: “La democracia no es solo un acto eleccionario; es un sistema de vida que entre todos construimos y nutrimos”. Conclusión: “Así que como siempre. A no aflojar”.

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La casta judicial tuvo miedo: prisión domiciliaria para CFK

Cristina Fernández de Kirchner no tuvo que ir a los tribunales de Comodoro Py a notificarse de su condena, y cumplirá prisión domiciliaria. La notificación se produjo este martes de manera remota. Esas novedades tuvieron como trasfondo permanente durante la última semana las movilizaciones y vigilias con centro la esquina de San José y Humberto Primo en la ciudad de Buenos Aires. La decisión del tribunal desactivó la marcha prevista desde Constitución hasta el Tribunal Oral Federal Nº 2, pero el Partido Justicialista y distintas organizaciones sociales, sindicales y políticas llamaron a un acto –este miércoles 18 de junio– a las 14, también en Plaza de Mayo. Otras organizaciones mantuvieron la cita de las 10 de la mañana para marchar desde la casa de la ex mandataria hasta la plaza.
Fotos: Juan Valeiro.

Este martes frente al departamento de Cristina Fernánde de Kirchner hubo hasta grupos de danza folklórica apoyando a la ex presidente. Fotos: Juan Valeiro para lavaca.
La condena de CFK a seis años de prisión comenzó a cumplirse domiciliariamente este martes 17 tras ser notificada por el TOF de manera remota. Los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola habían solicitado que la acusada fuese a la cárcel. El tribunal presidido por Jorge Gorini rechazó el planteo dando lugar a lo que había solicitado el abogado de la ex presidente, Carlos Beraldi, y señaló: “Su permanencia en prisión en un establecimiento carcelario no solo se presenta, por el momento, como una opción difícil de compatibilizar con una protección efectiva de sus derechos fundamentales sino que además es una opción que la ley expresamente habilita a reemplazar por otra”.
Otro argumento: “La combinación del riesgo para la vida e integridad física de la condenada a raíz del atentado del que fue víctima, junto con la dificultad de garantizar su seguridad en un establecimiento penitenciario sin incurrir en prácticas discordantes para el derecho constitucional y convencional −aislamiento−, nos conducen a la decisión en favor de la concesión de la prisión domiciliaria como única vía hoy compatible con el respeto de los derechos fundamentales de la persona”. Reconocen que toman la decisión tras considerar “el intento de homicidio que la tuvo como víctima, y que como dijimos, es materia de investigación en primera instancia y en juicio”.

Fotos: Juan Valeiro para lavaca.
La detención tendrá como agregado “la colocación de un dispositivo de vigilancia electrónico”. El único dispositivo de este tipo que se utiliza hasta ahora es la tobillera.
Otra condición para Cristina: “Deberá abstenerse de adoptar comportamientos que puedan perturbar la tranquilidad del vecindario y/o alterar la convivencia pacífica de sus habitantes”. De hecho, este primer día de cumplimiento efectivo de la condena, no salió a saludar al balcón a la gente que se había reunido en la calle, que incluyó un grupo de danza folklórica y una delegación de actores y actrices, entre tantas otras expresiones.

Fotos: Juan Valeiro para lavaca.
Queda por verse cómo evolucionará la cuestión hacia adelante, porque nadie puede prohibir que la gente continúe reuniéndose allí. El acto del PJ de este miércoles será otra expresión que se estima será masiva. También, como cada miércoles jubilados y jubilados-, quienes nunca dejaron de marchar, estarán enhebrando sus reclamos con todas las situaciones de injusticia social que vive la sociedad en estos tiempos.

Fotos: Juan Valeiro para lavaca.
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Los vecinos de Cristina

