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La comunidad organizada: triunfo vecinal en Villa Lugano

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La gestión encabezada por Jorge Macri desde hacía ocho meses estaba obstinada en hacer una obra para eliminar pasos a nivel a través de túneles que traerían un abanico de problemáticas para el barrio. Las y los vecinos que se organizaron pese a no ser escuchados por los funcionarios ni por la justicia, lograron frenar esa obra de casi 4.500 millones de pesos encarada por la Ciudad y AUSA (autopistas). El estudio de impacto ambiental que el gobierno no atendió. Los absurdos de una construcción que fragmentaba físicamente al barrio. La audiencia pública con más de cien vecinos en contra, y ninguno a favor. El día en que decidieron atarse a los árboles centenarios para que no los arrasaran. Las voces de quienes se plantaron y dieron vida al colectivo “No dividan Lugano”, que tras la victoria se plantea un tema crucial: ¿cómo vivir mejor? Por Francisco Pandolfi.

La comunidad organizada: triunfo vecinal en Villa Lugano
El colectivo vecinal No dividan Lugano en la esquina donde la Ciudad había comenzado las obras. Fotos: Juan Valeiro

El ruido como de guerra comenzó una mañana de agosto de este año con máquinas demoledoras y excavadoras que el vecindario nunca había visto, destinadas a destruir todo lo que el vecindario siempre defendió. Y en septiembre llegaron las topadoras para derribar 39 árboles (plátanos) de más de 100 años. Las cartas estaban jugadas: las vecinas y vecinos se lanzaron a la calle. Se atrincheraron para evitar las demoliciones y las mujeres, sobre todo, se ataron a los árboles. ¿En qué terminaría este enfrentamiento inédito? Conviene comenzar por el principio.   

Al sur de la ciudad de Buenos Aires vive un barrio con características muy propias. Nació en 1908 y se llama Villa Lugano, homenaje de su fundador (José Francisco Soldati) al pueblo suizo en el que había nacido. Lugano es enorme (el segundo distrito porteño más grande después de Palermo). Tiene amplios espacios verdes (algunos usados, otros olvidados, como mucho de lo que pasa debajo de los nortes). Su urbanidad mezcla casitas bajas y varios complejos habitacionales (Lugano 1 y 2, Piedrabuena, Copello, Samoré, entre otros). Y es el barrio con más villas: 10. 

Barrio de gente trabajadora; de fábricas cerradas en los 90, de frondosas arboledas, de dos centros comerciales, de murgas que movilizan, de clubes que abrazan.

Pressing a los vecinos

En el corazón de Villa Lugano, el gobierno de la Ciudad buscó eliminar los pasos a nivel en las vías del tren Belgrano Sur, con la construcción de tres túneles subterráneos denominados “sapitos”. Lo intentó en 2018, durante la gestión de Horacio Rodríguez Larreta, pero la comunidad se resistió. La obra estuvo suspendida 6 años, hasta que en febrero de 2024 se reactivó y se abrió la licitación que ganó AUSA (Autopistas Urbanas Sociedad Anónima), empresa encargada de mantener y recaudar en las autopistas porteñas. 

Desde marzo hasta el 1º de octubre, las y los vecinos de Lugano llevaron a cabo infinidad de estrategias para visibilizar por qué esa obra en vez de mejorar la zona, la empeoraría. Explicaron, entre otros aspectos: “Divide al barrio con una especie de paredón entre una zona y otra; corta las calles; habrá más inundaciones en una zona ya inundable. Las personas con movilidad reducida o en silla de ruedas no podrán pasar; traerá más inseguridad”.

La comunidad le ofreció al gobierno hacer una mesa participativa. Entre los vecinos, hay varios arquitectos que presentaron proyectos superadores para eliminar el paso a nivel, reemplazando los túneles por un viaducto. Tampoco fueron tenidos en cuenta. “Nosotros no nos oponemos al progreso, al desarrollo, pero queremos obras de calidad como sucede en los barrios del norte, no las sobras” decían desde un megáfono las personas que salieron a movilizar Lugano.

