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Parar la olla: La crisis desde los barrios
Más hambre y menos consumo. La droga, la policía y las organizaciones. El trabajo digno, la economía y la autogestión. La actualidad argentina y los futuros posibles, desde la cooperativa de recicladores Bella Flor de José León Suárez y la Unión Solidaria de Trabajadores de Avellaneda. Por Lucas Pedulla.
Son las once de la mañana de un martes helado y en el Centro Comunitario 8 de Mayo, en José León Suárez, la cocinera Clara Beatriz Vega -43 años, 18 en el Centro- revuelve con cuchara de madera un guiso burbujeante que cuida a fuego medio en una olla de metal de 50 litros. La rodean niños y niñas en remera. Ella, parada en puntas de pie sobre un banquito rojo, calcula que hace dos años el comedor funcionaba para 23 familias de lunes a sábado. “Hoy estamos en 47”, dice, sin dejar de revolver.
De fondo hay un taller de percusión, y en una de las paredes una cartulina naranja refleja algunas ideas escritas por esos niños. Parece un juego, pero es un programa político: en una columna se lee “lo que no” y en la otra, “lo que sí”.
Lo que no: Violencia, pegarse, escupirse, malaspalabras, agarase a las piñas, gritarse, enpugarse, matarse, entrar a la cocina sin permiso.
Lo que sí: amarnos, conpartir, escucharnos, ser amable, abrazarnos tiernamente, bañarnos.
Alguien podrá decir que hay faltas de ortografía, pero lo que revela la cartulina naranja pegada a una pared de un comedor de una cooperativa de reciclaje en el fondo del partido de San Martín, al norte del conurbano bonaerense, es otra cosa. Es hasta dónde hay que ir para aprender a leer, con lucidez, el caos.
Lo escribieron niñas y niños de 5 a 11 años del Centro Comunitario 8 de Mayo, apenas uno de los 56 asentamientos y villas de la zona, construido literalmente sobre la basura. El nombre es por su natalicio: este mayo sopló los 20 años de una experiencia territorial que aglutina comida, talleres, capacitaciones y cooperativas de reciclado que crearon un trabajo notable para el medio ambiente y los cirujas que vivían de lo que encontraban en la Quema, el relleno del CEAMSE que recibe casi 17.000 toneladas diarias de desperdicios de 34 municipios del conurbano y de la Ciudad de Buenos Aires.
Hambre que quema
Hoy hay paro docente y María Noemí Amarilla -45 años, 18 en el Centro, 7 hijos-, una de las coordinadoras de la mañana, lo apunta como un dato. “Los chicos desayunan acá, almuerzan acá y meriendan acá. Ellos se levantan y lo que hacen es manotear el primer recipiente que encuentran y se vienen, porque saben que acá va a haber alguien que les va a lavar la manito, la carita y les va a dar una fruta”.
¿Vienen solos? “En el barrio tenemos un gran problema que es la adicción a las drogas. La tenemos en la esquina. Y muchos de los papás de los nenes tienen problemas con la droga y el alcohol”. ¿La droga es paco? “La droga es todo, no sólo paco. Y eso hace que no sólo tengamos que entregar un desayuno y un almuerzo, sino también ponerle una media al que viene descalzo, bañarlo, cambiarlo. La situación no es sólo la pobreza: hay que visualizar este tema como una enfermedad. Los chicos tienen el kiosco a mano y se complica más. Por eso, este es un lugar de contención”.
Niños de seis años que vienen a buscar el guiso solos. “Los tupper que traen son más grandes que sus manitos”, describe Clara.
¿Y qué hacen ustedes?
Los acompañamos para que no se quemen.
Datos de la basura
Lorena Pastoriza -ex cartonera, actual recicladora de basura- es el motor del Centro Comunitario 8 de Mayo: fue su fundadora y hoy integra la Cooperativa de Reciclado Bella Flor, que da trabajo a unas 100 personas del barrio. Su pequeña oficina es un trailer con elementos encontrados en la Quema, al lado de una montaña de basura que se acumula para ser procesada luego en el galpón. “Vi en un noticiero un título que era como estar viendo la tele en el 2001: hablaba de recesión económica”.
¿Ven eso en el barrio?
No lo vemos: lo sentimos. El hambre impacta, además, visualmente. La basura es el indicador de cómo estamos socialmente consumiendo: podés medir la política y la economía a través de la basura. Por ejemplo, hace siete u ocho años, podíamos tener un camión lleno de botellas de vino y de Coca Cola cada 15 días. Hoy, con mucha suerte, estamos sacando uno cada 40. Y no es ni un chasis completo: antes eran 65 fardos, hoy sacamos 45, y tiene que pasar más de un mes. Eso te indica la caída del consumo. El vidrio también: de un tacho por semana pasamos a uno cada tres semanas.
¿Qué encuentran?
Yerba. Papel higiénico.
En Bella Flor saben que la yerba es, muchas veces, el reemplazo de un plato de comida. Jesús Amengual, del Centro, sigue dando números más certeros que el INDEC: “Tratamos 180 mil kilos de basura por día: recuperamos alrededor de 24 mil. Antes era un 35%, hoy estamos debajo del 15”.
