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Shockeados
Una síntesis del pensamiento de Naomi Klein
Cuatro años demandó esta investigación que documenta, con datos, entrevistas y cifras concretas el surgimiento de una nueva técnica de poder, basada en la generación de crisis y su aprovechamiento económico por parte de las corporaciones. Este es un breve repaso a los conceptos clave del primer capítulo que describe cómo funciona la máquina que Klein bautizó “capitalismo del desastre”.
Sobre la autora: Naomi Klein nació en Montreal, Canadá, en 1970. Sus padres habían decidido abandonar Estados Unidos en oposición a la Guerra de Vietnam. Su madre fue activista del movimiento anti-pornografía y sus acciones públicas produjeron en la adolescente Naomi un efecto reactivo: se mantuvo alejada de la política hasta que ingresó a la universidad. Allí se enfrentó con una masacre: 14 estudiantes fueron asesinadas por Marc Lépine, al grito de “Odio a las feministas”. A partir de ese shock su vida cambió: dejó su carrera universitaria, comenzó a trabajar en periodismo y se dedicó a mirar el mundo con sus propios ojos.
Oportunidad: Empecé a investigar la dependencia entre el libre mercado y el poder del shock hace cuatro años, al principio de la ocupación de Irak. Después de informar desde Bagdad acerca de los fallidos intentos de Washington de seguir con sus planes de terapia de shock, viajé a Sri Lanka, meses después del catastrófico tsunami del año 2004. Allí presencié otra versión distinta de las mismas maniobras: los inversores extranjeros y los donantes internacionales se habían coordinado para aprovechar la atmósfera de pánico, y habían conseguido que les entregaran toda la costa tropical. Los promotores urbanísticos estaban construyendo grandes centros turísticos a toda velocidad, impidiendo a miles de pescadores autóctonos que resconstruyeran sus pueblos, antaño situados frente al mar. “Es una cruel broma del destino, la naturaleza ha ofrecido a Sri Lanka una oportunidad única: de esta terrible tragedia nacerá un destino turístico de primera clase”, anunció el gobierno. Cuando el Katrina destruyó Nueva Orleáns, la red de políticos republicanos, thing tanks y constructores empezaron a hablar de “un nuevo principio”. Estaba claro que se trata del nuevo método de las multinacionales para lograr sus objetivos: aprovechar momentos de trauma colectivo para dar el pistoletazo de salida a reformas económicas y sociales de corte radical.
Slogan: Mike Battles supo expresarlo mejor: “Para nosotros, el miedo y el desorden representaban una verdadera promesa”. El ex agente de la cia de 34 años se refería al caos posterior a la invasión de Irak, y cómo gracias a eso su empresa de seguridad privada, Custer Battles, desconocida y sin experiencia en el campo, pudo obtener contratos de servicios otorgados por el gobierno federal por valor de unos 100 millones de dólares. Sus palabras podrían constituir el eslogan del capitalismo contemporáneo: el miedo y el desorden como catalizadores de un nuevo salto hacia delante.
Tres décadas: A medida que avanzaba en la investigación de cómo este modelo de mercado se había impuesto en todo el mundo, descubrí que la idea de aprovechar las crisis y los desastres naturales había sido en realidad el modus operandi clásico de los seguidores de Milton Friedman desde el principio. Esta forma fundamentalista del capitalismo siempre ha necesitado de catástrofes para avanzar. Sin duda las crisis y las situaciones desastre era cada vez mayores y más traumáticas, pero lo que sucedía en Irak y Nueva Orleáns no era una invención nueva, derivada de lo que sucedía el 11 de setiembre. En verdad, estos audaces experimentos en el campo de la gestión y aprovechamiento de las situaciones de crisis eran el punto culminante de tres décadas de firme seguimiento de la doctrina del shock. A la luz de esta doctrina, los últimas treinta y cinco años adquieren un aspecto singular y muy distinto al que nos han contado. Algunas de las violaciones de derechos humanos más despreciables de este siglo, que hasta ahora se consideraban actos de sadismo fruto de regímenes antidemocráticos, fueron de hecho un intento deliberado de aterrorizar al pueblo y se articularon activamente para preparar el terreno e introducir las “reformas” radicales que habrían de traer ese ansiado libre mercado.
