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Bruto cine: Entrevista a José Celestino Campusano
Estrenó un film sobre un joven gay en el campo, con una vida marcada por abusos sexuales de curas. Historias reales sin actores reconocidos, que recorren festivales internacionales. De las trampas del cine comercial a la autogestión grupal, una carrera de película. NÉSTOR SARACHO
José Celestino Campusano es un director, productor, guionista de cine y televisión que se hizo bien de abajo. Arrancó a filmar con la premisa de privilegiar ciertas historias y personajes que no estaban siendo abordados o que eran abordados de manera estigmatizante: putos, tortas, travas, marginales, motoqueros, metaleros y, ahora, gauchos. Con cada largometraje fue creciendo técnicamente, y nunca dejó de privilegiar a esos relegados por el cine nacional. Y paso a paso, peli a peli, se fue haciendo un nombre que hoy ya es marca registrada en festivales argentinos y ahora en Europa, donde su última película, Hombres de piel dura, lo está terminando de consolidar en los festivales más prestigiosos.
Dice él: “Sentía que el espectro audiovisual estaba poblado de personajes hipotéticos, muchas veces representados por actores reconocidos, que en mi mirada poco o nada tenía que ver con la fuerza e identidad de las vidas de las periferias. A partir de ahí decidimos que nuestra productora Cine Bruto estaba destinada a registrar sus procesos de vida y sus códigos de convivencia tan particulares y asombrosos”.
En Hombres de piel dura Campusano se enfoca en la historia de un joven gay hijo de un patrón de estancia viudo y machista. Solitario, el joven encuentra calor y sexo en algunos gauchos de su propia estancia y de la zona, que lo sacan de una relación con un cura del pueblo para mostrarle otro submundo gay-rural lleno de doble vida, secretos y libertad. “Es una película cuyo guión fue concebido hace 15 años y tiene que ver con hechos absolutamente reales”, cuenta Campusano. “Todas nuestras películas queremos que sean de carácter explorativo-etnográfico. No están hechas para quedar bien con nadie, pero sí para contar las contingencias de sectores muchas veces invisibilizados”. La película plantea una fuerte denuncia a la Iglesia Católica al narrar historias cruzadas de curas de distintas épocas y lugares que coincidían en la práctica del abuso sexual infantil, la mayoría de las veces de jóvenes desamparados.
El club del clúster
Su faceta menos conocida es la de activista ambiental. Ya sea para organizarse contra la construcción de un basural en El Pato, como en una caravana en defensa de la Asamblea contra el Vial Costero en Vicente López, Campusano se suma a distintas movidas y traza un puente con su carrera cinematográfica: “Básicamente trabajamos por la comunidad en toda esa experiencia tan intensa del área social, no sólo ambiental. En El Pato, conseguimos que se sacaran todos los prostíbulos. Tmbién organizamos actividades contra el tema del narcotráfico. O sea: facilitar representatividad y recursos audiovisuales a diferentes sectores sociales también es una forma de servicio”.
Campusano es además uno de los fundadores del Clúster Audiovisual de la Provincia de Buenos Aires, una organización conformada por personas a las que les gusta hacer cine. “Es una organización comunitaria que se reúne mensualmente para pensar estrategias para el sector. Cualquier persona que cubra y que entienda los principios puede acceder a la mesa coordinadora y no hace falta tener antecedentes en el área audiovisual”.
¿Qué hace, concretamente, el clúster? “En el marco de esta red no nos involucramos con la parte de contenidos. Los contenidos son totalmente libres y decididos por los propios aportantes. Sí nos metemos con las instancias de producción. Que sean instancias amables, que no haya maltrato, que las personas puedan ir al baño, hidratarse y que haya un período de descanso”.
Desde tu experiencia, ¿qué cuestiones fuiste aportando al clúster?
El marco principal es que vos podés tener una carrera perfecta, lógica y reconocible sin apelar a fondos concursables. El tema de los fondos es muy estresante, tienen forma muy esporádica y cada vez más disminuida. Tener una carrera pendiente de ellos se complejiza y hay otras formas de producir con mayor constancia y con total libertad.
¿En qué estado está la industria nacional respecto al financiamiento?
Es algo que va más allá del INCAA: es a escala latinoamericana. Vengo viendo desde hace unos 10 años que los festivales cada vez tienen menos apoyo, incluidos los nuestros; año a año se nota un detrimento justamente de la producción, los fondos son cada vez más restringidos, el avasallamiento de las distribuidoras norteamericanas es cada vez más notorio. En base a esta realidad es que hemos desarrollado justamente la Red Internacional de Clústers Audiovisuales para poder llegar a escala continental y sin pasar por ciertos organismos. Pero también tenemos un esquema de proyección que abarca varios países y no tenés que pagar por ello. Simplemente tenés que esperar un turno para que se te programe.
¿Qué pasa con los festivales?
Es muy difícil entrar en festivales en líneas generales. Primero, si no te conocen, porque no te conocen; y segundo, cuando tenés muchas películas, porque tenés muchas películas. Me cuesta muchísimo que entre una película nuestra en un festival. De hecho nosotros nos desligamos: tenemos una distribuidora que ya tiene justamente su red de contactos y promueve retrospectivas o películas en competencia, o vende las películas a otros distribuidores. Yo fui distribuidor, estrené acá en el país y decidí conscientemente no ser parte del área de distribución porque es muy caótica y tenés que dedicarte a eso. Yo me dedico hacer contenidos.
¿Cómo se sobrevive en se mundo del cine comercial?