Nora Rodríguez, 50 años, otra de las referentes del Centro, completa el panorama económico: “En estos últimos dos años se duplicó la complicación: cada vez tenemos menos material para reciclar. ¿Y sabés por qué? Porque volvió la gente a la calle: con carros, con pequeños changuitos, con cirujeo manual”.
La ecuación es menos fuentes de trabajo, menos materiales y más gente en la calle. Lorena: “En el barrio eso se traduce en la descomposición de la familia. La pobreza la arranca en pedazos, la destripa. Es una característica de la marginalidad. Y a eso sumá las drogas, las nuevas armas que usa el sistema para hacernos pelota”.
Desde la cocina del comedor, y con la misma precisión con la que separa zanahorias, corta cebollas, abre bolsas de arroz y mide la salsa para una olla de 50 litros, María dice: “La droga empezó a pegar muy fuerte hace dos años y medio”. Los vecinos cuentan que hace tres años se menudeaba marihuana, pero hoy el negocio es la cocaína. “Ni siquiera es cocaína: es crack”, precisa Lorena. Jesús suma a la complejidad: “Y el transa tampoco es el enemigo: es parte de una economía emergente de un barrio en una sociedad que se descompone. Atrás se esconde un negocio donde está la policía, el fiscal, el juez y el político, pero sólo cae el gil que es un vecino que hace eso para vivir”.
Una secuencia del barrio que no sale en Netflix: “Los soldaditos de la esquina están vendiendo. Llega la Brigada de la Bonaerense. Los soldaditos gritan ‘elisa, elisa’, la señal de alerta. Escapan. La Brigada copa la esquina. Lo insólito: comienza a vender por la ventanilla del móvil. Llega la Gendarmería. La Brigada escapa. Los gendarmes rompen las casas y se llevan al vecino drogado que estaba tirado en la esquina”.
Lorena: “Antes no había los muertos que tenés hoy en el barrio: hoy tenés uno por semana. Eso no estaba, no había esa violencia. Y también están cambiando las formas de matar o morir: hoy se usa prender fuego, como cualquier serie narco. Cambió la forma. ¿Por qué? No tengo análisis: hay que pensarlo. Pero esto se está dando”.
Jugar en equipo
En la otra punta del conurbano, y también desde la basura, floreció hace 15 años una organización. La Unión Solidaria de Trabajadoras (UST), en Avellaneda, es una cooperativa que se hizo cargo de recuperar y forestar el relleno sanitario del CEAMSE luego del cierre de Techint, en 2003. Eran 35 compañeros y hoy son 77, sin contar quienes trabajan en el polideportivo, en el centro agroecológico, en el bachillerato popular, en el comedor, todo construido por ellos mismos: entonces son 150. No sólo recuperaron trabajo, sino que crearon vida. Un ejemplo literal: plantaron 38 mil árboles en 350 hectáreas.
“Nos pasamos reuniones tratando de ver cómo nos ordenamos, nos organizamos y, sobre todo, cómo salimos de esta situación”, resume el proceso actual Mario Barrios, referente de la UST. “No veo otra salida que un gran quilombo, y eso siempre lo paga la gente más pobre. ¿Vamos a empezar a discutir si aumentan el salario social complementario de los que se están cagando de hambre? ¿En una sociedad tan fragmentada, donde los mismos pobres hablan de los negros de mierda y de las pibas que se embarazan por la asignación? Ahí nos han llevado”.
¿Qué salidas se ven, entonces?
Es complejo. Venimos trabajando eso con muchas organizaciones a nivel país, donde la situación está igual o peor: todas prevén un estallido, que la cosa no aguanta. Ahora: ¿cuáles son las estrategias? ¿Cómo nos juntamos más? ¿Cómo nos cuidamos? No hemos trazado una hipótesis en caso de que la conflictividad avance, pero sí planteamos cómo potenciamos nuestras organizaciones para defendernos y cuidarnos. O se resuelve por las buenas o por las malas, y por las malas pierde el que menos puede. Las diferencias son brutales: no merecemos pasar por la situación que estamos pasando, y eso es producto de la decadencia de la dirigencia que tenemos.
El logro de organizaciones como la UST fue saltar sobre los dirigentes.
Soy un convencido de que la economía social es una salida al sistema capitalista: lo demostramos. Pudimos hacer cosas que ni nos hubiésemos imaginado. Hoy hay 120 pibas que juegan al hockey en nuestro polideportivo, los chicos en fútbol infantil, la escuela secundaria. Veníamos en velocidad pensando el recambio generacional, la universidad de los trabajadores, pero ahora estamos trayendo de nuevo a nuestros jubilados para ayudar a pasar la situación compleja que atraviesa a las cooperativas.
¿Cómo se hace, en estos contextos, para hacer cosas que nunca imaginaste?