En el barrio donde vive CFK hay gente que llega a apoyarla, cruzándose con los vecinos de siempre. Un kiosquero que votó a Milei, cuyas ventas caídas crecieron desde el martes. Un desocupado que banca a Macri pero salió a vender tortafritas. Dos jóvenes antipolítica que trabajan de mensajería y Rappi para pagar una pensión de 300 mil pesos mensuales. Dos peluqueros dominicanos que celebran el bullicio. Una vecina que se aterra de vivir así por seis años. Otras que gritan de alegría cada vez que Cristina sale al balcón. Una dominicana que extraña a la gente con dinero. La jefa de un bar que necesita bancar los arreglos. El playero de GNC al que le importa lo suyo, pero además habla de sus abuelos. Recorrimos el barrio donde está el edificio de San José 1111, esquina Humberto Primo. Hubo desalojo de la policía de la Ciudad el domingo a la madrugada, pero en el va y viene de estos tiempos, la gente volvió. Voces, historias, pintadas y carteles, entre aromas de chorizos y bombos de murga, en la zona donde Cristina pidió cumplir su condena.
Por Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
Cuando Jorge Luis Borges escribió El aleph en 1949, acerca del lugar donde era posible ver todos los mundos y desde todos los ángulos, ambientado en un húmedo sótano del barrio porteño de Constitución, no era posible que imaginara un punto donde se viera todo lo que el Chino y Matías están viendo mientras se comparten unos bizcochitos Don Satur.
Un cartel que dice “Magnetto mafioso”. Puestos de choris, bondiolas, patis y vacíos. Un pasacalle del sindicato de municipales de Lanús. Puestos de remeras de Lula, Evita, Fidel, el Che, el Diego y una que dice “Yegua, Puta y Montonera”. Una gigantografía del presidente de la Corte Suprema, Horacio Rosatti, con una presentación: “Soy mulo del poder”. Otra de su colega Carlos Rosenkrantz, ex abogado del mayor multimedios argentino, con un galardón que hace referencia: “Premio a nuestro mejor empleado. Clarín”. Una bandera del SMATA. Otro puesto que no sólo vende cerveza y fernet, sino también gancia y vodka.
El Chino y Matías observan a esas personas que desde el martes estaban cortando las calles de San José y Humberto Primo, en la Constitución de Borges. Ambos conversan de cosas que no tienen nada que ver con aquel grupo que canta contra los gorilas o con aquel otro que vigila sin pestañear ese balcón que tienen a sólo veinte metros de donde viven –una puerta verde sobre San José que da a una pensión– y por donde, cada tanto, se asoma Cristina Fernández de Kirchner a saludar, momento en el que esa gente grita, llora, enloquece.
“Yo no opino, a mí no me jode, cada uno con lo suyo”, dice Matías, 25 años, con desdén, porque de todos modos él tiene que trabajar para pagar la pieza con baño de la pensión que le cobra 300 mil pesos por mes. Para eso hace Rappi con la bici, todos los días, de seis de la mañana a tres de la tarde, nueve horas, para sacar 300 mil pesos por semana.
El Chino, cuatro años mayor que él, hace trabajos de mensajería por el conurbano para pagar el mismo precio en la misma pensión. Tampoco le molesta el olor a chori, los cantos a cualquier hora del día, las cámaras de la televisión en todo momento. “Capaz sí, un poco, cuando se llena mucho de gente y suena la alarma de la moto”, dice, aunque recalca que cada uno tiene el derecho a reclamar por lo que quiera.
“Igual, de política, cero”, aclara Matías, que nunca va a votar.
“Mis últimas tres elecciones fueron en blanco”, dice el Chino, que comparte la misma sensación anti con su grupo de amigos futboleros. “De diez, siete votaron en blanco”.
No hay mucho más argumento. Simplemente, no le dan importancia. En la Comuna 1, donde La Libertad Avanza sacó el 31,60 % de los votos (32.839) sobre el 26,12 % (27.147) de Es Ahora Buenos Aires, fue una elección marcada por lo que estos dos muchachos están diciendo: la participación más baja en 20 años de la Ciudad. Pero si uno focaliza en Constitución en particular, el mismo barrio del Chino, Matías y Cristina, el opositor Leandro Santoro le ganó al vocero oficialista Manuel Adorni por más de cinco puntos.
Una simultaneidad de mundos muy enmarañada hasta para el propio Borges.

Fotos: Juan Valeiro para lavaca.
Los desalojados que volvieron
La casa de Cristina queda en San José 1111. La búsqueda de la dirección en Google Maps se convirtió en otro de los escenarios de disputa virtual. Hace unos días la referencia que salía era “La casa de la chorra condenada”, luego mutó a “Puerta de Hierro CFK. Proscripta”, y al menos hasta este domingo la leyenda que se había asentado era otra: “Casa de la mejor presidenta de la historia”. Debajo del piso –que pertenece a su hija, Florencia– hay un cartel en venta de la compañía inmobiliaria ZipCode, un departamento de ocho ambientes, con patio y balcón, valuado en 275.000 dólares y con expensas de 175.000 pesos.
En la puerta hay custodia y una constelación de carteles, dibujos y escritos con fibrón, que el domingo a la madrugada un operativo de la policía de la Ciudad hizo volar, junto con el desalojo de toda la gente que había allí en vigilia. Los carteles.
- “X vos pude estudiar”.
- “Gracias por devolvernos la dignidad”.
- “El pueblo no olvida a quien no lo traiciona”.
- “Yegua te amamos”.
- “No es Rapunzel en la torre. Es la mejor presidenta que tuvo la Argentina”.
- “Gracias a Cristina mis papás se jubilaron”.
- “Aguante Cristina, manga de caretas”.
Otra de las pintadas que hay por todo el barrio es la de las siglas CFK sobre la V, emulando la vieja mitología peronista de la P y de la V, que significó: Perón Vuelve. Será difícil para los policías borrarlas, de las paredes y de las intenciones de mucha gente. De hecho, después del desalojo policial de la madrugada, la gente fue volviendo hasta ocupar nuevamente la esquina, pegando de paso otra vez sus carteles, reclamos y deseos.
Enfrente está el kiosco de Bernardo, 31 años, a quien las cosas le importan un poco más que al Chino y a Matías. No le molesta la gente. “Se está vendiendo”, sonríe, y hasta cuenta que el jefe extendió el horario de atención para aprovechar un poco más la suerte de tanto inesperado público. Sobre el motivo de esta calle repleta, sin embargo, titubea: “Cómo explicarlo. Porque la acusan de que ella es esto, que hizo aquello, que la van a meter presa, que no, y entonces llega un momento en que la gente ya no cree. Capaz que sí robó, pero como estuvieron jugando tanto tiempo, ya no tienen credibilidad. Aparte, vamos a ser sinceros, los que la están juzgando no tienen el historial limpio, porque si hace tanto tenían las pruebas, ¿por qué no hicieron nada?”.
Bernardo se frena y atiende a una señora con su hija. Le compran un Baggio de naranja. Luego dice que el gobierno de Cristina “tuvo su época” y que no fue “todo malo”, pero por algo después no salió elegido. Entonces llegó Macri, después Alberto, y ahora Milei. “Este gobierno todavía está por verse –dice–. Por ahora quiero ver qué pasa, porque todavía no puedo tomar una decisión. Macri, después de cuatro años, sabés que fue un desastre”.
Entonces Bernardo reconoce, entre dientes, que votó a Milei: “Y… quería un cambio, pero estamos viendo qué cosas hace bien y qué no”.
Las cosas que sí: “La estabilidad económica, hay precios planchados, pero este país cuesta”.
Las cosas que no: “Todo el tema de las criptos”.
Otra madre entra a preguntar por un paquete de tutucas.
Afuera, todavía, se escuchan bombos.

