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Qué es el fútbol, el juego y la villa
Mónica Santino, DT de fútbol femenino. De activista pasó a recibirse como entrenadora, y trasladó fútbol y feminismo a las mujeres de la Villa 31. Para poder jugar, aprendieron a conseguir su espacio, a delegar en los varones el cuidado de los chicos, a hacerse valer. ¿Qué cambió en las mujeres? Ni Simone de Beauvoir, ni Menotti: una experiencia en la cancha que no está escrita en ningún libro.
Mónica Santino, con el equipo La Nuestra de la Villa 31 y con miles y miles de chicas con los tapones de punta, están destruyendo el mito según el cual el fútbol es cosa de hombres.
Además, Mónica ha jugado siempre y al mismo tiempo en otra liga: la que defiende la vida y derechos de las mujeres en general, y las lesbianas en particular.
Familia hincha de Vélez, le gustó jugar al fútbol desde chiquita, aunque fuera la única mujer rodeada de hombres. Con cabeza dura y rulos sueltos llegó a lucirse en All Boys, armando juego. Luego se hizo entrenadora.
En 2005 estuvo entre las fundadoras de Las Aliadas, equipo que ahora se llama La nuestra, y participa en el torneo femenino de la villa 31.
Sabe mucho de fútbol y de barrios, de luchas y de pobreza, de formas de control social y de estrategias. Y tiene una mirada que permite entender a las personas a partir del juego, relacionando fútbol y vida.
Por ejemplo, cuando explica qué significa jugar (y vivir) con la cabeza levantada.
¿Se puede pensar que el rol de entrenadora es un rol político?
El fútbol como bien cultural, como parte de lo que explica nuestra sociedad, es un hecho que supera la mera cuestión deportiva. Con el fútbol podés explicar muchas cosas que tienen que ver con nuestra identidad, con nuestra manera de ser. Es un escenario magnífico para todo eso y te lo pueden chorear y usar para algunas cosas, o lo podés traer para otras y también vale y también sirve porque es fantástico todo lo que puede pasar en una cancha y todo lo que puede representar. Puedo tener recuerdos nefastos: cuando lo viví no supe cómo fue el Mundial 78, tenía tan solo 13 años y no sabía lo que pasaba a veinte cuadras de la cancha de River. Pero creo que por eso no deja de ser legítimo el festejo de la gente que ama el fútbol y veía a Argentina campeón del mundo. Nos enteramos después, la gran mayoría, de lo que estaba ocurriendo. Pero el fútbol siempre fue un campo de batalla, de resistencia. Como mujer apenas podía ir a la cancha a ver partidos y sentarme en el sector damas de la cancha de Vélez con mi abuela, no más que eso. Y cuando empecé a animarme a jugar, a intentar jugar, cuando era piba era: “qué lindo, qué bien, qué llamativo”, siempre como algo extraño, como una especie de fenómeno, que es el relato que tenemos la mayoría de las mujeres ahora grandes que jugábamos al fútbol cuando éramos pibitas, en los años 70. Y después el problema al crecer. Empezás a encontrarte con las cuestiones que marcan cómo nos tenemos que portar las mujeres, cómo tienen que ser nuestros cuerpos, a qué podemos jugar y a que no. Y en medio de eso, ver fútbol, ir a la cancha y jugarlo, leer asiduamente la revista El Gráfico. Cuando era chica anotaba en una cuaderno cómo iba a formar Vélez el domingo. Recuerdos intensísimos que tienen que ver con la felicidad, como cuando jugué en AFA ya grande, pasados los 30 años, y conocí compañeras que son amistades indestructibles. El fútbol también te da eso, un tipo de lazo que lo armaste en la cancha y después, afuera, sigue siendo maravilloso, fantástico, por más que no te veas siempre con esas personas.
¿Cuándo empezaron los problemas de los que hablabas?
Ingreso a la pubertad, a la adolescencia. Los cuerpos empiezan a cambiar y la mirada sobre el conjunto de las mujeres cambia. Sobre todo la de los varones y sobre todo sobre los órdenes establecidos: cuáles son los mandatos que nosotras tenemos que obedecer. Ahora puede haber un poco más de elasticidad sobre algunas cuestiones pero sigue siendo lo mismo cuando escuchas cómo se habla de las jugadoras en un mundial de fútbol, cómo los medios de comunicación en general hablan de las fútbolistas: que seguramente tenés un problema, que seguramente tu sexualidad va a ser contraria a la que se espera. Se da por sentado y de manera peyorativa que la mayoría de las fútbolistas somos lesbianas, que tu cuerpo va a lucir como el de un hombre, vas a tener las piernas grandes y chuecas: una cantidad de cosas como el mal del mundo, como algo que estás eligiendo porque te gusta, y una contradicción grande porque vivís en una sociedad que todo lo explica con el fútbol. Cuando repasás el lenguaje cotidiano está repleto de fútbol. Entonces seguir pretendiendo que las mujeres en Argentina vivimos afuera de un fenómeno de esa naturaleza, es ilógico.