Tuvieron reuniones con la empresa y con el gobierno porteño. Incluso una audiencia pública que no se tomó en cuenta con un resultado elocuente: más de cien vecinos en contra y ninguno a favor. Hubo “bocinazos” en caravanas de autos, “ruidazos” y movilizaciones todos los viernes de los últimos meses “para que el gobierno de la Ciudad escuche”. Nada de eso le movió un pelo a Jorge Macri ni a su gobierno: el 28 de agosto las máquinas símil guerra empezaron a hacer un ruido ensordecedor en las calles Larrazábal y Somellera. Y el 11 de septiembre, una topadora llegó para voltear el primero de los 39 árboles centenarios.

Sin embargo por obra y gracia de las vecinas que se atrincheraron y se ataron a los árboles, se pudo evitar. La filmación de esa resistencia tuvo la difusión que no había tenido la protesta –por obra y gracia de la pauta que los distintos gobiernos porteños obsequian a los medios masivos de comunicación, a ambos lados de la grieta–. El jefe de Gabinete de Ministros, Néstor Grindetti (derrotado ex intendente de Lanús que preside al club Independiente), y el secretario de Gobierno y Vínculo Ciudadano, César Torres, recibieron en una sede gubernamental atestada de policías en la puerta, a algunos representantes del barrio. Fue seis días después de la defensa de los árboles, y a ocho meses de iniciado el conflicto, 

Les prometieron que pronto les darían una respuesta. A los dos días, la primera respuesta: el envío de encuestadores a la zona céntrica de Lugano para preguntarle a la comunidad si querían o no los túneles (¡con la obra ya iniciada!). Segunda respuesta: el envío de inspectores a locales comerciales del barrio. Pese a este tipo de presiones y amedrentamientos, los vecinos no claudicaron: siguieron custodiando los árboles todos los días, desde las 6 de la mañana hasta entrada la noche. Continuaron repartiendo volantes para convocar a los ruidazos y a las manifestaciones. Siguieron. Siguieron. Y siguieron. Al final, hubo recompensa: Jorge Macri no tuvo otra opción que comunicarles, en una reunión el 1º de octubre pasado en Parque Roca, que se frenaba la obra cuyo monto era de casi 4.500 millones de pesos ($4.487.512.922,08).

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Roberto: “Vamos a seguir estando atentos porque desconfiamos. La gente que nos gobierna tiene muy poca visión de futuro”.

No dividan Lugano

Roberto González tiene 74 años, desde hace 45 vive en el barrio y está parado en la puerta del Parque Roca. Es flaco y espigado. Lleva colgado un cartel, de letras negras y fondo blanco: “Lugano resiste, no queremos túneles”. Roberto está ahí, esperando que salgan sus vecinos para abrazarse. Roberto está ahí, parado, igual que todas las mañanas de las últimas semanas antes de que el reloj rozara las 7, para custodiar los árboles. “Ahora tendremos que ser guardianes de cenizas, o dormir con un ojo abierto: los vecinos vamos a seguir estando atentos, porque desconfiamos. La gente que nos gobierna tiene muy poca visión de futuro. Quisiera que se parezcan un poquito a la idea que tenía un Belgrano, un San Martín, ahora todo se piensa a dos, a cuatro años, los plazos electorales”. 

Retoma la idea del viaducto: “Ese proyecto que presentamos serviría para abrir el barrio. Se gasta un poco más, pero abajo se pueden hacer estacionamientos por ejemplo que te dan beneficio en el tiempo. No puede ser todo tan cortoplacista”.

Lucía tiene 27 años. Vivió siempre en el barrio. “Tengo la sangre de Lugano”, dice y sonríe. “Lo que me hizo unirme a esta causa fue el amor que vi en el resto por el lugar donde vivimos. Es algo histórico, emocionante y significativo para nosotros, y también como precedente para otros barrios. Haber mantenido tanto tiempo la esperanza fue nuestro motor”. ¿Cuál fue la fórmula para lograr esto? “El cariño y la convicción, sin eso no se puede lograr nada. Y luego la organización interna: tuvimos un grupo de profesionales completo, de abogados, arquitectos, ingenieros, que ayudó a que tengamos bien claros los fundamentos para decir por qué no queríamos esta obra”.