En casa: Durante tres décadas, Friedman y sus discípulos sacaron partido metódicamente de las crisis y los shocks que los demás países sufrían, los equivalentes extranjeros del 11 de setiembre: el golpe de Pinochet otro 11 de setiembre, en 1973. Lo que sucedió en el año 2001 fue que una ideología nacida a la sombra de las universidades norteamericanas y fortalecida en las instituciones políticas de Washington por fin podía regresar a casa. Rápidamente, la administración Bus aprovechó la oportunidad generada por el miedo a los ataques para lanzar la guerra contra el terrorismo, pero también para garantizar el desarrollo de una industria exclusivamente dedicada a los beneficios, un nuevo sector en crecimiento que insufló renovadas fuerzas en la debilitada economía estadounidense. Estamos ante una guerra global cuyos combates se libran en todos los niveles de las empresas privadas cuya participación se subvenciona con dinero público.
Tres datos. La administración Bush empezó por subcontratar, sin ningún tipo de debate público, varias de las funciones más delicadas e intrínsecas del Estado: desde la sanidad para los presos hasta las sesiones de interrogación de los detenidos, pasando por la “cosecha” y recopilación de información sobre los ciudadanos. El papel del gobierno en esta guerra sin fin ya no es el de un gestor que se ocupa de una red de contratistas, sino el de un inversor capitalista de recursos financieros sin límite que proporciona el capital inicial para la creación del complejo empresarial y después se convierte en el principal cliente de sus nuevos servicios. Basta citar tres datos que demuestran el alcance de la transformación: en 2003, el gobierno estadounidense otorgó 3.512 contratos a empresas privadas en concepto de servicios de seguridad. Durante un período de 22 meses hasta agosto de 2006, el Departamento de Seguridad nacional había emitido más de 115.000 contratos similares. La “industria de la seguridad interior” -hasta el año 2001 económicamente insignificante- se había convertido en un sector que facturaba más de 200.000 millones de dólares. En 2006, el gasto del gobierno de Estados Unidos en seguridad interior ascendía a una media de 545 dólares por cada familia.
Ganancia: Entre el tráfico de armas, la privatización de los ejércitos, la industria de la reconstrucción humanitaria y la seguridad interior, el resultado de la terapia de shock tutelado por la administración Bush después de los atentados es, en realidad, un nueva economía plenamente articulada. Como decía un analista de mercado acerca de un trimestre con unos resultados financieros excepcionalmente buenos para la empresa de servicios energéticos Halliburton: “Irak fue mejor de lo que esperábamos”. Eso fue en octubre de 2006, en aquel entonces el mes más cruento de la guerra, con más de 3.709 bajas de civiles iraquíes. Pero pocos accionistas podían quejarse de una guerra que había generado más de 20.000 millones de dólares de ingresos para una única empresa.
Nuevo Estado: El término más preciso para definir un sistema que elimina los límites entre el gobierno y el sector empresarial no es liberal, conservador o capitalista, sino corporativista. Sus principales características consisten en una gran transferencia de riqueza pública hacia la propiedad privada -a menudo acompañada de un creciente endeudamiento-, el incremento de las distancias entre los inmensamente ricos y los pobres descartables, y un nacionalismo agresivo que justifica un cheque en blanco en gastos de defensa y seguridad. Otra característica del Estado corporativista es que suele incluir un sistema de vigilancia agresiva /de nuevo, organizado mediante acuerdos y contratos entre el gobierno y las grandes empresas), encarcelamientos en masa, reducción de las libertades civiles y, a menudo aunque no siempre, tortura.
