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Crear sueños
Claudio Tolcachir. Uno de los mejores directores de teatro del off y del comercial. Maestro de la autogestión, hace un diagnóstico de lo que está en riesgo. ▶ MARÍA DEL CARMEN VARELA
El sótano del colegio secundario Mariano Moreno fue el primer espacio en el que Claudio Tolcachir comenzó a hacer teatro con sus amigos. Esa fue una experiencia fundamental para aprender a trabajar en grupo, su mejor manera de funcionar y de producir. Estudió en el Instituto Labardén, en Andamio 90 con Alejandra Boero, con Juan Carlos Gené, Verónica Oddó. Desde su adolescencia supo que sus pasos iban hacia el lado del teatro. Actor, dramaturgo, director, Tolcachir es un referente en el ámbito teatral y un exponente de su generación. ¿Por qué?
A contramano de lo que dictaba la realidad económica del país, poco antes de la crisis de 2001 sacó un crédito y se compró una casa en el barrio porteño de Boedo. Sobrevino la debacle y vio cómo muchos se quedaban sin futuro. “Todo te invitaba a irte o a morirte. Apareció algo bastante inconsciente, inocente, aunque en el fondo sanador, de ponerse a hacer cosas. Nosotros nos pusimos a hacer teatro, a ensayar una obra, un cabaret. En ese momento no nos lo permitían en ninguna sala y tampoco en ningún bar, entonces dijimos: vamos a hacerlo acá. Armamos el elenco, íbamos un ratito a cacerolear, a romper cosas, a protestar, volvíamos y empezábamos a pintar, a hacer la escenografía; los tachos de luz los armábamos con un tarro de aceite y un cuarzo atrás”.
Timbre 4 arrancó siendo el único lugar posible para materializar el sueño de hacer teatro y abrir una hendija en una época oscura. Un lugar de amigos que se conocían mucho, algunos desde los 12 años, otros de las clases de teatro. Un “viaje de egresados laborioso”, define Tolcachir. “Creo profundamente que fue la salvación buscar lo autogestivo. Creo que es lo más interesante que tenemos nosotros como país: los movimientos autogestivos, la imaginación. Necesitan un marco para poder desarrollarse, pero todas las cosas interesantes, los grupos, los movimientos, hasta los negocios, siempre fueron ideas autogestivas que se fueron gestando entre gente que necesitaba hacerlo. Eso es Timbre, un lugar donde podíamos poner esa energía que nadie nos pedía en ningún lado. Yo quiero actuar, no hay lugar. Quiero dirigir, no hay dónde. Quiero vivir de mi vocación, no hay espacio. Nos lo inventamos nosotros. No teníamos sala, la inventamos. No teníamos obra, la escribimos. No teníamos público, lo salimos a buscar. No teníamos plata, la sacamos de algún lado. Esta prepotencia de inventar lo que no existe es muy esforzada, pero al mismo tiempo es muy liberadora. La omnipotencia sana de decir: no voy a esperar que alguien me autorice a ser lo que yo quiero ser”.
Tolcachir daba clases de teatro, pero varios de sus amigos y socios en el proyecto, trabajaban en actividades ajenas a lo artístico. Con mucho esfuerzo y apuntando a profesionalizarse, ensayaban desde las 12 de la noche hasta las 4 de la mañana. “Se desmayaban del cansancio. Entonces, ¿cómo hacemos para vivir de esto, para que la gente se entere, para que se entienda que pagar una entrada significa profesionalizar el trabajo del actor, que podamos vivir de esto para lo que nos preparamos? En un momento, el teatro ya tenía luces, computadoras y mi casa no tenía nada. Toda la vocación, la libido, la energía, estaban puestas en el teatro y mi casa estaba ahí, tirada. A todos nos pasó que durante ese tiempo casi no tuvimos pareja. Después, el teatro empezó a rodar mágicamente y todos, de golpe, empezamos a tener otras historias”.
El boca a boca fue clave para que construyeran un público muy apegado. Para facilitar la compra de entradas, crearon el sistema de ventas por Internet, junto a Alternativa Teatral. Iban a dar charlas a grupos de psicólogos o de periodistas, y especialmente a las universidades. Y lo siguen haciendo. “Mucha gente vino así a ver su primera obra de teatro y sintió que no era un plomo, que no era cierto que no iban a entenderla, que podían tener sensaciones y divertirse”.
