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El semillero: Marcos Filardi y el Museo del Hambre

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Documentó el hambre en África y recorrió 260 localidades argentinas. Al volver, hizo un mapa de la soberanía alimentaria y creó un espacio para compartir saberes y sabores. POR LUCAS PEDULLA
Estamos en un subsuelo de una casona de Boedo, entre una biblioteca popular con libros de soberanía alimentaria, muebles con productos agroecológicos y paredes con dibujos de la Pachamama y el científico Andrés Carrasco. Pero el abogado Marcos Filardi propone un viaje en el tiempo.
Nos vamos a 1985.
Misma casona.
Un niño de 5 años frente a la televisión ve imágenes de niños de su misma edad muriendo de hambre en Etiopía. Escucha que un millón de personas mueren por desnutrición a la vera de los caminos y frente a las cámaras que globalizan la tragedia. Ve imágenes de Somalia, Eritrea y Sudán, que brutalmente representan la crisis alimentaria en el Cuerno de África: el 42 por ciento de la población del conjunto del este del continente está desnutrida. El hambre a escala mundial.
Aquél niño hoy dice: “Lo que yo veía en tevé eran pibes de mi misma edad muriéndose por no poder comer, cuando en el mundo por primera vez hubo alimentos suficientes para todos. Es muy significativo, y ahí entendés que el hambre es un problema netamente político, de distribución, de falta de acceso, y no de producción y de disponibilidad. ¿Cómo es que en este mundo tenemos personas y niños que se mueren por no tener acceso a las calorías mínimas para mantenerse con vida? Esa pregunta fue la semilla de un viaje que quise hacer desde chico por África y Asia para ver la cuestión de la desnutrición aguda como un problema de derechos humanos”.
De esa semilla también brotó otra idea: convertir el hambre en una pieza arqueológica. Es decir, en un artefacto de museo. Y su base de operaciones es este subsuelo en una casona de Boedo.

Las muertes silenciosas

El Museo del Hambre se presenta como un “centro de lucha” por la soberanía alimentaria, “único camino que nos puede llevar a la erradicación del hambre”, dirá Filardi. También como un punto de convergencia, de encuentro y de reunión; se plantea como una “unidad del buen vivir” para compartir experiencias y herramientas de forma colectiva.
Pero, sobre todo, el Museo es el resultado de un viaje y una investigación.
Algunos datos previos:

  • “Hoy podríamos alimentar adecuadamente a 12.000 millones de personas, casi el doble de la población mundial, y sin embargo 842 millones de personas pasan hambre”.
  • “Cada 7 segundos un niño menor de 5 años muere por causas relacionadas con la desnutrición”.
  • “1.500 millones de personas tienen sobrepeso y 500 millones, obesidad”.

Filardi comenzó ese recorrido a los 26 años después de recibirse de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Primero fue integrante de la Unidad Fiscal de Coordinación y Seguimiento de las causas por violaciones a los Derechos Humanos por parte del Terrorismo de Estado, de la Procuración General de la Nación. Luego, hizo el viaje que le quitaba el sueño desde niño: África. “El hambre que ves es el hambre crónica que no genera titulares en los medios, porque es silenciosa”.
A partir de su experiencia en el viaje, la Defensoría General de la Nación lo contactó porque estaban llegando al país jóvenes africanos como polizones en los barcos. Filardi pasó así a coordinar el programa de protección de refugiados y, más tarde, fue designado Tutor Público Oficial. Luego, siguió a la Comisión del Migrante. En ese lapso volvió a África, sobre todo a las zonas de las que llegaban los jóvenes, en su mayoría varones de entre 16 y 18 años. Y le planteó al Consejo de la Facultad de Derecho de la UBA la necesidad de discutir el hambre como un problema de derechos humanos. Allí convocó a diferentes personalidades que trabajaban la soberanía alimentaria. “Era un seminario novedoso, porque el estudiante de abogacía no está acostumbrado a escuchar voces de otras disciplinas. Así fuimos creando distintas cátedras libres de soberanía alimentaria. Hoy son 44 espacios en todo el país”.

Museo del futuro

En 2016, Filardi se subió a su Alfa Romeo 164 modelo 95 (al que bautizó Rocinante) y recorrió 260 localidades de las 23 provincias del país en un trayecto de 50.000 km. “Fui a documetar las violaciones a los derechos humanos del sistema agroindustrial. Conflictos por la tierra, desplazamiento de pueblos originarios, el drama de los agrotóxicos, las escuelas rurales fumigadas. Megaminería, el fracking, las represas. Pero también vi las asambleas socioambientales que resisten y las formas de creación de otro tipo de producción”.
Filardi está volcando toda esa experiencia en un mapa de la soberanía alimentaria, y al volver abrió también el Museo del Hambre, espacio que este 1º de agosto cumplió un año. Durante ese tiempo pasaron talleres de huerta agroecológica, intercambios de semillas, mercado sano, seguro y soberano, muestras artísticas. “El hambre no es un problema del clima o de la falta de medios y saberes para la producción de alimentos -dice Filardi-, sino que la tierra no es accesible porque está concentrada en pocas manos destinadas principalmente a la exportación”.
¿De qué trata, entonces, el Museo?
Hoy nos damos cuenta de que la erradicación del hambre terminó siendo el argumento falso preferido del modelo agroindustrial, que dice que tenemos que hacer más producción con más transgénicos para alimentar al mundo, porque en 2050 vamos a ser 9 mil millones de personas. Por eso decimos que es un centro de lucha: lo que realmente nos va a permitir la erradicación del hambre es garantizar que todos estemos bien alimentados. Y esa lucha es por la soberanía alimentaria.
¿Cómo la definirías desde la experiencia de tus viajes?
En el recorrido puse el ojo en la producción local agroecológica de alimentos para el abastecimiento de las necesidades alimentarias locales. Allí te encontrás con muchas personas de distintas trayectorias, desde las que empezaron un camino de producción tradicional y luego la abandonan hasta experiencias agoecológicas que pueden ir desde una pequeña producción para autoconsumo hasta campos de 640 hectáreas. Luego sigue un segundo eslabón, que son las prácticas de distribución de alimentos que escapan al hipermercadismo concentrador: las ferias del productor al consumidor, los mercados de cercanía, las compras comunitarias, los sistemas de siembra compartida. Y un detalle: todo esto atravesado por un componente muy fuerte en las luchas y resistencias en los territorios.
¿Qué rol cumple el Museo allí?
Argentina es un país que tiene un potencial tremendo para la producción de alimento sano, seguro y soberano, hasta de exportación, pero predomina un sistema agroindustrial ecocida en base al monocultivo. Por eso, este espacio es un punto de encuentro entre quienes venimos transitando esos caminos, que se convierte en una caja de resonancia de lo que pasa en los territorios. Es una manera de abonar a que seamos semillas de multiplicación de todo eso que también está pasando. Una proyección de cine debate, un libro, un taller, pueden ser la excusa de encuentro. Pero el objetivo principal es compartir saberes y sabores.

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