Fotos: Juan Valeiro para lavaca.
El macrista desocupado
Todo el tiempo a toda hora hay circulación de gente y entrada de organizaciones, como lo está haciendo ahora el PJ de Lomas de Zamora. El corte permanente desde el martes había motivado que los colectivos de las líneas 60 y 126, que pasaban por Humberto Primo, y los de la 102, por San José, circularan por las calles aledañas. Algunos vecinos sacan sus autos en contramano por San José, pero otros pasan lento entre la multitud, como olas que se abren aun en mares tempestuosos.
Enfrente de la pensión del Chino y Matías hay un hombre al que varios saludan de lejos, como un vecino de siempre. Se llama Omar, tiene 50 años, y las vidrieras que dicen “despensa” son, en realidad, su casa. Le baja el precio a la calle, encogiéndose de hombros: “No es que los vecinos estamos revolucionados, eh. Pasa que ellos no son muy sociables. Capaz, el único, es Máximo, que se cruza hasta la verdulería y saluda”.
Sin embargo, no es común tener a una expresidenta condenada en diagonal a tu casa. Omar entonces pone de ejemplo a la señora de la esquina. “¿Ves esa casa?”, señala. Es imposible no verla: es una casa blanca, con una escalera en espiral que da a un balcón y a una terraza, y que fue usada por militantes, fotógrafos y camarógrafos todos estos días, como un palco VIP con vista privilegiada a la calle y al balcón de CFK”.
Omar cuenta que se le subieron “ochenta monos” a los balcones sin permiso.
La dueña de casa les dijo: “Flacos, bajen”.
Y le contestaron: “No bajamos nada, tenés que entender que la jefa está pasando un mal momento”.
Omar cuenta la historia y se indigna: “¡Es su casa!”. Aclara que él no es de ningún partido político. “Sobre la condena, le tocó a ella. Después, que vengan los demás, pero tenemos que empezar por uno. Acá la gente hace lo que quiere. Hay jueces incluso que tienen yates, propiedades que no pueden justificar. Roba el de arriba, el del medio, el de abajo, y el que no roba es un gil”.
Como sus vecinos de enfrente, no vota a nadie, aunque hay una excepción a su regla: “Acá el único que hizo, te guste o no te guste, fue Mauricio. Macri. Hizo el metrobús cuando la gente decía que no y que no, y ahora todos lo usan. Arregló Puerto Madero, todos contentos. Arregló Barracas-La Boca, que se inundaba todo”.
¿Y Milei? Hace una mueca extraña: “No, quiero hechos. ¿De qué Fondo y qué dólares me hablás si no tengo ni diez centavos en los bolsillos?”. Está desocupado: “Ahora salí con esto, a ver si podemos hacer algo con esta gente”.
Omar, el desocupado macrista se refiere a que vende café con torta frita a 2.000 pesos y agua caliente a 1.000.

