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La vida de Néstor: una historia de película

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Néstor Saracho fue atropellado el 3 marzo y seis meses después fue dado de alta. En el medio, en el hospital y en el país, pasó de todo: devaluación, operaciones, FMI, amputación. Cómo ve la vida, hoy, un artista de la autogestión. Por Franco Ciancaglini.
Atención: esta película contiene escenas explícitas de lucha, amor y autogestión.
Su protagonista es Néstor Saracho, aunque el guión que se rodó durante los 6 meses y 1 día en los que estuvo postrado en dos hospitales tiene una trama colectiva.
Si esta historia fuese una película, debiera ser algo así como una liga de superhéroxs, o la de un hombre que le ganó a la muerte.
Apaguen sus celulares, que está por comenzar la función.

Crónicas emergentes

Según la RAE, un accidente es un suceso imprevisto que altera la marcha normal o prevista de las cosas. Dicho así, no suena tan mal. Sin embargo, a Néstor Saracho lo atropelló un conductor ebrio en una calle sin veredas ni luces en Bernal, en un hecho que cualquiera llamaría accidente. El hecho sin duda alteró la (a)normalidad de su vida, dejándolo sin una pierna, pero todo en esta historia está cargada de un sentido no lineal. Según publicó entonces lavaca.org en la nota La banalidad del mal: “No fue un auto lo que atropelló a Gladys y a Néstor, sino los estilos de vida que sólo parecen poder propagar falsa distracción, verdadera ebriedad, falsa felicidad y verdadera muerte, mientras algunas personas como Gladys y Néstor intentan otra cosa: que el mundo sea un lugar menos oscuro”.
Aquel 3 de marzo de luna llena Néstor volvía junto a su hijo, Tobías, su madre Elba y una amiga suya, Gladys Romano, de realizar una actividad un tanto extraña: una caminata lunar. Más acá de la NASA, así llama la Asamblea No a la entrega de la Costa Quilmes-Avellaneda a las visitas nocturnas que hacen a la reserva natural de Bernal, siempre amenazada por proyectos inmobiliarios. Fue entonces que, a eso de las 21:30, sobre la calle Espora, único acceso al río pero sin veredas ni luces callejeras, un conductor alcoholizado atropelló a Néstor y a Gladys, dejando sin vida a la mujer. Néstor estuvo primero en la terapia intensiva del Hospital Municipal de Quilmes, y luego pasó a la misma sala pero en el Hospital Cosme Argerich, en el barrio de La Boca.
Con el correr de los días los enfermeros empezaron a recibir extrañas visitas para el paciente Saracho. “Gente rara”, definía una enfermera, en el buen sentido. “Y sobre todo, mucha gente”. Directores de cine, periodistas, editores, trabajadores de fábricas recuperadas, abogados, desempleados, investigadores, monotributistas crónicos, niñas y niños, y sobre todo, mamá Elba y la novia Ceci. “¿No era que Néstor filmaba cortos, nomás?”, le preguntaban otros familiares a Elba, pero ella también estaba sorprendida por la diversidad del aluvión.
En los primeros encuentros en el Hospital de Quilmes en la cola para donar sangre, invierno a las 7 AM, la escena se repetía:
-¿Para qué paciente?
-Néstor Saracho.
-¡Otro más!
Entre pronósticos de desmayos y desayunos de mate cocido con galletitas, por esos días se fue gestando el primer Saracho Fest, un evento que idearon los distintos colectivos en los que participa Néstor para juntar fondos para él y su familia. El festival logró recaudar más de lo imaginable, además de toda la energía que vibró al ritmo de Susy Shock y voló desde el Galpón Santoro en Avellaneda al hospital de Quilmes, donde Néstor peleaba por su vida.
Aquella tarde se rodó la filmografía de Néstor (cuatro películas, incluyendo la premiada en el Festival Internacional de Documentales de Santiago de Chile, Crónicas emergentes), y el momento emotivo fue cuando sus alumnos del taller de la Isla Maciel presentaron el cortometraje Terraplén.
Hubo más movidas y festivales, malabares horarios para cuidar a Néstor, contactos e ideas que empujaron una recuperación que todavía sigue en marcha.
Spoiler: la película tiene final feliz. Néstor volvió a su barrio, a la Torre 80 de Villa Corina, para seguir escribiendo su propia vida.