El manual: De Chile a Irak, la tortura ha sido el socio silencioso de la cruzada por la libertad de mercado global. Pero tortura es más que una herramienta empleada para imponer reglas no deseadas a una población rebelde. También es una metáfora de la lógica subyacente en la doctrina del shock. La tortura, o por utilizar el lenguaje de la CIA, los “interrogatorios coercitivos”, es un conjunto de técnicas diseñado para colocar al prisionero en un estado de profunda desorientación y shock, con el fin de obligarle a hacer concesiones contra su voluntad. La lógica que anima el método se describe en dos manuales de la CIA que fueron desclasificados a finales de los años 90. En ellos se explica que la forma adecuada para quebrar “las fuentes que se resisten a cooperar” consiste en crear un ruptura violenta entre los prisioneros y su capacidad de explicarse y entender el mundo que los rodea. Primero, se priva de cualquier alimentación de los sentidos (con capuchas, tapones para los oídos, cadenas y aislamiento total), luego el cuerpo es bombardeado con una estimulación arrolladora. En esta etapa se “prepara el terreno” y el objetivo es provocar una especie de huracán mental: los prisioneros caen en un estado de regresión y de terror tal que no pueden pensar racionalmente ni proteger sus intereses. En ese estado de shock, la mayoría de los prisioneros entregan a sus interrogadores todo lo que estos desean: información, confesiones de culpabilidad, la renuncia a sus creencias. Uno de los manuales de la CIA ofrece una explicación particularmente sucinta: “Se produce un intervalo que puede ser extremadamente breve, de animación suspendida, una especie de shock o parálisis psicológica. Esto se debe a una experiencia traumática que hace estallar, por así decirlo, el mundo que al individuo le es familiar, así como su propia imagen dentro del mundo. Los interrogadoras experimentados saben reconocer ese momento de ruptura y saben que en ese intervalo la fuente se mostrará más abierta a las sugerencias, y es más probable que coopere”. La doctrina del shock reproduce este proceso paso a paso, en su intento de lograr a escala masiva lo que la tortura obtiene de un individuo en la sala de interrogatorios.
Renuncia: Así funciona la doctrina del shock: el desastre original -llámese golpe, ataque terrorista, colapso del mercado, guerra, tsunami o huracán- lleva a la población de un país a un estado de shock colectivo. Las bombas, los estallidos de terror, los vientos ululantes preparan el terreno para quebrar la voluntad de las sociedades tanto como las lluvias de golpes someten a los prisioneros en sus celdas. Como el aterrorizado preso que confiesa los nombres de sus camaradas y reniega de su fe, las sociedades en estado de shock a menudo renuncian a valores que de otro modo defenderían con entereza.
Desafío: Este libro es un desafío contra la afirmación más apreciada y esencial de la historia oficial: que el triunfo del capitalismo nace de la libertad, que el libre mercado desregulado va de la mano de la democracia. En lugar de eso, demostraré que esta forma fundamentalista del capitalismo ha surgido en un brutal parto cuyas comadronas han sido la violencia y la coerción, infligidas en el cuerpo político colectivo así como en innumerables cuerpos individuales. La historia del libre mercado contemporáneo -el auge del corporativismo, en realidad- ha sido escrita con letras de shock.
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Tiempos de violencia y resistencia en periodismo latinoamericano
México es el país más letal para el periodismo en América Latina. Durante 2015, sumó la tercera parte de los asesinatos de periodistas en la región, y cuatro periodistas más se añadieron a la lista sangrienta en lo que va de 2016.
El último, Francisco Pacheco Beltrán fue asesinado a balazos afuera de su casa, en el sureño estado de Guerrero, el lunes 25. Pacheco Beltrán era un periodista crítico, que trabajaba para varios medios locales en el estado más pobre del país y uno de los más violentos.
Su asesinato hila un capítulo más a la historia de terror de la prensa mexicana en este siglo, y cuyo rostro más oscuro no es solo el de 92 periodistas asesinados, sino un fenómeno casi único en democracias: 23 periodistas han sido desaparecidos en 12 años, un promedio de dos por año.
Y cada 22 horas, un periodista es agredido en México, según el último informe de la organización internacional Artículo 19, dedicada a promover y defender la libertad de expresión.
“La violencia contra la prensa en México es sistemática y generalizada”, aseguró su exdirector en el país, Darío Ramírez, en el marco del pasado Día Internacional para Poner Fin a la Impunidad en Crímenes contra Periodistas, que se realiza cada 2 de noviembre.
Pero la violencia y la impunidad en las agresiones no son los únicos problemas del periodismo en México y el resto de la región.