A Cinthia se le notan los ojos de alegría. Siente emoción por lo conseguido hasta acá y porque con este presente se hace más fácil mirar el futuro. “A pesar de las diferencias que las personas tenemos, estar unidos fue lo mejor que nos pasó en muchísimo tiempo. Tuvimos perseverancia pese al agotamiento de estar todos los días sosteniendo las guardias y pese a los nervios por la situación. Esto quedará en la historia y se lo vamos a contar a nuestros hijos y nietos. Nadie pudo frenar la convicción de saber que los árboles necesitaban seguir estando ahí”.

La charla se interrumpe porque desde el Parque Roca empiezan a salir los vecinos de la reunión en la que a Jorge Macri y compañía no les quedó más opción que escuchar a la comunidad. Bocinazos, trompetazos, gritos, llantos, abrazos por mil que se funden en un solo cuerpo colectivo que se autodenominó No dividan Lugano.

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Rodolfo en silla de ruedas frente a las huestes convocadas el día de una reunión del gobierno con el vecindario. “Esta experiencia nos revela la potencia que podemos tener como comunidad”.

El daño irreparable

Una de las que sale emocionada se llama Laura Rosales. Tiene 48 años y nació en el barrio. Es docente del Instituto Alsina. Dice que no lo puede creer. “Se escuchó que los vecinos tenían razón, que no era una obra buena para el barrio. Lo primero que dijo él (Jorge Macri) es que dos de sus premisas por las que no hubiera dado el brazo a torcer eran la pérdida de vidas por los pasos a nivel, y el caos vehicular. Ninguna de las dos se da en nuestro barrio. Lo que hicimos valió la pena, pese a todo el dolor y la impotencia”.

¿Por qué dolor e impotencia? “Porque nos iban a estropear la vida. Yo vivo ahí, soy frentista, tengo a mi nena chiquita y no quiero que tenga que enfrentarse a pasar por un túnel por un capricho que no tenía nada que ver con nuestras necesidades y acentuaba la inseguridad, que ya es una de las realidades del barrio. Impotencia porque mintieron un montón. A nosotros como frentistas nunca nos preguntaron qué pensábamos de la obra y saber que decían lo contrario daba mucha bronca”. A Laura, a medida que pasan los instantes, la rabia se le va transformando en alegría: “Soy alguien que ama Lugano, que lo eligió para vivir”.

El compañero de vida de Laura se llama Roberto Mustillo y es arquitecto. “Tengo una sincera alegría porque el proyecto era un daño muy grande e irreparable. Me acuerdo que en la primera reunión (fin de marzo) al ingeniero de AUSA le dije ‘vos te das cuenta que lo que van a hacer queda por cientos de años’. La empresa nos quería convencer de que era positivo y al argumentar que no, nos decían que ellos no tenían poder de decisión. El proyecto generaba una barrera física que hacía que el barrio se dividiera. Significaba un paredón entre una zona y la otra. Era un freno para el barrio, que vive a través de las tres conexiones que son las calles Larrazábal, Murguiondo y Cafayate, justamente donde iban a construir los tres túneles. Nos iban a clavar murallas. A la vez, esa división traería efectos de arrastre: donde hay menos circulación, hay menos locales. Cuando cierran los negocios, deja de circular gente y se torna más inseguro, entonces las propiedades valen menos. A eso, sumale la cuestión ambiental. O sea, toda una espiral negativa. Un desastre”. 

El colectivo No dividan Lugano no se quedó solo en el rechazo, sino que además, a través de sus arquitectos, planteó una propuesta superadora. Explica Roberto: “El proyecto que serviría acá para eliminar el paso a nivel es construir un viaducto y así toda la espiral negativa se transforma en positiva, al abrirse un montón de calles, se genera suelo urbano debajo del viaducto que puede destinarse a estacionamiento, a locales comerciales, generando puestos de laburo. O sea, se crean riquezas y una sinergia muy favorable en un barrio como Lugano que, como toda la zona sur, es muy postergado. Estamos en un rincón, pero a la vez somos la puerta de la capital, a 15 minutos del Aeropuerto de Ezeiza”.