Fotos: Juan Valeiro para lavaca.
Sobre ventas y fisuras
En diagonal a Omar hay un bar que entendió todo: desde el martes la televisión está con C5N de fondo. La calle, además de comprar cervezas (una por 4.000 pesos, tres por 10.000), sándwiches de milanesas con bebida (10.000) o súper pancho más gaseosa (3.500), se puede informar mirando esa tele, y mientras la mira tentarse con algo.
Un varón con gorro de Boca atiende desde la puerta de vidrio cerrada. Al contarle que es para una nota, dice que no quiere hablar. “Andá a hablar con ella”, señala. Ella está atrás del mostrador.
Se llama María, tiene 28 años y se ríe: “Otro canal no podía poner”. Harvard tendría que estudiar economía y mercado desde este aleph, aunque no todo es teoría del derrame. “Hoy estamos atendiendo así porque el martes fue un desastre”, dice y mueve la cabeza. Cuando dice “así”, quiere decir desde la ventana, y cuando dice “martes”, habla del día de la condena: luego de la concentración frente al PJ en la calle Matheu al 100, una caravana acompañó a Cristina hasta esta esquina, justo enfrente. Miles de personas que peregrinaron con ese enojo por cuadras, a quienes se sumaban personas que no habían ido al momento del fallo porque era horario laboral, llegaron hambrientas, sedientas y con ganas de ir al baño.
El salón explotó. “No podíamos ni caminar nosotros por adentro”, dice María, que susurra que después del caos faltaron bebidas, vasos y hasta cucharas de café. “Por la tele vi que decían que cobrábamos el baño (500 pesos) pero tuvimos que arreglar la cañería”, suspira. “Además reponemos papel higiénico, jabón. Pero no hay caso”.
María no lo dice renegando, porque hasta bajaron precios pensando en los bolsillos de la gente: “Las ventas nos ayudaron un montón. Abrimos hace un año y medio, y justo teníamos que hacer un arreglo de gas, por eso no tenemos comida-comida”, dice, refiriéndose a algo más casero. Los caños están a la vista: “Tenían que venir esta semana, pero no aparecieron. ¿Será por esto?”.
No es de ningún partido político, dice María. Sobre Cristina: “No la quiero ni la desquiero. Indiferente. Ni amor ni odio, aunque entiendo el cariño que le tienen. Pero mucho de política no sé. No tiro para ningún lado: laburo desde los 14”. Entonces, quizá, tenga alguna comparación: “En cuanto al laburo antes nos iba mejor, sí. Ahora no hay mucho aumento de precio como antes, pero pasa que a mucha gente no le alcanza. Y esto es un restorán. Lo concreto: ya no vendemos tanto como antes”.
Lo que sí nota es un cambio en el barrio: “Vivo acá hace 10 años y desde que vino Cristina la cuadra está bastante tranquila. Antes estaba lleno de paqueros, de fisuras, te robaban en la puerta, y desde que vinieron siempre están los custodios mirando”. Hay, sin embargo, gente durmiendo en la calle, que se refugia debajo del techo de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, hoy tomada en rechazo de la condena.
Pero María está más tranquila.
Dice que no se acuerda a quién votó en las elecciones legislativas.
En el balotaje de 2023, sí: “A Massa”.
Noticias en el kiosco y la barbería
Enfrente de María hay dos vecinos dominicanos, Lucas (31) y José (33), trabajadores de la barbería Eddy (cualquier corte, barba o cabello, sale 5000 pesos), que tienen una cachorrita llamada Luna. José parece disfrutar del bullicio: “Es normal, están metiendo presa a una ex presidenta, ¿cómo no van a hacer quilombo?” dice mezclando el caribeño con el porteño. Lucas sonríe: “La Argentina es así, hermano”. Mientras habla, José le corta el pelo a un joven, que dice mientras las tijeras surcan su cabeza: “Yo banco y apoyo, obvio”. Otra vecina, Yanina, 46 años, espera su turno sentada mientras acaricia a Luna, y sólo afirma: “Estoy muy enojada por todo lo que pasó”.
Al cruzar Humberto Primo y los todavía cuerpos amuchados –sobre todo al calor del fuego de las parrillas–, en diagonal a la entrada del edificio de Cristina, está el kiosco de Inés, otra dominicana de 48 años. Como María, la del bar, observa el cambio en su cuadra: “Era un desastre, como sabrás la fama que tiene Constitución, arrebatos, consumo de porquerías. Pero ahora cambió todo a nivel seguridad. Lo único que puedo tener es agradecimiento”.
No le preocupa el tumulto cotidiano: “Es una señal de apoyo que ella se tiene ganado, como también hay personas que la odian por sus razones. Pero sé que todos los que están acá tienen un punto de apoyo”. Sus ventas, estos días, permanecen estables, aunque revolea los ojos: “Soy de las personas que no se aprovecha de la situación y mantengo los precios. Lo que sale, sale”, dice, mientras vende un paquete de cigarrillos a un militante.
Por lo demás, la cosa viene dura. Desde los 18 años trabaja por su cuenta, sea en casas de familia o comedores comunitarios, pero la plata hoy escasea, ni hablar de los impuestos: la luz le pasó de 20.000 a 200.000 pesos, y el gas está en 30.000. “¡Tengo un kiosco! Si tú me dices que es una casa de familia, es una cosa, pero encima soy sola”.
Señala al balcón. “La diferencia que veo es que cuando ella estaba en el gobierno era como que la popularidad (se refiere al pueblo) manejaba más el dinero, que es el dinero que me llegaba a mí –grafica, en una tesis que ninguna carrera de Ciencias Económicas explicará tan claro como esta dominicana–. Porque la casta grande, acá no va a venir, ni por cortesía”.
Se corta la charla. Atrás hay una fila de cuatro compradores esperando.
Con las bolsas de compras