Ricardo González, coordinador del programa global de protección de Artículo 19, con sede en Londres, explicó a IPS que la libertad de prensa en América Latina tiene tres retos principales: la protección preventiva y el combate a la impunidad, la desconcentración de la propiedad de medios y mejorar las condiciones laborales de los periodistas.
“Para nosotros los focos rojos son México, Honduras y Brasil”, dijo González.
Datos de la Federación de Periodistas Latinoamericanos indican que en la región fueron asesinados 43 periodistas durante 2015, de ellos 14 en México, a los que se suman dos desaparecidos. Le siguen en el luctuoso ranking Honduras (10), Brasil (8), Colombia (5) y Guatemala (3).
Un ingrediente preocupante de Brasil es el alto incremento de las víctimas mortales en el ejercicio del periodismo. La Federación Nacional de Periodistas destaca que la cifra se incrementó en 60 por ciento, entre 2014 y 2015. El caso más emblemático fue el del periodista de investigación Evany José Metzker, hallado decapitado en mayo de 2015.
Honduras y México, por su parte, tienen problemas muy parecidos: a la violencia contra periodistas se añade la impunidad en las investigaciones.
“En el primer semestre de 2015, la CIDH ha registrado un número preocupante de asesinatos de comunicadores y trabajadores de medios, cuyos motivos no están esclarecidos”, dice el informe anual de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre Honduras.
Más que muertes
A la violencia, el país centroamericano suma el reciente cierre de uno de los periódicos más tradicionales y que resaltó por su defensa de la democracia durante el golpe de Estado de 2009: Diario Tiempo.
Paradójicamente, el cierre del diario está ligado a la caída de una de las familias más poderosas del país: la de Jaime Rosenthal, a quien el Departamento del Tesoro de Estados Unidos acusa de legitimación de capitales procedentes del tráfico de drogas.
El bloqueo de cuentas de las empresas del Grupo Continental, derivados de esa acusación, llevó al cierre del periódico, anunciado en octubre, por lo que se acusó de “medidas desproporcionadas” adoptadas por el gobierno local contra el combativo medio.
En una carta pública, Rosenthal afirmó que “las circunstancias que obligan esta suspensión son de la mayor gravedad en lo que importa a la libertad de expresión, al desarrollo de la comunicación social y a la democracia en nuestro país, al grado de constituir un caso atípico en el mundo occidental”.
Otro tiempo, en Argentina, representa un ejemplo de la cara anversa de la moneda en la región. El lunes 25, los periodistas de un diario bonaerense, cerrado a finales de 2015, relanzaron esa cabecera que tendrá una edición impresa semanal.
Bajo el lema de “dueños de nuestras propias palabras”, los redactores de Tiempo Argentino recuperaron su espacio laboral, bajo un esquema de cooperativa, similar al que usaron los trabajadores fabriles durante la crisis surgida en 2001.
“Es muy lindo ver que entre más organización hay, se supera la competencia de las empresas”, dijo a IPS desde Buenos Aires, Cecilia González, corresponsal de la agencia Notimex en los países del Cono Sur americano.
Pero allí no faltan los problemas o abundan estas respuestas positivas, aclaró González. Uno de esos problemas es la derogación mediante decreto por el presidente Mauricio Macri de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, aprobada en 2015, y que limitaba la concentración de medios.
El 18 de este mes, Macri, en el poder desde diciembre, ofreció a la CIDH que hará una nueva ley de medios con participación previa de la sociedad civil. Pero los periodistas argentinos son escépticos.
“Además de más de 300 medios que ostenta el Grupo Clarín y de los que evita desprenderse, en las sombras edifica otro monopolio. Asociado con La Nación planean quedarse con toda la cadena de las revistas gráficas”, denunció la revista Orsai.
Pero los problemas para la CIDH y su relatoría especial para la libertad de expresión, no solo son provocados por los gobiernos conservadores.
En Ecuador, por citar un solo ejemplo desde la orilla de la izquierda, el presidente Rafael Correa, en el poder desde 2007, usó toda la fuerza del Estado para demandar penalmente a los directivos del diario El Universo, Carlos, César y Nicolás Pérez y para el entonces editor de opinión, Emilio Palacio.