La comunidad organizada: triunfo vecinal en Villa Lugano
Junto al árbol Alejandra y su hija. Ale corrió para encadenarse a los plátanos impidiendo que los talaran. Llevan camisetas argentinas y una leyenda en cartulina manuscrita : “Los árboles NO se asesinan”.

Cabezas duras

Roberto comparte la clave de la victoria: “Luchamos tanto porque somos unos cabezas duras, éramos David contra Goliat. Había vecinos que nos decían ‘la van a hacer igual’, pero fuimos 200 que nos seguimos oponiendo, incluso cuando tuvimos el revés de APrA, la Agencia de Protección Ambiental, que extendió el certificado permitiendo hacer la obra pese a que la prueba de impacto ambiental que hizo el propio gobierno marcaba lo contrario: les había dado apenas un 12% positivo (88% negativo), que es como sacarte un uno en una prueba de la escuela”. 

¿Por qué fue tan malo el estudio? “Un tema es que querían justificar talar 39 árboles centenarios reemplazándolos supuestamente por 6.302 ‘unidades básicas compensatorias’, que dicho en español serían pequeños arbolitos”. El cálculo es que necesitaban esos miles de arbolitos para compensar el oxígeno de 39 árboles de verdad, tala que hubiese constituido una especie de crimen ambiental. “Si en cualquier materia que sea, 40 tiene que ser compensado con 6.302, es que te están metiendo el perro”. Otro elemento en contra: “Algo grosero es que no se tenía en cuenta el tema de la seguridad personal con esa división del barrio y esos túneles. Parecía una burla”.  

Hubo más absurdos: “Iniciaron la obra cuando la justicia nos dio la espalda rechazando el amparo que interpusimos con muchísimo esfuerzo, porque no somos un barrio pudiente, nos costó mucho pagarle a un abogado para hacer un amparo solicitando una medida cautelar que increíblemente nos fue denegada por la misma jueza (Elena Liberatori) que en Parque Avellaneda paró la obra del Metrobús porque implicaba talar 13 árboles. A pocas horas de la decisión judicial, el 28 de agosto vinieron con las máquinas y empezaron a picar el hormigón sin aviso previo. Lo mínimo que se hace cuando a vos te vienen a talar los árboles, es que te avisan el día anterior. Acá no, fue una especie de fuerza de ocupación”. 

Cuando se le pregunta a Roberto por su relación con Lugano, alcanza a decir solo dos palabras: “Mi abuelo”. Y su voz se entrecorta de la emoción. Unos segundos después, retoma: “Mi abuelo vino a Lugano en 1910, tengo los papeles, solo estaba la estación de tren. Mi vieja nació acá en el año 28, hace casi 100 años, y yo nací acá en el 67, hace casi 57. Así que Lugano es mi casa y punto”. Y Roberto vuelve a llorar.

Torpezas y alegrías

Ariel Pradelli es otro de los varios arquitectos vecinos de Lugano que fueron parte de este proceso. Su familia llegó a Mataderos en 1890 y él vive en el barrio desde hace 35 años. “Lo primero que siento es alegría, pero no por el paso bajo nivel. Es una alegría porque lo que pasó en el barrio es lo que tendría que pasar en el país. La construcción de un discurso, la construcción de una unidad en la diversidad y pelear por nuestros derechos y por nuestro país. Me da más alegría el tema colectivo que la obra en particular, porque aprendimos a escucharnos. A los argentinos nos falta eso también: tenemos mucho para decir y poco para escuchar. Acá aprendimos a escucharnos, a separar la paja del trigo, a tolerarnos, aprendimos a que los sueños que se sueñan en conjunto se hacen realidad”. 