Nadie creyó que las pudiéramos concretar sin que se haga lo que normalmente pasaba: no nos choreamos plata, no cagamos a nuestros compañeros. Ante la decadencia, eso parece mucho. El combustible es la confianza en el otro. Y la herramienta es la comunidad. El orgullo más grande es que nada es de uno, sino de todos”.
Claves para subsistir
La Bella Flor y la UST son dos raras avis en esta cancha embarrada: a pesar de todo, siguen produciendo. “Al menos no tan heridas”, resaltan en José León Suárez. “Laburamos muchísimo en la época en que muchos hicieron la plancha o, por ahí, jugaron más a hacer política. Nosotros seguimos sembrando. Nuestro gol fue pensar en que el proyecto productivo se sostenga. Pensamos en la autonomía y en la autogestión de toda la organización. Así metimos la planta de reciclado: eso sostiene la pata educativa. Lo que nos permitió subsistir fue no habernos prestado como objeto de ningún partido de ningún color, de los que ganaban 70 lucas y nos pelotudeaban cuando vos ganabas nada, pero que hoy son los que vienen a pedirte laburo. A nosotros no nos dieron nada. Y fue el momento más crítico del comedor: no teníamos para hacer un guiso porque el único programa nos lo sacaron para dárselo a la ´orga nacional´. Hay una falta de respeto enorme a las organizaciones de base: la dirigencia va por un lado y las realidades de los sujetos por otro”.
¿Y en Avellaneda? Barrios: “Todo lo que hicimos fue con la inversión concreta de la plata de nuestros compañeros. Y hubo una buena gestión. Pero este Gobierno profundizó todo lo peor y no dejó una cagada por hacer. Nos peleamos mucho con el gobierno anterior: nosotros somos militantes barriales, la mayoría viene del peronismo, y le exigimos mucho más que a Macri. ¿Ahora qué podíamos esperar? Nada. Nosotros ya deberíamos tener la ley de expropiación en marcha, los créditos blandos que siempre pedimos y las políticas públicas para no quedar a merced de esta gente”.
Un cachito de cielo
¿Qué se puede hacer con tanta basura alrededor? En José León Suárez, Nora cuenta que empezó a cirujear a los 16 años: “Ser ciruja es ser libre. Trabajás con libertad, no tenés horarios ni que darle explicaciones a nadie. Es un trabajo que te dignifica porque no salís a chorear. Y te enseña a valorar mucho, porque si cirujeás una pava, la valorás. O un colchón, una plancha, una secadora de pelo. Todo lo que es mío, lo gané yo”.
Teresa Pérez, 34 años, es la coordinadora educativa del Centro: por los talleres pasan 100 niñas y niños del barrio de hasta 15 años. “Este relleno sanitario es el único que tiene aceptación de los vecinos porque hay muchos recicladores. El CEAMSE tiene 2.000 tipos, 2.500 camioneros, 500 policías, 5.000 cirujas, y el que se queda sin laburo sabe que tiene la Quema: es la opción para no morirse de hambre. Eso lo aprendí acá: con la Asignación Universal por Hijo como base de ingreso, el pobre se la rebusca. Eso no quita la responsabilidad del Estado: el profesor de matemática del Centro lo sostiene la cooperativa. ¿Cómo puede ser que lo mantenga una cooperativa de cirujas y el Estado diga que no hay recursos? ”.
Lorena piensa: “Macri hizo todos los deberes. Ya está. Terminó. ¿Qué sentido tiene discutirlo? Tenía un mandato del Banco Mundial, del FMI: lo cumplió. Ahora no tengo idea lo que se viene. Pero asusta. En el morfi, claramente, impacta. Entre hoy y el 2000 no hay diferencia: creció la demanda en comedores, las pibas empiezan a tener enfermedades broncorrespiratorias, los hospitales están inundados. El reciclado de la pobreza es terrible. La diferencia, me parece, es la militacia. No nos es igual pensar la resistencia hoy que en 2001. También porque cambian las formas. Son más perversas. Y la violencia de Estado se nos está haciendo común. La ejecutan y nosotros estamos haciendo agua, pensando en quiénes pueden ser los candidatos del 2019. Realmente estamos en otra dimensión. Mi frase es: la salida fue, es y será siempre colectiva. Llamala utopía, esperanza o como quieras. Es lo único que nos da un cachito de cielo. Siempre. Es una forma de vivir. Y tiene que ver con quiénes somos nosotros, de dónde venimos, por quién fuimos paridos. Hay una memoria”.
Jesús: “Una memoria de organización con una base de amor, de arte y de educación”.
Lorena suma: “Y que no es discursiva, sino de acción. Estamos llenos de discursos. Pero el tema ahora es cómo salimos de esta. Por ahí es donde tenemos que hilar fino. Mirarnos. Sentirnos. Es hasta una obligación que tenemos los que asumimos más responsabilidades, porque ahí va a estar la diferencia de cuántas vidas más o menos nos lleven estos procesos: nadie quiere más muertos en una plaza o en una esquina. No queremos más sangre nuestra. No queremos más mártires. Por eso, tenemos que ser muy criteriosos. Estamos obligados a repensarnos”.
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