Del edificio de al lado de la barbería cierra la puerta Alicia, saluda a los vecinos de la pensión de enfrente, y cruza la calle con bolsas de compras. Tiene la edad que este lunes cumplen los bombardeos en Plaza de Mayo de 1955: 70 años bien redondos. Hace 34 que vive en el barrio. “No me pidas que opine políticamente –pide y suspira, ladeando la cabeza–. Opino diferente, pero soy cristiana, creo en Jesucristo, no puedo tener odio porque él amaba a todas las personas. Tengo amor por ella, pero creo que la justicia existe”.
¿Usted cree en esta justicia?
-La verdad que masomenos.
Mira la calle –su calle– con resignación, en un gesto como si dijera que recién vamos por el cuarto día. “Siento que estamos como invadidos –explica su rostro–. ¿Sabés lo que es estar en el balcón y que entre olor a asado todo el día? Soy libre porque Jesús me hizo libre, pero te digo con el corazón, no es un lugar para que quede detenida acá, porque si todos los días vamos a tener esta gente, ¿vamos a estar seis años así?”. De pronto, los años de condena encienden una alarma impensada, de la que tomó plena dimensión el martes a la noche, día del fallo y de la caravana desde la sede del PJ Nacional a su cuadra: “Ay, eran miles, de una cuadra a la otra, con la bandera de Patria Grande”, dice y se tapa la mitad de la cara.
Sin embargo, entre los bombos, las canciones, los gritos a cualquier hora, el alcohol y las cenizas que –según dice– las parrillas depositan en los rincones de las veredas, reconoce algo: “A la noche hemos podido dormir. Hay respeto, sí”.
¿Y a usted cómo le va, Alicia?
–Yo estoy bien.
¿Le gusta el gobierno actual?
–Hay cosas que sí y cosas que no.
¿Qué cosas sí y qué cosas no?
–Me gusta que haya bajado la inflación. Pero no hay trabajo, los jubilados viven muy mal, traen muchas importaciones, nuestros productos se desvalorizan y cada vez el trabajo en negro es mucho mayor. Yo no sé de dónde van a sacar plata para las próxima jubilaciones.
¿Cree que esa estabilidad es más importante que todo eso que usted dice?
–No lo veo. Tampoco podemos esperar toda la vida.
Alicia se despide. De pronto la calle, todavía repleta, aunque apacible, estalla en un rugido. Por el balcón que da a la calle San José aparece Cristina. Todo se activa: los gritos, las canciones (“a donde vayan los iremos a buscar”), los celulares, muchos lloran, los niños ríen, y en el quinto piso del edificio de Alicia salen vecinas de dos departamentos distintos: sus brazos se agitan como si estuvieran en la final del Mundial.
Los saludos de Cristina desde el balcón duran unos minutos pero dejan a la calle en un estado de excitación que se prolongará por horas, sin importar el frío. La sensación, agitada por los bombos de las murgas que saltan y bailan, parece activar estómagos. Preparada para la ocasión espera Tamara, 24 años, que vende choris y patis a 6000 pesos cada uno. Es de Isla Maciel, en Avellaneda, y trabaja “de esto” en marchas, canchas, recitales. “Donde vea que pueda me meto –dice, y cuenta que tiene un hijo de dos años–. Acá vengo por las dos cosas: para hacerme unos mangos y por Cristina, obvio”. Su hijo, dice sin dudar, va a ser “choripanero”.
El trabajo es familiar: en el puesto de allá están sus primos, en el otro su mamá y su hermana. ¿Por qué quiere tanto a la ex presidenta? “Porque siempre piensa en los más humildes. A mí me dio la Asignación Universal por Hijo, que me ayuda un montón para comprarle cosas. Hoy está difícil. La leche me pasó de 400 pesos a 2.000, pensá que tengo que comprar tres o cuatro por día. Sólo espero un milagro y que la liberen”.
Sabe, sin embargo, qué implica la condena.
Y dice: “Entonces vendremos todos los días con el puesto, hasta que salga”.
El playero y sus abuelos
Así pasan los primeros días en San José y Humberto 1º desde la llegada de Cristina al barrio. Entre bombos de murga, canciones desaforadas, ofertas de fernet y vodka, choripanes, caravanas, personas que miran el balcón en una espera a lo Shakespeare, y la permanente amenaza de desalojo policial para mostrar una “Buenos Aires limpia”. Todo eso convive con el amor de algunos, o con el horror de otros en base a una proyección de sus vidas de aquí a seis años. Todo lo que se pueda contar, escuchar, sentir o mirar en varias horas de trabajo a lo largo de estos días es poco en relación con las veinticuatros horas de este aleph que sincronizó tantos mundos como pueden existir en una Argentina cada día más laberíntica.
A quien todo esto parece no importarle demasiado, salvo por las horas que tiene que venir a trabajar desde su conurbana Quilmes, es a Facundo, 25 años, playero de la estación GNC en la otra esquina, en San José y San Juan. “No me interesa Cristina”, dice con algo de bronca, y describe algunas escenas de los baños de la estación que los lectores no quisieran tener en su imaginación. También comenta que, adentro en el kiosco, faltaron algunos chocolates. Insiste en que no le gusta Cristina ni la política, pero sí Milei.
Su argumento: “Me aumentaron el sueldo seis veces en lo que va del año”. El dato asombra, en comparación a cómo les está yendo a otros oficios y tareas. “Pienso por mí. Sé que hay gente que está mal, sin trabajo”. Le pregunto, con respeto, si no cree que hay algo individualista en ese pensamiento, pero no duda: “Pasa que el resto no me da de comer”.
La pregunta siguiente, entonces.
¿Tenés abuelos?
-Sí. Están en la lona. No tienen para comer, literal. Capaz que un día les doy 15 lucas, para que tengan, y mi abuela se pone a llorar. A mi abuelo se le explotan las venas en la pierna, no sé cómo se llama eso, y ninguna obra social se lo quiere cubrir. Cobra nada más que 300 lucas”.
Hay un silencio. Se quiere despedir y volver a trabajar.
Una última pregunta. Sus abuelos, ¿a quién bancan?
Facundo parpadea: “A Cristina”.