¿Por qué esta obra no debía hacerse de ninguna manera? “Porque es muy torpe. El resultado del estudio de impacto ambiental (12% a favor, 88% en contra) te lo demuestra. El proyecto estaba mal, había que hacerlo de vuelta. Lo reconoció el jefe de Gobierno, que quizá por el apresuramiento de hacerlo le acercaron un proyecto que no fue el mejor. Esto también es una enseñanza para él. Yo creo que todos aprendimos acá. Aprendimos que todas las fórmulas no se pueden repetir, que en temas urbanos lo que en algún lado da bien, en otros da mal. Y que es muy bueno decir que se está equivocado, cuando es así”.

Agrega Ariel: “La alegría de los vecinos es realmente genuina, porque después de tantos golpes que tenemos los argentinos poder construir algo en conjunto es muy importante. A través del tiempo se han borrado las estructuras de los legisladores y yo creo que se van a arrepentir, porque los vecinos solos, apoyados únicamente por la Junta Comunal de la Comuna 8, logramos lo que no se logra en ningún lado. Acá no hubo negocios, ni transas, ni quiebres ni doblados. Acá hubo unos vecinos que nos pusimos de acuerdo y fuimos a fondo”.

Sur, paredón y después

Hernán Pandolfi nació en Lugano hace 41 años y hoy sigue eligiendo vivir en el barrio “que más necesita transformarse, que más recursos precisa”. Cree que la principal virtud que hubo en este colectivo fue la paciencia. “Paciencia para no confrontar, primero entre nosotros. Nos escuchamos, incluso con el gobierno, en un clima de ansiedad y de preocupación muy grande que había”.

Es abogado y asesora jurídicamente desde 2018 al vecindario. “La obra era perjudicial en todo. En lo ambiental, en el desarrollo cotidiano de la vida, para la gente mayor, desde la perspectiva de género, porque los túneles iban a implicar más inseguridad, sobre todo para las mujeres. Otros efectos: más tráfico, más contaminación, se iba a arrancar de cuajo la cohesión social. De un lado quedaba la oficina de ANSES, del otro las farmacias, el Banco Nación. Iban a construir barreras urbanas imposibles de resolver en el futuro, con muchos vecinos aislados. Sabemos bien lo que significan las barreras urbanas, lo que representa un paredón, un muro, una zona no transitable. Donde no está el ojo del vecino, los guardianes de la vecindad, es donde nacen los problemas y el delito”. 

El momento: “Esto que logramos llega en un momento donde hay un descreimiento absoluto de la política y refleja que la única manera de mejorar el entorno es involucrándose y conociendo al vecino. Esta lucha fue desinteresada, no hubo individualismo, ni partidismo. Hoy eso es difícil de conseguir y lo hicimos”. 

Momento bisagra

Cecilia vive a diez cuadras de donde iban a hacer las obras, pero cuando se interiorizó en el tema se involucró hasta la raíz. Cuenta que la noche anterior a la última reunión casi no pudo dormir de los nervios. La incertidumbre ahora mutó en altas dosis de alegría. “No tengo palabras, solo reír y llorar, tengo una emoción impresionante”. Cerquita está Graciela. La felicidad le sale por los poros. Tiene una pañalera a metros de donde ya no habrá túneles: “Hace poquito vino una señora mayor y me dijo, ‘Gra, no voy a venir a verte más, no voy a poder cruzar’. Eso me atormentaba y cuando me enteré de que iban a sacar 39 árboles, no resistí. Era un mal sueño. Que hayamos logrado frenar la obra significa haber vuelto a nacer en Lugano. Me puedo ir tranquila de este plano, por ser un granito de arena a semejante camino de amor”.

Corina Montes sale de la reunión con Jorge Macri colgada de un auto. Tiene medio cuerpo afuera y no puede (no quiere) parar de gritar.  “Lo logramos, lo logramos”, vocifera con todo lo que le permite su garganta. A ras del piso la esperan decenas de vecinas y vecinos para fundirse en un torrente de lágrimas. Pasaron los minutos, los días, y Corina, que nació en el barrio hace 62 años, sigue con la misma felicidad: “Desde marzo lo único que hicimos fue soñar con que no se hicieran los túneles. Ningún vecino de Lugano quería esta obra, haya participado activamente o no de este movimiento”.