Memorias de un futuro

Antes de entrar en la trama conviene saber que Néstor Saracho:
Es director de cine (y guionista, sonidista, montajista, etcétera, de sus propias películas).
Padre de Tobías, 9 años.
Integra la cooperativa editorial Muchas Nueces.
Impulsa la cooperativa Níspero Audiovisual, desde donde organizan los festivales Conurdocs.
Es parte de la Asamblea de vecinos No a la entrega de la Costa Quilmes-Avellaneda.
Docente de talleres audiovisuales en Isla Maciel.
Ha formado parte del Movimiento de Fábricas Recuperadas.
Y más.
Néstor también teje redes con grupos como Azulado, Silbando Bembas, Muralismo Nómade y tantos otros colectivos conurbanos que sería casi infinito enumerar.
La idea se entiende: Néstor, además de no frenar, es una especie de rizoma de distintos grupos autogestivos que construyen su caminito al costado del mundo, haciendo distintas cosas, pero por el mismo lugar y con el mismo sentido: por abajo y hacia adelante.
Basta retomar el día del atropello para dar un ejemplo. Lo último que recuerda Néstor de aquel momento no es la caminata lunar, sino lo que había hecho a la mañana: un mural en las vías del tren en Wilde junto a la gente de Azulado. Desde allí traza la primera no-metáfora de una tarde soleada en la Torre 80: “Los de Muralismo Nómade me mostraron que no existe un color violeta sino que hay 20 violetas, y ellos eligen uno: lo hacen más oscuro, más líquido, más lavado”.
La pincelada permite entender que, así como colores, tampoco existe una sola realidad. En los pasillos del hospital convivieron mundos y personas inesperadas, y muchxs aprendimos a valorar cuál de esas realidades es más importante o urgente. La recuperación de Néstor pasó a ser una agenda en sí misma, más allá o más acá de ajustes, deudas y represiones. La famosa dimensión humana, la escala donde actuar y sentirse útil. “Si me decías que iba a estar rodeado de 20 personas en la habitación haciendo chistes, no me lo esperaba”, dirá Néstor. “Tal vez en mi soledad, al estar encerrado uno se desespera y dice ‘acá no hay salida’. Ponerse a pensar si a mi cumpleaños van a venir tantas personas a tal hora no funciona, no podés contar con eso. Pero de pronto aparece. En medio de la acción tiene que estar la sorpresa. Por ahí lo que está sucediendo ahora es que por otro lado viene apareciendo un caminito”.
Sí: durante la charla Néstor no hablará pensando en él, sino en todxs. También en su madre Elba, que a su lado sigue sin salir de la sorpresa: “¡Toda la plata que se consiguió! Y antes del tiempo en que se necesitaba. ‘Ustedes no tienen que hacer festivales’, nos decían. Tienen que hacer trámites para que los subsidien… ¡Hubiéramos tardado meses!”.
Otra idea para anotar: los recursos humanos, las ideas y el tiempo suplantaron lo económico, que a veces se presenta como la única salida posible. E incluso cuando la traba fue el dinero, estos colectivos que suelen vivir al margen de la lógica del mercado supieron generar la plata que faltaba.
Néstor fue atendido en el sistema de salud pública, con diferencias abismales de un lado y otro del Puente Pueyrredón. Sin ahondar en detalles que requerirían otra nota aparte, Néstor señala qué lo salvó: “Hay kinesiólogas, nutricionistas que nos cruzamos en el hospital, a las que les interesa lo que hacen, que se arremangaban para ayudarte. Gente con pasión. Tal vez fue esa fuerza junto con todo lo médico y las reparaciones. Cada uno hizo lo que tenía que hacer; parece muy obvio, pero no: es lo fundamental”.
Otro apunte: actuar en el momento indicado. Y hacerlo con pasión.
¿Tuviste miedo?
Sí. Lloré mucho de noche. Ya estaba con los ojos abiertos, pero me sentía perdido. Sentí bastante miedo. Después salí del lamento y me fui para otro lado: apareció en escena toda esta ayuda que no esperaba y la aproveché. Eso fue clave.
¿Qué otra cosa te dio fuerzas?
Pensar en nenes de 9 años y preguntarme si se imaginaron otro mundo posible. Ahí tiene que estar la respuesta a lo que estás pensando: existe otro mundo a través de la acción. Esos nenes lo van a hacer posible.
¿Estás pensando en Tobías?
Sí, pero sobre todo pienso en lo contento que él salió de esta situación. No desesperó nunca, siempre hizo chistes, hasta bromeaba. Y eso a mí me sorprendía.
En eso salió al padre
Pero, digo, yo en esa situación quizá decía “listo, no podemos hacer más nada, nos tenemos que ir, hay que sincerarse”… Lo que era necesario era tomarse el tiempo, el momento y la energía para pensar que algo bueno podía suceder. Que es algo que no estamos haciendo.
Otra clave: el humor y el optimismo en tiempos difíciles
Es verdad. En el hacer nos impregna la solemnidad, y eso a veces nos hace olvidar de hacer bromas o de disfrutar. Ponerse en el lugar de tristes luchadores no va para adelante ni para atrás.
La vida de Néstor: una historia de película