A esos prejuicios le sumaste ser directora técnica de un equipo de la villa…
La injusticia es algo que siempre nos rebeló a la mayoría que vamos a laburar al barrio: nos pone mal, nos pone en un lugar de interpelación: qué podés hacer vos para cambiar eso. Hacer fútbol en el barrio con mujeres nos pone en un lugar de poder transformar cuestiones, considerarlo un hecho político: que las mujeres en el barrio se apoderen de la cancha que es siempre de los pibes. Dicho así parece algo superficial pero no lo es porque una piba que ocupa el espacio público más importante de la villa, con un horario que sostiene esa conquista como parte de un colectivo, se transforma en un hecho político cuando sale de la casa, rompe la cotidianeidad, y logra que un compañero varón cuide a los pibes mientras ella está jugando. En los barrios en los que las tareas domésticas siempre las hacen las mujeres, los comedores los llevan adelante las mujeres, las tareas más pesadas son de las mujeres, es enorme poder ejercer ese derecho al juego. Le damos esa lectura política y ese lugar revolucionario. Para nosotras no es hacer asistencia en el barrio, ni ir a tirar la pelota un rato para que las pibas jueguen. Hay algunos discursos bastante de derecha con esto de sacar a los pibes de la droga, como si fuera algo mágico y sencillo cuando en realidad hay una complejidad enorme. Y lo que nosotras hacemos es poner un derecho en movimiento, que es muy distinto a decir: voy con una palabra iluminada. Lo que armamos es un colectivo con las pibas. Las que somos entrenadoras a esta altura somos casi todas ex jugadoras de fútbol o jugadoras de futbl en ejercicio que nos hicimos entrenadoras mientras las pibas se hacían futbolistas: eso es una estrategia de empoderamiento colectivo enorme y no conocemos una experiencia más feminista que esa porque ahí el poder se reparte, la palabra se reparte y los privilegios que podemos tener las que no vivimos en el barrio lo estamos poniendo en juego todos los días. Fue el fútbol, fue el feminismo, pero fue un proceso que nos fue transformando a todas en el día a día y fue un proceso que le fuimos poniendo esos nombres a medida que los hechos iban ocurriendo. No fue que llegamos con Simone de Beauvoir debajo del brazo a la villa. O con los libros de Menotti y Bilardo. Es algo que estamos aprendiendo y eso es algo maravilloso que el fútbol tiene
¿Cuándo, en tu historia personal, se te activó la conciencia de que el fútbol era una herramienta que podía servir para la transformación feminista y política?
Yo me recibí de directora técnica en 2001. Jugué en AFA del 96 al 99, después de haber hecho la experiencia de militar en la Comunidad Homosexual Argentina (CHA) en los 90. En aquella época la militancia no tenia ningún valor, eras más o menos un marciano, marciana, porque lo que estaba en boga, los valores eran otros: “salvate solo, lo único que importa sos vos”. Salir de ese discurso, ese neoliberalismo, Menem, era duro, difícil. Yo venía de esa experiencia política muy concreta, con algo que me pasaba personalmente a mi y a todas las compañeras que estábamos en esa época, y jugar al fútbol fue como cambiar las militancias: aquella de la CHA que era en los tiempos de la derogación de los edictos policiales… una época en la que no soñábamos ni de casualidad tener ley de matrimonio igualitario, identidad de género. En apenas 20 años los cambios fueron fabulosos. Cuando llegamos a jugar al fútbol, en AFA nos damos cuenta de que había un campeonato del que no se enteraba nadie, apenas nuestra familia. Que los clubes nos daban el poquito espacio que les quedaba, que teníamos un solo juego de camisetas para todo el año y que nos garpábamos el lugar para ir a entrenar porque no había espacio en el club. Pero All Boys sí nos daba la cancha, algo que le pasa a pocos equipos de primera de mujeres. Por lo general jugás en la cancha alternativa o entrenás en el playón de estacionamiento. Lo de la cancha de All Boys fue para nosotras muchísimo: usar el vestuario, salir por el túnel, un ritual fantástico que tiene que ver con ser futbolista, pero toda la problemática era: esto hay que militarlo. Ahí estaba la cuestión de cambiar una militancia por otra, ahí empecé a darle un poco de dimensión política. Después el primer