A su lado está Valeria, que desde chiquita vivió en Lugano 1 y 2, y de grande eligió el casco histórico del barrio para que sea su lugar en el mundo. Ese hogar dejó de abrazarla el 11 de septiembre, cuando llegaron las topadoras a arrasar la arboleda. “Se convirtió en una zona espantosa, con vallas, con pozos, fue muy triste. Muchas vecinas se ataron a los árboles, uno de los obreros nos increpó mal, la policía también hasta que en un momento tuvieron que dar marcha atrás. Ese momento fue bisagra. Desde ese día, siempre hubo una guardia vecinal para evitar que avanzaran”. Tiene 54 años, es docente y un orgullo sin fin: “Fue una batalla contra un monstruo grande que pisa fuerte. Y el resultado de que la gente unida hace maravillas”. 

La velocidad de Alejandra 

Mónica Nasso tiene 62 años. Es nacida y criada en Lugano. Estudió en Lugano. Se casó en Lugano. Tuvo a sus hijos en Lugano. Abrió su comercio en Lugano. “Desde siempre acá, por eso mi compromiso y mi participación. Amo a mi barrio y me da mucha bronca que hagan todo lo más feo y tiren lo más malo a la Comuna 8. Esta lucha fue muy dura, pero gracias a la unión Jorge Macri entendió que este proyecto era malísimo por donde se viera. Cuando dijo que daba por cancelada la obra, pasó algo espontáneo: todos los vecinos nos pusimos a llorar. Nos dijo en un momento ‘paren, que esto no es un velorio, es algo bueno para el barrio’; y le contestamos que desde hacía ocho meses veníamos con angustia, dolor, sufrimiento e incertidumbre. Fue un momento raro y al día de hoy todavía no podemos creer que ganamos. Esperemos que sirva para la gente que creía que ya estaba perdido. Es un ejemplo de que hay que comprometerse y sin tener miedo defender nuestra casa, que es nuestro barrio, porque si no nos pisotean”. 

Néstor se sumó a No dividan Lugano en abril y dice que desde un primer momento el propósito fue realizar una mesa de trabajo con la participación de todas las partes “para buscar la forma más razonable de eliminar las barreras del ferrocarril en el casco histórico”. Agrega, además, que los vecinos buscaron siempre “el diálogo con el gobierno de la Ciudad a través de distintos canales, pero nunca en los ocho meses se logró. Lo que hubo fue una obstinación oficial de continuar con el proyecto que ellos tenían, incluso sin atender el dictamen de la Defensoría del Pueblo que recomendaba no continuar con la obra y armar la mesa participativa”.

Con buena memoria, hace una crónica del momento que marcó un antes y un después: “El 11 de septiembre fue un hito. Varias vecinas se ataron a algunos de los árboles que iban a derribar. Los directivos de la obra se empezaron a burlar arpíamente de quienes de forma pacífica sólo defendíamos el derecho a participar de las decisiones del gobierno en temas que nos afectan. Quisieron cercar con vallas para voltear con la topadora a un árbol de la vereda de enfrente y entonces Alejandra, una vecina a quien cualquier jugador de rugby envidiaría, empezó a correr, sorprendió a los propios empleados, sorteó todos los escollos y se amarró al árbol con sogas. Pero fundamentalmente se amarró con el corazón y así evitamos que lo derribaran”.

¿Qué se transformó? 

En Lugano hay perfume a comunidad organizada que se huele a la distancia. El colectivo vecinal No dividan Lugano tuvo una génesis, un comienzo para un fin. Reclamaron hasta el cansancio, aunque jamás se cansaron. La segunda parte de esta resistencia –luego de impedir la realización de la obra en 2018– empezó cuando Jorge Macri, el 1º de marzo pasado, inauguró las sesiones ordinarias en la Legislatura porteña. “Cuando anunció que haría la obra en Lugano, ahí mismo arrancó esta construcción horizontal que es dificilísimo de lograr, y mucho más sostenerla en el tiempo. Hay que resaltar que la gente aporta distinto, piensa distinto, ejecuta distinto; que todas las personas tenemos diversas características, grados de involucramiento y sin embargo lo increíble de todo este hecho es que siempre dimos pelea” explica el arquitecto Mustillo. 