Fotos: Juan Valeiro para lavaca.
Actualidad
Universidad, ciencia y comunidades: encuentro en Rosario y debate frente a la policrisis

VIII Congreso de Salud Socioambiental: el rol de la ciencia ante la crisis civilizatoria. Esa fue la convocatoria que permitió un encuentro inusual en la Universidad Nacional de Rosario y su Instituto de Salud Socioambiental. Se discutió sobre alimentación, inteligencia artificial y natural, energía, rol de la ciencia, negocios, riesgos ambientales y muchos otros asuntos, enhebrados con una lógica que parte de la necesidad de encuentro entre lo científico, lo universitario y lo social para encarar tiempos definidos como de policrisis. En plena era de la motosierra amputando a la universidad pública y a la ciencia, este es un primer acercamiento a un congreso que permitió debatir otros paradigmas y prácticas para pensar la vida del presente. El doctor Damián Verzeñassi, del Instituto de Salud Socioambiental, y el significado de la cooperación y la solidaridad para pensar en términos científicos.
Desde Rosario, por Francisco Pandolfi
Fotos: lavaca.org
No todo lo que pasa, pasa en la ciudad de Buenos Aires. Y mientras pasa la motosierra, pasa (y se queda y se profundiza) el ajuste, y todo lo que venimos contando en las últimas horas (la condenas y proscripción a partir de la causa Vialidad; otra marcha de jubiladas y jubilados; otra movilización de médicos del Garrahan), en Rosario sucede el “VIII Congreso de Salud Socioambiental: el rol de la ciencia ante la crisis civilizatoria”, un espacio de encuentro entre científicos y comunidades en el que durante tres días (entre el 10 y el 12 de junio) se desarrollaron paneles y presentaciones con distintas problemáticas del país. Todo eso en un momento en el que la ciencia y la universidad pública están siendo atacadas, pero que sin embargo muestran a grupos de profesionales y científicos saliendo a proponerle a la sociedad el debate de problemas centrales de la vida del presente.
Damián Verzeñassi es médico especialista en medicina integral y director del Instituto de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Rosario, que organiza este Congreso que se realiza desde 2011 y cada dos años, de manera ininterrumpida. Damián se sienta en el piso del escenario donde se realizaron las mesas expositivas y habla con lavaca, en una primera aproximación de lo que iremos publicando sobre lo que sucedió en Rosario.