El acto de recordar

Como en la película Goodbye Lenin, algo de la historia de este país cambió durante la estadía de Néstor en los hospitales. Cuando despertó todas llevaban pañuelos verdes en sus mochilas. Había 10 Ministerios menos. El peso se había devaluado un 40%. Y el gobierno se había endeudado por más de 50 mil millones con el FMI, entre otros detalles.
Néstor se fue enterando paulatinamente de estas buenas nuevas gracias a una televisión que instaló su novia Ceci en la habitación de terapia. Si bien predominaron los documentales de Canal Encuentro y las pelis de su adorado Chris Marker, también aparecieron los noticieros: “Por un lado miraba los anuncios y decía no, no puede ser… Pero por otro, lamentablemente, estamos acostumbrados a sufrir este tipo de gobiernos”, dirá. Cabe aclarar que Néstor, 37 años, fue un joven activo en el proceso de recuperaciones de varias empresas recuperadas post 2001, entre otras fórmulas que crearon nuevos paradigmas en los peores momentos. “Pasa más por preguntarse qué hacemos que preguntarse qué hacen los canales de televisión en este momento”.
Atrás, la tevé en piloto le da la razón: Deportivo Luján y Estudiantes de Buenos Aires empatan 0-0.
Entonces, ¿qué hacemos?
Hay que inventariar las cosas que tenemos y que nos rodean y en base a eso nacen las acciones. Con lo que tenemos, preguntemos qué y cómo se hace. Cómo se recicla, cómo organizar una caminata lunar, cómo fabricar un libro. Ahí puede haber un principio de respuesta. Tal vez estamos necesitando quedarnos quietos y pensar. Es tiempo de leudar.
Otra aclaración pertinente es que Saracho despliega altos grados de poesía y lucidez para salir de las reflexiones clásicas, e incluso para inventar palabras. La última es “nisperearla” y surgió tanto del nombre de la fruta como el de la productora audiovisual que integra. “Nisperear”, un poco caprichosamente, significa activar, hacer con entusiasmo.
Y leudar: dejar fermentar una masa de modo que aumente su tamaño.
Entonces: leudar y nisperear.
Néstor tuvo que leudar a la fuerza: “Recién hace dos meses abrí los ojos. Hubo cuatro meses que nada, estuve como apagado. Eso me hace pensar en que no sé hasta qué punto apagarse es necesario, o es posible. Desenchufarse o apagarse, desconectarse un ratito para ver para adónde vamos”.
Néstor utiliza una frase que también puede funcionar como una no-metáfora: abrir los ojos. Abrir los ojos, o despertar, es algo que conviene hacer en cualquier caso y ante cualquier situación, sobre todo en las que nos desorientan: “Ahora miramos las noticias y es desesperación, habla el Presidente por cadena nacional, saqueos… Nosotros mismos nos cruzamos y decimos ‘qué mal que está todo’. En ese momento, en esa reflexión, es que se nos pasa el tiempo en el que podríamos ponernos a pensar en una acción de cambio o de interpretación. Algo concreto. Lo que no hay que hacer es desesperarse en el momento por algo que no está sucediendo, sino preguntarse. Y ubicarse. Me refiero a ubicación no desde el reto, de ‘sos un desubicado’, sino de ubicarte donde estás para que el hacer transforme”.
En ese sentido, Saracho cuenta en qué está pensando para su nueva vida: “Primero, continuar con las tareas de rehabilitación, pero a su vez ponerme al servicio de la rehabilitación del barrio. Nunca me pregunté cómo se solucionan los problemas del barrio. En la tele dicen que es delincuencia, choreo, drogadicción. Y no, pará: hay que arreglar la vereda. ¿Cómo hacemos? Los ascensores, el agua, los baños, las cloacas”, enumera, mientras señala a sus costados.
Un calendario que viajó desde el Hospital arroja otra pista hacia el futuro. Está puesto en septiembre pero el único día en el que está escrito algo es el 23: “Conurdocs”, dice en fibrón negro, en referencia al festival itinerante de películas de cineastas del conurbano que esta vez tendrá sede en Guernica. Pronto, vaticina, también habrá proyecciones para su barrio Villa Corina, quizá como parte de esa rehabilitación. “Estamos haciendo un largometraje”, agrega. “Como siempre, estamos empezando a filmar y después vemos cómo se arma la película”.
Si bien el futuro film no tiene forma, hay una lista de frases que lo guía. Fueron anotadas cuidadosamente durante su estadía en el hospital. Néstor maneja la silla de ruedas hasta su cuarto, vuelve y elije leerlas de corrido: “El acto de recordar. Estar perdido en el tiempo. Descubro un devenir. Sospecho que puedo tener sorpresas. Nos vemos el lunes. Autopistódromo. Sentipistas. Cómo hacemos para entrar, para reír. Respirar. Respirar en el tiempo”.
Cierra el cuaderno, respira hondo, y dice: “No sé hasta qué punto el que se acostó en la habitación es el mismo que soy ahora. Eso me lo voy a preguntar siempre, y no sé si me lo voy a responder algún día. Lo que sí sé es lo que a me sucedió me hizo reafirmar quien fui”.
Quizá ésa sea otra de las lecciones de esta historia: hacer cosas que nos den vida.

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