laburo formal que tuve como directora técnica fue en el centro de la mujer en la Municipalidad de Vicente López: tenían un programa para las pibas más vulnerables del partido, y se usaba el fútbol como herramienta para deconstruir estereotipos y para hacer prevencion en salud. Empecé a politizarme cada vez más en ese sentido, a compartir mesa con muchísimas profesionales feministas, y a mirar el fútbol desde ese lugar. La Villa 31 llega después de encontrarnos con una entrenadora norteamericana que había armado un pequeño equipo ahí, que se volvia a Estados Unidos y quería que alguien se quedase con ese grupo. Llegué en noviembre de 2007, sola, me enfrenté a unas chicas que me miraban como diciendo: “esta vieja loca con el pelo parado ¿de dónde salió, quién es?”. Un año entero para hacer vinculo y pertenencia porque eso en los barrios en fundamental. La gente está podrida que se acerquen, les digan cosas que después no se cumplen, y se vayan. Cuando pudimos tener esa base, el grupo empezó a crecer a partir de la conquista de la cancha. Creció el grupo y el cuerpo técnico, nunca pusimos un aviso. La gente fue llegando porque se iba enterando o porque nos conocimos de otros ámbitos. Hay un camino de aprendizaje permanente en el barrio que no está escrito n ningún libro. Es lo que te pasa en una práctica territorial, política concreta.
Cómo nos formatean
Cuando decís que el fútbol opera cambios en las mujeres, ¿a qué te referís concretamente?
Al empoderamiento. Nosotras crecemos con la idea de que hay actividad física que n podemos realizar, o que no estaríamos muy capacitadas para hacer. Está pasando cada vez menos pero lo primero que hacen con un pibe es tirarle una pelota adentro de la cuna y a nosotras nos regalan juegos que más bien tienen que ver con la tarea doméstica, la cocina, la escobita, los bebés. Te van formateando con una idea de a lo que podés jugar y a lo que no. Pero si saltás, te tirás de un árbol, hacés otro tipo de cosas, hay algo malo en esta nena. Crecemos como si no tuviéramos piernas. Cuando jugás al fútbol levantás la cabeza para hacer un pase, te das cuenta de que podés correr, rasparte las rodillas si hace falta, poner el cuerpo para defender la pelota. Son cuestiones que te atraviesan, te empoderan y te preparan. Nosotras decimos que es una herramienta muy importante para erradicar la violencia de género, cuando vos creces y tu cuerpo se vuelve en contra tuya y ser piba empieza a ser un peligro incluso hasta para transitar en la calle. Si jugaste al fútbol tenés una herramienta más, y si jugaste con compañeras, el doble: un empoderamiento que capaz no se ve ahí en la cancha pero pasa en la cotidianeidad. Las pibas tienen una frase que para nosotras es fabulosa y nosotras tomamos como consigna: me paro en la cancha como en la vida. La dijo una piba de 14 años en un espacio de taller después de jugar a la pelota y resume todo: empoderarse, el cuerpo, y cómo te plantas después de haber pasado una experiencia así. Cuando te sale un gol después de un montón de pases es una alegría muy difícil de describir que la sabe el o la que jugó la pelota. Eso, afuera, es una piba con herramientas para enfrentar la vida.
¿Qué expectativas tenés con respecto a la reciente profesionalización del fútbol?
Es un partido que recién arranca, que recibimos con alegría. La denuncia de Macarena Sánchez cayó en el colchón feminista, y no hubiera tenido repercusión sino hubiera miles de compañeras en la calle. El reclamo por el deporte y el fútbol entró al feminismo, algo que antes era imposible de imaginarse porque para las feministas el deporte era algo tan de varones que no se preocupaban por eso, pero ahora está en agenda. Creo que llega en un momento político justo. Hay montones de cosas para mejorar: no creo que ser profesional sea solamente cobrar un salario. Creo que es un buen inicio pero que tenemos que estar atentas a lo que pase y seguir exigiendo todo lo que falta. Hay posibilidad de ocho ó de once contratos por equipo, pero los planteles son de 30 jugadoras. ¿Qué pasaría con las que no cobran? Hay más preguntas que certezas. Pero veo bien que el proceso haya servido como una forma de visibilizar el fútbol de mujeres mucho más que antes.
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