La primera reunión fue el 16 de marzo en la Plaza Unidad Nacional, nombre que parece un hilo conductor de lo que se iba a venir. “Fuimos unos cuantos, cerca de 60 vecinos. Ese día ya empezamos a juntar firmas”, recuerda Carmen. Desde ese instante, la lucha no paró: “Comenzamos con reuniones semanales, incluso a veces dos por semana. Tuvimos una en el Club Larrazábal y luego ya pasamos a hacerlas en la Junta de Estudios Históricos de Lugano”. Armaron grupo de whatsapp siempre encendido, las reuniones rozaban las tres horas, entre café, mate y algo para picar, todos los sábados y hasta algunos domingos. Todo por el barrio. 

María Elena vive a una cuadra y media de donde iban a construir el primer túnel. Es docente, recientemente jubilada. Su marido, Rodolfo, es psicólogo. Él debe trasladarse en una silla de ruedas, pero no se perdió las concentraciones y movilizaciones cada tarde noche de viernes. La pareja siempre estuvo donde había que estar. Con la suspensión de la obra garantizada, reflexionan: “La única construcción posible es la que se define con otros. Poco se logra en soledad, ¿no? Esta experiencia está siendo fuerte porque nos revela la potencia que podemos tener como comunidad de vecinos”. María Elena y Rodolfo, cuando hablan en primera persona, lo hacen siempre en primera persona del plural. Así respiran la vida. 

¿Qué se logró? “Lo principal es haber podido ser agentes reales de transformación y nos hemos transformado nosotros, crecido en nuestros vínculos, en nuestra buena vecindad, en la conciencia de la sinergia que podemos engendrar. Y algo no menos importante: hemos devuelto identidad al espacio público como lugar que verdaderamente aloja: espacio de encuentro y desarrollo, de movimiento y cambio. Un espacio necesario para un tiempo político que intenta minimizarlo y ahogarlo sin medir las consecuencias”.

Lograr lo imposible 

Viernes de octubre. A diferencia de los últimos tiempos, no hubo “ruidazo”, ni las murgas “Los Rayados de Lugano” ni “Los Amanecidos de Copello” para convocar a más gente con sus redoblantes. Tampoco hubo volanteadas previas ni movilizaciones posteriores. No hizo falta. Pronto AUSA empezará a retirar sus máquinas y, según prometió el gobierno de la Ciudad, “a dejar las calles en las condiciones que estaban antes”. Lo que sí hubo en el barrio fue una comida en la que las y los vecinos se siguieron organizando, ya no para reclamar, sino para brindar. Uno donó unos choris. Algunas llevaron empanadas, otros para tomar. Algunas el postre, otros las parrillas y el carbón. Se cantó, se bailó, se compartió. Y al final, se entregaron diplomas a “Los Guardianes de los Árboles” como certificado de reconocimiento por la “lucha activa en defensa de la comunidad”. En un costado, el diploma dice: “Yo amo Lugano”. En otra parte, una síntesis: “Juntos logramos lo imposible”.

Después del brindis, Alfredo Agüero, un vecino de Soldati que sabe que no hay fronteras para la unidad, propuso: “Ahora, a seguir unidos por el viaducto”. 

Y Roberto Mustillo dijo algo con lo que termina esta nota de muchas voces (aunque no tantas como las que conforman este colectivo vecinal): “Muchas veces pienso que cuando te piden un favor, te están dando una oportunidad de ser mejores. Esta situación que ninguno de nosotros hubiera querido pasar estos meses, nos puso en esa situación. De hacer el favor al barrio, al ambiente, a los árboles, a nuestros abuelos que vinieron a Lugano hace 100 años, a los que van a venir después de nosotros de tener un barrio mejor. La retribución la tuvimos con creces por la alegría concreta de que ganamos una batalla y que generamos lazos, mucha conciencia y mucha ida y vuelta entre vecinos. Disfrutemos, pero asumamos el compromiso de lo que viene: que se nos presenten otras oportunidades para interesarnos por el otro”.

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