Dr. Damián Verzeñassi, director del Instituto de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas, Universidad Nacional de Rosario. Foto: Francisco Pandolfi para lavaca.
¿Qué significa encontrarse, en este contexto de país y de mundo tan revolucionado?
Este marco de construcción colectiva de saberes, donde articulamos desde lo más singular e íntimo con otras organizaciones, movimientos sociales, de derechos humanos, con compañeras y compañeros de toda América Latina, es un hecho revolucionario en estos tiempos. En segundo lugar, sirve para pensar a la universidad pública como un espacio de construcción de saberes a partir de diálogos abiertos, horizontales con otros actores que no necesariamente son los que, históricamente o hegemónicamente, se reconocen en quienes producen conocimiento. En esta crisis civilizatoria que vivimos hoy –con varias crisis en simultáneo (ambiental, climática, política, económica, sanitaria), y donde la civilización se organiza desde la idea de la cosificación de la naturaleza, la fragmentación, la negación de la otredad como algo necesario para la vida– que sea la universidad pública argentina la que convoque a este tipo de charlas es mucho más que un símbolo: es una declaración concreta, específica, fuerte y contundente de que aunque pretendan destruirla, desfinanciarla y ahogarla hasta su extinción, la universidad pública argentina sigue teniendo capacidad de re pensarse, de autoevaluarse permanentemente y de oponerse a los contextos más hostiles y más difíciles. Como hacen las bacterias. Ese es un camino para enfrentar el presente: aprender de la naturaleza y la biología cuáles son los mecanismos de resistencia mientras seguimos sembrando posibilidades de futuro.
La universidad pública argentina sigue teniendo capacidad de re pensarse, de autoevaluarse permanentemente y de oponerse a los contextos más hostiles y más difíciles.
¿Qué estás sintiendo de ese ahogo y asfixia a la ciencia y educación?
El actual gobierno está llevando adelante una política que ya se vio, aunque más acelerada y profundizada. Ya hubo ministros en el país que mandaron a los científicos a lavar los platos. Pero esos científicos y científicas no se fueron a la cocina sino que en muchos casos emigraron a donde les pagaran. Ese ejercicio de empujar a quienes construyen saberes, para ponerse al servicio de las necesidades corporativas es lo que hoy vemos con mucha más agresividad. Buscan destruir el sistema científico argentino, la estructura, la organización, el sistema de producción de conocimientos como lo conocemos ahora, para dejar lo que le sirva a las corporaciones.
¿Por ejemplo?
Todas las investigaciones sobre desarrollo tecnológico para identificar los problemas que generan los extractivismos en nuestros territorios, no encontrarán financiamiento por fuera de la universidad. Por eso, encontrarnos en este Congreso en el seno de la universidad es una herramienta para resistir estos embates y también para construir alternativas que siembren ideas y semillas. Cuando se den los tiempos apropiados van a germinar en una universidad al servicio de los pueblos y del cuidado de la vida, no desde lógicas hegemónicas.
De la alimentación a la IA
En el Congreso hubo 12 mesas expositivas donde se habló sobre el rol de la ciencia en esta época de crisis, y si su foco está en cuidar la vida o a las corporaciones; investigaciones sobre los plaguicidas y su riesgo ambiental; la alimentación y la salud; de las semillas y la propiedad intelectual; de la toxicidad en los cuerpos-territorios; de la inteligencia artificial y la inteligencia natural; de la energía y las (no) transiciones; del arte y las resistencias.
Después de exponer muchas problemáticas de salud socioambientales, en varios paneles se resaltó el hablar también de los logros que han existido, aunque a veces no se vean tanto como los daños. ¿En qué esperanzas se aferran?
Es muy difícil hablar de esperanza en tiempos tan hostiles; es muy difícil cuando por reclamar que no llegás a fin de mes en tu trabajo que salva vidas, sos tildado de ñoqui o de poner de rehén a los que te necesitan, que es lo que está ocurriendo en el Garrahan. Es muy difícil hablar de esperanza cuando nuestros abuelos son el descarte absoluto. Se naturalizó en nuestro país que aquel que reclama, aunque sea un adulto mayor, tiene que ser lastimado, reprimido, golpeado. Es difícil hablar de esperanza cuando por comunicar lo que está ocurriendo, te pueden disparar a la cara, a los ojos de todo el país y del mundo. Pero como decía Arturo Jauretche, no podemos perder la alegría de sabernos capaces de transformar la realidad. Y esto, hoy, es un planteo profundamente revolucionario que se dijo en el arranque de este congreso. Igual que reconocernos en el otro, en conocer lo que alguien está haciendo en otro lugar. Dicho así parece muy pequeñito, pero implican procesos de enorme conocimiento de lo que ocurre en los territorios. Esto significa conocer los mecanismos de organización de las resistencias, de las luchas y de las construcciones colectivas. El Congreso es un acto esperanzador. Una especie de faro que no digo que nos muestre exactamente en qué dirección ir, pero sí saber, en tiempos de tanta oscuridad, con quienes identificarnos, encontrarnos, reconocernos en la diversidad, abrazarnos y construir los futuros que necesitamos desde la transformación de estos presentes.
Hoy a nivel mundial se menciona todo esto como policrisis. La civilización de la que somos parte y nos ha formado es una civilización ordenada en función de un pensamiento de la modernidad, la fragmentación, la cosificación de la naturaleza, la negación del otro.
¿Qué análisis hacen desde el Instituto de Salud Socioambiental sobre la crisis civilizatoria a la que aluden en el nombre de este Congreso?
El pensamiento ambiental latinoamericano viene hablando de una crisis civilizatoria desde hace más de 25 años. Hoy a nivel mundial se menciona todo esto como policrisis. La civilización de la que somos parte y nos ha formado es una civilización ordenada en función de un pensamiento de la modernidad, la fragmentación, la cosificación de la naturaleza, la negación del otro. Nosotros creemos que en desnudar esos montajes ideológicos está una de las posibilidades de convocar a una movilización colectiva para la transformación de la realidad. Vivimos en una civilización que se autoconvenció de que se puede crecer ilimitadamente en un planeta limitado; que es necesario generar nuevas tecnologías que destruyen los territorios para después, con esas nuevas tecnologías, intentar recuperar los territorios destruidos. Estas lógicas originan que nuestros cuerpos expresen tantos problemas de salud. El sistema tecnocientífico construyó desde el norte global y para sostener la geopolítica de la enfermedad, un mecanismo donde en el sur geográfico tenemos que aceptar ser los descartables, para que ellos recuperen su habitabilidad. De la mano de eso viene el traspaso de industrias contaminantes a nuestros territorios; el endeudamiento de comunidades y países; el debilitamiento de economías regionales. Y además, el debilitamiento de nuestras democracias; y el fortalecimiento de ideas fascistas.
¿Qué de lo sucedido en este Congreso de salud socioambiental sirve para contrarrestar todo eso?
El conocimiento es vital para crear estrategias de resistencia y este encuentro es parte de la democratización de ese conocimiento, reconociendo que todos tenemos saberes para dialogar en códigos amorosos. El entrelazamiento de científicos nacionales e internacionales de primer nivel del cambio climático, de la biodiversidad, del tratamiento del plástico, con referentes campesinos, colectivos de defensa antinuclear, refleja que no hay posibilidad de salir de esta crisis civilizatoria si no logramos que los conocimientos generados en los territorios dialoguen con los pensados en los sistemas académicos tecnocientíficos. Ese diálogo no solo es necesario y posible, sino que se está dando y fue la base de este Congreso. La pandemia nos trajo la naturalización del aislamiento, del individualismo, de la meritocracia. Y en estos días nos propusimos recuperar la importancia del abrazo físico, que es mucho más que un encuentro de dos cuerpos: es un proceso de comunión, de religación con nosotros mismos, con nuestras vidas y con nuestros territorios que queremos reivindicar. Hubo más de 150 personas que asistieron, más de 53 invitados internacionales de primer nivel, sin ningún tipo de financiamiento de corporaciones, pero sí con el apoyo de instituciones y organizaciones sociales. Es una muestra más de lo que somos capaces de hacer cuando nos mueven las convicciones, la necesidad de no quedarnos quietos ante los golpes, los ataques, de no bajar los brazos e imaginar permanentemente estrategias creativas.
En ese sentido, ¿qué desafíos se plantearon para este encuentro en base a las problemáticas actuales?
Propusimos que todas las mesas se conformen con referentes de distintas procedencias y espacios, que además abordaran temas que a simple vista no tuvieran conexión. ¿Qué tiene que ver la inteligencia artificial con la energía y con la criminalización de la protesta social? ¿Qué tiene que ver el cambio climático con la crisis del crecimiento de los niños y niñas que recién nacen y con la violencia en las ciudades? En este Congreso logramos encontrar ese hilo común que va enhebrando todos estos temas y permite comprender que el desafío es recuperar la capacidad de ver la realidad desde la complejidad y la integración de los diálogos que hacen posible la vida y desmontar las lógicas de la fragmentación. Podemos sentarnos en una misma mesa quienes venimos de lugares muy distintos y que a simple vista no tenemos nada que decirnos, y encontrar que tenemos muchos más puntos en común de los que creíamos, de los cuales abrazarnos para poder andar.