Hay que algo que no negociamos que es el corte final, los contenidos y la elección de los personajes. De hecho nos ofrecieron dirigir para una productora de contenidos masivos y dijimos que no, porque en esos casos siempre algo cedés. Y la vida pasa muy rápido para hacer cosas de las cuales no estás convencido. Entonces prefiero dedicarle el tiempo a películas que amo hacer y siento que me representan y que son un servicio para la sociedad. Las otras, que las haga otro.
Si viene Netflix y quiere comprarte una película, ¿qué le decís?
Si la pagan, bueno, justamente derivaremos ese dinero a nuevas producciones cooperativas. Así que no habría ningún problema.
Hablabas del cine como un servicio a la sociedad. ¿Por qué el cine es un buen lenguaje para eso?
Tengo fascinación por el cine desde los 2 ó 3 años, cuando pude empezar a verlo. No puedo explicarte por qué, pero tengo una devoción total. He practicado otras variantes artísticas como fotografía y pintura pero no me cautivaron al nivel del cine. Hay una cuestión de introspección a la que te puede llevar el cine que incide en el inconsciente colectivo. No es lo mismo que se hagan películas como se hicieron acá, que si no se hacen. No es lo mismo que podamos abordar ciertos temas, o que no podamos. Tengo un amigo que me decía que filmar en España una película contra la policía como acá es imposible. Pero que se haga una película sobre las fuerzas criminales españolas, no es lo mismo. Entonces el cine tiene una incidencia en las construcciones sociales. Una fuerza total.
¿En qué momento creés que la industria se apropia del cine y deja de contar historias de ese tipo de denuncias?
A mi juicio fue en la guerra de Vietnam, cuando el audiovisual estaba del lado del vietnamita porque en los noticieros del mediodía se veía norteamericanos quemando con napalm y lanzallamas a gente que no le había hecho nada. La presión social contra la guerra fue tan grande que los políticos no pudieron hacerse los idiotas, fue una derrota absoluta. Y entendieron el peso de lo audiovisual. ¿Qué hizo ese poder? Captó Venecia, Cannes, Berlín, desde la programación y la premiación: las distribuidoras gringas dominan ese espacio. No son lugares de descubrimiento ni de debate. Nunca fue tan ecléctico el marco audiovisual y nunca estuvo tan acotado a esos festivales decadentes que no descubren nada porque no quieren descubrir. No hay nada más racista ni mediocre que la entrega del Oscar. Lo más interesante es que nadie sabe por dónde pasa. Pero por ahí es seguro que no pasa.
¿Por dónde pasa? ¿Qué películas de cine contemporáneo te gusta ver?
Mi pareja es cinéfila. A mí me gusta muy vehemente, con mucho carácter escénico, a ella le gusta más contemplativo, emocional. Vemos mucho cine. Nos gusta el cine no mainstream, sino ciertas producciones del mainstream: Wolverine, por ejemplo, la última. Algunas de X Men. La que más me gusto siempre es Mad Max 2.
¿Y de Argentina?
Buena vida delivery, Bolivia, XXY, Historias extRaordinarias. En Cine Bruto nos hemos dedicado a explorar contingentes reales asumiendo toda la cuestión irreverente que eso conlleva: no nos agarramos del método ni la complacencia sino de lo que hace falta. Y eso hace que te olvides de tus expectativas y que te centres en lo que sea necesario para ser coherente con esta puesta. Uno de los casos más explícitos es Hombres de piel dura: no la hicimos para quedar bien con ningún sector, sino para dejar un testimonio.
¿Cómo se perciben tus personajes e historias en el exterior? ¿No hay algo muy local?
No tanto. Cuando estuve en Polonia con Vikingo me hicieron devoluciones tan precisas que no se habían visto en Argentina. En la parte emocional somos bastante parecidos. En Holanda, el año pasado, hicimos una retrospectiva bastante profunda y se entiende todo perfectamente, no hay nada que pase desparecibido. En México esta vez hubo preguntas muy interesantes y constantes: nos sacaron de la sala porque la gente no dejaba de preguntar.
¿Te imaginás tu vida sin cine?
No podría no hacer. Me gusta por lo complejo, porque estoy a merced de lo nuevo, de la experimentacion. De aprender desde cero. Todo se renueva. Las tecnologías dialogan en un ida y vuelta que me resulta muy propicio.
¿Qué proyectos a futuro tiene Cine Bruto?
Justamente estamos filmando en México sobre el tema de las mafias del fracking, con canadienses y yanquis, con mucho apoyo del clúster audiovisual de México. Es un proyecto con mucho despliegue escénico y va a ser rupturista en muchos sentidos.
¿Qué es lo que más te preocupa?
Creo que si hay algo que está haciendo mucho daño, y por algo se hace, es el algoritmo. En la música, en la literatura, en las noticias periodísticas, más en los programas televisivos. Hay una cuestión algorítmica que agobia y estupidiza y adormece. Mucho más en el cine. Ahora, si la población no fuera receptiva, eso no sería posible. La crisis genera una gran crisis de creatividad, cuando en el mundo todos sabemos que en los 70 hasta el pop era creativo. Cada película era un nuevo barajar y tirar. Eso rara vez sucede actualmente. Las crisis son depurativas. La música cada vez más masiva, de supuestos cantantes legitimados por el medio, que componen canciones que se parecen a algo que ya hemos escuchado. Pero evidentemente hay una vocación de la sociedad por el adormecimiento. Veo tanto, pero no veo nada. Mi tiempo vale muchísimo; prefiero estar escribiendo a ver siempre lo mismo. Siento que esa luz ya la vi, que esa impostura ya la vi, que esa carga política también y que el final va a ser aleccionador. Por eso es fundamental generar los propios espacios.
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