De Boedo a Corrientes
Su obra más aclamada –La omisión de la familia Coleman– se estrenó hace doce años y se mantiene en cartelera. Fue llevada a escenarios de distintas ciudades del mundo y en la actualidad se presenta en el Paseo La Plaza de la Avenida Corrientes. “Nació sin ninguna expectativa, de las ganas de hacer algo con mis amigos. Pensábamos hacer tres meses de funciones, con la absoluta certeza de que a nadie le podía interesar una obra realista sobre una familia. Todo lo que vino después fue un regalo”.
Ahora dirige La chica del adiós, una comedia romántica de Neil Simon, y a Mercedes Morán en la obra en la que la actriz estrena dramaturgia –Ay, amor divino-, también en la calle Corrientes. Volvió a la actuación luego de ocho años, en la obra Nerium Park y la protagoniza en Timbre 4 junto a una colega y amiga desde los 12 años, Paula Rasenberg. “Tenía muchas ganas de actuar, es un placer total hacerla, ser dirigido, vivir cosas que el director no vive”.
Trascendiste el off. ¿ cómo se logra sin perder la esencia, sin dejar de ser genuino?
Para mí el teatro es una vocación. La más apasionante que conocí: me excita, me divierte mucho todavía. No creo que implique un discurso ideológico dónde haces teatro, sino cómo lo hacés. Sobre todo en cuanto a la red humana que generás cuando trabajás. Entonces, para mí el teatro sigue siendo un misterio en el mejor de los sentidos. Cada vez que te encontrás con una escena en un taller, lograr que eso funcione, esos actores, ese texto, esa creación, es un misterio, un abismo: no se sabe por qué. Vamos como alquimistas tratando de generar esa chispa que cada tanto sucede y te da la vida. Para mí eso siempre fue mucho más fuerte que el ámbito donde lo hacés. He tenido hermosas experiencias en el teatro independiente y he tenido experiencias horribles en el teatro independiente. Lo mismo me pasó en el teatro comercial, experiencias alucinantes y experiencias feas. No dependían del ámbito, sino de la gente. A partir de que Timbre empezó a evolucionar tuve el privilegio de poder elegir qué hacer: es una suerte enorme. Y empecé a hacer cosas que me daban ganas por el motivo que sea. Todas las obras que dirigí son obras que me interesaban hacer: las podría haber hecho en Timbre. Tengo una idea más de oficio del teatro, más de desafío. Siempre me pregunto ¿podré hacer esto?
¿Qué significa Timbre 4 en tu vida?
La libertad es algo que busqué siempre. Timbre es un espacio de libertad. Todos los espacios de libertad que creás se convierten en cárceles también. Es un trabajo enorme lograr que Timbre siga siendo un espacio fértil, elegido, compartido, que nos permita vivir de nuestra vocación, que no pierda su electricidad, su riesgo, su placer.
¿Cómo ves la escena independiente?
Me parece que está viva gracias, pura y exclusivamente, a la garra que le ponemos todos nosotros, porque el contexto para nada ayuda a que eso suceda. Sin embargo, una vez más, lo autogestivo se vuelve lo más preciado de la creación. Separaría lo artístico de lo práctico. Lo práctico está horrible, está difícil, muchas salas van a cerrar, no se pueden sostener. Estamos deseando que alguien escuche y facilite la posibilidad de que esto no ocurra. Necesitamos que no nos entorpezcan el camino, que nos faciliten la posibilidad de crecer. A nosotros nos subió la luz de 7 mil pesos a 30 mil. Se volvió imposible. En lo artístico es zarpado lo que pasa. Veo mucho contenido, veo cruces estéticos, mucha libertad, propuestas diferentes y honestas. En otras épocas he visto cosas que a mí me parecían más caprichosas, posturales. Ahora veo estéticas que les pertenecen a sus creadores. Pienso en todo lo que se puede hacer con el teatro, todo lo que puede aportar a la sociedad, en la comunicación, el pensamiento, la cultura. Y que eso hoy está en riesgo. Nosotros tenemos desde hace años un grupo de gente de calle que viene a hacer teatro a Timbre y vemos lo que el teatro provocó en ellos y en nosotros. Se produjo un cruce cultural de comprensión, de aceptación, de amor. El teatro te ayuda a ser más tolerante, más sabio, más honesto, te ayuda a conocerte, a poner en palabras tus necesidades, a ponerte en el lugar del otro. Es una fuerza muy grande, que genera movimiento, energía, emoción, comunicación. Es un espacio de libertad.
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