El paralelo entre el cuerpo humano y el territorio en el que vivimos. Foto: Francisco Pandolfi para lavaca.
Mirando al futuro, ¿qué propuesta le hace este Congreso a la sociedad?
No se puede estar sano, si no tenemos alimentos sanos; no podemos tener alimentos sanos si no tenemos modos de producción saludables que garanticen territorios saludables. Para eso hay que tener políticas pensadas desde una ética de los cuidados y recuperar la posibilidad de acceder a alimentos sanos, a agua sana, a aire sano. Debemos construir condiciones de habitabilidad y esto solo puede hacerse en comunión con otros, escuchando a los territorios de los que somos parte. El desafío que tenemos por delante es reconocernos en las diversidades, abrazarnos para construir juntos objetivos comunes, recuperar la posibilidad de vivir dignamente en nuestros lugares, sin supremacías ni violencias y sobre todo recuperando lo que hizo posible llegar hasta acá. No somos el resultado de una cadena evolutiva basada en la supervivencia del más fuerte, ni mucho menos el último eslabón de esa cadena. Somos, en todo caso, una expresión de un momento en el diálogo de las diversidades que se fueron encontrando desde el Big Bang hasta acá, para desde la lógica de la cooperación y la solidaridad garantizar condiciones territoriales que nos permitan vivir.

Verzeñassi con integrantes del Instituto de Salud Socioambiental. Foto: Francisco Pandolfi para lavaca.
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