El mandatario pidió 80 millones de dólares y tres años de cárcel por supuestas injurias por un artículo que afirmaba que Correa había ordenado “fuego a discreción” contra un hospital lleno de civiles durante la rebelión policial de septiembre de 2010.
Derivado de ello, en diciembre 2015, la CIDH, admitió la petición por la cual se alega responsabilidad internacional de la república de Ecuador, por la presunta violación de garantías judiciales, libertad de pensamiento y expresión, y pedido de protección judicial.
De la coerción no escapa el humor. Una caricatura política sobre la incursión de policías en el domicilio de un opositor indignó en 2014 a Correa, que inició una campaña con todos los resortes del poder contra el autor, Xavier Bonilla, que firma como Bonil, al que calificó de “sicario de tinta y enfermo”.
“Los ecuatorianos debemos rechazar las mentiras y a los mentirosos, sobre todo si esos mentirosos son cobardes disfrazados de jocosos caricaturistas. Odiadores del gobierno disfrazados de jocosos caricaturistas”, fue una de las andanadas del mandatario contra uno de los caricaturistas latinoamericanos más reconocidos.
Son algunos de los claroscuros con los que los periodistas de la región reciben el Día Mundial de la Libertad de Prensa, que se celebra el 3 de mayo.
Aunque los escenarios no son los más óptimos para el periodismo latinoamericano, hay muestras de resistencia que parecen encender en diferentes países.
Incluso en Veracruz, el estado mexicano que ha saltado a la prensa mundial por el escandaloso número de periodistas asesinatos y agredidos.
El 28 de abril, cuando se cumplen cuatro años del asesinato de Regina Martínez, corresponsal del semanario Proceso, los periodistas del Colectivo Voz Alterna, que han dado una enorme batalla por la información en un ambiente de terror, colocarán una placa en su honor en la Plaza Central de la capital estado.
“No podemos olvidar, ni quedarnos sin hacer nada”, dijo a IPS la reportera veracruzana Norma Trujillo. Mantras parecidos repiten periodistas que ejercen su oficio en situación de riesgo en diferentes países de la región.
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¿Hacia un giro geopolítico entre los EE.UU. y América del Sur?
Los Estados Unidos se encuentran actualmente en un momento crucial de su historia. En la medida en que sigan, a pesar de todo, teniendo peso sobre la dirección global del mundo, los cambios que están transitando tendrán diversas consecuencias fuera de sus fronteras.
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El fin del periodismo y otras buenas noticias
Nuestra hipótesis es la siguiente:
Estamos ante un momento extraordinario.
El capitalismo mediático está en crisis.
La velocidad de las transformaciones tecnológicas, sociales y políticas han obligado a los medios comerciales de comunicación a mutar a un ritmo que alteró su esencia. Nada de lo que están obligados a hacer hoy les garantiza que puedan volver a hacerlo mañana, en idénticas condiciones y con los mismos resultados. Nada, tampoco, les indica cómo evitar que esta decadencia no los arrastre a un proceso de extinción, como artefactos de una era que comenzó con Guttemberg y terminó hoy.
Game over.
El futuro llegó.
Con esta convicción analizamos este proceso, sus consecuencias y sus potenciales beneficios y amenazas.
El proceso de esta transición nos ofrece la oportunidad de convertir todo lo que hagamos y dejemos de hacer -no tan solo lo que podamos, sino aquello que seamos capaces o incapaces de soñar- en herramientas aptas para construir una nueva forma de comunicación humana que recupere su sentido: establecer relaciones.
Tenemos mucho a favor.
Las audiencias están activas y expectantes.
Las capacidades tecnológicas han potenciado el trabajo en red y global.
Eso que llamamos realidad es un big bang de novedades.
El interrogante es si este caldo en el que bulle el futuro, cocinándose sobre una hoguera que convierte en leña a todas las intermediaciones, no nos incluye a nosotros, los periodistas profesionales.
Bajo la amenaza de convertirnos en humo, solo nos queda la capacidad para reflexionar sobre nuestros propios errores.
Y arriesgar.
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